thirteen

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Dejándome caer en el asiento del conductor, esperé, viendo su cuerpo alto desaparecer por mi espejo retrovisor. Mis dedos golpetearon el volante ansiosamente. Dándole a mi cabeza una sacudida feroz, liberé un pequeño chillido dentro de la seguridad de mi coche, sacándolo de mi sistema. Levantando las manos, las presioné contra mi rostro sonrojado.

Bajando de un tirón el visor, miré fijamente mis ojos más brillantes de lo normal, y me dije a mí mismo con firmeza—: De acuerdo. Tranquilízate, Seungmin. Eres un chico grande. Pediste esto. No estás haciendo nada que cientos o miles de personas no estén haciendo esta noche. —Probablemente hacía menos, considerando que ni siquiera iba a tener sexo—. No. Es. La. Gran. Cosa. —Incluso mientras pronunciaba las palabras, continué sacudiéndome en mi asiento.

Las luces del Jeep de Christopher pronto destellaron detrás de mí, puse el coche en reversa y di marcha atrás.

Me siguió fuera del estacionamiento y por la avenida. Acorté el camino por el campus, conduciendo entre los conocidos edificios de ladrillo rojo bordeando Butler, pasando el tranquilo patio con su césped lleno de hierba y bancos vacíos. Logré no destruir mi coche, lo cual era de algún modo milagroso considerando que no podía dejar de mirar el espejo retrovisor para ver la oscura sombra de Christopher dentro de su vehículo.

Encontramos dos lugares, uno cerca del otro, en el estacionamiento. Tomando una profunda respiración, recogí mi mochila del asiento del pasajero y salí, agradecido de que al menos había conseguido hacer todas mis tareas en casa de los Shin. Christopher ya me esperaba, luciendo relajado y a gusto con la mitad de una mano enterrada en su bolsillo.

—¿Estás bien dejando el bar? —Se me ocurrió preguntar.

—Llamé a mi hermano. Él puede cerrar.

—Oh. Bueno.

Caminó junto a mí mientras nos dirigíamos hacia los dormitorios. Miré sus brazos desnudos. —¿Tienes frío?

—Estoy bien.

—Es una caminata corta —ofrecí innecesariamente—. Casi llegamos a la puerta. —Al parecer, el nerviosismo me hacía decir tonterías.

Pasé mi tarjeta y entré en los dormitorios colectivos. En el elevador, presioné el botón de subida y le lancé a Christopher una pequeña sonrisa mientras ambos permanecíamos en un silencio incómodo. Traté de parecer más seguro de mí mismo de lo que me sentía. ¡Ni soñarlo! Él sabía lo que era. Lo que no era. Forcé a mi mirada a centrarse en los números descendientes de cada piso, mirando cada luz encenderse. Siete. Seis. Él sabía lo que yo no sabía. Cinco. Lo que necesitaba aprender. Cuatro. Tres. Todo. Dos.

Dejé mi estudio de los números destellando cuando dos chicos entraron ruidosamente en el edificio. Claramente tenían un par de tragos de más por la forma en que se colgaban uno del otro.

No los conocía, pero se veían familiares. Pero también lo hacían todos los demás que vivían en el edificio. Estaba seguro de que nos habíamos cruzado en los pasillos o compartido el elevador antes. El rubio tal vez incluso me había prestado una moneda en el cuarto de lavado.

Sus risitas y ruidos murieron cuando me vieron parado allí con Christopher. Intercambiaron miradas con los ojos como platos y presionaron los labios como si estuviera matándolos quedarse en silencio. Las puertas se deslizaron para abrirse con un ding y un amortiguado whoosh. Christopher esperó para que los tres subiéramos delante de él, y juro que se rieron tontamente como niños de trece años.

Rodando los ojos, presioné para subir al quinto piso, deseando que hubiéramos tomado las escaleras. Era costumbre que yo evitara el hueco de la escalera tan tarde en la noche. Era muy oscuro y olía como a medias sudadas en un buen día. Además, simplemente no me gustaba la sensación de aislamiento en el hueco de la escalera. Como si estuviera dentro de una tumba. Los lugares pequeños y yo nunca nos llevamos bien. Pasé demasiado de mi infancia en armarios y baños

Cuando los chicos salieron en el tercer piso, no esperaron a que las puertas se cerraran antes de comenzar a susurrar indiscretamente y volverse a mirarnos.

—Dios —murmuré—. Es como la secundaria. Algunas cosas nunca cambian.

—Algunas cosas sí. —Deslizó una larga mirada sobre mí mientras bajábamos en mi piso—. No pasé la noche con muchos chicos en la secundaria.

Arqueé una ceja. —¿No?

Sonrió ampliamente. —No. Eso vino después.

—Apuesto que sí. —Desbloqueé mi puerta y me moví en la oscuridad de mi cuarto, mis pasos automáticos, moviéndome de memoria. Encendí la lámpara de mi escritorio y dejé caer la mochila en la silla. La puerta de la habitación contigua estaba entornada, tan habitual. Me asomé dentro del tenebroso espacio. La forma de Jisung era visible debajo de las mantas de su cama. Podía incluso detectar sus suaves ronquidos. Cerré la puerta entre nuestros dormitorios (probablemente por primera vez) y le puse llave.

Siempre que Jeongin quería estar a solas con su novia, pasaban el rato en su lugar. Incluso pasaba la noche allí en ocasiones. No podía evitar sonreír ante la idea de Jisung despertando con una puerta cerrada. Él no sabría qué pensar.

Enfrenté a Christopher, suavizando las manos sobre mis muslos, la suave tela vaquera de algún modo normalizándome. Levantando la barbilla, me preparé para su primer movimiento.

Sólo que ni siquiera me miraba. Él analizaba mi cuarto, girando lentamente, su mirada explorando mi santuario privado como si estuviera viendo algo interesante. Mi colcha púrpura excesivamente grande. Un cartel de las orejas de Mickey Mouse, justo la sombra de ellas colocadas contra una noche estrellada. Observó todo, y yo también, viéndola a través de los ojos de un extraño. Sus ojos. Mi mirada echó una ojeada a la cama, el cartel, el Pluto de peluche apoyado contra mi almohada que me había visto a través de tantos años. Era un pobre sustituto del oso que perdi cuando era niño, pero era el primer regalo que la abuelita me había comprado, así que lo atesoré. El cuarto difinitivamente no parecia de un estudiante universitario, me di cuenta. O al menos eso le parecería a él.

Busqué algo bueno sobre ello. Todo era ordenado y organizado. Los libros de textos cuidadosamente apilados en mi escritorio al lado de mi computador portátil. Nada revuelto. Odiaba tener un montón de cosas que solo tendría que embutir en mi coche al final del año y luego encontrar un lugar para guardarlas mientras volvía a casa de la abuelita durante el verano.

Se acercó a mi escritorio. Tres fotografías reposaban allí. Una de mi papá y de mí soplando velas en mi pastel de primer cumpleaños. Yo estaba en su regazo. Había un montón de cuerpos presionados detrás de nosotros, ninguno de sus rostros visibles en la imagen, y siempre me gustó eso. Me gustaba no saber cuál era mamá. Si es que siquiera era una de ellas. La fotografía era solo de papá y yo. La forma en que habría sido si alguna chica no lo hubiera alejado de mí y me hubiera dejado con ella en su lugar.

A pesar de que era mi pastel de cumpleaños, papá fue el que sopló las velas. Probablemente porque yo no habría podido. En cambio, lo observé con esta mirada de ojos amplios y desconcertados en mi rostro redondeado. Como si él efectuara la hazaña más asombrosa que alguna vez había visto en mi corta vida.

La segunda fotografía era de la abuela y yo en la graduación de la secundaria. Metida en el borde de ese marco estaba una tira de cuatro fotos tomadas en una cabina, de mí, Jisung y Jeongin en el centro comercial en la última primavera. Fue el mismo día en que habíamos decidido contratar una suite juntos. Hacíamos las muecas locas requeridas. En cada pose, Jisung lucía como si estuviera haciéndole el amor a la cámara. Como si el Dios Porno fuera la única expresión que podía hacer.

La última imagen era de mí con Hyunjin y Changbin en la barbacoa anual de su familia.. Su novio había estado merodeando en algún sitio cercano, pero la foto había sido tomada cuando estábamos solo los tres. La mano de Christopher fue infaliblemente a esta foto y la levantó del escritorio. Señalo con su dedo a Changbin. —¿Este es él?

—¿Quién?

—El chico. —Me miró y luego de vuelta a la fotografía, su expresión meditabunda.

Parpadeé, sobresaltado porque lo adivinara, bien puedo pensar que era Hyunjin pero el acerto con tanta exactitud, me senti incómodo de hablar sobre Changbin con él. Al menos en detalle. Era suficiente que él supiera que hacía esto para atraer a alguien más. ¿Tenía que compartir todo con él?

Debió de haber tomado mi silencio por confusión. O se había vuelto impaciente. En cualquier caso, golpeteó el vidrio sobre el rostro de Changbin. —Es por él que estás haciendo esto. ¿Cierto? —Agitó el marco entre nosotros.

Le di algo entre un asentimiento y una sacudida de cabeza. —¿Cómo lo supiste?

—Tienes únicamente estas fotos aquí. Supongo que son las personas más importantes de tu vida. —Miré los rostros congelados de mi padre, la abuelita, Jisung, Jeongin, Hyunjin y Changbin. Tenía razón. Aquellas personas lo eran todo para mí.

—Y —continuó—, estás resplandeciendo aquí. —Bajó la mirada de vuelta a mí con Hyunjin y Changbin.

Me moví hacia delante, tomé el marco de él y lo puse de vuelta en el escritorio. —Estaba un poco quemado por el sol ese día. Eso es todo. —No sé por qué sus palabras me avergonzaban o por qué sentí la necesidad de desviarlas, pero lo hice.

Al avanzar me había situado más cerca de él. Sólo nos separaban unos centímetros. Me mantuve firme, determinado a no dar marcha atrás como si la proximidad a él me asustara. Eso sería tonto considerando que lo había invitado aquí por una sola razón. Jugar al tímido ahora sería ridículo.

Levantando la barbilla, sonreí, esperando que pasara por una mirada seductora. Quería que me besara. Me tocara. Eso sería más fácil que toda esta charla.

Pero en vez de seguir con ello, movió su atención a la foto de papá y de mí. —¿Este es tu padre?

Suspiré. —Sí.

—Eras lindo. Tu cabello era muy oscuro entonces.

—Lo poco que tenía, sí.

Su mirada recorrió mi cabello. —Tienes mucho ahora. —Su atención regresó a la fotografía—. Sin embargo, supongo que no obtuviste el cabello de él.

Fruncí el ceño. Recuerdos no gratos se acercaron a los bordes de mis pensamientos. ¿Por qué hacía tantas preguntas? Eso no era por lo que lo traje aquí. Ambos sabíamos para qué estaba aquí.

Tomé la foto de él y la dejé. Girando, me moví hasta la cama y me hundí en ella, apoyando las manos en el colchón detrás de mí. Cruzando los tobillos enfrente de mí, le contesté—: No. Eso sería de mi madre. Ella tenía el cabello mas oscuro y brillante que alguna vez vi.

Con suerte, el "tenía" le quitaría las ganas de preguntar más sobre ella. Había una razón para que ninguna foto de ella adornara mi escritorio. Había una razón para que ella no estuviera incluida entre aquellas personas que eran las más importantes para mí. Él era lo suficiente inteligente para descubrir eso. Sin decir nada más sobre ella, él debía ser capaz de entender demasiado sobre mí. Con ese poquito de información, le había contado más de lo que Jisung y Jeongin sabían.

—Mi padre está muerto —ofrecí de repente. No estoy seguro de por qué. No tenía que hacerlo. Él no husmeaba sobre papá en ese momento. Era probablemente para distraerlo de los temas de mi madre. Era menos doloroso hablar sobre mi papá explotando. Triste, pero cierto. Ninguno calificaba como conversación de besuqueo, pero una era el veneno más leve, como mínimo. Preferiría que me mirara como un pobre huerfanito que de la forma en que me miraría si supiera la verdad acerca de mi madre.

—Siento escuchar eso. Así que, ¿eran solo tú y tu mamá? —Él no iba a dejar pasar el tema sobre ella, al parecer.

Lo miré fijamente, seguro de que mi frustración era evidente. Mis pies meneándose enfrente de mí. —Mi mamá también se fue. —No era exactamente la verdad, pero tampoco era una mentira—. Me crio mi abuela.

Ahora la lástima estaba allí. Una suavidad indudable entró en sus ojos mientras me miraba. Pero al menos era lástima de la clase de huérfano y no de la otra clase. La otra clase era mucho peor. Con esta podía lidiar. La otra lástima me hacía algo, me hacía sentir como si estuviera arruinado y más allá de poder ser salvado.

—Vamos a hablar sobre algo más —sugerí, preguntándome qué tomaría conseguir que dejara de hablar por completo e hiciera su primer movimiento. Tal vez yo necesitaba hacer el primer movimiento. Asumiendo que pudiera alcanzar el valor para hacer eso.

—Sí. —Se pasó una mano sobre su cabello—. Supongo que esta conversación es un poco corta rollo.

Al igual que la de conejos sacrificados y niños muriendo de hambre. —Sí. Eso pensaba.

Sonriendo de una manera "sé que soy un dios del sexo", se aproximó a mí con sus zancadas sueltas y pausadas. Como una especie de felino salvaje. Engañosamente relajado, cuando sabía que él podía saltar a la acción en cualquier momento.

Al mirarlo, mis mejillas se sonrojaron. Había sentido aquellos músculos, su flexión y poder contra mis manos. Lo había visto destrozar a ese chico fuera de los baños en Mulvaney's sin derramar ni una gota de sudor.

Se detuvo frente a mí. Mis pies cruzados sobresalían entre sus piernas. Me tomó la mano, las yemas de sus dedos ligeramente rugosas curvándose en mi palma.

—Cuéntame sobre el chico de la foto. Eso debería ponerte de buen humor.

Tragué saliva. ¿Bromeaba? Sólo tenía que mirarlo para ponerme de buen humor. La intimidad de su mano alrededor de la mía era más que suficiente.

—¿Changbin? Nos conocemos de toda la vida.

Apartó mis piernas y se arrodilló entre mis muslos. Sus manos se cerraron alrededor de mis rodillas. Lo observé, sin aliento. Temblando de adentro hacia afuera. Su agarre me quemaba a través de la mezclilla.

Arqueó una ceja.

—Estoy escuchando. Su nombre es Changbin.

Tomé una bocanada de aire.

—Su primo, Hyunjin, es mi mejor amigo.

Él continuó. Mirándome, sus manos rozaron la parte superior de mis muslos y se deslizaron bajo mi sudadera para establecerse en la cinturilla de mis vaqueros.

—Continúa.

—Ellos siempre me hicieron sentir como parte de su familia. Creo que pasé más tiempo en su casa que en la mía. Son realmente una gran familia. Barbacoas. Viajes en familia a ferias, ¿sabes? Ese tipo de cosas.

Esas manos cálidas mantuvieron su movimiento, avanzando por debajo de mi sudadera y pasando sobre mi vientre. Su pulgar hizo un movimiento rápido, abriendo el broche de mis vaqueros. Su atención centrada allí. Me quedé inmóvil, tragando mis palabras.

Levantó la mirada.

—Uh-huh. Sigue hablando.

Aspirando hondo, continué.

—Nunca he estado en la feria local. Ellos todavía van en familia. Como todos los años. —Dios. Ahora estaba balbuceando. ¿Realmente estaba hablando de eso?

Levantó mi sudadera, tirando de ella por encima de mi cabeza en un movimiento rápido. Cayó al suelo.

Me estremecí. Claro, había estado prácticamente desnudo antes con él, pero esto se sentía diferente. Tal vez porque estábamos aquí, en mi habitación. O tal vez porque era todavía muy nuevo en esto. Tan nuevo, que no podía parar de temblar como el gran virgen que era. O tal vez era la forma en que me miraba. Como si fuera la última persona sobre la tierra.

—¿Qué decías? ¿Feria?

—Ellos van juntos. Son buena gente. —Mi voz ni siquiera sonaba como la mía. Era más como un graznido ahogado—. Changbin es una buena persona. Quiere ser doctor.

—Suena como un santo. —Inclinó la cabeza, evaluando, mirándome, consumiéndome con sus ojos.

Todo lo que podía pensar era: Espero que no. Un santo nunca me miraría de la manera en la que Christopher lo hacía en este momento, y yo quería eso. Necesitaba eso. Su otra mano se deslizó en torno a mi espalda. Trazó mi espina dorsal, acariciando cada protuberancia de las vértebras. Me hizo sentir atractivo. Como algo que debe ser adorado. Gracias a Dios que no quería que siguiera hablando de Changbin. No podría hablar coherentemente. Ya no más. Ni siquiera hace cinco minutos.

Levantándose, desató mis zapatos y los tiró fuera. Cada uno cayó al suelo con un ruido sordo.

Se acomodó sobre mí, apoyando sus codos a cada lado de mi cabeza.

Su rostro estaba tan cerca. Sentí su mandíbula, deleitándome en su piel. Se mantuvo quieto y me dejó seguir explorando su rostro, trazando el arco de sus cejas, por encima del puente de su nariz, los labios bien tallados.

Se movieron en contra de mis dedos mientras hablaba.

—Siempre y cuando lo mires de esa manera, él será tuyo.

Moví mi mano ligeramente.

—¿Cómo te estoy mirando?

Se acomodó más profundamente entre mis muslos. Una mano se deslizó entre mi espalda y el colchón.

—Como si me quisieras comer.

—Oh.

Bajó la cabeza. Me estremecí cuando presionó un beso en la punta de mi pezon. Ohhh. Luego el otro. Pasé los dedos por su cabeza. Su boca se cerró sobre mi pezón, tirando de mí en el calor húmedo de su boca. Di un grito ahogado y me empujé contra él.

Arañé su camisa, retorciendo la tela, con ganas de sentirlo piel con piel.

Se sentó, alcanzó detrás de él y se la sacó por la cabeza, luego volvió a bajar sobre mí. Esta vez estábamos pecho con pecho. Su boca encontró la mía con avidez. No fue dulce, suave ni lento. Me besó profundo y duro. Le devolví el beso, pasando mi lengua a lo largo de la suya, lamiendo sus dientes.

Me mordió el labio, tirando de él con los dientes. Gemí, levantándome por él. Me evadió y gruñí, persiguiendo su boca hasta que me dejó tenerlo de nuevo con una satisfactoria colisión de labios y lengua. Mis manos recorrieron sus hombros, deslizándose por su espalda lisa. La piel expandiéndose y ondulándose bajo mis manos.

Retrocedió y me miró, sus ojos tan profundos y penetrantes. Su aliento se estrelló en el aire mientras su mirada vagaba por encima de mí.

—Christopher—susurré, y mi voz sonó casi como una súplica.

—Quiero verte. Todo de ti.

—Yo... —Mi voz se quebró, inseguro.

—Puedes confiar en mí.

Asentí, creyendo en eso. Él no era el problema. El problema era yo. Mi temor.

Se movió rápidamente, deslizándose a lo largo de mí. Sus manos fueron a la cintura de mis vaqueros, sus dedos trabajando expertamente. La cremallera sonó brevemente. Deslizó mis vaqueros con facilidad. Lo hizo mejor de lo que yo hubiera podido.

—Estos sí son calientes.

Bajé la mirada, le hice una mueca a los boxers con figuras de accion que Jisung me regalo como broma. No exactamente el material de alguien de mi edad.

Hice un sonido ahogado en mi garganta, parte risa, parte gemido.

—Realmente tengo que comprar algo de ropa interior.

—Nuh-uh. Estos son calientes. Y prometo que hacen una buena impresión. —Presionó un lento y saboreado beso con la boca abierta justo por encima del borde de mi ropa interior, debajo de mi ombligo. Mis nervios chispearon y saltaron como si hubieran sido tocados con electricidad. Su mano se desvió más abajo, rosando la tela por encima de mi ereccion, y ahora jadeaba. Pequeños gemidos embarazosos que no podía parar.

—Seungmin, deja que te toque. —El sonido áspero de su voz era probablemente la cosa más sexy que había oído. Él podría haberme pedido cualquier cosa en ese momento —con esa voz y con su mano en ese lugar— y habría estado de acuerdo.

Asentí. Su mano estaba tirando de mis boxers hasta dejarlos en mis rodillas, Comenzo a acercar su mano a mi miembro, una vez que llego. Él hizo un gruñido casi animal y comenzo a mover su mano sobre mi longitud. Me estaba masturbando, y yo habia olvidado la sensacion.

Me enderecé, arqueándome en la cama con un grito agudo. Escalofríos me atormentaron. Se movio de nuevo para llegar a mi cuello, me dio un beso allí mientras aumentaba la friccion en mi dura ereccion, arriba y abajo una y otra vez. Más fuerte. Más íntimo.

-Vamos bebé, vente para mi.-Y esas palabras fueron lo ultimo que necesite para venirme, corrientes de electricidad se movieron por todo mi cuerpo, deje caer la cabeza en la cama miestras trataba de respirar normalmente. Nos quedamos así por un momento interminable.

