11. Café solo

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El aroma a grano tostado, el humo en septiembre y el color crema de Creamy Lattes la trasladaban.

Hacía semanas que Tamara Masson no iba porque Aaron y ella hicieron de esa cafetería su lugar, y ese martes a las doce parecía repetirse la primera cita no cita de sus vidas: un martes nublado, con café caliente sobre la mesa y nada de lo que hablar.

Según Rob Winters, si insistía, ella saldría huyendo, así que Aaron no dejaba de elegir entre mil temas el más conveniente.

—¿Tienes... mucho trabajo estos días? —preguntó Tamara al fin.

Aaron, que se había sumido en sus pensamientos, tuvo que salir de su nube de ensoñación con unos cuantos parpadeos.

—Sí. No. Como siempre. —Se despeinó un poco el cabello castaño; no se había quitado la chaqueta marrón a pesar de que la calefacción estaba puesta—. Hoy tienen los modelos la reunión con la estilista y yo debería consultarlo con el productor pero...

—Si estás ocupado, ¿para qué me invitas?

Tamara se echó contra el respaldo de su silla. Le costaba mirarlo a los ojos porque, aunque su corazón brincase feliz de la vida aferrado a las flores y el cine del fin de semana, su cerebro le pintarrajeaba rabioso ante los ojos la foto de Stephanie Hinault.

—Para ti nunca estoy ocupado —repuso él, que hincó un codo en la mesa.

Tamara se rio dolorosamente.

—No es eso lo que me has estado diciendo los últimos dos meses.

—Los últimos dos meses he estado enfocado en algo que...

—No me piensas decir.

—Es secreto, mi amor.

—Venga ya, Aaron. —Tamara se inclinó sobre la mesa—. Sé un hombre y deja de esconder las cosas.

—Nunca te he escondido nada, Tamara.

—Excepto lo de los dos últimos meses.

—En dos palabras te lo resumo: te amo.

—Yo a ti no.

—Entonces no tiene sentido que hayas aceptado —refunfuñó Aaron, cruzándose de brazos—. Me diste un plazo, mi amor, y lo estoy intentando. El trato era no mencionar el pasado, ¿no?

—Yo nunca dije eso.

—Estoy seguro de que sí.

—Pues ahora te digo que no.

—Más o menos así se arruinó nuestra primera cita no cita, ¿te acuerdas? ¿Quieres otro café? Te compraría todo el café del mundo si eso te hiciera feliz...

—No me puedes comprar, Aaron.

—No gano suficiente para pagar por ti.

Se sentó de lado, en dirección a la barra de la cafetería, y se perdió en las máquinas de nata y caramelo, y en el zumbido de las cafeteras.

—La primera vez que te vi supe que tendría que esforzarme, que no te conformarías con cualquiera. Y con cada rechazo me hiciste más fuerte. Me estabas diciendo que yo no era suficiente; yo iba a demostrarte que sí.

La miró y ella, que había tomado la taza de café negro entre sus manos, bajó los ojos oscuros hasta el líquido humeante. Se le estaban acelerando los latidos.

Sentía los ojos claros de Aaron sobre ella, los mismos que le suplicaron durante un año y medio con todo tipo de ideas creativas una oportunidad. Algo en Aaron la atraía, pero a la vez estaba asustada de echarlo a perder.

Como con su primer novio. Aunque en aquel entonces tenía quince años y las hormonas revueltas; y el imbécil de su novio de entonces, un ego tan grande como el truck que nunca se compró. Nunca debió aceptar ir con él al baile de fin de curso. Él jamás se presentó.

Entonces Aaron tomó aire:

—Voy a demostrarte que soy suficiente.

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