Nada sabe como tú.
Ni la más dulce miel, ni el más amargo café.
Nada huele como tú.
Ni las frías mañanas en que te pienso, ni el perfume más intenso.
Nada se siente como tú.
Ni la suave seda, ni la dura acera.
Nada, absolutamente nada es como tú.
Y aquella idea ha rondado mi cabeza
desde el momento en que supe con certeza
que te habías ido de mi vida
sin despedida, sin dejarme una sonrisa
ni de recuerdo, ni en la boca
con sabor a olvido, que llevo hoy.
1848
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