III

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Cuando la mañana del día siguiente llegó, Jimin se propuso dos objetivos.

El primero, era hacer lo posible para que el entrenador Han no decidiera mandarlo a la banca temporalmente.

—No lo sé, Park.

—Estoy mejor, se lo prometo.

El entrenador dejó salir un suspiro, revisando su portapapeles mientras trataba de pensar con claridad.

—He hablado con tus compañeros y aunque la mayoría está de acuerdo en que regreses, creo que lo que necesitas en este momento es descansar. Despejar tu mente.

—No es así —Jimin replicó, colocándose frente al entrenador quien estaba a punto de salir de los vestidores—. He descansado y me he mentalizado bien. Se lo juro, puedo jugar.

Han enarcó una ceja, barriendo con la mirada a su jugador estrella.

—Park, sabes que te aprecio —enfatizó con compasión, colocándole una mano sobre el hombro—. Este equipo no sería lo que es si no fuera por ti.

Jimin sonrió. Nunca era mal momento para recibir unos cuantos cumplidos.

—Pero creo firmemente que tu salud mental es más importante, por eso-

—Por favor, no lo diga, no usted —le cortó, suspirando. Debía usar su última carta: —. He jugado para este equipo desde que inicié la carrera, usted me conoce mejor que nadie y sabe que no le fallaría. No otra vez.

Las palabras del menor lograron alcanzar el corazón gélido de Han, quien, suspirando, aceptó.

—De acuerdo, ve a prepararte. Tienes veinte minutos.

Jimin no se había sentido tan feliz en mucho tiempo.

—No se arrepentirá, se lo prometo.

—Eso espero, Park —dijo, luciendo completamente neutral—. Te recuerdo que este partido es de los más importantes de esta temporada, del resultado de hoy depende si clasificaremos para las semifinales o no.

Jimin asintió, consciente de aquella situación.

—No se arrepentirá, gracias por esta oportunidad —prometió.

Esperó pacientemente a que el entrenador Han saliera de los vestidores antes de dirigirse rápidamente a su casillero pues necesitaba guardar algunas cosas y tomar lo que requería.

Después de quitarse la camiseta que llevaba, la cambió por la del uniforme de su equipo. Luego, procedió con los pantalones cortos y finalizó el proceso colocándose los zapatos apropiados.

Y mientras cerraba la puerta de su casillero con llave, percibió un sonido distante, como si alguien hubiera entrado.

—¿Hola? —exclamó en dirección a la fuente del ruido mientras alzaba una ceja por ser ignorado. Estaba seguro de que su llamado resonó claramente.

Con los sentidos en alerta y un mal presentimiento, Jimin se deslizó sigilosamente hacia el estrecho pasillo de donde había llegado el misterioso sonido. Cada paso resonaba en sus oídos como un eco inquietante en aquel lugar aparentemente tranquilo.

El silencio que rodeaba el lugar se sentía denso, interrumpido solo por el ruido lejano de su propia respiración. Cada paso parecía más lento, como si el tiempo mismo se hubiera ralentizado en anticipación a lo desconocido.

Detuvo su andar, mirando fijamente aquella puerta que estaba seguro de que se abrió hace solo unos cuantos segundos. Pero antes de dar otro paso en falso, sintió unas fuertes manos tomarlo por los hombros.

—¡Bu!

Jimin se sobresaltó, con el corazón en la garganta y sus niveles de azúcar hasta el suelo. De pronto, unas risas jocosas –y muy familiares– llenaron el ambiente.

—¡Eres un imbécil, Seokjin! —gruñó exasperado después de golpear en el hombro a su amigo, haciendo que este se tambaleara un poco.

—¡Debiste ver tu cara! —exclamó entre risas, a punto de ahogarse con su propia saliva—. ¿Te asusté, Minnie?

Las mejillas del pelinegro estaban teñidas en rojo; no sabría decir si era por la vergüenza de haber sido asustado de esa forma tan brutal o por la rabia que le provocaba el saber que su estúpido amigo estuvo a punto de provocarle un maldito paro cardíaco.

—¡Deja de reírte!

—¡Lo siento! E-es s-solo que fue tan g-gracioso —continuó riéndose, siendo apenas capaz de respirar. Cuando logró calmarse, agregó: —. Ya hombre, quita esa carita de gatito molesto. Además, me lo debías.

—¿Puedo saber por qué?

Cualquier rastro de mofa en Seokjin se desvaneció.

—Por abandonarnos en aquel restaurante sin darnos alguna explicación —dijo, sonando más serio—. ¿Sabes que nos cobraron aquel estúpido tarro que arrojaste a la mesa y que, por cierto, rompiste?

Jimin hizo una mueca, había olvidado ese detalle...

—Lo siento.

—Supongo que lo haces —alzó ambas cejas—. Y agradécele a este partido que está a nada de empezar porque no te atormentaré con preguntas. No ahora.

Jimin casi suspira de felicidad. Casi.

—Cuando salgamos de aquí recuérdame cuánto fue en total, prometo que les pagaré a todos —rascó su nuca, avergonzado—. Creo que nada me excusa, pero en serio lo lamento.

Seokjin sonrió, mostrándose más relajado que en estas últimas semanas.

—Hablaremos de eso después.

Y cuando escucharon el sonido de un micrófono seguido de la voz de un conductor, ambos supieron que debían correr hacia la cancha o sino los dejarían en la banca.

Cuando Jimin pisó de nueva cuenta el estadio universitario, sus ojos se abrieron asombrados al ver la multitud reunida. Las gradas estaban repletas de espectadores que lo aclamaban pese a su error del último partido en donde participó.

Una oleada de emoción y gratitud lo invadió, sintiendo una mezcla de nerviosismo combinado con determinación. Cada grito y aplauso aumentaban su confianza, sabía que tenía que dar lo mejor de sí para no decepcionarlos de nuevo.

—¿De verdad este idiota va a jugar? —escuchó a sus espaldas la voz quisquillosa de Taehyung.

—Lamento que tus cinco minutos de fama terminaran con mi regreso, Kim —respondió con una sonrisa socarrona—. No es mi culpa que seas fácil de olvidar.

Los aullidos burlescos de sus demás compañeros no se hicieron esperar, provocando que Taehyung sintiera sus mejillas arder de vergüenza.

—Chicos ya basta —interrumpió el entrenador—. Ojos en el juego, no hay tiempo para que comiencen con sus inmadureces.

El partido dio inicio, todos los presentes (fanáticos y no tan fanáticos) estaban expectantes a cualquier movimiento que hiciera el jugador con el número "13" en la espalda: Park Jimin.

El estadio estalló en gritos y aplausos cuando Jimin anotó su primer gol, marcando así la primera ventaja en su equipo.

Pero no todo era felicidad.

Jimin corría con el balón entre sus piernas, burlando a sus oponentes mientras su mente trabajaba a toda velocidad para calcular desde que ángulo debía patear el balón para marcar gol nuevamente.

Pero al voltear fugazmente en dirección hacia las gradas, lo vio.

Esa sonrisa, retorcida y maquiavélica que parecía arder con la misma malicia que recordaba. Aquel rostro enmascarado pero inconfundible...

El asesino de su madre se encontraba ahí, en carne y hueso.

—¡Ah!

Se desplomó abruptamente, víctima de su propia distracción que le permitió a alguien meterle el pie, desencadenando una dura caída. Su cuerpo rodó sobre el suelo, ensuciándose en una mezcla de tierra y hierba mientras sus rodillas se arañaban dolorosamente.

El árbitro hizo sonar un silbato, dando fin a la primera mitad del partido.

Jimin logró ponerse de pie, completamente jadeante e incrédulo. Volvió a mirar hacia la misma dirección, sintiendo cómo el aire comenzaba a faltarle y el mundo nublarse a su alrededor.

Él ya no estaba ahí.

—¿Jimin? ¿Estás bien?

Seokjin se acercó a él con el rostro repleto de preocupación, la caída que sufrió su amigo no había sido precisamente la más cariñosa.

Jimin volvió a mirar hacia atrás, apenas conteniéndose las ganas de temblar.

«Pero... él estaba... justo ahí...»

—¿Jimin?

—Eh... s-sí, todo bien —se forzó a sonreír—. He tenido peores lesiones.

Seokjin asintió, poco convencido.

—¡Kim! ¡Park! —se escuchó el grito de su entrenador a lo lejos, llamando su atención—. ¡Muevan su trasero, solo tenemos quince minutos!

—Vamos —Jimin comenzó a caminar, escuchando los pasos de Seokjin detrás de él.

El entrenador Han comenzó su típico discurso de motivación mientras los demás escuchaban atentos la estrategia que se jugaría.

Jimin solamente bebía a cántaros de su botella de agua. Si era honesto, ni siquiera prestaba atención a su entrenador.

Solo podía pensar en el asesino de su madre, en ese maldito que parecía no tener reparos en comenzar a atormentarlo.

Pero... ¿realmente estaba ahí?

Nadie puede aparecer y desaparecer como si fuese una especie de fantasma.

Tal vez su mente le jugó una mala pasada.

Tal vez...

—¡Ocupamos una ambulancia!

Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos: gritos y lamentos resonando por todas partes, una camilla llevando consigo el cuerpo ensangrentado de uno de los jugadores del equipo contrario cubierto con una manta, el partido siendo abruptamente cancelado.

Jimin apenas podía asimilar lo que estaba presenciando.

"¡¿Cómo pudo suceder algo así?!"

"¿Qué carajos acaba de pasar?"

"¡No es justo!"

El entrenador Han se encontraba tratando de averiguar lo que había sucedido. Después de unos minutos investigando, le dijo a su equipo:

—Al parecer alguien atacó al joven Choi mientras este se encontraba usando el baño —dijo, carraspeando la garganta—. Él fue agredido, siendo apuñalado en los hombros, piernas y antebrazo.

—Dios, qué horrible... —Seokjin murmuró, cubriendo sus labios con ambas manos.

Jimin seguía en estado de shock.

¿Habrá sido el asesino de su madre? ¿Cómo se coló sin ser visto?

Sus sospechas tenían motivos, pero no podía divulgarlas sin tener pruebas. Sobre todo cuando probablemente ya se encontraba bajo periodo de prueba.

Hablar de más sería contraproducente.

—¿Entonces qué? ¿Por culpa de alguien que ni siquiera se encontraba jugando los demás vamos a jodernos? —Taehyung habló, completamente irritado.

—Me temo que sí —respondió el entrenador.

—Debe ser una jodida broma, ¡íbamos muy bien! ¿Cómo estamos seguros de que esto no lo hicieron entre ellos como estrategia?

Jimin apretó los puños, golpeando sus muslos.

—¿Quieres cerrar la puta boca? —bramó, llamando la atención de todos—. ¡Alguien acaba de ser herido de gravedad! ¿Y solo te importa el estúpido juego?

—No conozco al sujeto, ¿por qué habría de importarme?

—Se llama tener empatía, pedazo de imbécil.

—Mira, maldito huérfano-

—¡Ya basta ustedes dos! —gritó el entrenador, completamente furioso—. ¡La situación no está para que se peleen entre ustedes! Son un maldito equipo por el amor al cielo.

—¿Ahora qué haremos? —intervino otro jugador en un hilillo de voz.

—Por ahora solo queda dejar las cosas como están —dijo, luciendo más tranquilo—. Dúchense y regresen a casa, pronto les daré indicaciones.

Sin rechistar, todos acataron la orden de Han.

Jimin se mantuvo en silencio, escuchando los cuchicheos de sus compañeros quienes repetían lo decepcionados que se encontraban porque su posible triunfo se había convertido en una tragedia.

Seokjin igualmente intervenía, pero siendo de los pocos que realmente se preocupaban por el chico herido.

Cuando Jimin terminó de ducharse, ya casi no quedaba nadie en los vestidores, incluso su amigo había terminado temprano. No lo culpaba, él también deseaba salir lo más pronto posible de aquel lugar.

Y mientras se encontraba abriendo la puerta de su casillero, un papel cayó al suelo.

Era una nota.

Tragando saliva con dificultad, Jimin volteó a todas direcciones, asegurándose de que nadie más pudiera ser testigo de lo que estaba a punto de leer. Con las manos temblorosas, tomó aquel papel, siendo apenas capaz de vislumbrar lo escrito en este:

"Luces bien con ese uniforme,
aunque sería mejor ensuciarlo con sangre.
¿No lo crees?"

Las piernas de Jimin comenzaron a temblar y de no ser por la banca que se encontraba detrás de él, habría caído al suelo.

Un pensamiento oscuro invadió su mente.

Volteó la nota, había una letra en toda la extensión del papel.

Era una "A", claramente visible. Trazada de rojo.

«La sangre del chico...»

Una sensación extraña se instaló en la boca de su estómago, escalando al punto de ser insoportable. Corrió hacia el baño, subiendo torpemente y de forma desesperada la tapa del primer escusado que encontró. Sus manos se colocaron al rededor de la taza, apretando la nota en el proceso y se dejó ir.

Vomitó, como nunca lo había hecho en años.

Cuando se sintió más tranquilo, tiró de la cadena del retrete, guardó la nota arrugada en un bolsillo de su pantalón y caminó con pasos pesados hacia el lavabo.

Abrió el grifo, dejando escurrir el agua. Juntó sus manos abajo de la llave, provocando que el líquido se acumulara en las palmas de estas para poder lavarse la cara.

Y cuando decidió encarar al espejo, su rostro palideció.

Quiso gritar, pero una mano cubrió sus labios. Su cuerpo sufrió de un empujón, provocando que quedara completamente preso entre el borde del lavabo y la figura de su agresor.

—¿Te gustó el regalo que te hice? —el susurro de una voz rasposa le provocó escalofríos.

Esa maldita voz.

Cuando la mañana llegó, Jimin se propuso dos objetivos.

El primero, era hacer lo posible para que el entrenador Han no decidiera mandarlo a la banca temporalmente.

El segundo, era idear un plan para volver a encontrarse con el maldito asesino.

Al parecer, solo pudo completar uno de ellos.

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