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— Buenas tardes... Magali, ¿verdad? — corrí los papeles de lado y le extendí mi mano.

— Sí. Magali Carranza.

— ¿Te conozco de algún lado? — la hice pisar el palito, aunque también, podía caer en mi propia trampa.

— No...lo creo — respiré tranquilo y a partir de entonces se abrieron dos debates: no me recordaba en absoluto o bien, se hacía la desentendida porque estaba tan sorprendida como yo ante semejante ironía de la vida.

— Astor, como Piazzola — como cada vez que me presentaba, lo asociaba al genial bandoneonista que tanto gustaba a mi viejo y por quién me bautizaron como tal —. Tomá asiento por favor.

Su aroma dulce volvió a expandirse por toda la oficina como así también su nerviosismo.

Por mi parte, intenté calmarme; con Graff yendo y viniendo, no podía analizarla como quería, puesto que el viejo me desconcentraba interrumpiendo mis entrevistas con su celular sonando cada cinco minutos.

Agradeciendo que ella viniera con su legajo a cuestas, lo hojeé por arriba; ya tendría tiempo de leerlo con minuciosidad, su ex jefe sostenía lo bien que se desenvolvía en las presentaciones, lo inteligente que era para los números, destacando su generosidad como compañera.

Se ríe un poco fuerte, pero es sólo un detalle — sumaría Graff como comentario de color días atrás. Mi mente revivió los gemidos en mis oídos, sus jadeos en mi cuello...como así también su sonrisa permanente.

Focalizado en mi empleada, en el lugar que ocupaba aquí, me mostré interesado en hacerle una propuesta laboral que le favorecía ya que tanto Tadeo como José María, expertos en el tema de los números, sostenían que debía hacerse un recorte de personal cuanto antes a fin de equilibrar el presupuesto de la empresa que acabábamos de absorber.

Pensar en Magali, sin trabajo y con un nene que atender, me causó malestar y con este plan B pretendía alejar cualquier posibilidad de que sea blanco de despido.




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