40-Una despedida y dos promesas

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~1979~

Narrador omnisciente:

Se sabe que las heridas profundas son las que más dolor y recuerdos nos dejan a su paso.

No importa si son el resultado de un corte o de una caída, siempre van a doler.

Natalie Calliope Russo estaba débil, muy débil.

Y la hora de despedirse había llegado.

Las personas más importantes en la vida de la rubia habían hecho presencia aquella tarde.

Sus familiares fueron los primeros en alejarse, sintiendo que un gran agujero los volvería a atormentar por el resto de sus vidas.

Pandora Sailstream también se había hecho presente, y entre lágrimas le pedía que aguantase un poco más.

—Ya casi tengo la cura —Le decía, con la voz entrecortada—, solo debes esperar un poco más...

—Dora —La chica acaricia su mano, la cual descansaba sobre su colchón—, jamás dudaría de tus capacidades, pero mi cuerpo no soporta tanta tensión.

—¿Ni siquiera un poco?

—Me cuesta respirar... Mi piel arde con cada transformación, y por más que intente luchar, mi sangre maldita no me permite seguir adelante.

Esas fueron las últimas palabras que tuvo con Pandora, quien ahora aportaba el apellido Lovegood.

—No hagas una locura —Le dijo, besando su frente con delicadeza—. Necesito que descanses, has trabajado mucho en ese antídoto.

—Trataré de hacerlo —La segunda rubia asintió—, pero si estoy aburrida, voy a seguir con el plan.

Unos murmullos en la sala le avisaron a Natalie que alguien más había llegado a la casa.

Aun con lágrimas en los ojos, Natalie le dedicó una sonrisa a su amiga, sintiendo pena por tener que dejarla sola.

—Hasta pronto, pequeña Russo.

Natt soltó una carcajada que le causó dolor en sus costillas, pero que supo disimular instantáneamente.

—Hasta pronto, Pandora.

En la muñeca de Natalie aun descansaba la pulsera que Pandora le había dado hace ya algunos años, una hermosa luna rodeada de varias notas musicales.

Los tacones de la joven Sailstream dejaron de sonar al cabo de varios minutos, sabiendo que fue ella quien salió de casa con unas inmensas ganas de llorar.

Pero otra persona más había llegado a su habitación.

Un apuesto chico castaño de anteojos y ojos azules entró al pequeño cuarto con un enorme ramo de flores amarillas, su color favorito.

Pero él no era el único que había llegado.

Amos y Sebastian Diggory se hicieron presentes junto a la rubia, y nuevas lágrimas no tardaron en formarse.

—Mi pequeña...

Sebastian aun no podía creer que la niña de sus ojos estuviera en su lecho de muerte.

Ella, quien siempre portaba una carismática sonrisa, quien era una persona tan dulce como la miel... Su pequeña hija.

Ambos se fundieron en un gran abrazo, sintiendo un remolino de sentimientos en su cuerpo.

—Sebas... No llores.

—No puedo evitarlo... Yo...

El mayor se sacó sus anteojos para limpiarlos, teniendo una excusa para rasgar sus ojos.

—Voy a estar mejor —Trató de sonar convincente—, ya no tendría que pasar por tanto sufrimiento...

—Pero me dejarás solo.

Amos Diggory habló, sintiendo como sus palabras quemaban su garganta y pecho.

—Nunca voy a dejarte solo, nunca —La rubia mira a su hermano de otra familia—. ¿Sabes por qué?

El hombre niega.

—Porque siempre voy a estar allí —La chica señala su pecho—, en tu corazón. Allí siempre me tendrás presente.

Amos imita el gesto de su padre.

—Cada vez que tengas un problema, yo voy a tomarte de la mano.
Cada vez que sientas que el agua reboza la arena, voy a sacarte de ese turbulento mar.
Cada vez que sientas que no puedes más, voy a gritarte tan fuerte que vas a odiarme, porque mi recuerdo será capaz de darte el empujón que necesitas para continuar con tu vida.

Ninguno de los Diggory podía gesticular una frase, y esto lo pudo aprovechar la chica.

—Esto me recuerda...

Natalie intenta levantarse de la cama, pero es interrumpida por Sebastian.

—¿Qué necesitas? —Le preguntó.

—Esa caja.

El mayor depositó nuevamente el cuerpo de la joven sobre el colchón, para luego dirigirse al estante.

—Amos... ¿Recuerdas el anillo que perdiste en tu tercer año?

—¿Cómo olvidarlo? —El joven sonríe—, ese escarbato se robó mucho esa noche.

La rubia sonríe a causa de sus recuerdos, y abre cuidadosamente la caja bajo la vista de su familia.

—No te ofendas... Pero guardo este anillo desde hace ya varios años, y he estado esperando el mejor momento para devolvértelo.