Sus manos subieron de nuevo mis boxers y me tiró contra su costado, sosteniéndome. Tan saciado como me sentía, estaba alerta y despierto, aún no dispuesto a conciliar el sueño.

Me acurruqué más cerca de él, contento por este momento en el que estaba bien tocarlo y dejar que me tocara. No sería así mañana. Tal vez nunca más.

Aproveché la oportunidad para preguntarle lo que venía inquietándome desde que me enteré de que llevaba Mulvaney's por su cuenta.

—¿Son solo tu hermano y tú?

El silencio siguió a mi pregunta y lancé una mirada a su rostro. Me miró, examinándome.

—Él se encuentra todavía en la secundaria, ¿verdad?

—Sí. Es un estudiante de último año. Él sólo coge un turno aquí y allá. Juega al béisbol. Con la esperanza de poder obtener una beca.

Entonces su hermano debía de vivir en una casa cerca de la de los Shin. Con sus padres, imaginé. Alguna casa de campo antigua y pintoresca, como la de los Shin. Con un estanque. Y patos. Tal vez su madre llevaba un delantal mientras les daba pan sobrante de comer. Un escenario familiar idílico. Sabía que estaba idealizando su vida. Bueno, a él. Simplemente no podía detenerme. Siempre hacía eso cuando conocía a la gente. Imaginar sus vidas perfectas. Vidas normales.

—Entonces ¿sólo vives tú allí, encima del bar?

—Sí. —Sus manos trazaron un modelo delicioso en mi brazo.

—¿Qué hay de tus padres? ¿No les importa?

—Mi madre murió cuando yo tenía ocho años.

—Oh. Lo siento. —Me humedecí los labios—. ¿Y tu padre?

—Está en una silla de ruedas. Hace dos años.

—Dios, lo siento mucho. Eso debe ser duro. —¿Así que por eso estaba llevando el bar todo por su cuenta? Su padre ya no podía. Quería sonsacarle más información, pero de repente él lucía tan inaccesible. Tan inalcanzable. Al parecer había tocado un tema del que no le gustaba hablar. Podía entender eso. Tenía mis propios fantasmas que mantenía firmemente detrás de puertas cerradas.

Aun así, quería decir algo. Ofrecerle un poco de consuelo. Me incorporé sobre un codo para mirarlo, mientras pasaba una mano sobre su pecho en un pequeño movimiento circular.

—No me mires como si fuera algo noble —dijo en voz baja, con el ceño fruncido, sus ojos repentinamente helados—. Soy el que lo puso allí.

Esta vez sentí mi boca caer abierta. Escuché mi jadeo. Mi mano se congeló en su pecho.

—Así es. Ahora ya sabes qué tipo de persona soy. Trabajo el bar porque mi viejo no puede. Porque es su legado y es lo menos que puedo hacer por él después de paralizarlo. —Hizo un sonido en la parte posterior de la garganta. Mitad gruñido, mitad resoplido de... algo. ¿Tal vez enfado? Conmigo o él mismo, no estaba seguro.

Negué con la cabeza.

—Yo...

—No deberías estar perdiendo el tiempo conmigo. —Se levantó bruscamente y agarró su camisa desechada. Poniéndosela sobre su cabeza, continuó con voz dura—: Esto fue muy divertido, pero creo que has tenido suficientes juegos previos, ¿no crees? Estas más que listo para tu chico de fraternidad usa-polos.

Lo observé, con el cuerpo delgado abandonando el círculo de luz emitido por mi lámpara, hasta que se quedó en la sombra cerca de mi puerta. Una parte de mí quería llamarlo y asegurarle que se había equivocado. ¿Pero equivocado en qué? ¿Que no estaba perdiendo el tiempo con él? ¿Que esta noche no fue suficiente de alguna manera? ¿El hecho de que en realidad no podía haber hecho lo que dijo y dañado a su padre? No sabía casi nada de él. No podía decir nada de eso.

Dejé que mis instintos se sobrepusieran. Los mismos instintos que me ayudaron a sobrevivir después de que murió mi padre, cuando éramos sólo mi mamá y yo. Lo vi salir de mi habitación y cerrar la puerta tras de sí. Abrazando la manta, me levanté y cerré con llave.

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