fourteen

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

—Espera. ¿Dijo que puso a su padre en una silla de ruedas? —demandó Jeongin sobre un montón de panqueques en nuestra tienda favorita de waffles a unas cuadras del campus. Su tenedor cortó un trozo de salchicha y luego lo arremolinó con el jarabe. Tiró de la reluciente carne de su tenedor con un chasquido de dientes y masticó, mirándome como su se concentrara en algo complicado.

Jisung se encogió de hombros y bebió de su café, ajustando cuidadosamente sus lentes e inclinando la cabeza hacia la ventana de su derecha. Apenas tocó el tazón de avena que había frente a él, el cual lo obligué ordenar, insistiendo en que se sentiría mejor con algo de comida en el estómago. —¿Cómo puedes comer todo eso?

—Puedo comer así porque corro cinco días a la semana y no me emborracho —respondió Jeongin, cortando un trozo en forma de triángulo de su monte de panqueques con el tamaño perfecto de un bocado—. Ahora. De regreso al camarero. ¿Le preguntaste a qué se refería con eso?

Jugueteé con mis papitas fritas, tentándolas. —No. Tenía prisa por irse después de esa aceptación. Para ser honesto, también tenía prisa porque se fuera.

—No bromees. —Jisung suspiró—. Los ardientes siempre son unos sociópatas.

—¿En serio? —Lo miré a través de la cabina—. ¿Siempre? —Miré a Jeongin en busca de ayuda—. ¿Siempre?

Jisung gimió, tocándose la frente. —Eres demasiado ruidoso. Si no son sociópatas, al menos están dañados.

—Ahora dímelo. Si ese es el caso, ¿entonces por qué tenías tanta prisa por engancharme con el chico más ardiente que pudieras encontrar?

—¿Querías que te enganchara con alguien doméstico que no tuviera habilidades en la cama? Pensé que el punto era darte algo de experiencia.

—Ignóralo. Está de malas porque tiene resaca. Changbin es guapo y no está dañado. .

Jisung murmuró algo en su taza de café que sonó sospechosamente como—: ¿Estás seguro de eso?

Jeongin le disparó una mirada. —Divertido.

—Solo digo que nunca sabes qué hay realmente dentro de alguien.

—Bueno, ese es un pensamiento alegre. —Jeongin agitó la cabeza y se estiró para coger su jugo—. Escucha, dudo que lo dijera en serio. Tal vez su padre se lastimó en el trabajo, trabajando largas horas para mantener a la familia, y Christopher se culpa. Ya sabes, algo como eso. El chico obviamente no lastimó a su propio padre o estaría en la cárcel. Y si fuera así de malo, ¿por qué se sentiría obligado a llevar el negocio de su padre?

—Tal vez quería el negocio para él solo —ofreció Jisung.

—Dios, estás lleno de optimismo hoy —espetó Jeongin.

—Lo siento, solo no quiero que Seungmin salga herido, y está comenzando a sonar como alguien capaz de hacer eso.

Jeongin tomó un sorbo de su jugo y pareció considerarlo. Igual que yo. Lo hicimos dos veces, y cada vez vino a mí sin expectativas para él mismo. Pudo haberme herido muchas veces.

Jeongin mojó más salchicha en su sirope. —Solo creo que necesitas averiguar a qué se refería.

—Sí —murmuré. A la luz del día, mi instinto de conservación había disminuido. Ahora me embargaba la curiosidad. ¿Qué le pasó realmente al padre de Christopher? Un chico que se detenía para ayudar a una persona varada a un lado de la carretera no era el tipo que pondría a alguien en una silla de ruedas. Especialmente a su padre—. Quiero saber.

Jisung murmuró algo en su taza de nuevo.

—¿Qué? —demandé.

Levantó sus ojos hacia mí sobre por encima del borde. —Ya sabes lo que dicen. La curiosidad mató al gato.

Aun cuando había decidido ver a Christopher de nuevo y llegar al fondo de su confesión, me tomó varios días llegar a ello. En parte por mi voluntad vacilante y en parte porque estaba ocupado. Entre escribir un ensayo para literatura universal, estudiar para mi examen de psicología anormal, y trabajar dos turnos, apenas tenía tiempo de dormir.

