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— Cla...Clara...— balbuceé como tonta —. ¿Cómo estás? ¿Qué hacés acá?

La hermosa chica estaba de brazos cruzados, pálida como papel.

— Astor me dijo que viniera a buscar una documentación que necesitaba para una reunión. Yo...yo estaba por volar a Mar del Plata ahora...y ¡zas! escucho que, entre llantos, alguien está confesando que "aunque esta vez no hubo cama..." .... o sea que antes la hubo — dio dos pasos hacia el frente. Mi amiga se mantenía agazapada, por si Clara apelaba a la violencia.

— ¿Por qué creés que hablo de Astor? — improvisé una tonta defensa.

— Porque cada tarde que vuelve de la oficina, Astor es otra persona. Recuperó una sonrisa que no tenía y cada vez que hablaba de vos, de tu trabajo, se deshacía en elogios. ¿Por qué pensaste que yo quería conocerte? — expresó en tono cínico.

— ¿Estabas celosa de mí? Pero...miráte...sos hermosa...

— ¿Y? No soy de palo, amo a mi esposo y sé lo atractivo e inteligente que es. Además, sé que un cerebro le atrae más que un par de tetas bien puestas —fue grosera pero gráfica; aun así, no perdía ni una pizca de belleza.

— Clara...perdón...yo no....se fue de las manos. Pero él me hablo mucho de vos...—continué deshaciéndome en excusas poco valederas.

— ¿Y?¡Cogieron igual! ¿O hablar de mí les fue impedimento, acaso? — avanzando en mi dirección, sus puños se cerraron. Tensa, no perdía la calma a pesar de sus ojos llorosos y su voz quebrada —. No sé ni me importa qué clase de relación tendrás con tu esposo, o con quien sea el padre de tu nene, lo único que sé es que pensé que eras una mina con códigos. ¿Conocés la frase "donde se caga no se come"? Bueno, me parece que no.

— Voy a renunciar.

— Fueron capaces de pasarse por el culo que estamos casados, ¿con cambiarte de trabajo creés que se termina todo? Tienen sus teléfonos, él sabe dónde vivís...la cosa puede seguir adelante sin que sean compañeros. ¿Tan idiota me crees?

— Perdón Clara...perdón — continué, esta vez llorando desconsoladamente.

— Ahorráte las lágrimas, no te creo nada — rebuznó.

Dio media vuelta y agarró su cartera, la cual descansaba sobre la mesada de granito del lavabo. Finalmente, detuvo su marcha a poco de la puerta:

— Ah... ¿y tenés idea por qué te pedí conitos de chocolate?

Negué con la cabeza, con el corazón latiéndome muy fuerte.

— Porque estoy embarazada y estaba de antojo — lanzó sal a la herida. Mi rostro se rigidizó, incluso, también el de Gisela.

— Clara, es mejor que te vayas. No te...no les hace bien— sintetizó mi amiga, interviniendo en la escena por primera vez.

—  Estoy yendo a Mar del Plata a darle la noticia a Astor, pero sin imaginarlo,  te di la primicia antes que a mí esposo. Él va a ser papá...espero que sepas qué es lo que tenés que hacer — afirmó con el mentón en alto y la emoción a flor de piel. 

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