CUATRO

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Disclaimer: la obra es completamente de mi autoría, tomando elementos de Avengers endgame y la serie falcon y el soldado del invierno. Prohibida su copia u adaptaciones.

•••

La semana había pasado demasiado pronto, para Natasha los días eran como abrir y cerrar los ojos; no notaba la diferencia. Aunque sabía de sobra que eran pesados, a veces sentía que se ahogaba. Se había mantenido ocupada vigilando la estancia de Steve, en raras ocasiones echaba un vistazo al apartamento del soldado; el cuál tuvo que ambientar para ella. Había descubierto un par de cosas como James afirmó: Steve tenía en el fondo del armario su chaqueta de cuero negro favorita, y en un pequeño cofre sobre el buró reposaba un brazalete que le dio por navidad. Ella tomó prestada también la libreta que cargaba en el bolsillo de sus jeans. La venía leyendo desde el inicio y estaba feliz de saber que ya lo sabía casi todo. Y había recuperado fotografías, muchas de ellas. Él no sonreía en la mayoría, sin embargo las guardaba desde el dos mil catorce. Las ultimas eran de sus favoritas, solo ellos dos mientras habitaban el enorme complejo; haciendo cualquier cosa, despreocupándose y desconectándose de todo por al menos una vez.

Esa tarde, estaba sentada a su lado mientras él seguía reposando sin despertar. Había unas páginas marcadas casi al final de su vieja libreta de tapa desgastada, donde se dispuso a leer en silencio: Aún no puedo creer que se haya ido definitivamente. Si existe una manera de recuperarla; voy a hallarla, y si no la encuentro; voy a inventarla. Un capitán no es nada sin sus convicciones, ni su escudo. El escudo no es nada si no hay alguien a quien proteger. Sin alguien a quien salvar, un héroe simplemente no es nada. Yo no soy nada sin ella.

Natasha arrancó esa página como las anteriores y la dobló para guardarla en su bolsillo con recelo. Las estaba archivando todas y cada una. Así, la libreta podía volver al fondo del cajón del buró.

Se permitió sufrir en silencio, antes ya había olvidado como hacerlo. Siempre tuvo a Steve para sujetarla antes de desmoronarse, que tan solo se había olvidado de como sentirse desdichada. Y ahí comprendió que él conformaba su mundo. O al menos gran arte de él como para aplacar su dolor. No tenerlo fue otro cambio abrupto que le quemaba el alma. Recostó la cabeza contra su torso, cerrando sus ojos y rogando internamente porque volviera. Lo necesitaban todos; pero en especial, ella.

Para Bucky, recibir ayuda del gobierno ahora que se encontraba técnicamente en libertad condicional, solo era un vil acto hipócrita. Su único propósito era redimirse, no tener que visitar a la psicóloga cada vez que se lo ordenan como si estuvieran tratándolo de loco. Puede que por un tiempo el pensara que lo estuviera, no había sido fácil, y se estaba comportando como un niño; pero asustado. Había tenido que dejar tanto a Natasha como a Sam, solos. Sabía que se las arreglarían bien mientras él intentaba reparar aquella estupidez. Un circo del que no quería ser partícipe y en el que era, por desgracia, la atracción principal.

Miraba a su al rededor las paredes blancas y el fondo atrás; completamente verde, no era menos relajante. El hecho de que la psiquiatra apuntara en esa ridícula libreta  cada vez que él hacía un gesto,  lo estaba incomodando demasiado.

— ¿Cómo te sientes hoy, James?— por fin preguntó. Su voz era modulada, monótona como la de un robot. Ella no tenía emociones y él tampoco; pero en su caso era menos raro. 

— ¿Cómo se sentiría usted si lo obligaran a venir, Doc.? No estoy mal de la cabeza...

— No he dicho eso. Es simplemente por seguridad, aún tienes pesadillas, según me comentaste la sesión anterior.

— Efectos de cenar demasiado tarde, supongo.

— Necesito que me digas que es lo que ves.

— ¿Por qué mejor no le digo como me siento?, ¿Sí?— sonrió cínico—. Claro que sí, es lo que quiere para poder librarnos de esta estúpida sesión y terminar el proceso.

— James...