Probablemente era lo mejor, de todas formas. Necesitaba un poco de espacio para recordar por qué comencé todo este asunto con Christopher. Era puramente curiosidad lo que me evitaba el dejarlo atrás para bien. Al menos eso era lo que me dije después de entregarme y encontrar un lugar en el estacionamiento de Mulvaney's. Cerca de la entrada del bar, el tentador aroma de las alas de pollo me asaltó. Aparentemente era noche de alas. El lugar estaba lleno de chicos rechonchos de rugby. Algunas chicas se sentaban en mesas llenas con canastas de alas. Ellas también parecía como si pertenecieran al equipo de rugby masculino.

Me acerqué al espacio abierto en medio de la habitación, y fue como la última vez que estuve ahí, todo otra vez, cuando todo el mundo se había dirigido al exterior después de la última llamada y el espacio se sintió grande y cavernoso. No había señales de Christopher en la barra, pero reconocí al viejo camarero con el bigote. Él también me reconoció, aparentemente. —Hola. ¿Qué puedo hacer por ti?

—¿Está Christopher por aquí?

—Hoy no. Está enfermo.

—¿Enfermo?

—Sí. Me llamó esta mañana. Preguntó si podría cubrirlo. —Encogió un hombro—. Dije, ¿por qué no? Los jueves son tranquilos. —Señaló una canasta llena de huesos de alas de pollo cerca de su codo—. Puedo tener todas las alitas que quiera y mirar televisión aquí tan bien como en casa. —Asintió hacia la televisión posicionada en lo alto de la esquina sobre la barra. Sin el estruendo usual, de hecho podía oírlo.

—¿Qué le pasa?

—No lo dijo. Solo sonaba como la muerte recalentada. Espero no contagiarme. —Sus ojos destellaron hacia mí con una luz conocedora—. Y espero que tú tampoco. —Sonrió, y eso fue suficiente para saber que pensaba que Christopher y yo éramos más que amigos. Asumía que éramos el tipo de amigos que podrían compartir algunas cosas. Incluyendo virus.

Con mejillas sobrecalentadas, agité la mano para despedirme. —Gracias.

Me dirigí de regreso a la entrada, dudando cerca del mostrador de comida. Algunos chicos permanecían en la fila. La misma chica que nos había visto a Christopher y a mí entrar en su habitación la otra semana, tomaba órdenes. Rondé por ahí por un momento, mirando hacia la parte trasera de la cocina como si de alguna forma pudiera escabullirme hasta la habitación.

Oh, ¿qué demonios?

Me moví, abriendo el picaporte de la media puerta que llevaba a la cocina. La chica detrás del mostrador comenzó por un segundo y me miró, una protesta formándose en sus labios. Cuando su mirada se enfocó en mi cara, dudó, claramente reconociéndome.

—Hola. —Le dediqué un ligero asentimiento, actuando, esperanzado, como si tuviera todo el derecho de andar por la cocina.

—Uh, hola —respondió, aun pareciendo insegura. Sentí su mirada en mi espalda mientras me adentraba en las entrañas de la cocina, donde el sonido de comida friéndose en grasa llenaba el aire. Ninguno de los cocineros me prestó atención.

Esperando que la puerta estuviera desbloqueada, intenté con la manija, liberando un suspiro de alivio cuando se abrió. Cerrándola detrás de mí, amortiguando los sonidos de la cocina, subí las escaleras. En la cima, tragué y llamé.

—¿Quién está ahí?

—Seungmin.

Un gruñido me respondió. Ignorando ese hecho, llegué a la cima.

La visión de la cama, las sábanas todas arrugadas a su alrededor, me golpeó como un déjá vu. Se parecía mucho a la última vista que tuve de él la noche que me escabullí. Especialmente considerando la cantidad de piel desnuda visible. Una mirada rápida reveló que usaba unos shorts de deporte. Agradecido por eso, me acerqué lentamente a la cama.

—Escuché que estabas enfermo.

—Muriendo, para ser más específicos —graznó, su brazo voló sobre su cara, escondiendo todo menos sus labios. Labios que parecían cenizos y carentes de color—. Vete.

—¿Qué está mal? ¿Además del hecho de que te estás muriendo?

—Solo digamos que el retrete y yo estamos de pronto en primera base.

—¿Con que frecuencia estás vomitando?

