Capitulo 1

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Nuevo Hogar

Arnie Weeler

Había pasado todo un curso de clases de ballet, pruebas y seminario aburridos. Caminaba por los anchos pasillos del Instituto mientras veía a varios estudiantes despedirse de sus compañeros. Se abrazaban, reían y algunos hasta lloraban porque no se verían en mucho tiempo. 

Coloqué mis auriculares y me alejé de la multitud, no necesitaba que esas caras hipócritas se acercaran a mi fingiendo que me extrañarían, cuando en todo un curso nos hemos dirigido la palabra si acaso dos o tres veces. 

La brisa golpeaba mi cabello haciendo que se esparciera de un lugar a otro. Tomé mi celular y llamé a mi madre para informarle que ya estaba de camino a casa, ya que, por alguna extraña razón, me había dicho en la mañana que lo hiciera. 

Sentí una sensación extraña haciendo que me volteada varias veces mientras caminaba, pero ninguna de estas veía algo sospechoso por lo que no quise darle importancia. 

Saqué la llave de mi bolsillo trasero y con cuidado la entré en la cerradura. Giré la manija pero ésta ya se encontraba abierta. No me resultó raro ya que de vez en cuando mi padre olvidaba cerrar la puerta con seguro. 

–¡Llegué! –grité con fuerza para comenzar a subir los escalones directo a mi cuarto.

Me decise de mi uniforme y coloqué algo más cómodo en mi cuerpo para bajar a comer algunas fresas, ya que el estómago no paraba de gruñir y eras mis preferidas. 

Sentía unas voces extrañas, por lo que mis pasos se hicieron cautelosos y miré por una esquina hacia la sala. Habían dos hombres de negro gigantescos, de espalda al hombre que se encontraba sentado en el sofá en frente de mis padres. 

–La niña está arriba, enseguida se la presento. –escuché decir a mi madre y di un paso hacia atrás. 

–¿A dónde vas? –susurró otro hombre de negro mientras me sostenía por los hombros y me bajaba a rastras por las escaleras. 

–Suéltala por favor. –indicó aquel hombre y el guardia le obedeció, por lo que inmediatamente corrí hacia donde mis padres.

–¿Que está pasando? ¿Quien es este señor? ¿Que hacen aquí?

–Tranquila amor. –mamá acarició mi espalda, pude notar que sus ojos estaban cristalizados y que estaba aguantando las ganas de echarse a llorar. 

–¡Papá! –insistí en busca de respuestas pero este solo negó con la cabeza. 

–Hija, lo siento. –bajó su cabeza mientras mi madre salía de la habitación envuelta en lágrimas. –¿¡Les sirve mi hija!? –preguntó papá mientras aquel hombre asentía. 

–Será perfecta. –chasqueó sus dedos y sus acompañantes me tomaron de las manos mientras me acercaban al señor de esmoquín. –Es un gusto hacer negocios con usted. –estrecharon sus manos y salió. 

–¿Qué pasa? ¿A dónde me llevan? –Traté de resistirme pero aquellos hombres eran demasiado fuertes. Mire a papá mientras unas lágrimas salian de mis ojos pero éste solo me dió la espalda para cerrarla puerta.

«Noo» –me dije a mi misma y limpié las  lágrimas que caía por mi rostro en la camisa. 

En frente de la casa había una limusina, que de seguro ya estaba allíi cuando viré de la escuela y no le preste atención. Aquel hombre entró de primero, mientras los guardias me ordenaban y obligan a entrar; sentándome en frente de él.

Los otros guardias se montaron en otro auto, por lo que supuse que seríamos su chófer, él y yo.  Me crucé de brazos y giré mi cabeza hacia mi casa, algo me decía que seria la última vez que la vería. El auto arrancó y otra lágrima cayó de mi ojo izquierdo. 

–Toma. –dijo mientras me acercaba un
pañuelo. 

–No lo necesito. 

–Como quieras. –lo volvió a guardar en su bolsillo. 

El viaje se hacía largo, habíamos salido de la ciudad. Nos adentramos en una carretera que tenía a ambos extremos siembras de girasoles. Me acerqué a la ventanilla y apoyé mi cabeza en ésta mientras admiraba el paisaje. 

–¿Te gustan? –preguntó y me alejé de la ventanilla para volver a mi posición inicial. 

–No. 

Mis párpados se hacían pesados, llevábamos más de una hora de camino y luego de pasar por un gran puente y muchos más campos de flores caí exahusta en el asiento del auto. 



[...]




Desperté por el aroma a fresas que inundaban mi nariz. Restregué mis ojos unas cuantas veces. Me senté sobre la cama y miré alrededor, todo era hermoso y demasiado lujoso. Traté de recordar que había pasado y se me vino a la mente ese recuerdo de mi madre saliendo del salón y mi padre cerrándome la puerta. Apreté mi puño para no llorar y me levanté. 

El cuarto era blanco al igual que la cama, el espejo, las cortinas, la mesa y lámpara de noche. La cama tenía una encimera de madera con dos cojines bordados que de seguro los había usado como almohada. Habían unos cuadros que más bien eran pinturas que representaban la figura del trébol. Me miré en el espejo, acomodé un poco mi cabello y noté que mis pertenencias estaba en una esquina, al lado de la puerta. 

No le di importancia y salí de aquel lugar. Había un pasillo enorme con varias puertas una al lado de la otra, y en frente de estás más puertas aún. Al final de éste había un búcaro enorme de flores y hacia el otro lado pude notar una luz. 

–¿Estás perdida? 

Mi corazón se aceleró un poco al escuchar una voz detrás de mi. Me paralicé y quedé intacta en el lugar para darme la vuelta. El chico estaba recostado a la puerta que quedaba en frente de la habitación que acaba de salir con sus manos y pies cruzados. Su vista se dirigía al suelo pero la levantó una vez le miré. 

–¿Quién eres? 

El chico no respondió, me di cuenta que había sido el mismo que estaba en casa de mis padres y con el que había compartido el viaje en auto. Se acercó a mi, era mucho más alto que yo por lo que tuve que levantar mi cabeza y el sonrió. 

–A partir de este momento soy tu dueño. Me puedes llamar Señor Jeon.

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