— ¡Porque todo el mundo cree que estoy loco! Y lo entiendo, ¿Sabe? He vivido demasiado tiempo siendo manipulado, pero he recibido una buena atención. Ya no la necesito más— puntuó cada palabra, sintiendo el escalofrío de haber cobrado favores que no le correspondían para que su conciencia pudiera volver a estar "limpia". Lo tenía levantándose durante la madrugada y algo ausente—. Porque quizá usted no lo sienta, pero estar aquí sentado, es como volver a entrar en una cámara donde te congelan hasta que tu cerebro deja de reaccionar y simplemente vuelves al trance inicial. ¿Lo entiende? Por supuesto que no. No le agradaría esa experiencia.

James volvió a reclinarse contra el sofá; dejándose caer de golpe, sin dejar de sostener su mirada filosa y vacía para intimidarla. Debería de dejar aquel mal hábito, aunque solo parecía venir incorporado. Ya no quedaba absolutamente nada del joven que fue a la guerra en los cuarenta; ese estaba destruido. Sus ojos ya no volverían a brillar.

La mujer cerró la libreta, despacio; armándose de paciencia, y se despojó de los anteojos para ponerse de pie y guiarlo hacia la puerta.

— Te espero para tu próxima sesión.

— Seguro— Bufó molesto—. Que tenga buenas noches.

James se subió al auto, y cuando estuvo lo bastante lejos, paró y golpeó el volante con fuerza; dejando salir su frustración hasta que sus labios temblaron por la mandíbula tensa y sus ojos estaban bordeados de lágrimas de impotencia.

¿Quién podría entender a un asesino?

No había hecho nada en todos esos años para poder remediarlo.

— ¿En cuánto tiempo crees que mejore? —Natasha miró a Bruce con esperanza luego de haber pasado toda la mañana junto a  Steve, esperando una especie de milagro.

— Siendo honesto, no lo sé. Apenas está reaccionando al tratamiento, sería una suerte si despertara en unos pocos días.— Bruce suspiró de puro agotamiento y se quitó las gafas para restregar sus cansados ojos oscuros. 

— ¿No puedes solo drenar el suero?

Ella se oía desesperada y él entendía su angustia, sin embargo forzar las cosas sería riesgoso y posiblemente innecesario por la alta probabilidad de falla. Se lamentó por tener que estar en medio de tan desafortunada situación.

— Eso es básicamente, imposible. Lo lamento, Nat. Lo ideal es esperar.

— Estoy esperando, Bruce—no se veía para nada pacífica, al contrario, el límite de su paciencia parecía agotarse cada vez más y aunque estuviera igual de exhausta, no dejaba de perder la esperanza. Ella no se rendía—. Estoy siendo paciente, pero parece que no hay caso si va a seguir igual. Debemos hacer algo, buscar una cura.

— En verdad, quiero hacerlo, pero es complicado.

Ella asintió despacio ante su explicación tan breve y cortante, intentando calmarse, saliendo al balcón para tomar aire y evitar que sus ojos vuelvan a irritarse por sentirse inútil una vez más.

Se apoyó en el barandal y jugueteó con el teléfono entre sus manos. Una de sus grandes dudas era si estaba lista para hacer una llamada a la granja Barton o que tan buena idea sería. Era claro que aún le costaba pensar en Clint. Si la primera vez que intentó contactarlo todo acabó mal, no quería esperar a una segunda vez. Al menos debería dejar que se recupere de ello. Quizá no importaba demasiado ahora que estaba viva, pero si no se hubiera podido revertir el sacrificio, tarde o temprano él hallaría el modo de olvidarla. 

En momentos como esos ansiaba la compañía femenina, e preguntaba dónde estaba Wanda, sabía que era una de los que habían vuelto; pero no había rastro que diera indicio de dónde se encontraba. Eso fue un gran impacto, no podía solo huir, ¿Y si estaba herida? Allá afuera era peligroso, tal vez una persona como ella estuviese acostumbrada a vivir entre el caos y el peligro y esa era la principal razón por la que no quería que alguien de los suyos pasara por lo mismo. 

Sam se ofreció a ayudarla en el estado de presión bajo el que estaba viviendo, solo no estaba sirviendo de mucho. Era como cuando se quedaba horas en la oficina del complejo, tratando de buscar pistas sobre los desaparecidos. Inútil. Sola por más alternativas que intentaran proponer. Ninguna era la adecuada. 

