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Una familia con rencores parte 1”

Arnie Weeler

Había pasado tan siquiera una semana de mi llegada a la mansión de Rash. Eran incansables los suplicios que me había tocado vivir en aquel momento.

Rash con su mano dura no dejaba que saliera de mi habitación para absolutamente nada.

Me llevaba cada mañana el desayuno: un pan viejo con olor a cucaracha con una especie de mantequilla de muy mal olor. Esto era acompañado con un sutil vaso de agua caliente.

Si alguna vez en mi vida quise hacer dieta me arrepiento rotundamente de la decisión que pude tomar al respecto.

El cuarto parecía más bien a una celda, por tener que compararlo con algo. El espacio era demasiado pequeño, y tan solo contaba con una cama ordinaria para todos los lujos que podía llegar a ver cuándo Rash me sacaba de aquel lugar.

Una pequeña ventana ventilaba aquella habitación, y era la encargada de que pudiese ver la luz del sol en aquellos días  tan oscuros que viví.

Cómo de costumbre, dos toques fueron los culpables de que la puerta se abriera, dejándome verlo por segunda vez en aquel día.

—Es hora de que almuerces —habló, está vez no tenía entre sus manos aquella bandeja con el almuerzo cutre de siempre: arroz con vegetales.

Estiré mis piernas con trabajo, camine un poco recobrando el equilibrio hasta que llegue a estar a su lado.

Su mano me hizo el gesto de que caminara delante suyo, por lo que lo hice tan solo unos metros. Ya que sus palabras fueron muy concisas.

—Esperame, quiero que camines a mi lado. —musitó.

Me odiaba, lo hacía con todo mi ser.

¿En qué momento de mi vida me permití ser sumisa de un imbécil como él?

Antes de cruzar la puerta que daba al comedor puse sentir un olor muy exquisito. Era una mezcla de olores en mi paladar olfativo.

Se sentía muy bien.

Una vez mis ojos cautivaron toda aquella comida encima de la gran mesa de al menos dos metros, mi barriga gruñó como nunca.

Solo faltaba ponerle un micrófono al máximo para que todo el alrededor escuchase como mi estómago resonaba.

Moría del hambre.

—Tienes cada platillo que puede existir delante de tus ojos —comentó mientras la boca se me hacía agua, pero no  me atrevía a mirarle. Él tampoco dirigía su vista hacia mi— Espero que puedas comer al menos algo. Llevas una semana que no comes absolutamente nada. No me sorprendería que un día de esto cuando abras los ojos te alarmes por estar entubada en un hospital por falta de hemoglobina y calcio. ¿Acaso te gustaría obtener una anemia? No creo que eso sea algo bueno para mí en estos momentos.

—Gracias por esto, pero no voy a aceptarlo. No sé cuáles son tus intenciones. ¿Qué quieres lograr con todo esto después de haberme llevado día por día esos panes mugrientos a la habitación? ¿Acaso crees que arroz y verduras podridas sean un almuerzo digno o tan siquiera algo a lo que se le pueda llamar? Para no tener que hablar de las cenas invisibles que cada día recibo de ti.

Su rostro se mantenía cabizbajo, sus puños se cerraron al terminar de hablar, y aunque pensé que terminaría con un ojo morado por su parte, no fue así. Por lo que me di la libertad de continuar lo que llevaba aguantando mi garganta todo el resto de la semana.

—No se que pienses que soy, y si, puede que no pueda hacer nada porque tienes el control de todo. ¡Te felicito por eso! Pero sigo siendo un ser humano, no soy un prisionero para vivir encerrada en esas cuatro paredes, ni tampoco un cerdo para como me tratas. ¿Cuando fue la última vez que me bañe? Huelo fatal, mis pies apestan y tengo vello por todos lados.

Quise seguir mis palabras. No quería contener nada de todo lo que sentía en ese momento. Pero no ví el alto que me había indicado el destino y todo se fue a la mierda cuando él habló.

—Gracias —musitó feliz. Su sonrisa se engrandeció y yo no entendía que le causaba tanta alegría— Es para mí todo un honor que tengas claro en tu cabeza que tengo el control de todo, sobretodo, el control sobre ti.

Me miró soltando su puño en el aire para mover sus manos un poco.

—No repetiré una vez más que comas algo —sus ojos se intensificaron sobre los míos. Está vez me encontraba mirándole directamente sus iris aterradores. —Tienes todo el tiempo que quieras estar aquí, después de eso, te llevaré yo mismo a tu habitación.

Silencio. Él miró a su alrededor. La casa siempre estaba desolada, al menos el tiempo en que yo la podía admirar un poco. No había un mayordomo, una mujer, un guardaespaldas. Nada.

Solo él y yo.

Solos en aquel inmenso lugar.

—Tomaré asiento hasta que decidas cuando quieres irte. Podemos estar toda la noche aquí si así lo deseas.

Sus pasos fueron ágiles, hasta que llegó a posar su trasero en aquel sofá, dejándome en medio del comedor con toda aquella comida.

Cerré mis ojos. En serio moría de ganas de probarlo todo.

¿Podría deborar cada alimento sin necesidad de llenarme para poder repetir?

Rash me miraba, esperaba que tan siquiera me acercara a la comida, mis pies caminaron por si solos hacia donde mi estómago demandaba y mi orgullo se quedaba tirado en un rincón mientras entre mis manos pude apreciar todo aquel manjar.

Aunque estaba segura que ese orgullo había desaparecido desde el momento en que mis problemas tomaron por nombre: Rash.

Casi al llenarme, cuando mis panza estaba al explotar visualice un pastel de fresas.

Oh Jungkook.

Mis ojos se aguaron, no podía creer todo lo que estaba viviendo. Todo lo que me hacía hacer este chico. No podía razonar el por qué eran tan distintos y parecidos a la vez.

Jeon y Rash eran una mezcla de personalidades que podían hacer uno, aunque claramente los dos eran totalmente diferentes.

Me voltee, él pudo ver cómo una lágrima corría por mi mejilla hasta caer al suelo. Se puso de pie y camino hacia mi, pasando un dedo por mi rostro y limpiando esas gotas que inundaban mis párpados.

—Creo que ya estamos listos para llevarte a tu nueva habitación —murmuró y estiró su mano para que la tomara, pero no lo hice.

Si contrario de eso me atreví a preguntar.

—¿De dónde conoces a Jeon y a Park?

Su rostro se volvió tenue, la mano que tenía alzada la bajó instantáneamente de ejercer mi comentario y frunció el seño.

—Esos temas no me gusta tocarlos —dijo algo enfadado— A Jimin no lo conozco de nada, no tengo idea del porque decidiste metértele en su casa cuando tan siquiera lo conocías tu también de algo.

Los recuerdos de todas las pesadillas que había vivido con Jimin volvieron a mi cabeza. Rash tenis razón, no conocía a Colin de nada y decidí empezar una vida con él de la nada.

¡Aún me preguntaba porque había sido tan tonta!

Quería insistir en saber porque conocía a Jeon, ¿de dónde? Y una vez mis labios quisieron volver a preguntar sobre el tema, el chico volvió a hablar.

—Jungkook es mi primo.

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