—No lo sé... creo que se ha reducido.

Sin responder, me moví hasta el refrigerador y miré dentro. Sacando un litro de Gatorade, serví medio vaso y agregué dos hielos. Caminando de regreso a la cama, me senté en la orilla, a su lado.

Me miró por debajo de un brazo. Sus ojos estaban enrojecidos, el blanco de sus ojos era rojo. —Dije que te vayas.

—Aquí. Toma un trago. No quieres deshidratarte. —Le acerqué el vaso a los labios.

Negó con la cabeza y lo alejó. —No puedo contener nada.

—Tal vez te intoxicaste.

—Comí lo mismo que alguien más anoche y no se enfermo.

Alguien.¿Quien es ese alguien?. No sé por qué, pero eso me sacudió e hizo que me diera un vuelco el estómago. Lo cual estaba mal. No tenía derecho sobre él. No quería tener derecho sobre él.

Puse el vaso en su mesilla de noche y toqué su frente, haciendo una mueca ante el calor de su piel. —También tienes fiebre.

—No deberías estar aquí. —Esta vez su voz era menos amarga—. También te enfermarás.

Negué con la cabeza. —Nunca me pongo enfermo. Segundo año trabajando con niños. Tengo constitución de hierro.

—Debe ser lindo. —Sus párpados se cerraron.

Le fruncí el ceño. Tenía que trabajar en unas horas, pero no me sentía bien dejándolo así.

—¿Tienes un termómetro? ¿Has revisado tu temperatura?

Abrió un poco los ojos. —Estoy bien. Estaré bien. Puedes irte. No tienes que cuidarme. He estado haciéndolo por años. —Sus ojos se cerraron.

Me senté ahí por un momento, mirándolo. Su pecho caía en lentas y uniformes respiraciones, y supe que se había dormido de nuevo. Pasé una mano por su frente. Aún se sentía demasiado caliente. No era totalmente ajeno a cuidar gente enferma. Había vivido con mi abuela durante años, después de todo. Había visto lo que podría pasar cuando la gente no se atiende a tiempo. Sí, él era joven y fuerte, pero uno nunca sabe.

Levantándome, salí del desván y cruce la cocina de nuevo.

Cinco minutos después estaba en la farmacia a la vuelta de la esquina. Agarrando una canasta de mano, la llené con un termómetro, Pedialyte, Sprite y más Gatorade. Arrojé un Tylenol con la esperanza de que también pudiera contener algo de eso, y añadí galletas saladas, gelatina y un par de latas de sopa de fideos de pollo para cuando se sintiera un poco mejor. Un empleado me ayudó a encontrar algunos de esos pequeños paquetes congelados para la cabeza. Si no podía retener el Tylenol, podría presionar esto contra su cabeza.

Diez minutos después, caminaba de regreso dentro de Mulvaney's. le dediqué un rápido asentimiento a la cajera. Una sonrisa tocó sus labios mientras miraba las bolsas en mis brazos.

Cuando entré de nuevo en el desván fue para encontrar la cama vacía. Luego lo escuché en el baño.

—¿Estás bien? —grité.

Algunos minutos pasaron antes de que saliera, secando su boca con una toalla pequeña. —El Gatorade no fue tan buena idea.

Sonreí. —Lo siento.

Sus ojos rojos me escanearon, permaneciendo en donde las bolsas blancas de plástico colgaban de mis dedos.

Tiró la toalla de regreso al baño en un fuerte movimiento. Mi mirada se embebió de cada parte de su cuerpo. Aún enfermo, lucía sexy como el infierno. Parpadeé rápidamente, alejando la observación totalmente inapropiada. Ahora no era el momento. Y realmente después de la admisión del otro día, no estaba seguro de sí habría algún momento para ese tipo de observaciones de nuevo.

Tomó varios pasos arrastrándose hacia la cama. —Regresaste. —No era una pregunta.

—Sí.

—Y fuiste de compras.

—Sí. Solo traje algunas cosas que podrías necesitar.

Fui a la cocina y aparté las cosas frías, poniendo los dos pequeños paquetes de hielo para su cabeza dentro del congelador. Abriendo el paquete del termómetro, leí las instrucciones y lo acerqué a él.