Volvió a su posición en la habitación de Steve, a pasos desganados. Bruce ya no estaba ahí y era mejor. No quería tener que ver su rostro decepcionado por no poder hacer más ante su constante presión. Pero ella se quedaría ahí. Era su lugar seguro. Se sentó a los pies de la cama u abrió el pequeño bolso que llevaba consigo para comenzar a esparcir las diversas tarjetas de identificación. Algunas de ellas formaban parte de aquellos dos años de fugitivos que tuvieron juntos y las tenía como un recordatorio de lo único bueno que tuvieron en ese tiempo. 

Rió recordando algunas; una vez, Steve se sorprendió cuando viajaron a Alemania y ella había optado por el mismo apellido que él... También conservaba la suya. Su expresión no tenía precio y cuando se relajó con el toque de su mano; menos que arrepentirse, se atrevió a jugar su papel en público mejor que nadie.

Bárbara.

Marie.

Abigail.

Adeline.

Nadia.

Fanny Longbothom.

Habían muchas más que esas, tan solo eran unos pocos nombres que había logrado leer con rapidez al pasarlos entre sus dedos resbalosos, antes de tomar el portátil y encenderlo.

— Al parecer ya ninguno de estos va a servir— ella le dijo, como si pudiera escucharla y estuvieran sumergidos en una charla casual, buscando una nueva identidad. Como en los viejos tiempos... Vaya que los extrañaba—. Tendremos que cambiarlo, supongo. Están Irina, Ekaterina, Alexandra, Tatiana. Bueno, no es que sea muy selectiva pero, no veo usando alguno de estos. ¿Tú que opinas?—Natasha lo miró pensativa y alargó su mano para apretar la suya. Sonrió. Él posiblemente le dría que ha empezado de nuevo, que no tiene nada de qué preocuparse porque su registro en ese mundo comenzó de cero desde que volvió de Vormir. Era su hora de vivir y recuperar su felicidad y nada iba a impedírselo—.  Natalia será... Volvemos al ruedo. Solo me hace falta un apellido convincente.

— ¿Cuántas entradas?—la rubia le sonrió, preguntando con coquetería.

— Cuatro.

—Son doscientos dólares—el hombre hizo una mueca y ella fingió divertirse con todo el rollo—. Es el precio que hay que pagar, cariño. Este es un lugar muy exclusivo.

— ¿Estaría bien si vienes incluida?

—Esta mercancía no se vende. Mucho menos por algo tan barato como doscientos dólares. 

Lo despidió con una mano agitándose al aire  y guardó el dinero en su bolso y retirarse hasta la barra para mirar a su al rededor con desprecio en sus ojos marrones. Apenas era una simple cobradora en la entrada de una galería. La mujer que la administraba estaba tan sola y desprevenida, que necesitaba compañía. Se había hecho de confianza bastante rápido.

Para casi un mes viviendo entre escombros, no había sido una completa pérdida de tiempo. Luego de que los vengadores fueran absueltos de los cargos por los acuerdos... Incluido Barnes, vaya ironía, ella se había quedado con la mancha del pasado. Una que nadie iba a limpiar por simple consideración. Debía hacerlo todo ella sola. ¿Rencor? Tal vez un poco. Lo peor, creía ella, era estar decepcionada.

Había sido su culpa después de todo, se había arriesgado demás; dejándose cegar por sus ideales tan similares a los de Steve Rogers, cuando en realidad, la mujer que lo tenía tan atrapado no acataba ni una sola regla suya. Siempre lo supo. La admiraba, en cierto modo. Podría hasta decir que era la más valiente de un grupo de seis. Tal vez, si estuviera viva y ella libre, pudieran sentarse un día y charlar.

Rió sin gracia, eso no pasaría. Ni siquiera tuvieron contemplaciones con ella. Había dado su vida para que ellos pudieran salvarlos a todos, pero... ¿Qué recompensa había tenido? Ni siquiera le dieron un funeral decente. Eso demostraba cuan infravalorada era una mujer en casos como aquellos, dónde era usual que un hombre se llevara el crédito porque no podía existir una heroína lo bastante capaz como para sacrificarse por algo tan patético como la humanidad que ahora estaba tan destrozada, corrompida y cada día más nefasta. 

