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Entrando al despacho más luminoso y amplio de todo el piso, me aferré a una carpeta de cartón verde oliva en la cual llevaba mi legajo y mis lauros profesionales.

Decidiéndome por un vestido oscuro a lunares, era lo más parecido a una monja que podía.

Mis brazos, de blanco marfil, solo estaban flanqueados por varias pulseras que tintineaban a cada paso. Como soldado, clavaba el taco de mis zapatos de poco uso.

En el despacho de mi jefe, o ex jefe, solo estaba uno de las tres jóvenes promesa del estudio; era el muchacho rubio, el tercero en ser presentado.

Ni más ni menos que Astor, el del bar.

Poniéndose de pie, sin saco, lucía más informal que al momento de la presentación formal. Una camisa a rayas azules y blancas y un pantalón ajustado, lo hacía parecer de 20 años.

De rasgos aniñados, su barba desprolija y muy rubia le daban un toque varonil más que apetecible.

— Buenas tardes... ¿Magali, ¿verdad? — extendió su mano por sobre la pila de papeles del escritorio. Efectivamente una alianza dorada y rozagante adornaba su dedo anular.

Finalmente se había casado.

— Sí. Magali Carranza.

— ¿Te conozco de algún lado? — frunció su ceño, sin ironía mediante.

¿Acaso no se acordaba de mí, de mis besos en su pecho apenas cubierto por rubio cabello, de mis cosquillas en sus costillas, de mis gemidos en sus oídos? ¡Ingrato!, quise decirle.

Obviamente, mi juicio me lo impidió.

— No lo creo — respondí, ignorando la verdad. Siguiendo este cruel juego de olvidos.

— Yo soy Astor. Como Piazzola — aclaró —. Tomá asiento por favor — señalando la silla detrás de mí, agradeció que yo fuera preparada con mi trayectoria laboral y estudiantil en mano y no tuviera que recurrir a la desordenada carpeta que recursos humanos le había entregado—. Tengo entendido que sos del equipo de auditorías — al hablar de trabajo mis hombros se aflojaron.

— S....sí. Junto a tres compañeros más — destaqué, por si tenía pensado desmembrar al equipo tan sólido que habíamos sabido conformar con mis colegas.

— Entonces sos vos quien tendrá que ser mi guía.

— ¿Guía?

— Sí. Mi función aquí es hacer el seguimiento de las auditorías junto con los contadores — cruzándose de brazos, dejando mi legajo de lado, enarcó una ceja y con sus ojos azules, dominantes, sentenció nuestro futuro laboral — y como también tengo entendido que no hacés viajes al interior...

— ...porque tengo un nene chiquito...y bueno...yo no... — empecé a temblar. Mis manos sudaban.

— Esto es básico: necesitamos gente que cubra todos los frentes. Por lo tanto, tengo una propuesta diferente para hacerte.

Mirando por sobre mi hombro, corroboré que estábamos a solas y regresando mis ojos a los suyos, esperé por su plan.

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