𝙓𝙄𝙑

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🌸

"Quiero tratar de correr solo un poco más". 

Awake, Jin.

No era mentira que hallara dicha en ciertos lujos y formas que encontraba su padre para consentirle, si estaba acostumbrado al trato cuidadoso al punto de ser molesto, pues también lo estaba al favor y consideración que le tenían por ser quien era, de igual manera a los regalos. Muestra de ello era que aquella mañana no hubiera podido resistirse a usar las nuevas telas de exquisita calidad traídas desde la capital, sobre su perfumada piel después de su baño cotidiano. 

Pero ahora se arrepentía. Eso de sentir gusto por ser consentido tenía que ser algo momentáneo, la mayoría del tiempo le veía lo negativo al hecho de necesitar ornamentos y joyas simplemente porque debía verse bonito para un futuro prometido. 

Además de que era inútil y poco conveniente, allí estaba la prueba. 

Los hilos salidos del bordado de su impresionante vestimenta estaban prendidos de un pedazo de madera bastante afilado, salido de la mesa más vieja de la cocina. Si tan solo hubiese usado sus harapos comunes, no estaría atorado a la pata del mueble apolillado justo ahora. 

—Te odio, regalo de disculpas de padre— murmuró mirando la tela arrugada entre sus dedos, mientras tiraba de ella en un intento desesperado por liberarse. 

Si hubiese seguido siendo un muchachito de dieciséis años, menudo, pequeño y sin más forma que un palo delgado como los que usaban como leña para los fogones, podría simplemente haberse deshecho de los nudos de su espalda y salir de allí en su túnica interior, dejando la costosa prenda en el suelo. 

Pero ya no lo era, tenía dieciocho años, unos hombros anchos, caderas bien formadas y una diminuta cintura que estaba siendo prácticamente estrangulada por la cinta del hanbok.

Ni siquiera estaba consciente del momento en que todos aquellos cambios habían hecho acto de presencia, los dos años que llevaba en casa en definitiva no podrían haber sido descritos como colmados de actividad física ni ejercicio. ¿Cuidado de sí mismo? Tal vez, pero bien, bastante lejos de ser voluntario, en realidad. Y todavía con algunos sabotajes en favor de su libertad, llevar un aspecto grotesco o desaliñado para ese punto tenía muchísimo más valor que verse como el modelo de concubino perfecto que todo el mundo guardaba como expectativa de su parte.

Como fuera, no importaba en aquel preciso instante, ni más tarde lo haría. Seokjin había adoptado la costumbre, aunque la llamaba estrategia en su mente, de cerrar los ojos un momento, al abrirlos dejarlos fijos en un punto vacío al frente y forzar a su mente a distraerse con lo que fuera que cruzara el camino. Ni siquiera le daba tiempo de buscar entretenimiento, y sí, a menudo pensaba que esta estaba separada de su propio ser.

Tenía razones para imaginar que era así, ¿de acuerdo? Todavía era un jovencito a puertas de entrar a la adultez que parecía tener más preocupaciones que libertades, y acostumbrado a ello, en caso de estar pasando por un momento de tranquilidad, se hacía cargo de hallar otra pequeña tormenta para ahogarse en ella. ¿Sería la constante incertidumbre de ser entregado mientras permanecía en casa de su padre durante el último par de años, la razón?

Porque no recordaba saltar del susto por la presencia de un guardia o sirviente de mayor categoría anunciándose en su presencia, cuando todavía vivía en el internado. De hecho, podría tranquilamente sostener que se había convertido en una especie de personaje extraño tan rebelde como temeroso, en caso de que aquello todavía pudiese tener sentido, porque no había dejado atrás sus arraigados pensamientos de hacer lo que le viniera en gana en el momento que se le antojara sin importar las consecuencias, ni los castigos.

Aunque hipócritamente, temblara a causa de ellos de solo imaginar lo que implicarían.

—¿Le han visto por aquí?

Sacudió la cabeza ligeramente al escuchar la familiar voz de una de las cocineras mayores, la tierna dama que le ofrecía manjares de la despensa sin que se los pidiera, como si su simple aparición en el lugar fuera una solicitud que ella se viera comprometida a atender, incluso dejando sus quehaceres atrás.

De ahí su pregunta llena de interés y preocupación, era más que evidente que cuestionaba a otra, debido a él.

—No se ha dejado ver por aquí desde la semana pasada— oyó el lamento en respuesta, y reprimió una sonrisa.

Era cierto, y por más de que la pequeña conversación hubiera despertado sus ganas de hacerles una prolongada visita llena de sus ocurrencias y mimos para con las mujeres que solía llamar tías cuando nadie más estaba a la vista, la misma oración pronunciada al final le recordaba porqué era bastante malo que siguiera atorado en la pata de la mesa.

Así que Seokjin retomó sus intentos por liberarse, trayendo de regreso por nada más que unos instantes, aquella idea de haberse despojado de la prenda y salir corriendo en paños menores, porque simplemente no había forma de que lo hiciera sin que antes le vieran y regañaran.

Y no, no hablaba por las cocineras.

Y lo más normal hubiese sido que la primera imagen proyectándose en su mente con relación a ese fastidio por recibir una reprimenda, fuera una de los guardias de su padre junto a este viéndose endemoniadamente molesto.

No una de cierta sonrisa gatuna llena de burla, con una pizca de condescendencia detrás.

Cerró sus ojos con fuerza, como si no supiera que aquello no haría desaparecer la proyección en su mente, y comenzó a insultar el bordado de flores en murmullos. De ninguna manera se permitiría pasar por eso, sería inaudito, ridículo, nadie le mandaba, nadie se burlaba de él, nadie...

—Yo venía por cabezas de ajo, y mira lo que acabo de encontrar.

No volteó, ni siquiera se escuchó respirando porque el sonido exagerado que apenas había emitido al tragar saliva había opacado todo lo demás.

Y aún así, parecía como si la voz gruesa siguiera haciendo eco en sus oídos, extramadamente cerca.

Seokjin literalmente acababa de estremecerse y eso sumado a su posición actual, le ponía en vergüenza, ¿qué vergüenza? Era en sí una humillación. Nada menos. 

Pero se rehusó a decir algo por los siguientes segundos. Apretó sus mejillas en una clara demanda contra su propio cuerpo para controlar sus reacciones, y se forzó a continuar con los tirones de los hilos de colores, ya no le importaba romperlos y ser llamado ingrato si su padre se tomaba la molestia de revisar su presentación personal durante el almuerzo. 

—¿No vas a comentar nada? Tenía un juego de palabras increíble justo con eso. 

Kim ni se esforzó en negar, mucho menos en voltearse para ver al chico pálido que debía estar detrás de él seguramente con una media sonrisa atractiva como el infierno. ¿Por qué pensaba en eso ahora? Se encontraba en apuros, pocas veces había deseado huir de algún sitio tanto como lo hacía en esos momentos. 

Y ese deseo incrementó en sobre manera cuando de pronto tenía dos manos huesudas y blanquecinas sobre sus dedos índice y pulgar, los que se supone que ya deberían haber liberado su prenda de las astillas y la mesa malvada. Ah, era un desastre. 

—Dijiste que odiabas el regalo, pero no creo que quieras romperlo— Seokjin rodó los ojos, su mayor se oía tan arrogante y satisfecho consigo mismo mientras desenrredaba con lo que él había batallado durante los últimos minutos.

Solo se oía, si se veía así, Kim no lo sabía y no iba a averiguarlo. 

No después de que era la primera vez que se encontraba con Yoongi desde la semana pasada, cuando en un impulso había salido de la cocina vociferando que jamás volvería allí y de la misma manera, nunca volvería a saber de él. 

Uh, es que no era del todo su culpa. Había sido el mismo Yoongi quien no quiso regalarle el último tteok del banquete, ni siquiera con la excusa que le dio sobre que ya tenían dos años de amistad y se merecía privilegios. 

Lo que le dolió más fue que el cocinero riera bajo, para después decirle que más le valía cumplir su palabra, no quería verlo por allí nunca más. 

Obviamente había estado siguiéndole la corriente en su intento por educarlo, desde la primera noche que pasaron conversando en sus aposentos ya habían pasado un par de años, y desde entonces su confianza y cercanía nada más había ido en aumento. Así que el chico mayor se creía con el derecho de corregir su personalidad berrinchuda y rebelde. Pero Seokjin no estaba de acuerdo, se dijo que cumpliría y si uno de los dos buscaba al otro después de aquella discusión, que para nada había sido tan seria como para llevar ese nombre, ese no sería él. 

Bien, acababa de fallar. 

—Estás aquí después de todo, has perdido. 

El menor apretó sus puños y se cruzó de brazos, aún encogido en el suelo con Min frente suyo, se cuclillas después de haber desenredado el bordado sin necesidad de hacerle un daño significativo. ¡Era irritante el buen trabajo que había hecho!

Por lo tanto, Seokjin no iba a decir nada. 

—¿Por qué sigues callado? Te he dicho que has perdido, asunto resuelto. 

Bufó, volteando a ver a otro lado, topándose de inmediato con las siluetas de los sirvientes y ayudantes yendo de un sitio a otro dentro de la cocina, pero un poco más lejos por lo espaciosa que era esta. 

—Eres tan testarudo, ¿no puedes aceptar que no pudiste dejar de verme por más de un par de días?

No, de hecho no podía. Le molestaba demasiado que su mayor lo dijera de aquella forma, incluso si era cierto. 

Mientras tanto, a Yoongi no podía interesarle menos la, en su opinión, pequeña disputa que habían tenido el otro día, era más, ni siquiera recordaba en aquellos momentos del todo bien qué la había desencadenado.

Lo único que le importaba era ver con atención el gesto amargado de su menor, haciendo todo lo posible por no dirigirle la mirada.

Era extrañamente adorable, y eso era mucho decir, aunque actualmente ya no le preocupara demasiado saber la razón del porqué parecía calificar de aquella manera dedicada, para una persona mayormente indiferente durante toda su vida como él, cualquier detalle que tuviera que ver con Seokjin, dado que ya se había acostumbrado.

Desde aquella noche de plática, la primera vez que hablaron por horas y sin conocerse del todo bien, no había podido dejar de hacerlo, de hecho.

Había sido un punto sin retorno, y la cosa era que hasta ahora el cocinero no entendía cómo había marcado un antes y un después en su vida. Era decir, tener un amigo no podía ser algo tan significativo, y en realidad sus días no habían cambiado drásticamente desde aquel entonces, mucho menos su rutina monótona de empleado.

Pero como había dicho, cuestionar esas cosas había dejado de ser crucial.

Simplemente Seokjin había supuesto una marca roja con indiscutible prioridad para él y listo, no había más. Incluso si no muchas cosas fueron modificadas por tener a quien sería su primer amigo, Yoongi se sentía secretamente satisfecho con la situación, como si se tratase de un instante en su memoria y no de una relación amical de ya dos años, mucho más tiempo del que hubiera pensado que lograría interesándose en una persona genuinamente.

Pero realmente había logrado tener aquel interés en Seokjin, y tal vez estuvo seguro de que evolucionaría desde el momento que quiso prepararle la cesta con postres simplemente porque este se lo había pedido y así tuviera una excusa para ir a ver cómo se encontraba en su habitación después del incidente del banquete con los invitados de su padre.

Por supuesto que le interesó saber más de él desde aquel momento, no estaba seguro si más empujado por proteger al muchachito debido al temor evidente que tenía por su futuro predicho desde su niñez, o por la manera espontánea en que habían terminado relacionándose los dos sin necesidad de tener algo en común, pero ahí estaba, buscando más de Seokjin en su día a día, aunque contradictoriamente con su pensamiento, fuera el menor quien estuviera más pendiente suyo sin perderse de su vista por más de un par de horas.

De allí la discusión, ¿no?

Yoongi de verdad no entendía porqué aceptar eso podría haber dañado el orgullo del que aún llamaba hijo del amo a veces, porque los amigos seguramente querían estar cerca todo el tiempo, debía ser completamente normal y solo por decírselo a Seokjin no estaba poniéndolo en ridículo ni haciéndole ningún daño, ¿cierto?

Y bueno, lo de negarle los bocadillos en su momento, tampoco había sido incorrecto.

Sonreía nada más al traer de regreso a su mente todas las ocasiones en que le había permitido al jovencito majadero tener una probada de cada platillo antes de un banquete, con toda la buena disposición del mundo impulsada por el cariño que le había tomado. Y de hecho, su amistad iba mucho más allá, Yoongi estaba seguro de haber hecho por Seokjin mucho más de lo que haría por alguien más en su vida, porque definitivamente la paciencia de su actual juventud de ninguna manera duraría lo suficiente para ser tan comprensivo con nadie en el futuro.

Había llegado hasta el punto de hacerle favores que podrían haber puesto en peligro su cabeza. ¡Su cabeza!

Incluso durante las noches, mientras Min tomaba un baño o simplemente miraba al techo de la choza de la servidumbre intentando conciliar el sueño, cubría su frente con su antebrazo y reía sin sonido por el recuerdo de sus fechorías apoyadas por el autor intelectual más atrevido del reino. Si Kim no fuese hijo de un noble que obligatoriamente debía comportarse de la manera más correcta para guardar su imagen respetable, seguramente se habría conseguido más de un pase directo a la cárcel o quien sabe qué clase de pena cruel.

En sus desesperados deseos de librarse de sus pretendientes que, a medida que los meses transcurrían y él crecía, también iban aumentando en número, Seokjin llegaba a tener ideas bastante descabelladas que por supuesto, solo un tipo tan loco como él, podría haber apoyado.

Le había ayudado a salvarse de los ancianos visitantes que Kim tachaba de imposibles, porque bien podía ser que el jovencito estuviera resignado a casarse, pero tenía dignidad y un orgullo que proteger. Yoongi recordaba con gracia sus pobres exigencias en cuanto a prospecto de marido, traducidas como su señal de ponerle algo a sus platos para que no llegaran ilesos al final de la comida y por ende, al inicio de las negociaciones con el amo Kim.

—Solo viejos y feos no. ¡Nunca!

Y su simple mirada de desagrado era suficiente para que el chico pálido, luchando por ocultar una media sonrisa llena de gracia y complicidad, corriera a la cocina a añadir el ingrediente secreto a los platos de los visitantes, con tal de ayudar a su amigo.

Aunque en el fondo supiera que en realidad, a Seokjin jamás le importaría la apariencia de una persona con tal de que pudiese amarla, no teniendo la vida llena de presiones con la belleza, que había tenido.

Como fuera, si el menos lo pedía, lograba indigestarlos con sobre dosis de especias lo suficientemente fuertes para provocar un malestar estomacal casi instantáneo, o en los peores casos, algún laxante natural recomendación de las sirvientas más ancianas que usualmente se encargaban de contabilizar y hacer la lista de la futura despensa o preparar los condimentos, llenas de conocimiento que no debería ser utilizado para aquellas viles intenciones.

Pero ciertamente, Yoongi había hallado un entretenimiento que le había hecho mucha falta en sus años de adolescencia; el ayudar a Seokjin a escapar de los postulantes al puesto del que sería su esposo, o como decía él para profundizar el daño y su obvio rechazo a la situación; dueño de por vida, secuestrador, verdugo, o futura causa de sus desgracias.

Min solo lo secundaba con cortos asentimientos de vez en cuando.

Aunque bien, a veces simplemente tomar tales medidas era exagerado y demasiado radical, podía ser que para ambos jovencitos se tratase de simples jugarretas, pero lo cierto era que un paso en falso y el cocinero al ser descubierto, recibiría un castigo del que ni la preferencia ni poder del hijo del amo le podrían salvar.

Así que de vez en cuando una simple acotación o consejo durante las conversaciones con el amo, en las que ahora sí participaba activamente con la intención de ayudar a Seokjin, podía influir lo suficiente.

Soltar pequeñas alegaciones pobres pero apropiadas para provenir de un simple sirviente subestimado, como estaba seguro que le consideraba Kim Seungwhan, comentando que no era buena idea o el señor dueño de las tierras de no sabía qué, ni cuántos, ni qué cosas, no parecía una buena persona para el hijo del amo, inesperadamente servía bastante.

Y es que probablemente el señor nunca sospechaba nada, porque, ¿quién se imaginaría que el debilucho cocinero sirviente podría pretender tener algo con el educado para ser el consorte de un noble, Kim Seokjin?

El amo simplemente siempre vio como un acercamiento extraño lo que venía sucediendo entre su hijo menor y el joven huérfano de la cocina durante los últimos años, pero no pensó que se tratara de algo especial. Confiaba en Min y en que su pequeño era un glotón sin remedio, que seguramente se había hecho un poco cercano al sirviente porque andaba pidiéndole platillos especiales.

Lo cual era cierto, mas no la historia completa.

Porque bien, al menos si hablaba por su parte, Yoongi sí quería mucho a Seokjin, era especial para él y más allá de ponerse serio al respecto y buscar explicaciones, aceptaba el hecho con agrado, no había más vueltas que darle al asunto.

Simplemente lo había entendido en un día que todavía recordaba con cierto malestar.

Hasta la fecha, no había vuelto a ver una expresión así de atemorizada en el rostro de Seokjin.

—¡De acuerdo!— el grito cortó bruscamente la corriente de sus pensamientos —Lo acepto, tal vez es difícil estar alejado de ti por tanto tiempo.

Sus ojos mirando a cualquier sitio menos a él, y sus brazos cruzados aunque pudiera ver la mano colada acariciando el bordado estirado de la manga de su traje que le había dejado atorado en la mesa, hacían de la escena algo para rememorar con una de sus típicas medias sonrisas muestras de la, por más de que a veces no lo pareciera, mucha alegría que el noble había traído a su vida.

Alegría parecía ser poco, en realidad. El sentimiento era distinto, pensaba en belleza y brillo, pero no dejaba de ser justo para la descripción.

—¿No vas a decir nada?

Yoongi imitó su postura, ladeando la cabeza siendo consciente de que Seokjin no le veía, demasiado enfocado en las mesas repletas de ingredientes crudos al fondo de la cocina, sí. Muy interesante.

—Te extrañé.

Ni siquiera pretendió que se había sorprendido por la reacción del menor a sus palabras, sus orejas tintándose de carmín y sus ojos abriéndose un poco más de lo normal para segundos después intentar ocultar el gesto parpadeando repetidas veces, aunque pudiese ver sus mejillas abultándose justo en los puntos que tocaba su lengua desde adentro, engreído y orgulloso.

Como si no supiera que a Yoongi no le costaba nada decirle que le había echado de menos, y no había mentira en ello. Lo había hecho.

Aunque hubiesen sido apenas algunos días sin verse, pero bien, estaba hecho a la idea de que cuando se trataba de Kim, expresar sus sentimientos sin filtro a pesar de que todavía le costara descifrarlos por las mismas dificultades que suponían el no tener a otra persona con la que hablar de ellos, además del mismo Seokjin, no era un problema.

Era más, le gustaba.

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