Me miró con ojos rasgados, mirando el artículo como si lo fuera a morder. O tal vez era solo yo en general. —¿Compraste un termómetro?

—Sí. —Sentándome en el borde de la cama, presioné el botón y deslicé el rodillo por su frente. Alejando la mano, leí—: Treinta y nueve con once. Deberíamos darte algo de Tylenol.

Señaló su vaso vacío. —Todavía no puedo contener nada.

Asentí. —De acuerdo. —Levantándome, busqué una toalla en el baño y la puse bajo el agua fría. Eso podría funcionar hasta que los paquetes de hielo estuvieran lo bastante fríos. Sentándome en la cama de nuevo, puse la toalla en su frente. Alejándome, jadeé cuando me agarró de la cintura. Aún enfermo su agarre era fuerte.

Sus ojos me perforaron. —¿Por qué haces esto?

Me encogí de hombros, incómodamente. —No lo sé.

Negó con la cabeza una vez como si no fuera lo bastante bueno. —¿Por qué estás aquí?

Sus dedos se desplazaron, las puntas enviando pequeñas chispas de calor por mi brazo. Debería lucir ridículo con una toallita azul cubriendo su cara, pero no lo hacía.

—Porque necesitas a alguien.

Esta era la simple verdad, pero las palabras colgaron entre nosotros, y me di cuenta de que sonaron como mucho más de lo que pretendía. Sus dedos se deslizaron de mi muñeca, y exhaló un suspiro pesado, como si de repente recordara que estaba enfermo y no pudiera lidiar con esto... conmigo, en este momento. Sus ojos se cerraron de nuevo. Casi instantáneamente, se durmió.

—Sí, siento avisar con tan poca antelación, pero no lo puedo dejar solo. Jisung está demasiado enfermo—. Me detuve y escuché mientras mi jefa se compadecía y me aseguraba que estaba bien—. Gracias por entender. Te veré el sábado.

Colgué el teléfono en su base, sintiéndome un poco mal por esperar hasta el último minuto para hacer la llamada, pero me había tomado casi dos horas decidir que no podía dejar a Christopher sólo. O no lo haría. De cualquier manera, me había resignado a ocupar el papel de enfermero, aunque él no lo había pedido. Aunque él no quería esto de mí.

—¿Supongo que yo soy el "Jisung" del que estabas hablando?

Me di la vuelta para encontrarme con la mirada de Christopher. —Estás despierto.

Se apoyó en el colchón y se irguió en la cama, apoyando la espalda contra las almohadas apiladas en la cabecera. —¿Durante cuánto tiempo estuve durmiendo?

—Casi dos horas.

Suspiró y se pasó una mano por la cara. —Y no me enfermé. Está bien. Quizá pueda tomar ese trago ahora. —Miró hacia su izquierda y, al ver que el vaso vacío ya no estaba (ya lo había lavado), sacó las piernas de la cama.

—No. No te levantes. —Me apresuré a la cocina, serví un vaso pequeño de Gatorade, y saqué dos pastillas de Tylenol.

Cuando regresé, tomó las pastillas y las colocó en su lengua, y las tomó con un cuidadoso trago.

—Gracias. —Colocó el vaso en la mesita de noche—. De verdad no tienes que faltar al trabajo por mí.

—Demasiado tarde. Además —Señalé hacia la mesa de su cocina en donde estaban esparcidos mis libros—, tengo que estudiar. —Había sacado mi mochila del coche después de que se durmiera.

Asintiendo, se puso de pie, dirigiéndose inmediatamente hacia mí.

Levanté una mano como para estabilizarlo, aunque toda esa piel desnuda hacía que mi pulso saltara un poco, me hacía recordar la otra noche. Ambas noches. Aquí, y en mi dormitorio. Ahora parecían más un sueño que reales. Mi cuerpo enredado con... todas sus líneas delgadas. Manos tocándome en lugares que nunca había tocado nadie. Mi mirada pasó por su cuerpo. Y ahí estaba esa peligrosa parte de él. Como sí debiera estar una celda de prisión levantando pesas con otros convictos. No conmigo. Bajé las manos desde donde colgaban sobre sus brazos y me humedecí los labios resecos. —¿Que haces? Deberías quedarte en cama. —Sobre tu espalda. Débil y enfermo, y mucho menos intimidante.

