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Para cuando entré con Clara, nuestros amigos la saludaron. Sin intenciones de exhibir mi vida privada delante de los empleados, simplemente se hizo ver como una más del montón, algo que me valdría un dolor de cabeza enorme antes de entrar a la oficina.

— ¿Por qué no querés que sepan que soy tu esposa? ¿Qué querés ocultar? —en el ascensor, poco le importó que no fuésemos los únicos en subir. Se mostraba irritable y celosísima.

— Nada, pero bien sabés que odio las demostraciones de afecto en público —mascullé entre dientes a poco de salir de la cabina.

Respirando un aire hostil, bajamos y nos mezclamos entre algunos de los presentes para entrar, luego, a la sala donde se centralizaba el festejo.

Risas, algunas muy altas, comida en exceso y mucha bebida con y sin alcohol, pero todo dentro de lo normal...a excepción de Magali; ni ella ni una de sus amigotas estaba allí.

— Ahora vengo —Clara saludó a Josema y Tadeo y con su mejor cara de culo salió de la sala de reunión.

— ¿Qué le hiciste? —Toto me regañó.

— Nada. Es caprichosa nomás.

— Siempre dije que eran tal para cual —y mofándose de mí, rió y comenzó a intercambiar opiniones de fútbol con Tony, uno de los abogados laboralistas de RRHH.

Un tanto nervioso, miraba la puerta cada dos segundos, hasta que Magali, de jocoso semblante, apareció por detrás de Gisela para ubicarse en sus asientos originarios. El corazón me latió con fuerza como a un púber de 15 años.

Sin dejar de sonreír me hizo feliz. Lisa y llanamente.

— Nunca supimos calcular la cantidad de comida, siempre compramos para un batallón— Graff se rió copa de vino en mano. José María se integró en la conversación hablando de lo exquisito del jamón crudo.

Curvando apenas los labios quería distraerme mirando a mi empleada cuando María Clara me regresó a la realidad y supe que tenía que dejar mi actitud cavernícola de lado.

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