Amos se acerca con lentitud a la chica, tomando en su mano el objeto perdido.

—¿Cómo es que...?

—Tengo mis trucos —Sonrió para sí misma—, pero procura no perderlo esta vez.

El chico asintió con energía, prometiéndose que jamás se quitaría el anillo de su dedo.

—Gracias... —Fue lo único que pudo decir.

—Soy yo quien les da las gracias a ustedes... Quienes a pesar de todas las circunstancias, nunca me hicieron a un lado.

—Yo... También te traje algo.

Sebastian se hizo a un lado, dándole espacio a su hijo para que le mostrase la foto.

—Stella te envía los mejores deseos, y Cedric igual.

En el rostro de Natalie se formó una enorme sonrisa, causada por la foto del muchacho.

Una hermosa Stella Travers tenía en brazos un pequeño bulto, un niño... Su hijo.

La rubia tomó la foto en sus manos, pasando sus dedos por la fotografía movible de la mujer sonriente, y el niño que parecía querer tocar la cámara.

—Es bellísimo...

—Se parece a su padre —Respondió este.

—En nada... Es igualito a Stella.

Amos soltó una risa, la cual fue suspendida por una lágrima en sus mejillas.

En los planes del joven estaba que su hermana menor formara parte de su vida.
Lo había meditado por muchos meses, y quería que ella fuera la encargada del cuidado del pequeño Cedric en caso de no estar presente.

Pero una vez más, el destino no estaba de su lado.

—Amos... Estaré bien... —Le dijo, notando como ella también quería llorar—. Se ve que es un niño muy fuerte.

—Es que... Aun no...

—Nadie está listo para la muerte... —Soltó—. Pero quiero que sepas algo... Y es que fuiste el hermano mayor que siempre he deseado.

Natalie le devuelve la foto, sintiendo un enorme agujero en su corazón.

Se habían hecho muchas promesas, una de ellas es que estarían juntos para toda la vida.

Ambos se abrazaron, sabiendo que ésta era la última despedida.

—Cuídate mucho, Amos, yo siempre te protegeré —Besó su mejilla—, así como me protegiste cada día.

—Lo haré.

—Y Sebastian... —Se dirige ahora al mayor—. Cuida mucho a Amos, será un buen padre, al igual que tú, porque le has dado el mejor ejemplo de todos.

...

Mucho tiempo después, llegaron el grupo de amigos que se habían convertido en su todo.

Peter, Sirius, James y Lily.

Las lágrimas fueron la orden especial del día, y no era para menos, pues todos habían pasado gran parte de su vida juntos, y un adiós no iba a ser suficiente.

Para nadie lo era.

—Lily... Por favor... No llores...

Odiaba admitirlo, pero ella tampoco quería irse.

—Es que... —Balbuceó—. Merlín... ¡Por qué!

—Lilyflor... —La llamó por aquel apodo que James le había otorgado—. Entiende que... Iré a un mejor lugar... No voy a sufrir más...

—¡Pero nos dejarás solos! Yo quería que... Creía, que estarías conmigo, que cuidarías de mi hijo o hija...

—Nunca pienses eso... Jamás los dejaría —La interrumpió—. Yo siempre voy a cuidarlos, a todos.

En ese momento, los chicos entran a la habitación, y traen consigo algunos chocolates para compartir.

—Como nuestra última noche en Hogwarts —James sonrió, a pesar de estar derrumbándose por dentro.

—¡Chocolate!

Por primera vez en años, Peter Pettigrew decidió dejar de comer.

No es que no le apetecía hacerlo, simplemente... No le daba ganas.

Estaba perdiendo a una persona muy importante en su vida, a su primer amiga.
Y aunque la forma en la que ambos se conocieron no fue la mejor, su amistad había cambiado para bien.

Todos comieron entre escasas risas y recuerdos, pero debían irse... Ella debía irse.

—James... Sirius... Peter... Mis chicos favoritos... —Inició.

—Pensé que yo era tu chico favorito —Dijo Remus, imitando indignación ante el comentario de su esposa.

—Tú, Remus, eres el amor de mi vida... Tienes el lugar más alto de la barra. Ellos son quienes ocupan gran parte de mi corazón.

A James se le hizo un nudo enorme en la garganta, y a Sirius le picaba el cuerpo.

Querían llorar, querían gritar, pero no querían mostrarse débiles ante su amiga.

Sabían que, si lo hacían, ella también se derrumbaría.

La conocían tan bien, que solo les bastó dos años para amarla y conocer cada uno de sus gestos.
Sabían lo que significaba cada vez que ella arrugaba la frente, o las veces en que su nariz se sonrojaba.

Y era algo que nunca iban a olvidar.

—Pórtense bien...

—¡No lo digas!

Y por primera vez en mucho tiempo, ambos soltaron lágrimas de dolor y sufrimiento.

—No te irás...

Los tres amigos querían creer que todo esto no era más que una maldita pesadilla, porque estaban cansados de sufrir demasiado por una guerra que se estaba llevando todo a su paso.

—Chicos...

—¡No! —Peter gritó—. Remus... Dile que... Dile...

Pero Remus no decía nada, tampoco podía.

—Cuiden mucho a Harry, o Harriet, depende de quien sea —Opinó la rubia—,   háganlo por mí.

Aquellas palabras fueron directamente al corazón del matrimonio Potter, recordando la vez en que le pidieron ayuda para elegir un nombre apenas se enteraron del sexo del próximo bebé.

—Debe haber algo que podamos hacer...

—No, Sirius... Me temo que esta vez no la hay.

Espesas lágrimas cayeron sobre el chaleco de cuero del joven Black, aquella chaqueta que la rubia le había dado, y que había causado tantos problemas.

—Es mi decisión... Por primera vez en vida, quiero y puedo sentirme libre...

—Por favor... —Pidió Peter, como último recurso.

—Me recordarán con cada canción... En cada baile...

—Pero no queremos recordarte —James la interrumpió—, te queremos junto a nosotros.

Y ese fue el inicio de una gran despedida.

El llanto no fue suficiente para nadie, mucho menos para un joven Pettigrew, quien salió hacia un bar para embriagarse una vez que tuvo que irse.

A pesar de que esa "salida" marcaría el inicio de una gran traición.

Lily y James, por su parte, volvieron a su casa, rezando para que el alma de la joven mujer lobo pudiera estar en paz.

Sirius caminó durante toda la noche por las solitarias calles de Londres, golpeando cada botella a su paso con su pie.

Y el corazón de todos se rompió, juntos.

...

Ya era muy tarde, la noche estaba dejando su rastro a través de la oscuridad de la casa Lupin.

El lugar era sencillo, ni muy grande ni muy pequeño, pero contaba con el suficiente espacio para dos jóvenes enamorados.

Todos se habían ido, y Remus era el único que estaba presente.

—Remus...

Natalie Russo llamó a su esposo, quien no dejaba de mirar el cielo nocturno repleto de luces que simulaban ser estrellas.

—¿Necesitas algo?

—Me duele.

El licántropo corrió tan rápido como sus piernas le permitieron para alcanzar a su amada, logrando pasarle una cubeta y un pañuelo.

La joven tosió, escupiendo sangre en el pañuelo, a medida que sentía su pecho estallar.

Sus pulmones estaban empezando a fallar, y no le era muy fácil respirar.

Los ojos del licántropo estaban demasiado húmedos, y no quería que la noche diera por finalizada.

Deseaba tanto tenerla aunque sea una noche más... Que incluso podía jurar que sería capaz de vender su alma, con de verla feliz y libre de sufrimiento.

Pero nada iba a devolverle a su chica.

—¿Te quieres acostar conmigo?

Remus no lo dudó ni un segundo, mucho menos cuando aquel conocido choque de electricidad invadió su cuerpo.

El castaño tomó una sábana y cubrió su cuerpo, sintiendo la oleada de frío en la delicada piel de la mujer.

—Te amo —Dijeron ambos a la vez.

Ninguno quería llegar a ese momento, pero aquellas palabras salieron como si lo hubieran planeado desde hace mucho.

Remus se planteó por un escaso momento salir de aquella habitación, porque temía lo que iba a ver al día siguiente.

Sin embargo, su corazón de enamorado se lo impidió.

Él, Remus Lupin, iba a estar junto a su esposa hasta que su última respiración se hiciera presente.

Tal cuál ella siempre lo estuvo para él.

Pero esta noche, él no lloraría solo.

—¿Puedes quedarte conmigo? —Pidió la rubia, con su voz débil y cansada—, quiero que seas lo último que mis ojos vean y mi corazón sienta... Mi amor de adolescente...

Remus obedeció, acurrucándose más a su lado.

—¿Puedo? —Preguntó tímidamente, como si fuera la primera vez que se conocieron.

—Ni siquiera deberías preguntarlo.

Natalie se acostó sobre su pecho, tratando de memorizar su aroma a chocolate... Su perfume...

Se mantuvieron en silencio un rato, mientras ella dibujaba círculos sobre la camisa gastada del hombre, hasta que ella finalmente habló.

—Quiero que me prometas algo.

—Lo que sea.

Natalie había planeado esta discusión con mucha anterioridad, pero fue más difícil de lo que pensaba.

—Quiero que... Que cuando...

Sus palabras parecían no querer salir de sus labios, y Remus esperaba pacientemente a que tuviera el valor de hacerlo.

—Quiero que, a partir de mañana... Seas alguien nuevo.

El hombre lobo frunció el ceño en señal de confusión.

—¿A... A qué te refieres?

—Quiero que, algún día, cuando te sientas listo y preparado, salgas y conozcas a alguien... Que vuelvas a hacer tu vida.

—No...

—Quiero que vuelvas a amar.

—No puedo... —La interrumpió, y de sus ojos salieron nuevas lágrimas—. Jamás podría... No me lo perdonaría... Ni siquiera sería capaz de olvidarte.

—Claro que si puedes hacerlo... —Acarició su pequeña barba—. Algún día conocerás a alguien... Tienes que hacerlo —Afirmó, sintiendo un dolor en su pecho—. Y sé que serás feliz...

El chico volvió a negar.

—Tendrán el final que nosotros no pudimos tener...

—Nadie podrá reemplazarte —Remus secó sus ojos—. Nadie...

—Es cierto —Sonrió—. El primer amor jamás se olvida... Pero tendrás que superar el dolor que te estoy causando.

—Natt...

—Te encargarás de que esa persona te ame tal cuál eres, un hombre lobo. ¿Te amará? —Soltó y él asintió, arrepintiéndose al instante—, nosotros aprendimos a amar desde muy jóvenes... Y algún día estas heridas van a cicatrizar...

—Nadie es como tú —El hombre habló, finalmente.

—No... —Admitió—, nadie es igual a nadie, ni mucho menos alguien es menor que otro —Le dijo, tan dulcemente como pudo—. Pero alguien puede amarte como yo lo he hecho.

Ella besó a su esposo, mientras él trató de memorizar aquellos labios... Unos labios que jamás volvería a tocar ni sentir.

Ella suspiró profundamente, sintiendo como sus lágrimas quemaban su piel.

Entonces supo que era hora de irse.

—También quiero pedirte que luches.

Remus se mostró confundido.

—No me refiero a que pelees en esta guerra, me refiero a que te des un lugar en el mundo.
Somos hombres lobos, es cierto, pero nadie debe hacerte sentir miedo, tú debes demostrarle al mundo quien eres.
No importa si te dedicas a un trabajo Muggle, o si incluso eres ministro de magia, quiero que recuerdes que eres el ejemplo a seguir de muchos, pero sobre todo, del mío.

Remus secó una gota de sangre que descansaba sobre el labio de su esposa, asintiendo a cada una de sus débiles palabras.

—Hasta otra vida, Remus Lupin.

Natt abrazó con la poca fuerza que le quedaba al hombre a su lado, sintiendo paz al hacerlo.

—Hasta otra vida... Natalie Russo.

Finalmente, ella se quedó dormida en sus brazos.

Él trató de no hacerlo, quería sentir su última respiración, pero estaba demasiado cansado.

Las incontables noches en las misiones y en el cuidado de su esposa lo habían debilitado, sin contar que dentro de cinco noches sería luna llena.

Su primera luna llena en solitario.

Ya no tendría compañía.
Ya no habría otro lobo a quien debía cuidar con su alma.
Ya no había un perro, una rata y un ciervo a su lado.

Solo serían él y la luna.

Aquel astro que le había arrebatado todo, incluso su alma.

Esa misma noche, dos corazones dejaron de latir al mismo tiempo.

El corazón de Natalie Russo dejó de latir bajo el pecho de su esposo, a causa de su enfermedad.

El corazón de Remus Lupin dejó de sentir amor... Dejó de latir... Dejó de sentir.

Ambos estaban abrazados... Juntos.

Pero ninguno de los jóvenes licántropos logró sobrevivir a las "Heridas de Luna Llena."

Ninguno encontró la felicidad duradera por la cual habían luchado con mucho esmero.

Ninguno pudo disfrutar su juventud como el resto de magos y brujas de su edad.

Ninguno pudo cumplir sus sueños.

Ninguno sobrevivió a la luna, ni a las heridas que ésta les había causado.

Y una guerra cargada de sufrimiento, traiciones y decepciones apenas estaba iniciando a cobrar vidas.

—"Porque solo sabes que la amas cuando la dejas ir"



🌙Fin🌙


N/A: Vale, soy un mar de lágrimas.

Muchísimas gracias a todxs por llegar al final de esta maravillosa historia, por soportar cada una de las adversidades, y por apoyarme en este proyecto.

No tengo palabras que cumplan con todo lo que quiero decirles, sin embargo, muchas gracias ❤️✨

Como es de conocimiento para mis antiguos lectores, habrá un prólogo final para la historia, así sabrán un poco más sobre el destino final de nuestros personajes favoritos.

Los veo dentro de poco.

Lxs amo un mundo.

Atte: Ashly ❤️✨

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