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-Lo sé, pero...- suspiré.- Tenía razón. Eres un cultivador muy distinguido. En las historias que cuento, eres el famoso cultivador ciego. Cualquier mujer quisiera estar contigo y conocer tus aventuras y secretos. Casi siento que... en algún momento te aburrirás de mí...

Mi voz sonaba con una contradicción de alegría y tristeza. Era cierto, A-Cheng era famoso y un cultivador excepcional. Yo no me comparaba con él en casi nada, apenas había comenzado a vivir mi vida. Apenas estaba dejando de ser niña, aunque mi físico no dijera eso. Temía ser alguien que no llenara totalmente el mundo de A-Cheng.

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-El fin de mi vida llegará muchísimo antes de que aparezca siquiera una mínima pizca de aburrimiento hacia ti. Prefiero mil veces a alguien que me vea por como soy a alguien que se interese únicamente por mi fama o por ser un cultivador.- dije serio, incluso frunciendo el cejo. -No quiero que pienses esas cosas... Te quiero, eres mi princesa, jamás desearía estar en otro lugar, por muy hermoso que fuera, si tú no estás.- seguí en mis palabras, me aferré a su mano, sentía que se alejaba de mí aún si mi piel hacía contacto con la suya.- Preferiría deshacerme de mi espada y venda para siempre antes que dejar de andar por este mundo sin tomar tu mano una vez más.

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-¡A-Cheng, no digas eso!- me asusté por un momento al escuchar algo tan radical.- Eres un cultivador, no puedes renunciar a tu espada por algo tan simple.

Su vida entera tirada a la basura por una pequeña rabieta de celos mía. ¿Qué me estaba pasando por la cabeza? A-Cheng era un cultivador, su vida entera de entrenamiento, esfuerzo y sacrificio.

Yo no me comparaba con alguien que una vez había sido discípulo de la gran Bao Sang. Por mucho que me dijera que su fama no era importante, yo no podía pensarlo de otra forma.

Cada vez que lo miraba, no solo miraba a A-Cheng, también veía al cultivador que me salvó la vida y se arriesgó por mí. Al que dio con entrega sus ojos a su mejor amigo.

-No te preocupes, A-Cheng... yo no soltaré tu mano... nunca...- mi voz estaba entrecortada a pesar de mis esfuerzos por ocultar mi dolor.

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-No volveré a decirlo si no vuelves a pensar esas cosas tan horribles sobre ti.- le dije sonriendo de medio lado.- Ñara mí eres la persona más importante en mi día, en mi eterna oscuridad. Me da igual quién fui, quién soy o quién seré... Lo único que me importa es seguir siendo tu compañero, volver a abrazarte cuando llegue la noche, que sigas a mi lado al amanecer.

Recé porque la sinceridad en mis palabras llegaran a ella. Tiré ligeramente de su mano para poder abrazarla, aún si tenía que agacharme ligeramente. Su voz detonaba dolor y yo no deseaba que fuera así, yo solo anhelaba su sonrisa y su felicidad en cada momento.

-Por favor... Cuando llegue la noche, cuéntame otro de tus cuentos. No pienses en mí como el hombre de esa historia que conoces, pues no soy él cuando estoy contigo.

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-A-Cheng...- detuve mis pasos cuando fui abrazada por él y le correspondí, me quedé así unos segundos mientras me arrepentía de mis palabras hacia él.

Estaba feliz de que fuera tan comprensivo con mis inmaduros sentimientos, por ello acepté complacer aquella humilde y hermosa petición.

Cuando levanté la mirada para sonreírle, vi de nuevo las manchas en sus vendas. Supuse que había sido por el incidente con la cortesana. Me separé de él lentamente y lo conduje a un callejón apartado.

-A-Cheng... tu venda... está manchada otra vez.- dije con la voz suave, esta vez no estaba tan chocada por el suceso.

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-Oh, vaya... Lo siento, princesa mía... Tendré que quitarla por el momento y caminar por el pueblo con los ojos destapados.- dije suspirando levemente, pues era mal momento para que pasara esto.

Como para mí fue costumbre, desprendí la venda de mis ojos y limpié como buenamente pude la zona. Sabía que tenía que abrir mis ojos levemente para limpiarlos bien y así lo hice, con cuidado de que ella viera lo menos posible.

-¿Así está bien? Confío en tus ojos para decirme si es que aún no me he limpiado lo suficiente. Lamento enormemente que tengas que verme en esta situación... Y aún así solo confío en ti para decirme si es que aún estoy sucio.

Con aquella petición no solo me refería a mis ojos, sino al color de mi alma, si es que aún mis malas acciones y decisiones de la vida me marcaban desde cerca. Solo confiaba en ella para saber si es que mis actos no eran los debidos, si mis palabras la habían herido... Si no era feliz a mi lado.

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A pesar de sus intentos por limpiarse, esta vez no le resultó tan bien. Sonreí, no me había molestado ver debajo de su venda. Aunque aún provocaba una punzada en mi pecho, así era él, y así lo amaba.

Tomé el cuello de su túnica y tiré suavemente de él para que bajara a mi altura. Luego tomé la venda de sus manos y terminé de limpiar bien sus ojos. Lo hice con la mayor delicadeza del mundo y haciéndole notar que no me molestaba en absoluto hacerlo si lo necesitaba.

-Está bien, A-Cheng, por muy sucio que puedas estar, seré capaz de limpiarte siempre.- lo había comprendido, estaba arrepentida de haberlo hecho pasar un mal rato, de hecho, aún peor de lo que podía haber hecho aquella cortesana, este era mi modo de compensarlo.

Cuando terminé de limpiarlo, acaricié su rostro, su suave y pálida piel. Era adictivo el solo hecho de tener algo tan suave bajo mis dedos.

-Eres puro y hermoso, A-Cheng...- dije al contemplar con satisfacción su rostro al descubierto, teniendo él apenas sus párpados cerrados, así era, era demasiado hermoso hasta para mí.

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-Eso es porque tus hermosos ojos me ven con la luz que hay en ellos, por eso eres una princesa, mi princesa.- tomé la mano que me acariciaba, aquella que siempre me guiaba por el camino de la luz de este mundo, y la besé, besé su hermosa piel que tan bien se sentía en mis labios.- Gracias por limpiar cada rastro de impureza de mi rostro y alma.

En ese momento sería todo un desperdicio ponerme la otra venda, así que, tras hablarlo con A-Guāng, decidí caminar por el pueblo sin ella tapando mis ojos, mientras los mantuviera cerrados no habría problemas ni malentendidos.

Por supuesto, dejé que sus pasos y sus manos me guiaran a cada paso que daba, jamás negaría su ayuda y esperaba firmemente que ella tampoco negara la mía.

-Te prometo que mañana elegirás tú el lugar en el que dormiremos... Pero por favor, ni un burdel más.- dije riéndome ligero y jovial.

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No había forma de que sus palabras no me hicieran sentir bien. Él siempre era así. Reí con su último comentario mientras avanzaba por el pueblo.

Sin embargo, al poco tiempo de andar, mi estómago evidenció mi hambre. Recordé que por el incidente con la cortesana no habíamos podido desayunar, incluso cuando ella misma había llevado comida.

Apenada por ser tan molesta para A-Cheng con respecto a mis necesidades, esperé que él no hubiese escuchado nada y pudiéramos seguir andando sin problemas.

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