4.- Cuarto final

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En la oscura habitación, una alarma destruía la calma que crearon las aves con su canto y el viento con su susurro. El joven de cabellos azabache lloraba desconsoladamente, murmurando disculpas entre sus sollozos. Apagó la alarma que sonaba un 15 de agosto, a las 12:38, y se quedó ahí, bloqueado, paralizado. Abrazó sus piernas y trató de calmar sus pensamientos. Misión imposible. Solo siguió llorando mientras se envolvía en un aura de depresión y ansiedad.

Pasó el tiempo. Diez minutos, tal vez quince. Dos golpes sonaron en su puerta. A falta de una respuesta, el Yugi menor entreabrió la puerta a la mitad y entró con sigilo. Su cara se desfiguró en una mueca preocupada cuando se encontró con el mayor llorando. Corrió a su lado y, sin saber qué hacer, le abrazó protectoramente. Abrazo que Amane correspondió con gusto para desahogarse en el hombro de Tsukasa.




-¿Qué ocurrió tan de repente, Amane?- Cuestionó el menor una vez se calmó el mayor.

Ambos se hallaban en la sala de estar, sentados en el sofá frente a frente. El mayor estaba comiendo las galletas que el menor le había ofrecido. Este tan solo miraba fijamente a los ojos de Amane, esperando por su respuesta.

-Nada importante, de verdad. Solo fue un mal sueño-

-¿Lo prometes?- Preguntó aún desconfiado de su respuesta.

-Lo prometo- Fingió una sonrisa que, aun si el menor notó que era falsa, lo tranquilizó parcialmente.

-¡Entonces está bien!- Sonrió también, evitando presionar demasiado.

Amane revolvió el cabello del menor y subió otra vez las escaleras, abrió el armario y se vistió con la misma ropa que en su sueño. Ya peinado y una vez arreglado, se dirigió a la entrada y se puso los zapatos.

-Voy a salir, Tsu- Avisó.

-¡Okky, pásalo bien!- Gritó desde la sala con su habitual tono infantil y divertido.

El mayor salió de la casa. Otra vez el día era caluroso, sin nubes. Una suave brisa refrescaba el ambiente y el cantar de las cigarras recordaban que debía ser una agradable temporada. Pero así ya no era para el pelinegro. El verano se había convertido en una estación horrible.

Caminó hasta llegar al parque, donde ella volvía a estar esperando con su vestido rosa, su gato negro y su mirada nostálgica y triste. Trató de poner su mejor sonrisa y una vez lo logró, se acercó a ella.

-¡Llegas tarde, Amane-kun!- Replicó ella.

-Lo siento, ¿Llevas mucho tiempo esperando?-

Ella se mantuvo en silencio, observando fijamente el rostro de su amigo y haciéndolo sentir incómodo. – Amane-kun... ¿Estuviste llorando?- Preguntó al percatarse del color rojo que quedaba en sus ojos.

Él apartó la mirada y se frotó de nuevo los ojos, para asegurarse de no estar llorando.

-¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Puedo ayudarte?- Cuestionó cada vez más preocupada.

Él, sin mirarla, se acercó para estrecharla entre sus brazos y sollozar nuevamente. – Tengo un mal presentimiento... Siento que algo horrible te va a pasar el día de hoy... Yo... Tengo miedo de perderte, Yashiro...-

Ella le escuchó hablar mientras acariciaba su espalda delicadamente, como si él fuese algo frágil que se rompería ante la más mínima fuerza o brusquedad. Pero sus últimas palabras la sacaron de su paz. – Eso es injusto. Soy yo la que tiene miedo de alejarse de ti. De aceptar que te has ido para no volver...-

Al final, ambos acabaron llorando abrazados durante un largo tiempo.


Una vez se tranquilizaron, ambos se marcharon del parque para caminar por la ciudad. Andaban sin prisa y con prudencia, disfrutando de estar juntos otra vez.

El destino los llevó hasta la repostería que llevaba la familia Akane y, casualmente, la favorita del de ojos ámbar. Nuevamente con una sonrisa en sus rostros tras desahogarse de la desesperación en la que se habían hundido, entraron y se sentaron en una de las mesas junto a la ventana. Yashiro se acercó a conversar con Aoi y Akane, quienes eran camareros en el local, mientras Amane miraba desde lo lejos, maravillándose por las tímidas risas que escapaban por los labios de la peliplata. Y aun si sabía que no debía confiarse, lo hizo.

La de ojos rubí regresó y se sentó frente al pelinegro. Y sonrieron, mirándose fijamente a los ojos mutuamente.

La situación no duró mucho. Un pequeño pitido se escuchó remotamente, opacado por las voces de los clientes. Yashiro saltó alterada de su asiento y abrazó a su amigo con fuerza, dejando a este alterado y extrañado.

Un segundo después se escuchó una fuerte explosión en la cocina. La onda expansiva llegó hasta la calle.


Cuando el pelinegro recuperó la consciencia, se encontró en la calle tumbado entre cristales rotos, madera quemada y miradas curiosas. Nuevamente el ruido de las cámaras sacando fotos, gritos desesperados y las cigarras cantando e ignorando la tragedia.

El de ojos ámbar no tardó en ponerse de pie y correr de regreso al local, el cual se encontraba a pocos metros de él. No pudo avanzar más allá de la puerta, pues alguien le tomó del brazo, deteniéndolo. Pero si pudo ver claramente a Yashiro tirada en una esquina. Poco a poco, su cuerpo se quemaba en las llamas del edificio, sangre caía desde una herida abierta en su cabeza, y tenía varios cristales incrustados en los brazos y espalda.

Alguien tocó el hombro de Amane. El calor del verano sonreía, burlándose una vez más de su desgracia. – Esto no es una broma- Le susurró al oído.

Y una vez más, todos los sonidos se desvanecieron en el aire, tan solopermaneciendo el grito desesperado de un joven con el corazón roto. Todo seahogó y se redujo a la nada.

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