Su boca se levantó en una media sonrisa de satisfacción. —Voy a tomar una ducha. Estaré bien, mamá. —Me sonrojé.

Lo que era irónico considerando que nunca había tenido ese tipo de ejemplo. Pero cuando creces en una comunidad donde las personas, incluyendo a tu propia tutora, estaban frecuentemente enfermos, esto iba con el territorio.

Observé mientras se movía hacia el baño, con el juego de las luces sobre los músculos debajo de la piel dorada de su espalda hipnotizándome. Sus pasos eran mucho menos fluidos y seguros de lo normal. En la puerta del baño, se detuvo y miró hacia atrás por encima de su hombro. —Puedes quedarte. Si quieres. —Miró de nuevo a la mesa en donde estaban todos mis libros—. Estudia aquí.

Asentí, mi corazón dando un pequeño salto loco. Se giró de nuevo y se encerró en el baño. El sonido de la ducha pronto salió a través de la puerta.

Mi corazón aún se sentía tontamente encendido cuando conseguí sábanas frescas de un estante cerca de su cama. Quité las sábanas viejas y luego las reemplacé con las nuevas. Estaba acomodando las almohadas cuando salió de la ducha diez minutos después. Se detuvo, frotando una toalla sobre su cabeza. —¿Cambiaste las sábanas?

Levanté la cara hacia él y le dediqué una sonrisa. Lucía casi confundido.

—Estabas enfermo... Pensé que podrías querer sábanas frescas.

Me miró solemnemente. Como si estuviese tratando de entenderme. Mi sonrisa decayó. Porque eso nunca pasaría. Nunca podría permitir que sucediera. Dios, primero tendría que entenderme yo mismo, y eso era una lucha constante.

Justo cuando pensaba que sabía lo que quería en la vida y quién era, recibiría una llamada de la abuela, deprimida por mi papá. Hablaría sobre cómo todo se fue al diablo cuando él se casó con mi madre. Sobre cómo él debería de haberse casado con Frankie, su amor de la escuela, que ahora estaba casada con un farmacéutico y tenía cuatro niños. Y si no fuese mi abuela, tendría una de mis pesadillas, y esta sería como si tuviera diez años de nuevo, escondiéndome en las sombras y rezando por tener una capa de invisibilidad. Esa había sido mi fantasía. Otros niños pequeños soñaban con jueguetes. Yo soñaba con la invisibilidad. En ese entonces no sabía nada, y aún estaba tratando de entenderme.

Hasta ahora había cambiado mi especialidad de estudio tres veces, estableciéndome finalmente en psicología. Como sí convirtiéndome en terapeuta y ayudando a otros con sus problemas pudiera de alguna manera ayudarme a mí mismo a superar los míos.

Sólo había una irrefutable verdad en mi vida. Sólo una cosa que sabía. Changbin era bueno. Changbin era normal. Y yo quería eso. Corrección: él. Lo quería a él. Que yo supiera. Ese era el plan.

—Gracias —dijo—. Por hacer esto. Por estar aquí.

—¿Quieres intentar comer algo? —Fui a la cocina—. Tengo sopa de pollo y fideos. Gelatina. Galletas.

—Puede que esté preparado para un poco de gelatina.

Tomé una de las pequeñas copas del refrigerador y se la pasé. Abrió los armarios y agarró una cuchara. Apoyándose contra la encimera de la cocina, me estudió. —¿Ya comiste?

—Almorcé tarde y merendé algunas galletas mientras dormías. Estoy bien.

Quitó la tapa de aluminio de la copa. —Abajo pueden hacerte algo. Es noche de alitas.

—Eso está bien.

Se metió en la boca una pequeña cucharada de gelatina de fresa. Los músculos de su mandíbula se movieron ligeramente mientras él la removía, saboreándola lentamente.

—No pensé que te vería de nuevo. ¿Por qué has venido? —preguntó mientras se concentraba en otra cucharada. No podía mirar su cara para juzgar propiamente cuáles eran sus pensamientos, pero pensé que sonaba casi aliviado porque hubiera probado que estaba equivocado. ¿Se alegraba de que estuviera aquí?

—Después de lo que dijiste esa noche, no me sorprende que pensaras eso.

