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— ¿Qué te pasa Magu? ¿No te gusta? — la voz de Julián bajo las sábanas, era murmurada. Iñaki dormía a dos metros de mi habitación.

— Perdonáme...el laburo me tiene un poco preocupada — susurré sin la valentía de decirle que en realidad no tenía cabeza para pensar en otro hombre que no fuera Astor.

Trepando por sobre mi cuerpo, mi ex esposo se acomodó finalmente sobre el lado que había sido suyo hacía tiempo atrás.

Las cosas se estaban enredando más que de costumbre; ligados eternamente por tener un hijo en común, por el amor que tanto nos habíamos tenido, era la primera vez que me encontraba ante el deseo de necesitar las caricias de otro hombre. 

Un hombre que estaba aún más comprometido que yo.

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Encargada de juntar el dinero para el almuerzo de antes de Navidad, también fui la primera que recibió la penosa noticia de que Graff ya no estaría en la oficina a partir del primer día de enero entrante.

Un poco afligida, guardé el chisme hasta que él mismo se lo notificara a sus empleados.

— ¿Bajás? — Astor llegó corriendo al ascensor. Esos últimos días de diciembre no habíamos tenido ni contacto.

— Si, voy a traer los sándwiches de miga que encargué en la panadería de enfrente — notifiqué, pegando la espalda contra el espejo de la cabina —...te... ¿vas? — pregunté con el temor de que dijera que sí.

— Si. Pero vuelvo antes de que arranquen a comer.

Sonreí de lado. Se lo notaba apurado e intranquilo.

—¿Necesitás ayuda? Van a ser varios paquetes —ofreció socorro, pero mi orgullo ganó y me negué —. Guardáme alguno de lechuga y tomate, son los primeros que vuelan —amable y fuera de protocolo como solía ser conmigo, me dejó salir en primer lugar.

Con la tonta esperanza de que algo más sucediera entre nosotros crucé la calle y fui a comprar perdiendo el rastro de Astor a la vuelta de la esquina.





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