Pero el lugar en el que se encontraba ella no necesitaba de eso. Era horrible, sí. Pero podía ser quien quisiera, sin problema. Pronto, ni siquiera recordaría su vida anterior. Lo que no le pagarían con honores, otros lo harían con grandes cantidades de dinero.

Debía aprender a ser cínica, a atacar por la espalda, a disparar cuando era necesario. A ser tan infame como pudiese. 

Tras la caja registradora de un bar cercano, Diane Lane, como se hacía llamar, dejaba que los billetes fueran a parar bajo la manga de su chaqueta y nadie le reprocharía por eso.

Posiblemente estaba rodeada de traficantes y tipos amorales, que con toda sinceridad, poco le importaba. Ya había pasado demasiado como para tener que molestarse por ello. Necesitaba mantenerse, del modo en que fuera, lejos del radar.

Sentía que la nostalgia la invadía de vez en cuando y abrirse un camino en un lugar desconocido era complicado; más volver a casa simplemente no era una opción.

No sabía que podría estarla esperando fuera, y estaba asustada, así que optó por mantenerse firme.

Lo ocurrido con visión aún la tenía demasiado voluble, no podía solo eliminarlo de su memoria, no quería borrar esos recuerdos. La había hecho feliz el poco tiempo que estuvieron juntos. Quizá solo no estaba preparada para dejar ir tan pronto a lo que creyó ser el amor de su vida.

Ella se paseó por el lugar, agitando el corto vestido que llevaba puesta y mezclando una infinidad de cócteles para deleite de muchos. La gente estaba intrigada con la alemana nueva, pero ella no daría su brazo a torcer con ninguno.

Tarde esa madrugada, cuando estuvo a punto de ir a casa, unos encantadores ojos azules la detuvieron. El hombre apuesto se acercó hasta donde estaba con sigilo y ella solo se quedó ahí, brindándole una sonrisa para después seguir con su paso, excepto que él no la dejó marchar. Tomó su brazo y la pegó a la pared más cercana, sentía la respiración pesada y cargada de alcohol en su cuello y trató de calmarse cuando su mano recorrió las curvas de su cadera.

— ¿Cómo te llamas, linda? Te Vi hace unas horas, parecías necesitar desestresarte un poco... Te podría ayudar.

— Que amable de tu parte, pero no, gracias.

— Vamos, no será mucho tiempo.— tanteó la piel tersa con su boca. Cuando los dedos se colaron bajo su falda, ella dejó que avanzarán hasta llegar a la liga de sus bragas; relajándolo para hacerlo creer que tenía el control de la situación y sin prepararse para lo que vendría. Solo entonces se acercó para susurrarle al oído.

— No debiste hacer eso.

Con un solo movimiento de su mano, el aura roja se envolvió en su cuello y terminó siendo estrellado contra la pared, chocando su cabeza con fuerza.

Cuando ella supo que tardaría en despertar, acomodó su ropa y siguió con su camino. Era su táctica, ya nadie más se aprovecharía de ella. De ningún modo.

En la habitación comenzaba a filtrarse el aire por las persianas entreabiertas de las ventanas, el cuerpo de Natasha se estremeció y tuvo que bajar la camiseta que había alzado, tan solo para recorrer el espacio vacío en su cadera una vez más. Le habían dicho que la piedra la había restaurado completamente, desde dentro, y era bueno sentirse como nueva; pero a la vez tan extraño. No imaginaba como sería en el caso de Steve... Él aún estaba preso de su mente. Lo cubrió con la sábana y dejó un beso en su mejilla antes de retirarse y llamar a Pepper.

El hombre, por dentro, estaba luchando por salir; por gritar y decirle que estaba vivo. La sentía, cada uno de sus movimientos, y escuchaba su voz. Quería poder mover sus dedos, apretar su mano cuando ella lo hacía, abrazarla cuando dormía a su lado, hablarle al oído, besarla... Tan solo podía sentirla sobre su piel fría y ella ni siquiera lo sabía.

Ansiaba poder verla, sonreírle y decirle que por fin todo estaba en su lugar.

La oscuridad lo invadió demasiado pronto y solo saber que estaba cerca, viva y sana, era lo que lo mantenía cuerdo. Podía sentir su angustia. Steve solo quería salvarla de la soledad.

Cuando ella volvió minutos después, subió a la pequeña cama y su respiración pacífica chocó contra la piel de su cuello.

Ansiaba despertar para no soltarla nunca más.

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