Alzó la vista, su mirada atravesándo —¿Entonces por qué estás aquí?

Al menos no pretendía no entender a lo que me refería. —¿A qué te referías con que pusiste a tu padre en una silla de ruedas?

—Justo lo que dije.

—¿Así que tu... lo lastimaste? ¿Deliberadamente?

Sus labios se torcieron en una dura sonrisa. —Quieres que lo haga sonar menos malo. Quieres que te diga que soy algo más. Algo que no está roto. ¿Es eso, Seungmin? —Meneó la cabeza y lanzó la copa de plástico a la basura—. No voy a mentirte y convencerte de que soy alguien bueno y brillante como tu chico, que va a ser un doctor.

Se empujó para alejarse de la encimera y caminó de nuevo hacia la cama.

—No es lo que estoy haciendo.

—Sí, es lo que estás haciendo. Puedo verlo en la forma en que me estás mirando.

Mis manos se apretaron en dos puños a mis costados. —Sólo quiero saber la verdad.

—¿Eso qué importa? —dijo por encima de su hombro mientras levantaba las sábanas de la cama—. No necesitamos compartir las historias de nuestras vidas el uno con el otro. No necesitamos saber ninguna verdad acerca del otro. Lo que hacemos juntos no necesita ser complicado.

Parpadeé cuando sus palabras cayeron sobre mí. Estaba en lo correcto, por supuesto. No necesitaba saber quién era él.

—¿Apagarías la luz? —preguntó, suspirando mientras se subía de nuevo a la cama.

—Vas a dormir.

—Aún estoy exhausto. Así que sí. —Levantó la cabeza—. ¿Te vas a quedar?

Miré de él a la mesa con mis cosas. —Creo que me iré.

Sostuvo mi mirada por un largo momento antes de asentir una vez y dejar caer su cabeza de vuelta en la almohada. Comencé a recoger mis cosas cuando su voz me detuvo.

—O puedes quedarte. Lo que sea que quieras hacer. —¿Quería que me quedara? Casi sonaba como si así fuera. Me mantuve inmóvil, inseguro.

Gradualmente, coloqué los libros en la mesa de nuevo y caminé hacia la cama. Quitándome los zapatos, me subí a su lado.

Me acerqué a él. Su cuerpo irradiaba calor en la cama. Me relajé, cada vez más cerca, enterrando la punta de mi nariz contra su espalda, saboreando el limpio olor de su piel, fresco por la ducha.

Su voz retumbó desde su espalda hacia mí. —Oye, tú nariz está fría.

Sonreí contra su piel. —¿Qué tal mis pies? —Los encajé entre la parte de atrás de sus rodillas.

Siseó. —Ponte unos calcetines.

Me reí suavemente. —Tienes fiebre. Quizás esto ayude.

Rodando sobre su costado, me encaró. Sus ojos brillantes me quemaron, probablemente haciendo que mi temperatura también ardiera. Su mano encontró mi brazo, sus dedos acariciando de arriba abajo sin prisa. Seductoramente. Incluso enfermo, me seducía. Probablemente no se diera cuenta. Eso era simplemente lo que hacía. Quién era. Cómo me afectaba.

Sus ojos se cerraron. Sin abrirlos. Murmuró—: Me gusta el sonido de tu risa. Es genuino y real. Muchas persona tienen risas falsas. Tú no.

—También me gusta tu risa —susurré, sintiéndome acogido, cómodo envuelto en el capullo de su cama.

—¿Si?

Posé mi palma sobre su pecho, disfrutando de la sensación de su carne firme, incluso caliente como estaba. Suspiró, como si mi mano fría le ofreciera algo de alivio.

—Rio más desde que estás alrededor —dijo calladamente, sus labios apenas formando palabras.

¿Lo hacía? Fruncí el ceño. No debió de haber reído nada antes, entonces, porque no pensaba que fuera particularmente jovial.

Lo abracé durante la noche. Y él me abrazó de vuelta, metiendo mi cabeza debajo de su barbilla. Sus brazos me rodearon y me mantuvo cerca de su cuerpo caliente. Casi como si fuera algún tipo de cuerda de salvación. Sentí el momento en que su fiebre disminuyó alrededor de la una de la mañana. Confiado en que estaba recuperándose, finalmente me relajé y dormí.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro