1. Polvo de Estrellas

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Fue un domingo, un domingo como cualquier otro, un domingo donde no había escuela ni trabajo y se podía holgazanear por la casa o salir de paseo. Un domingo en familia o con amigos.

Era un domingo, un domingo de verano con un cielo despejado, un domingo sin nubes, pero con un sol resplandeciente.

Para un joven de 19 años, su vida debería girar entorno a sus estudios, sus amigos, uno que otro amor platónico y tratar de escapar de la sobreprotección de su familia. Claro, eso es lo común cuando no estás en un país donde noticias sobre la guerra se escuchan a diario por la radio en la mañana. Eso es lo común cuando un joven de 19 años va a la universidad y no a la guerra. Eso debería ser lo común para Hayashi Ji Min.

Pero el Ji Min de 19 años que conoceremos sirve al ejército de su país, por lo que la universidad es una de las más insignificantes preocupaciones que le pasan por la cabeza. Después de meses de no ver a su familia, ese domingo de verano cálido se le concedió un cambio de base, y consigo, unas pequeñas "vacaciones" para pasar unos días con sus padres y sus dos hermanas, quienes tenían un negocio de sastrería en el centro de la ciudad de Hiroshima.

La casa de la familia Hayashi estaba a tan solo unos pocos kilómetros de lejanía de su tienda, por lo cual se les facilitaba bastante el ir y venir de ida y regreso en bicicleta. Las hermanas de Ji Min, Hana y Azumi, ambas mellizas de 15 años, ayudaban a sus padres en la sastrería. Azumi como costurera y Hana tomando medidas.

Eran una familia como cualquier otra, claro, dentro del contexto de una guerra mundial.

Eran las 5:00am cuando Ji Min tomó el tren que lo llevaría a su querida ciudad natal, por fin podría probar la comida caliente y deliciosa de mamá, podría conversar con su padre por horas y molestar a sus hermanas menores. Ese domingo era su mayor bendición después de meses arrastrándose en lodo, esquivando balas y bombas, después de meses de heridas físicas y emocionales, después de meses con olor a muerte y las manos manchadas de sangre. Finalmente, podría tener el cobijo, el amor y la protección de las personas que más ama en el mundo. Por fin estaría en casa.

A pesar de que era domingo, Ji Min sabía bien que su familia abría la sastrería a las 7:00am, aunque fuese solo hasta el mediodía. Ellos no podían permitirse el holgazanear por completo los fines de semana, necesitaban los ingresos por cualquier emergencia. Y en una guerra, las probabilidades de tragedias son infinitas.

Es por ello que esperaba llegar a tiempo a su hogar para darles la sorpresa, sino tendría que esperarlos en casa a que regresaran al mediodía después de cerrar la tienda. De igual forma, sí era así, él podría sorprenderlos preparando el almuerzo. Era una buena idea.

El tren lo dejó en la estación a las 7:59am, de ahí le tomó solo 10 minutos de caminata el llegar a su hogar, como se lo esperaba, en casa ya no había nadie, eran las 8:09am, toda su familia ya estaba en la sastrería trabajando. Algo en su interior se sentía inquieto, se sentía extraño, ver la casa vacía le dio un sentimiento de nostalgia profundo, porque a pesar de todo, le hubiera encantado hallar a su familia y que lo recibieran con abrazos después de tantos meses de dolor.

Decidió ir a su cuarto y se sorprendió al ver que no había ni un solo gramo de polvo, su querida madre seguramente lo limpiaba con frecuencia ansiando el día de su regreso, sí tan solo supiera la sorpresa que le daría hoy. Finalmente estarían juntos.

Se asomó por la gran ventana que le daba una perfecta vista del resplandeciente sol.

Tic, Tac. El reloj de la pared marcaba las 8:14am. Fue entonces que observó algo extraño surcando el cielo, era un avión y del avión caía algo, estaba seguro de ello. Tenía experiencia en esto y es por lo mismo que con los pocos segundos que le quedaban corrió a lanzarse al refugio subterráneo. Arrastrándose cuando todo tembló.

¿Qué? ¿Qué era esto? Una luz blanca cegadora como miles de relámpagos juntándose. Un silencio ensordecedor. Y luego... luego, la nada misma.

La dolorosa catástrofe traída por una estrella cayó sobre un joven Ji Min de 19 años, sobre su cálida familia y la bonita tienda de sastrería, sobre su vecina amante de los perros de raza Akita, sobre el profesor de historia de la casa de enfrente, sobre Sayuri, la hija del señor Yamata; con quien Ji Min solía tener citas cuando tenía 16; sobre Katsuki, su gata blanca y esponjosa como una nube. Sobre todo Hiroshima.

Domingo, 9 de agosto de 1945 a las 8:15am. El día que marcó la historia de toda una nación y del mundo. Un mundo manchado de sangre, un mundo dañado por la soberbia y la avaricia del humano. Un mundo hecho polvo.

Dicen que del polvo venimos y al polvo volvemos. Tal vez sea verdad, fuimos polvo una vez y nos destruímos mutuamente para volver a serlo.

De las cenizas y del polvo nacen las estrellas que forjan nuestra historia. La historia que nos encadena al abismo prohibido escondido entre el reflejo bondadoso que nos muestra la luna del extenso universo.

Sí, del polvo venimos y al polvo volvemos, espero que los besos del viento se lleven mi alma hecha polvo y la conviertan en estrella, para que en una de esas noches, donde la luna este llena, de los labios de una estrella puedan salir las serenatas que no pude cantarte. Para que pueda susurrarte en la oscuridad eterna lo mucho que te quise y te sigo queriendo.

Fue un domingo, un domingo repleto de nubes grises que prometían lluvia. Un domingo como cualquier otro, excepto que esta vez no lo era. Era un domingo con aroma a libertad. Un domingo de inmenso regocijo, un domingo que finalmente trajo llantos de euforia.

Era un domingo, un domingo 2 de septiembre de 1945, un domingo en donde los ojos de un Jeon Jungkook de 22 años por fin veían el exterior después de meses de cautiverio y torturas, después de semanas con la espalda abierta en carne por los latigazos, después de días muriendo de hambre y sed, después de noches sin poder dormir.

Era un domingo glorioso. El mejor de su vida, o eso creía.

Porque ese domingo en donde Corea finalmente era libre, ese domingo en donde la segunda guerra mundial llegaba a su fin, el joven Jungkook corrió con los pies descalzos y un ojo amoratado bajo la lluvia, corrió ansioso con lágrimas cayendo por su herido rostro, corrió a la búsqueda de los brazos de su madre.

Lamentablemente, cuando llegó a su pequeña casa, la casa no estaba, solo habían un montón de tablas de madera destrozadas con mucho polvo y tierra encima.

Pero Jeon Jungkook no se inmutó y siguió corriendo, dejó su casa y fue a la de la vecina, pero entonces la casa de ella tenía el portón abierto y cuando entró se dio cuenta que no había techo, además, todo el interior tenía moho, polvo y tierra.

Jungkook no se rindió y volvió a correr, ahora más despacio porque sus piernas temblaban, buscó al señor Yunseok, quien vivía a dos cuadras, al que solían comprarle jarras para preservar especias.

Sonrió cuando vio al anciano sentado afuera con la vista pérdida. Se agachó para estar a la altura de él y le saludó con respeto, la voz temblorosa del viejo Yunseok no le respondió el saludo, pero sí lo que su corazón tanto anhelaba saber, sin tener idea que la información recibida le destrozaría.

Los japoneses destruyeron su casa, su madre se había suicidado lanzándose a un pozo, su padre murió esclavizado en una fábrica industrial de Manchuria, su hermano falleció de desnutrición haciendo trabajo forzado como minero en la Isla Hashima.

Él no tenía a nada ni a nadie. Estaba solo. Él solo quería un abrazo, él solo quería consuelo.

Gritó al cielo que estaba oscureciendo, gritó con las pocas fuerzas que le quedaban y no le importaba si se le iba el alma en el proceso. Lo único por lo que luchó tanto ya no estaba. No existía.

Todos ellos eran estrellas caídas con sus almas convertidas en polvo.

Del polvo venimos y al polvo volvemos. Estas cenizas grises tiñen el cielo azul, vagan alrededor de la luna y a través de la vía láctea, evitando cruzarse con las estrellas para no ser consumidas.

El polvo no quiere ser luz. Las cenizas no quieren ser vida. Las almas no quieren recuerdos. Del polvo venimos y en polvo nos convertiremos. En este universo caótico lleno de destructores de mundos, somos la nada misma ante su egoísmo, somos polvo y cenizas de las que un fénix se rehúsa a nacer.

Sí, del polvo surge nuestro futuro de sueños interminables e historias sin final. Espero que la brisa entierre bajo lodo el anhelo que siente mi alma por verte. Espero que la vasta oscuridad consuma la sombra que me persigue bajo el sol resplandeciente, recordándome que la soledad es la única compañía que me queda desde que tus cenizas quedaron atrapadas en una estrella muerta y entonces volviste a ser polvo... polvo de estrellas.

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