Cinco

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Capítulo 5: Luces mágicas de medianoche.


          Soobin mira a su amigo, quien está ocupado en la cocina, aunque Sunghoon parece encontrarse con la mayor parte de su atención posada en el rubio que ve una película junto a Jo, mientras que tiene a Hikaru a la izquierda dibujando con crayones. De vez en cuando le pregunta cosas que no comprende del todo al adolescente y en otras le sonríe al niño que le enseña sus obras de arte y le susurra cosas.

—¿Qué harás con él? —Le pregunta. Sunghoon parpadea aturdido.

—¿Con quién?

Soobin le señala con la vista al rubio.

—Ya sabes, con el visitante mágico.

Aún era raro decirlo. El primer día creyeron que se había tratado de algún sueño extraño que compartieron en conjunto, pero cuando vieron al rubio saludándolos desde la cocina junto a la peculiar Layla, entendieron que aquello había sido muy real.

Sunghoon hizo una mueca y soltó un débil suspiro.

—No lo sé —admitió —. No tengo corazón para echarlo así como así.

Soobin alzó una ceja, intrigado.

—¿Por qué no?

Si era honesto, él tampoco. Pero viniendo de su amigo que era sumamente desconfiado a causa de sus malas experiencias se le hizo extraño. ¡Incluso permitía que Jake cargara a Hikaru! Aunque el niño lo pedía y él no era capaz de impedírselo.

—Ni siquiera sabía cruzar las calles, Soobin —dice.

El día que salieron a acompañar a Jo al festival de fin de año de Lakveria tuvo que sostener al rubio del borde del saco (mismo que le había prestado), pues parecía un niño pequeño viendo todo con asombro, tanto que no reparaba en los cruces peatonales y en un instante en el que lo perdió de vista, escuchó un claxon y una serie de disculpas. Fue corriendo a toda prisa solo para encontrarse a su hijo adolescente gritándole al ojiverde.

—¡Casi lo atropellan! Ni siquiera se fija en el semáforo al cruzar la calle —había dicho Jo, frenético. Quizás el rubio no le agradaba, pero tampoco quería que un vehículo le pasara encima. Alguien dele algo de paciencia, por favor.

Jake agachó la mirada.

—Lo siento.

Sunghoon no sabe por qué, pero el susurro diminuto y la actitud evasiva que adoptó le sacudió el corazón. Se rascó la nuca algo torpe y preguntó:

—¿Por qué no viste el semáforo antes de cruzar?

El rubio lo miró extrañado.

—¿Qué es un semáforo?

El solo recordar la carita extrañada y cejas fruncidas lo hicieron formar una mueca. Jake no sabía muchas cosas y dudaba que pudiera andar por sí solo en Lakveria, pero también entendía las razones de Soobin para preguntarle aquello. Sus días libres estaban por llegar a su fin y por más que Jake pareciera inofensivo, era un desconocido al cual no podía dejarle a sus hijos.

Ah, ser una buena persona le estaba causando muchísimo estrés.

—¿Cuándo volverán el tío Won y el tío Jay? Prometieron llevarnos a Karu y a mí al conteo de fin de año —preguntó Jo, teniendo sus pies encima de la mesita de centro. Sunghoon lo miró con una ceja alzada y tras rodar sus ojos los retiró.

—Recibí un mensaje de sus tíos hace unas horas. Tuvieron problemas en sus trabajos y volverán después de año nuevo —informó. Jo arrugó sus cejas al oírlo y Hikaru formó un pequeño puchero.

—¿¡Y hasta ahora lo dices!? —Exclamó el adolescente, poniéndose de pie de golpe —. Genial, es el peor año, definitivamente —rezongó. Jake hizo una mueca y Jo rodó sus ojos.

—Hey, no digas eso, Jo. Podemos ir todos juntos —dijo, pero el pecoso bufó.

—¿Qué te sucede? ¿Por qué estás tan encima de nosotros de repente? —Espetó. Soobin se cruzó de brazos al notar a su amigo apretar su mandíbula. Sabía que a Sunghoon le dolía y en serio hacía su mejor intento, pero también entendía al joven. Los dos estaban lastimados y se herían mutuamente.

—Jo... —intentó intervenir, sin embargo, Jo se sobresaltó.

—No, tío Soobin. Sabes que es verdad. Él nunca está aquí y ahora quiere hacerlo —señaló a su padre —. ¡Es muy raro! ¡Deja de hacerlo!

Sunghoon alzó la cabeza.

—Soy tu padre, Jo. Tengo derecho a pasar tiempo con ustedes sí quiero —reclamó, haciéndolo enojar más. No, no tenía ningún derecho. No había estado durante los momentos más importantes de su vida. Siempre eran sus tíos los que se aparecían en cada festival y feria escolar que tenía, nunca su padre. Lo mismo con Hikaru. Cuando se le cayó su primer diente o su primer susurro después de mucho tiempo silenciado, Jo y sus tíos estuvieron ahí. Para Jo ya era demasiado tarde —. Y ni sueñes con escaparte. Si quieres ir al conteo, será acompañado.

El adolescente lo miró indignado.

—¡Ush! —Gritó —. ¡De todas formas ni quería ir!

Seguido a su exclamación, se dio la vuelta y subió las escaleras con rabia, azotando la puerta una vez que ingresó a su habitación.

Sunghoon suspiró.

—Lamento que hayas tenido que ver eso —se dirigió al rubio, Jake miraba fijamente por donde el adolescente se había ido.

Entrecerró sus ojos y frunció ligeramente el ceño. Si ponía la suficiente atención, podía ver una débil capa translúcida alrededor de Jo, la cual se volvía más fuerte cuando gritaba. Llevó sus ojos verdosos a Hikaru, quien mordía su galleta de chispas de chocolate y coloreaba efusivamente. El niño no la tenía. ¿Qué...?

Seguro era idea suya. Su mente extrañando su reino le hacía ver cosas donde no las había.

Lo que sí podía ver de manera clara y no precisamente con el uso de la magia era...

—Está triste —dijo. Hikaru asintió y miró a su padre con sus enormes ojitos azules —. Lleva días así. ¿Por qué?

Sunghoon sintió como si la boca se le secara de golpe.

Mierda.

—¡Demonios! Lo olvidé —exclamó y corrió escaleras arriba directo a la habitación de su hijo aunque no fue muy bien recibido. Cojines y unos cuantos peluches volaron tratando de alejarlo, hasta que el silencio reinó al cerrarse la puerta. Jake miró extrañado todo.

Hikaru tiró del borde de su pantalón y estiró sus bracitos. Jake le sonrió cálido y lo alzó, dejando que el niño se aferrara a su cuello.

—Rei se fue —murmuró el pequeño. Jake alzó una ceja.

—¿Quién es Rei?

Escuchó a Soobin suspirar.

—Hikaru, mi niño. ¿Por qué no vas a buscar tus muñecos y jugamos todos? ¿Te parece? —Le preguntó. El pequeño lo pensó unos instantes, solo para terminar asintiendo emocionado. El silfo lo devolvió al suelo, dejando que corriera dando saltitos hasta su cuarto.

Una vez que estuvieron ellos dos solos, el más alto hizo una mueca.

—Rei es la madre de Jo —confesó —. Ella... Se fue cuando él tenía seis años, un veinticinco de diciembre.

El silfo abrió sus párpados con horror.

—¿Cómo que se fue? —Chilló, luego, bajó considerablemente su tono de voz ante el siseo del de hebras moradas —. ¿Ella murió?

Soobin esbozó una mueca. Hasta eso sería más fácil de sobrellevar que lo que realmente pasó.

—Ella lo abandonó. Lo dejó a su suerte en un parque de diversiones y jamás volvió —contó con rabia. Jake arrugó las cejas, sin poder creerse que alguien tuviera el corazón de hacer aquello —. Yo estuve ahí. Vi cuando se fue.

El rubio lo miró inquisitivo.

—¿Y por qué no hiciste nada?

¡Pudo haberla detenido!

Soobin se rascó la nuca cuando Jake se cruzó de brazos. Lo miraba con reproche y no sabe de dónde, pero la vergüenza lo invade, tanto, que termina desviando su mirada a un costado.

—Estaba trabajando, no podía abandonar mi puesto o tendría muchos problemas. Pero me quedé vigilando a Jo hasta que Sunghoon llegó por él —aclaró. Sentía el inmenso impulso de justificarse ante el rubio. Vaya, tal parecía que sí era verdad aquello que había dicho sobre ser el futuro dirigente de un reino. Jake imponía con un vistazo pese a ser más bajito que él.

—Así que por eso está triste —dedujo, llevándose el pulgar al mentón. Soobin afirmó.

