IV

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Gotas de sudor frío escurrían por la frente de Jimin.

En el baño, el único sonido que rompía el silencio era el goteo constante del grifo acompañado por su agitada respiración, la cual era amortiguada por aquella mano fría que mantenía parte de su nariz y labios cubiertos.

Su corazón latía con una fuerza desenfrenada, como si amenazara con salírsele del pecho. El asesino de su madre lo mantenía prisionero, burlándose cruelmente de su desventaja a través de su reflejo en el espejo.

Jimin forcejeó, pero sus esfuerzos resultaron inútiles.

—¿Y bien? —exclamó el bastardo, ladeando su cabeza—. ¿Disfrutaste mi regalo? Espero que sí. No tienes idea del esfuerzo que me llevó colarme en los vestidores del equipo contrario.

—¡...Mh! —Jimin no podía decir nada, limitándose a hacer ruiditos de molestia.

El asesino sonrió.

—Es broma, por supuesto que no fue un problema en lo absoluto. No quisiera echarme flores, pero fue relativamente sencillo burlar la seguridad de esta universidad. Es un chiste.

Jimin hizo otro intento desesperado para liberarse de su captor, lográndolo finalmente cuando este decidió aflojar su agarre. Apoyó las manos contra el lavabo, respirando entrecortadamente.

—Tú... —Jimin escupió con rabia, observando la cruel sonrisa en el adverso que solo parecía ensancharse con cada segundo que transcurría.

—Yo —le respondió el asesino con cierto toque de socarronería.

Todo sucedió en un instante: Jimin se giró abruptamente con la intención de golpearlo en la cara, pero falló cuando su oponente hábilmente atrapó su mano. Fue como si el tipo hubiera previsto cada movimiento con una destreza (casi) admirable.

El asesino lo atrajo bruscamente hacia sí, provocando que sus cuerpos quedaran estrechamente unidos en un abrazo mortal. Forcejearon durante unos cuantos segundos, pero finalmente, Jimin perdió la batalla, quedando con su espalda contra el suelo mientras su adversario le mantenía prisionero con un implacable agarre sobre sus muñecas.

Después de eso, el tipo se sentó sobre él a horcajadas. Inmovilizado al pelinegro por completo.

Jimin gritó en frustración, ¿por qué el bastardo tenía que ser tan fuerte?

—Eres tan divertido, niño —exclamó con una carcajada—. A pesar de todo, aún tienes energía para enfrentarte a mí.

Dios. Jimin ansiaba borrar esa estúpida sonrisa de autosuficiencia a golpes, pero solo suspiró, optando por dejar de forcejear. Al menos, por ahora.

—¿Ahora qué? ¿Vas a matarme?

—Tal vez.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Jimin al cruzar miradas con su adversario. Tras aquella máscara que mantenía oculta su identidad, se asomaban dos ojos rasgados y felinos, grises como la ceniza de un fuego extinguido; los cuales contaban con un brillo peculiar.

Las pupilas del asesino susurraban: "te tengo".

Y en sus ojos se reflejaba el mismísimo infierno.

Jimin frunció el entrecejo al sentir una oleada de familiaridad que se expandía por su pecho. Era casi como un déjà vu, como si esos ojos no lo estuvieran escudriñando por primera vez. Ni siquiera en su primer encuentro sintió algo parecido.

Era como... como si ya se hubieran encontrado antes, mucho antes del asesinato de su madre.

—Eres muy extraño, niño.

Jimin parpadeó, regresando de su trance.

—¿Lo soy?

—Sí —exclamó el asesino, paseando su mirada por el cuerpo del menor—. Mis víctimas suelen temblar de miedo cuando estoy encima de ellas, pero tú... luces tan tranquilo. ¿Acaso no sientes miedo de lo que pueda hacerte?

—No —respondió, tratando de sonar convincente. Pero, en realidad, se estaba muriendo de miedo.

El bastardo sonrió, mostrando sus pequeños dientes y parte de sus encías. Una sonrisa demasiado inocente para un hombre tan jodido.

—¿En serio? —dijo con cierta sorna, soltando una de las muñecas de Jimin—. Podría hacer lo que quisiera contigo; no hay nadie más que pueda ayudarte. Me aseguré de eso.

Antes de que Jimin pudiera dar un golpe en falso, el bastardo se aseguró de atrapar su muñeca libre y unirla a la otra, manteniéndolo prisionero con solo una de sus manos.

Las pupilas de Jimin se contrajeron cuando el asesino se inclinó hacia él, provocando que sus rostros quedaran a solo unos cuantos centímetros de distancia. El aire se cargó con respiraciones aceleradas, creando una tensión palpable. A Jimin le gustaría decir que el aliento del tipo era repugnante, pero sería una mentira.

—Deberías tenerme miedo —susurró el asesino con voz sepulcral, erizando los vellos de Jimin—. ¿Qué crees que podría hacer contigo? Dímelo, porque me encantaría hacerte algo peor.

Jimin jadeó al sentir la pesada mano del tipo deslizándose por su torso, acariciándolo sobre la tela de su playera.

—Podría hacerte unos cortes por aquí —ronroneó mientras sus largos dedos trazaban una línea recta por su abdomen—. Abrirte el estómago no sería una mala idea. ¿Sabes cómo son los órganos por dentro? Yo sí, y apuesto a que los tuyos se verán tan bien sobre mi repisa.

Jimin cerró con fuerza los ojos mientras el mayor se acercaba al espacio libre en su cuello.

—¿Pero qué pensarías si antes de poner fin a tu miserable vida decido divertirme un poco contigo, eh? —ronroneó de nuevo, dejando una pequeña mordida en el lóbulo de su oreja—. ¿Gritarías para mí? ¿Me suplicarías que me detenga? No sabes cuánto disfruto cuando sufren.

—No me toques —bramó, sacudiéndose agresivamente—. ¡Suéltame!

—Tengo muchos planes para ti, niño —la mano libre del asesino se deslizó hacia atrás, sacando algo del bolsillo de su pantalón—. No te quedes quieto y grita, amo cuando lo hacen.

Jimin jadeó al ver un cuchillo de cocina que tintineaba con la luz del baño. Su corazón se aceleró cuando el bastardo alzó su playera, revelando parte de su estómago.

—Esto te va a doler —advirtió con una sádica sonrisa pintada en su rostro.

El estómago de Jimin se contrajo cuando la punta del cuchillo rozó su piel con delicadeza, siendo apenas perceptible.

—¡Agh!

Un ardor inefable recorrió su cuerpo al sentir la punta del cuchillo hundiéndose en su piel. Aunque no la penetró muy profundo, la sensación ardiente se desató como mil infiernos. Jimin se removió, arrepintiéndose cuando aquello provocó que el objeto afilado se hundiera más. Sus ojos se cristalizaron mientras el pánico latente alcanzaba niveles insoportables cuando sintió algo escurrir por su herida.

Era su sangre.

—¡Eso es! —jadeó el bastardo, extasiado—. Muéstrame más de esa expresión de impotencia, me encanta...

—¡Ojalá te mueras, bastardo! —un grito desgarrador escapó de los labios de Jimin mientras el maldito persistía, moviendo su cuchillo como si estuviera escribiendo un macabro relato sobre su piel.

Y a pesar del dolor que le calaba hasta los huesos, Jimin se negaba a suplicar.

—No seas tan aburrido, niño —canturreó, haciendo un puchero—. Tu madre no tuvo reparos en suplicar mientras le hacía lo mismo —aprovechando el pequeño estado de trance en el menor, se inclinó hacia su oído—. ¿Los forenses no te dijeron acerca de las múltiples heridas que hallaron sobre su cuerpo? No solo la acuchillé hasta la muerte, me divertí un poco con ella antes de.

Jimin apretó las palmas de sus manos con fuerza, provocando que las uñas se enterraran en estas. Una oleada de rabia comenzó a invadirlo, cegándolo casi por completo.

Fue tan divertido. No sabía que incluso una mujer adulta podría llorar como toda una perra.

Esa fue la gota que colmó el vaso. Un torrente de adrenalina se apoderó de Jimin, quien, sin entender cómo, consiguió liberar sus muñecas. Y antes de que el asesino pudiera reaccionar, el menor le proporcionó un golpe certero.

El rostro del tipo se giró en dirección de el golpe y los nudillos de Jimin dolían como el infierno, pero al menos, había descargado parte de su furia.

—¡Que te jodan, imbécil! —bramó Jimin, propinándole una patada como pudo al tipo para apartarlo de él.

Y antes de que el asesino pudiera contraatacar, Jimin se levantó de un salto del suelo y corrió hacia la salida del baño. Su cuerpo dolía debido a las heridas sangrantes sobre su estómago, pero eso no importaba. Debía ponerse a salvo primero.

—¡VOY A ATRAPARTE, NIÑO! —le escuchó gritar a sus espaldas—. ¡TE MATARÉ COMO LO HICE CON TU MADRE!

Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando la estruendosa carcajada del asesino resonó en los vestidores, fue una cargada de mofa e ironía, rozando en lo cruel y sádico.

Jimin, con dificultad, logró salir del lugar. Pero era extraño, la oscuridad reinaba a su alrededor a pesar de ser solo las ocho de la noche; la universidad estaba completamente desierta. El tipo no bromeaba cuando dijo que nadie le hubiese escuchado pedir ayuda y la sola idea le provocó escalofríos.

Siguió corriendo sin un destino claro, el sonido de las suelas de sus zapatos y su respiración agitada retumbaban en sus oídos, brindándole cierto temor al ser lo único que podía escuchar.

«Seguro te está persiguiendo; él solo es increíblemente sigiloso» pensó, incapaz de tranquilizarse. El sentimiento de vértigo empezaba a volverse insoportable y sus heridas continuaban sangrando. A este punto, podría desmayarse.

No tenía idea de en qué momento se alejó de las instalaciones de la universidad, pero allí estaba: atravesando las calles como si el mismísimo diablo le estuviera persiguiendo (nada alejado a la realidad), mientras sus piernas temblorosas continuaban corriendo, incapaces de detenerse.

Jimin, desesperado, se encontró frente a un edificio abandonado. Logró ingresar a través de un pasadizo lo suficientemente amplio para su acceso; el interior del lugar lucía desolado: con algunas cajas, varias botellas de plástico vacías y polvo por todas partes.

El edificio contaba con algunas ventanas por las que se filtraba la tenue luz de la luna. Aunque la iluminación era escasa, resultaba suficiente para evitar sumirse por completo en la oscuridad.

Un suspiro causó eco.

—Eres un imbécil, Jimin... —murmuró entre jadeos.

La idea de entrar a un lugar tan tétrico y hacerlo de noche solo podría ocurrírsele a él. ¿En qué momento pensó que sería una buena idea?

Culpaba a la adrenalina y a su escaso sentido común.

Pero, vamos, ¿qué sería de un libro sin estas escenas carentes de lógica?

Jimin hizo una mueca, siseando de dolor. Fijó su mirada en la mano que había mantenido apretada contra su estómago: estaba cubierta de sangre.

Con sumo cuidado, se acercó lentamente a una de las paredes con ventana. Bajo la luz de la luna, pudo apreciar claramente cómo la sangre había traspasado su playera. Hizo una mueca, la escena era perturbadora.

—¿Dónde lo puse? —murmuró entre dientes, buscando desesperadamente su celular en los bolsillos del pantalón—. Carajo...

Lo peor que podría pasar, ocurrió: no tenía su teléfono, probablemente lo había olvidado en su casillero. Jimin maldijo en voz alta, preguntándose si algo más podría salir mal.

Resultó que sí.

Sus ojos comenzaban a cerrársele, sintiéndose repentinamente cansado. Era lógico; solo Dios sabrá cuánta sangre había perdido durante el transcurso de esa noche. Era sorprendente que aún estuviera de pie.

Sus pies se sentían extremadamente pesados, incapaces de obedecer sus deseos de caminar hacia la salida. Cuando finalmente logró dar un paso, el eco de otras pisadas le hizo estremecerse.

«Joder, no. Ahora no» gruñó mentalmente.

El asesino estaba por aquí.

Con las pocas fuerzas que le quedaban, se escondió detrás de un montón de chatarra oculta en las sombras. Se obligó a sentarse en el frío suelo, cubriendo con una mano la mitad de su rostro para que su respiración no le delatara.

Esperó durante unos minutos. Nada. No se escuchaba absolutamente nada, solo su respiración amortiguada. Jimin frunció el entrecejo, ¿acaso lo había imaginado? Esperaba que sí, que aquellas pisadas fueran solo una broma de su subconsciente.

Sin embargo, la risa que retumbó en sus oídos le hizo comprender que no había sido producto de su imaginación.

Escuchó el estruendo de varios objetos al ser arrojados al suelo, percibió pasos que se acercaban y se alejaban progresivamente de su escondite. Jimin apretó los ojos con fuerza. ¿Quién estaba detrás de todo eso? ¿El asesino? ¿Algún drogadicto? La mera idea de los peores escenarios posibles estaba a punto de hacer que vomitara.

—Sé que estás aquí, niño.

Jimin jadeó, por supuesto que era ese tipo.

Arrastró con sigilo sus piernas, juntándolas cuidadosamente contra su torso. Nunca se había considerado a sí mismo como un creyente, pero realmente esperaba que, si hubiese alguien allá arriba que le estuviera viendo, se apiadara de su pobre alma.

—Puedo oler tu miedo, ¿sabes? —exclamó con una risa tétrica—. Sal, niño. Juguemos un rato.

La actitud increíblemente bizarra del bastardo enfermaba a Jimin. El tipo actuaba como si todo fuera una broma, disfrutando de los actos más horribles como si se trataran de juegos inocentes.

—¿Caliente o frío? Podrías al menos darme una pista.

Los párpados de Jimin se volvieron excesivamente pesados. A este ritmo, perdería ante el asesino por *forfeit. Maldita sea. Morir de una hemorragia en un lugar abandonado no era algo que deseara tener en su historial.

Las pisadas del asesino resonaban en el lugar, cada vez más cerca de su escondite. Los latidos de su corazón parecían un trueno en sus oídos, abrumándolo hasta que, de pronto, un silencio ensordecedor le envolvió por completo.

Y al mirar hacia arriba, Jimin lo supo.

Finalmente lo habían encontrado.

—Te encontré.

La mirada de Jimin se encontró con esa sonrisa desquiciada, deteniendo el mundo a su alrededor. El asesino reveló su rostro enmascarado al retirar la capucha, haciendo visible una (no tan) larga cabellera dorada.

Los tenues rayos lunares descansaron sobre el adverso y su sonrisa se amplió, exhibiendo pequeñas perlas dentales manchadas de sangre, secuela del golpe que le infligió Jimin.

—No eres tan listo, niño. ¿A quién rayos se le ocurre esconderse en un edificio abandonado? —se burló, enarcando una ceja—. Aunque, si te sirve de algo, puedo comprender el por qué tomaste una decisión tan estúpida.

Jimin jadeó cuando el asesino se acuclilló frente a él, quedando a su altura. Intentó apartarse, pero no pudo hacerlo. Estaba demasiado agotado.

—¿Finalmente vas a... matarme? —Jimin apenas pudo hablar, jadeando entre respiraciones rotas.

El asesino alzó los hombros, burlándose de él.

Jimin intentó huir, pero el bastardo comenzó a gatear hacia él, colocándose a horcajadas sobre su figura indefensa.

Iniciaron una guerra de miradas, ninguno dispuesto a apartar la atención del otro. Jimin se sumergió en los ojos del asesino, cuyas iris destellantes albergaban promesas oscuras. A pesar de no querer reconocerlo, la mirada felina del tipo le despertaba una asfixiante curiosidad.

Que Dios y su moral lo perdonen, pero Jimin nunca había contemplado una mirada tan cautivadora. Si fuera posible, desearía apreciarla sin aquella máscara de por medio.

Jimin tragó con dificultad cuando la mano del asesino se dirigió hacia su garganta, apretándola con fuerza. Su cabeza fue tirada hacia el mayor, haciendo que sus rostros quedaran peligrosamente cerca.

—Estás a punto de desmayarte —dijo, aunque sonó más como una afirmación—. ¿Algunas últimas palabras, niño?

Jimin jadeó, cerrando los ojos nuevamente, luchando por respirar.

—Si muero... te esperaré en el infierno... maldito imbécil.

El bastardo sonrió.

—Dile a Lucifer que le mando saludos.

Los ojos de Jimin se abrieron desmesuradamente al sentir una presión tentadora sobre sus labios. El asesino lo besó con una intensidad que desafiaba toda razón, sus labios danzando en una danza sensual que envolvía a ambos en un juego peligroso y ardiente. El mundo se desvaneció mientras la lengua de el asesino de su madre se adentraba en su cavidad bucal, permitiéndole a Jimin degustar el característico sabor metálico de la sangre que aún se encontraba perceptible en la boca del mayor.

Se separaron en un chasquido que no debió haber sonado tan lascivo. Jimin se sintió mareado, confundido.

Pero no pudo meditarlo por mucho tiempo.

—Ahora, duerme. Pequeña mierda molesta.

Después de eso, todo se volvió oscuro.


*Forfeit: El término Forfeit (del inglés to forfeit, que en español se puede traducir como «perder») significa dar por perdida la partida, o bien, conceder la victoria al contrario.

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