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— ¿Y por qué tenés que viajar vos? — María Clara frunció el rostro enroscando el tenedor en los fideos.

— Los vas a marear con tantas vueltas — le señalé el plato.

— No te hagas el distraído y respondéme: ¿por qué tenés que ir vos con ella? ¿Tadeo, Josema...?

— Porque tengo que negociar  en primera persona y no tengo la más pálida idea de lo que hay que hacer. Bien dijiste el otro día que nada sé de números y esta flaca aparentemente la tiene re clara con el tema.

— ¿Y no hay otro hombre que pueda ir?

— Clara, la mujer tiene un nene chiquito y no puede viajar al interior como sus compañeros, así que arreglé con ella que este tipo de viajes, más cortos, iba a venir hasta que yo pudiera desenvolverme mejor.

Bufando por lo bajo, no le quedó otra que aceptar que las cosas no podían ser como ella quería.

— ¿Está casada?

— No lo sé, tampoco me interesa — respondí con mi mejor tono de actor hollywoodense. Desde luego que me importaba, al menos como para catalogar cuánto dolería a mi orgullo.

— Bueno...está bien. No me queda otra que aguantar acá, sola...— hizo puchero de los extorsionadores, cabía aclarar.

Señalando mi falda, me acomodé sobre la silla para darle lugar a su esbelta figura. Ella se sentó sobre mí, y me pasó sus brazos por la nuca.

— No quiero estar mucho tiempo sola en esta casa tan grande.

— La elegiste vos, mi vida. Querías garantizarte un espacio amplio para nuestros futuros hijos, un jardín para extender una manta y hacer yoga...

— Lo sé. Pero no pensé que este nuevo trabajo te tendría tanto tiempo fuera.

— Son un par de días nomás. Aprovechá y llamá a alguna amiga.

— Sabés que no tengo muchas amistades...la mayoría está ocupada con sus matrimonios exitosos y sus cuatro o cinco hijos.

— Son madres y esposas, pero también podrían ser amigas, ¿no? Llamálas, quizás tengan ganas de salir de sus vidas perfectas, ¿no te parece?

Convenciéndose de a poco de mi idea, me dio un beso sobre la nariz y volvió a enredar los mismos fideos que antes; ahora, estarían helados.

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