—Nunca le gustaron mucho éstas fechas, no son... Fáciles para ninguno de los Park —se lamentó —. También un veinticuatro de diciembre fue cuando la madre de Hikaru murió al darlo a luz.

Quizás estaba errando al ser tan confianzudo, pero simplemente era tan fácil ser honesto con Jake. No parecía ser malo, solo algo... Singular.

—Eso es horrible.

Soobin deja escapar una risa seca.

—Como puedes ver, no han tenido la mejor de las suertes. Están bastante lastimados.

Eran una pequeña familia con muchas heridas que aún dolían. Necesitaban empezar a sanarlas antes de que todo se desmoronara.

—Es lo que veo —susurra, mordiéndose el labio pensativo. Luego, sus ojos verdosos se iluminan—. Creo que puedo ayudarlos con eso.

Soobin ladea su cabeza confundido. ¿Qué tramaba el rubio?

—Jake, no tienes que... Dijiste que debías volver a tu reino, ¿no? —Sim asintió. Sabía que quizás no era su asunto, pero si podía ayudarlos al menos un poco en lo que duraba su estadía inesperada, lo haría. Todas las hadas poseían el instinto de ayudar y consolar a los niños tristes y aunque Jake era solo un pariente de ellas, no exactamente un hada, su corazón sentía el impulso aparecer con esos dos niños.

—Se supone, pero por lo visto tardarán un poco en venir por mí. ¡Puedo ayudar a unirlos antes de que me vaya!

Quizás hacerlo le ayudaría a desaparecer el mal presentimiento que no dejaba de atormentarlo desde que se despertó.

Soobin parece no estar muy convencido.

—No sé si esa sea una buena idea —susurra.

Oh, por... ¿Todos los humanos eran así de negativos? ¡Jake solo quería levantar los ánimos un poco!

—¡Vamos! ¿Qué podría salir mal?

Ahora fue el turno de Soobin de mirarlo con una ceja alzada. ¿Es que no sabía que esas cosas nunca se debían decir?

Por lo visto, no.

—¿Quieres que te haga una lista de cosas?

Oyó al rubio bufar.

—Que negativo —bisbisó.

Alguien dele algo de paciencia a Soobin, el hombre estaba por arrancarse los cabellos de la frustración.

Se llevó las manos al rostro y lo talló bruscamente.

—Escucha, no sé cómo sean las reglas de donde tú provienes, pero aquí las cosas no se solucionan con magia y chispazos de colores —le señaló. Jake torció sus labios en una mueca.

—¡No planeaba usar magia! —Exclamó. Soobin lo miró desafiante —. Bueno, no solo magia. Haré que hablen y se unan. Confía en mí —se llevó una mano al pecho, confiado.

El de cabellos morados lo oteó de arriba a abajo.

—Te conozco desde hace tres días ¿Y ahora me pides que confíe en ti para ayudar a alguien que es como mi hermano?

Bien, sabía que tenía razón. No podía protestar contra eso de alguna manera. Suspiró.

No estaba en sus planes desistir, esa familia necesitaba ayuda y aunque él no era capaz de solucionar sus muchos problemas, tal vez darles un empujoncito sería positivo.

—Tengo buenas intenciones, lo juro —señaló su pecho, justo donde su corazón se encontraba. Luego, sonrió tal como su amigo Sunoo le había enseñado: honesto e inocente, mostrando todos sus dientes —. Los silfos nunca mienten.

La táctica de Sunoo nunca le había fallado y esa vez no fue la excepción. Al cabo de unos cuantos minutos de la fuerte mirada del alto, Soobin terminó suspirando rendido.

—Pero te estaré vigilando de cerca —lo apuntó acusatoriamente. Jake aceptó al instante — y si haces algo que no me guste, te detendré. Ellos son como mi familia.

Corrección. Eran su familia. Amaba a esos niños como si fueran sus sobrinos y apreciaba a Sunghoon de una forma tan grande que parecían realmente estar conectados por la sangre.

Jake respetaba eso.

—Entendido —solo haría un par de cositas aquí y allá, el resto funcionaría por sí solo —. Ahora, necesito que me digas qué es lo que hacen por aquí para recibir el año y no te guardes ningún detalle —pidió, tallándose las palmas con emoción.

Soobin solo pudo dejarse arrastrar por el entusiasta rubio que parecía derrochar chispas por los ojos y contarle todo lo que cuestionaba con lujo de detalles.









Sunghoon se limpió las palmas sudorosas en el pantalón de su pijama antes de avanzar un paso hacia su hijo.

—Jo, yo... —susurró. El adolescente estaba recostado sobre su cama y le daba la espalda.

—Vete —espetó sin siquiera voltear a verlo.

Mentiría si dijera que no le dolía. Esas fechas eran difíciles tanto para sus hijos como para él. Pero mientras él había escogido hundirse en su trabajo con tal de ahogar cualquier sentimiento posible, sus niños tuvieron que afrontarlo todo solos.

Se mordió el labio y desvió la mirada, encontrándose con la repisa repleta de coleccionables y uno que otro muñeco de peluche perteneciente a su hijo, resaltaba el enorme lobo azul que le había sido regalado por Choi Soobin cuando tenía seis años. Aún lo conservaba...

—Aún lo tienes —susurró, tomándolo entre sus manos tras acercarse. Acarició el lomo con pelaje azulado y apreció cada detalle. Los ojos dispar eran un toque singular pero muy hermoso. Jo nunca lo soltaba o al menos así fue hasta que cumplió los diez años, pero ni siquiera así poseía el corazón para deshacerse de él.

—Déjalo, ¿sí? —Respondió, enderezándose y apoyándose en el colchón con ambas palmas —. No necesitas estar aquí. Estoy bien.

Obviamente no lo estaba. Jo quería hacerse bolita y llorar durante todo un día o hasta que las lágrimas dejaran de brotar, pero eso jamás se lo iba a admitir al hombre que era su padre. Quizás le diría a su tío Soobin y le pediría un abrazo, pero hasta ahí. No necesitaba nada de Sunghoon o al menos eso era lo que trataba de hacerle creer a su pequeño corazón.

—Hijo —Sunghoon lo llamó suavemente, tal como lo hacía cuando era un niño. Jo no sabe porque eso lo hizo enfurecer tanto que terminó parándose de golpe para arrebatarle el peluche.

—¡Dámelo ya! No me gusta que lo toquen —gritó a la defensiva, abrazando al lobo azul a su pecho de manera recelosa. Su querido peluche era demasiado preciado para él y no quería que Sunghoon lo arruinara. ¿Siquiera tenía las manos limpias? ¿¡Eso que veía era una mancha en el pelaje de Solon!?

—Lo siento —susurró. Jo entornó los ojos —. Solo quiero hablar, Jo...

Torció sus labios en una mueca. ¿Por qué era tan terco? ¿Y por qué él tenía que ser condenadamente igual? Ya tenía suficiente con ser prácticamente la calca de su padre con todo y pecas incluidas.

—Pues yo no quiero —dijo renuente —. ¿Por qué no podía ser como todos los otros años? ¿Qué pretendes estando aquí, eh?

Desde que tenía ocho Sunghoon se alejó, se concentró totalmente en el trabajo y sus tíos y abuela pasaron a ser quienes se encargaron de ellos. Estaban siendo criados por otras personas que no eran su padre y Jo le guardaba cierto rencor por eso.

Porque aunque no quisiera admitirlo, sí lo necesitaba. Necesitaba urgentemente que su padre lo abrazara. Que le dijera que todo va a estar bien y que las vivencias duras que experimentaron son solo algo que pronto dejará de doler y sobre todo, requiere que alguien le diga que no fue su culpa, que su mamá lo quería y no fue por él que tomó la decisión de irse. Seguramente fue responsabilidad de su padre, por estar tan apartado siempre.

—Jo —miró al hombre con sus ojitos chispeando de enojo. Todo era su culpa, eso debió ser —. Solo quiero estar con ustedes.

¡Ja! Que pena, ya era demasiado tarde.

—Pero nosotros no queremos eso —masculló. Sunghoon suspiró rendido. Tal parecía que tendría que ser muy paciente y cavar muy profundo hasta llegar a su hijo. Estaba bien, lo iba a hacer. No desistiría solo por las respuestas groseras del adolescente.

—Jo, por favor. Volveré a mi trabajo en un par de días. ¿Podrías hacer esto más fácil para ambos? Tu hermano nos necesita —pidió, juntando sus manos en una súplica. Jo tensó su mandíbula.

Hikaru era su punto débil y él lo sabía. Agh, detestaba ser tan transparente en cuanto a su hermanito.

—Bien —aceptó a regañadientes, alzando su índice para señalarlo —. Solo lo hago por Hikaru.

Sunghoon asintió. Luego, hubo silencio incómodo. Ni sus treinta y dos años lo prepararon para tal nivel de tensión. Sabía que su hijo estaba resentido con él, había cometido errores y estaba dispuesto a enmendarlos.

—¿Aún quieres ir al conteo? —Preguntó. Jo le lanzó una mirada ácida.

—No tientes tu suerte —masculló, estando centrado en quitar esa mancha oscura del pelaje de Solon pero fracasando totalmente. Parecía que tendría que lavarlo, ah —. ¿Qué diablos?

—Jo. Esa boca.

Un alboroto provenía de la planta baja, sillas siendo corridas y puertas cerradas de golpe hasta que luego; silencio.

—Uy, perdón —murmuró irónico. Sunghoon solo decidió dejarlo pasar. No podían estar peleando por cada cosa que saliera de la boca del adolescente —. ¿Qué está pasando, tío Bin?

Gritó, pero no hubo respuesta. Se miraron extrañados y rápido bajaron a la primera planta, encontrándose con Hikaru sentado en el sofá, jugando con sus piecitos y bebiendo de un chocolate tibio en su vasito de pingüino.

—¿Se fueron...? —Murmuró para sí mismo, buscando a su amigo y al rubio por todas partes. Cuando se aseguró de que, efectivamente no se encontraban en el departamento se dirigió a su hijo menor —. Karu, hijo ¿Te dijeron a dónde iban?

El niño no respondió, solo miró a su padre y hermano con sus enormes ojos azules.

Jo lo escrutó con sus orbes oscuros.

—Enano malvado, tú sabes algo, ¿verdad?

El pequeñito sonrió con inocencia y se alzó de hombros. Jo solo pudo atinar a rodar los ojos y soltar una risita. Su hermano parecía tener un entusiasmo rebosante en cuanto al rubio y aunque él no quería admitirlo, se sentía de la misma manera. Era algo casi natural.

—Ven Karu. ¿Quieres ver una película? —Propone Sunghoon y el niño acepta de inmediato. Jo no puede hacer nada para oponerse cuando Hikaru lo jala de la mano para que se una a ellos. Así que terminan un treinta y uno de diciembre viendo Minions por millonésima vez en un ambiente cálido y tranquilo.










Son casi las doce cuando toquidos en la puerta suenan. Sunghoon se levanta tras compartir una mirada con sus dos hijos y abre la puerta, encontrándose con un rubio que le dedicó una amplia sonrisa. Jake llevaba un saco de lentejuelas y el cabello recogido hacia atrás, acompañado de un pantalón oscuro dándole un toque elegante y encantador.

—¿Y Soobin? —Preguntó, desviando la vista un segundo con las mejillas enrojecidas.

El silfo amplió aún más su sonrisa.

—Está esperándonos en la azotea —dijo.

Sunghoon alzó una ceja, intrigado.

—¿La azotea?

Jake asintió.

—¿Qué traman ustedes dos? —Cuestionó cruzándose de brazos. Jo y Hikaru se acercaron curiosos y sonrieron al ver al rubio.

—Es una sorpresa de año nuevo —dijo sin dar muchos detalles —. Abrígate y trae a los niños, por favor.

Jo tomó a su hermanito en brazos y lo alzó. No sabía que estaba sucediendo, pero cualquier cosa era mejor que pasarla encerrado en su departamento en año nuevo.

—Vamos Karu, busquemos tu abrigo.

—No demoren mucho, niños. Debemos subir antes de que sea media noche —indicó. Jo asintió.

Sunghoon miró a sus hijos meterse a la habitación del menor. Sonrió. Jake observaba cada gesto del pelinegro con una sonrisa calmada y cuidadoso, estiró su brazo para alcanzar el abrigo azulado colgado en el perchero a la izquierda de la puerta. Caminó hasta el hombre y se lo colocó sobre los hombros.

Sunghoon abrió sus párpados con sorpresa y luego balbuceó.

—Gracias —musitó torpemente.

Jake le asintió y se giró hacia los niños que recién llegaban listos y alegres.

—Vamos.

Sunghoon no era específicamente una persona de contacto físico, pero cuando el rubio le extendió su mano, sintió un reflejo inmediato que le llevó a corresponderle.

Tomaron las escaleras pues solo estaban a dos pisos de distancia.

—En serio no tenías que hacer esto —dice Sunghoon cuando están subiendo al siguiente piso. Jake se alza de hombros.

—Yo creo que sí —susurra —. Es mi forma de agradecer que me acogieran estos días.

Jo asoma la cabeza entre ambos.

—¿Qué es lo que hizo, de todas formas?

Jake le sonrió al adolescente.

—Abre la puerta y ve.

El pelinegro lo mira dudoso, pero las manitas de Hikaru sacudiéndolo para que se diera prisa terminan por empujarlo a hacer lo indicado, quedándose sin aliento una vez que empuja la palanca de la puerta blanca. El aire frío le da de lleno en el rostro y su boca se abre enormemente. Hikaru aplaude en silencio y busca bajarse de los brazos de su hermano para correr por los pasillos iluminados.

—¡Llegaron! —Soobin aparece, sonriéndoles tranquilamente.

—Esto... ¿Qué es esto? —Jo pregunta en un hilo de voz. Sus ojitos oscuros brillan bajo el reflejo de la lluvia de lucecitas.

Sunghoon está boquiabierto. Tan hipnotizado está que no se percata de que Jake lo toma de los hombros para hacerlo avanzar.

—Espero que les guste.

Ambos pelinegros lo miran asombrados.

—¿Tú hiciste esto? —Pregunta Jo. Jake asiente.

—Bueno, con bastante ayuda de Soobin —dice, pero el de cabellos morados niega de inmediato.

—Oh, yo sólo respondí sus preguntas y le dije donde estaba la azotea. Lo perdí de vista unos segundos y luego apareció diciéndome que debía cambiarme y estar aquí antes de las doce —lo acusó. Sim soltó una risita con las mejillas pintadas de rosa. Bien, sí. Él había sido totalmente el culpable.

Había luces flotando en el cielo. Jo tuvo que entrecerrar los ojos un poco para poder apreciar que en realidad, se trataban de un gran grupo de insectos luminosos. Layla, la pequeña Portfolio mágica llegó a sus pies, pidiéndole a él y a Hikaru que la siguieran y entre risas, ambos hermanos fueron detrás de ella.

—¿Cómo...? ¿Cómo hiciste esto?

Guías de luces colgaban de los postes además de serpentinas doradas. Al fondo, estaba una manta roja sobre la cual había cojines y almohadas.

Se alzó de hombros.

—Solo le pregunté al guardia donde estaba la azotea y si tenían algunas luces. Layla trajo a algunos de sus amigos y bueno, ¡tah dah!

Sunghoon estaba perplejo. Aquello no podía ser verdad. Parecía salido de un cuento fantástico.

En Lakveria no existían los fuegos artificiales. Fueron prohibidos desde hace ya varias décadas por una propuesta de protección a seres vivos que toda la población aceptó, por lo que se organizaban espectáculos con drones para celebrar. Jo había visto varios de ellos, pero lo que estaba contemplado en ese instante no se le podía comparar.

El silfo los guio hasta la manta, donde se sentaron todos en grupo. Soobin les pasó con cuidado unas varitas de luces las cuales había encendido previamente.

—¿Listos? —Preguntó. Cuando todos hicieron afirmativas, se llevó el índice y pulgar a la boca y silbó. Esperaron unos segundos, sin saber lo que verían a continuación. Jake les apuntó arriba, donde los insectos luminosos empezaron a moverse en el tiempo exacto que marcaba su reloj de muñeca. Se agruparon, haciendo las formas de los números, marcando primero el cinco.

Hikaru aplaudió y soltó una risita alegre, cuando se percataron de eso, Jo lo miró orgulloso y a Sunghoon se le aguaron los ojos. Había hecho ruido. El pequeñito silencioso y temeroso rio sin preocuparse.

Cuatro.

Soobin abrazó a su amigo por los hombros y le dio unas cuantas palmadas en la espalda. Sunghoon abrazó a sus hijos.

Tres.

Jake dejó ir a Layla, quien trotó hasta que la magia que poseía la hizo levitar, uniéndose a sus amiguitos resplandecientes en el cielo raso.

Dos.

Sunghoon miró a Jake. El silfo estaba muy concentrado en guiar a los insectos, pero cuando sintió su mirada, volteó. Sus comisuras se alzaron. Le sonrió.

Uno.

—Feliz año nuevo —susurró.

Por primera vez en mucho tiempo, Sunghoon sentía la esperanza de que ese año lo sería: un año feliz en verdad.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro