3.- Tercer final

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Las aves cantaban y el viento soplaba, meciendo las hojas de los árboles. Dentro de la oscura habitación, sonaba una alarma que despertó al pelinegro de ojos ámbar. Con el corazón a mil, la apagó de mala gana la alarma y miró el día: 15 de agosto, a las 12:38.

Se sentó en el borde de la cama y respiró profundamente, tratando de convencerse a sí mismo de haber tenido una pesadilla horrible. Pero le fue imposible.

Saltó de la cama y se preparó para salir de casa. Tomó la camiseta azul y los vaqueros marrones de su sueño, se alisó el cabello y bajó corriendo las escaleras, haciendo bastante ruido.

-¿Amane?-

Ignorando al menor, el nombrado salió disparado de casa y corrió hacia el parque donde había quedado con la peliplata.

Era un día soleado, sin presencia de nubes que lo protegieran de ese calor que traía la desgracia. Allí la encontró, tranquilamente meciéndose en el columpio, vestida con un vestido rosa y blanco, acariciando un gato negro callejero, y con una mirada triste y nostálgica.

Él caminó a paso acelerado hasta donde ella estaba.

-Hola, Amane-kun-

Sin responder, él tomó su muñeca y la hizo levantarse. El gato cayó al suelo y huyó asustado del repentino movimiento. Ella se asombró. – Vámonos de aquí, Yashiro-

-¿A dónde?- Preguntó, sosteniendo fijamente su mirada.

-A dónde sea. Solo... lejos de aquí-

Esquivando las calles donde en su sueño acontecieron tragedias, Amane tiró de Yashiro por diferentes lugares. Empezaron caminando, terminaron corriendo, llamando la atención de todos.

Él estaba asustado, temeroso de que sucediese lo mismo que en lo que él deseaba pensar que era un sueño. Ella estaba extrañada, no entendía el comportamiento repentino de su mejor amigo, pero lo aceptaba.

Pararon en un puente que había sobre una carretera. Ella se había cansado de correr y él se sentía lejos del peligro.

-Cuchillos locos y Daikon-senpai, ¿Qué hacéis aquí?- Preguntó una voz a sus espaldas.

Ambos voltearon a ver. Tras de ellos se encontraban Minamoto Kou y Mitsuba Sousuke.

-Oye, no llames a Senpai de esa forma- Reprendió el más alto dándole un pequeño golpe en la cabeza al pelirrosa.

-¡Ik! No me pegues, eres demasiado agresivo para ser un arete de seguridad vial-

El pelinegro suspiró y la peliblanca sonrió ante la conversación de sus amigos. – Chicos, ¿También por aquí?-

-Sí, regresábamos a casa tras comprar algunas cosas- Contestó Kou enseñando una bolsa de plástico que sostenía con su mano derecha. – ¿Y vosotros?-

-Dábamos un paseo- Dijo alegre la de ojos rubí. – Aunque después de tanto pasear, creo que me cansé. Realmente hace demasiado calor como para estar aquí-

-Mmm...- Pensó el rubio. – ¡Ya sé! ¿Queréis venir a mi casa? Podemos ver una película juntos-

- ¡¿De verdad?!- Yashiro tomó gentilmente las manos del Minamoto mientras sus ojos brillaban por la ilusión. – ¡Gracias, Kou-kun! Eres mi héroe-

El corazón del nombrado se vio atravesado por una flecha de cupido al sentir las manos de la peliplata. Empezó a latir velozmente y comenzó a ponerse nervioso. Pero entonces intervino Amane. Se puso entre ambos y con pequeños empujones los separó, quedando al lado de la chica.

-¿Qué estás haciendo?- Preguntó molesto el de ojos zafiro.

- ¡Nada~!- Respondió celoso abrazando a Yashiro.

-¡¿Qué demonios?!-

Ambos chicos comenzaron a pelear tontamente como niños pequeños mientras los otros dos amigos miraban divertidos sus escenas.

-Vamos, vamos- Trató de calmar la peliblanca.

-Esos dos nunca aprenden- Remarcó con voz cansada el pelirrosa.

-Cierto- Ella rio, apoyando los codos sobre la barandilla. Grave error.

La barra de metal, vieja y desgastada por el tiempo, cedió ante el peso de Yashiro, haciéndola caer.

-¡YASHIRO!-

-¡SENPAI!-

Amane estiró su brazo tratando de sostener su mano, pero no la alcanzó. Yashiro cayó a la carretera.

Una mancha carmesí se formó bajo el puente. Sin fin de bocinas sonando, un choque metálico. Los tres chicos quedaron paralizados. Uno apartó la mirada. Otro se tapó la boca, congelado. El último cayó al suelo, golpeándolo con el puño, llorando por no haberla salvado tampoco esa vez.

-Esto no es una broma- Sonreía el calor del verano, apoyado en un extremo de la barandilla, burlándose del joven decaído.

Y avisando el final, el ruido de los coches, el sonido del viento y el cantar de las cigarras se extinguieron en ese calor y todo se redujo a la nada.

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