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Capítulo 1

— ¡Por favor, cuídate! No podría soportar tu pérdida también ― la mujer de ojos tristes y celestes, pidió en un sollozo.

Besó la mano de su madre, prometiéndole que regresaría con la victoria, con el poder real. Phillipa Laughlin lo saludó a través de la ventana de su castillo, lo poco que aun conservaba tras la muerte de su esposo. Él inspiró porfundo, con el peso de haberle prometido a ella y de pie frente a la tumba de su padre, que devolvería a Bjak el esplendor de sus mejores momentos.

Habiendo sido condecorado por su valentía en combate, nadie dudó en cederle el mando del ejército liderado por su padre hasta hacía unos meses, cuando Rijbah de Eergerland, en nombre de "la Desunión", lo asesinó sin piedad. Derrocado al Rey Theodore, Bjak carecía de monarca y según las escrituras fundacionales escritas por el dios celta Dagda, solo aquel que lograra unificar los reinos que conformaban "La Trinidad", era digno de alzarse como rey absoluto y el único capaz de darle un nombre al imperio, inaugurando una nueva época.

Declan ajustó la montura sobre su caballo "Eternum" con esos recuerdos en cada poro de su piel.

Corría el año 1313 en Europa Occidental, y con la bendición de su madre y la compañía de los fieles guerreros, se encomendó a la guerra. A una guerra que tomó como propia y personal.

Teenaum, Svandhill y Sinicel, eran protagonistas de leyendas y mitos, incluso de cuentos que su madre le contaba cuando niño, y que él estaba dispuesto a vencer a como diese lugar, para alzarse con el título más importante al que aspiraba.

Con su ejército acatando órdenes, equipado para diezmar cualquier poblado, Sir Declan Laughlin cruzó la frontera y avanzó sobre Teenaum a paso firme, hacia su primer objetivo y el más débil. El clima era un punto en contra puesto que era tierra de crudos inviernos y desérticos veranos.

Por diez días y diez noches, Declan y sus hombres soportaron las bajas temperaturas, el hambre y la enfermedad hasta llegar al pueblo de chozas precarias con techumbres de paja y muros de barro.

Con la ventaja de la sorpresa, con la planificación previa como estrategia, el alisado de la nieve tras su paso, el uso de caballos blancos y las cobijas de lana de oveja para disimularse con el entorno, fueron manibras exitosas que solo se vieron amenazadas con un tibio ataque local: esquivando las lanzas puntiagudas remojadas en alcohol y envueltas en llamas arrojadas por parte de los pueblerinos, Declan y su gente descargaron su furia, dispuestos alzarse con la primera victoria.

Él, un hombre culto, atestado de lauros de guerra y amado por su pueblo, se había preparado para un momento como este.

Forjadores de armas, constructores de puentes de maderas y estructuras resistentes, los ciudadanos de Teenaum lo que tenían de trabajadores lo tenían de flojos para la organización bélica.

Solo Mikael Vangren, ex soldado del ejército normando, había sido capaz de esbozar un plan de resistencia y contraataque que rápidamente se desdibujó en manos enemigas; a poco de comenzar el enfrentamiento, su cabeza rodó.

El camino hacia el castillo imperial se les allanó: sin oposición, empuñando la emblemática hacha de Vangren, el hijo pródigo de la ciudad de Bjak la arrojó frente al Rey Manae, quien no dudó en reconocer la pérdida de su trono.

El viejo Manae, quien había gobernado Teenaum por más de sesenta años, le entregó la corona a Declan con la mirada altiva.

— Por mucho tiempo esperé que tu padre fuese quien me quitara el honor de gobernar esta tierra; era el guerrero más noble y efectivo de la región, todos le temían. Todos le tenían respeto...hasta que Rijbah se ocupó de asesinarlo atropellando códigos de caballeros. Me alegra que seas tú quien venga por mí.

— He venido solo por su corona ― aclaró Declan, emocionado.

— Sin reino, sin ejército y a mi edad, solo me queda morir en manos del futuro rey del nuevo imperio. Hazme el favor y entrega mi sangre a Teenaum.

Negándose sistemáticamente, Declan acató  las órdenes y deseos del último gran rey de Teenaum, alzándose con el primero de los tres tronos. Movilizado por la venganza, con el dolor de la pérdida instalada en su pecho, juró ganarle la pulseada a su archirrival Rijbah y obtener su tan ansiada recompensa.

Atravesando un espeso manto blanco en dirección al este, llegaron a las montañas más altas de la zona donde se suponía, accederían a las cuevas para ingresar a la pequeña ciudad de árboles oscuros, eternos, un poblado en el que el lodo, la lava y los ríos profundos y oscuros, hacían del tránsito algo problemático: Svandhill.

Frente a un acantilado cubierto de nieve, sosteniendo el mapa confeccionado gracias al traidor Gaëndel, Declan señaló el rellano en una saliente a más de quince metros altura de donde se encontraban.

Siendo cuidadosos se desplazaron formando una fila, por la cornisa.

— ¡No nos dejaremos vencer por nadie!¡Estamos aquí para ganar! ― arengó a su tropa, obteniendo el vitoreo enardecido de sus laderos endulzados con el sabor de la reciente gloria.

Organizándose en grupos, custodiaron el inicio del camino para asegurarse que nadie interrumpiera el objetivo; una segunda cuadrilla se dispersó a lo largo de la empinada colina, apostándose en los rellanos naturales de la roca grisácea.

Solo cinco hombres de la plena confianza de Declan avanzaron a su lado; hombres que darían la vida por él y Bjak.

Sorteando el pedregullo resbaladizo y peligroso, lidiando con el gélido viento y la nevizca, caminaron hasta dar con un angosto pasaje que los llevaría directo a la enorme puerta de salida de Teenaum, construida en madera maciza y herrajes en negro.

Pasando de a uno, iluminando su paso con una antorcha, divisaron el portal mágico.

Se veía imponente, fuerte y seguro. Infranqueable.

— Dolph, el hacha por favor ― pidió el Laughlin, empuñó el arma ganada a Mikael Vangren y comenzó a golpear el acceso con vehemencia.

Nada parecía destruirlo, nada lo doblegaba.

Declan limpió unas gotas de sudor de su frente, se deshizo de su cobertor grueso y pesado y comenzó a impactar nuevamente la madera con idéntico resultado. Todo esfuerzo era en vano.

Herido en su orgullo mas no vencido, entregó el hacha a sus súbditos quienes, con infructuosos intentos, rápidamente se vieron decepcionados.

— ¡Utilicemos fuego! ― como si fuera una idea grandiosa, en tono entusiasta sugirió Photts, el segundo en la línea de mando.

— Podemos morir sofocados aquí dentro ― indicó su superior, con malestar―. La cueva es muy estrecha, de baja altura y con poco oxígeno, de hecho ― apuntó, siendo consciente que de no quebrar la resistencia del gran portal, la escasez de aire sería un importante escollo a la hora de sobrevivir allí dentro junto a sus colaboradores.

Tras dos días completos de esfuerzos compartidos, la estrategia debió cambiar: despidiendo a Dolph, Junter y Traterjatz, solo quedaron Laughlin, Photts y Keneas, los de más alto rango. Con frío, hambre y con el hecho de que muchos de sus hombres ya estarían fallecidos en sus trincheras pesando sobre sus hombros, se propusieron forzar los herrajes e incluso, derruir la maderas afilando piedras, a modo de elementos punzantes y de mayor impacto.

Nada resultó válido y la desesperanza comenzó a ser el peor enemigo en ese corredor de piedra, oscuro y fantasmagórico.

Comprendiendo que el desafío no se encontraba en la fuerza bruta o con herramientas, Declan dio asidero, contra su voluntad, a las fantasías urbanas en torno a Teenaum: según una leyenda antigua, aquel que no supiera descifrar el "Gran Acertijo", sería atrapado por un limbo eterno. Ese mismo corredor que los albergaba, era el mismo que caería sobre sus cabezas de errar la respuesta.

Killan Keneas, el más robusto y de mayor edad de los tres, detectó un relieve irregular en una de las dos gigantes puertas, confirmando las sospechas del General.

— Parece ser un grabado en una lengua antigua ― profundizó.

Con mejor semblante, animado, Photts se puso de pie y quiso cooperar con el hallazago.

— ¡Es latín! ― confirmó.

Los dos compañeros de Laughlin miraron a su General con una gran emoción brotándole por el cuerpo; a Declan, de antepasados romanos, se le infló el pecho de orgullo.

Desdoblando sus extremidades con algo de dificultad, acalambradas por la incómoda posición de los últimos días y el frío intenso de la caverna, se acercó hacia la posición de los oficiales, quienes se hicieron de lado para darle espacio suficiente.

Pasando las yemas de sus dedos sobre la escritura en bajorrelieve, tragó fuerte y cerró los ojos con la esperanza de que, finalmente, esa puerta les diera acceso al segundo reino: Svandhill.

Leyendo primero para sí, traduciendo mentalmente los versos de aquel misterioso acertijo, se dio tiempo de pensar. Debía ser preciso y literal con la traducción.

— ¿Y? ¿Qué dice? ― Keneas se mostraba ansioso. Su voz era entrecortada producto de una posible faringitis.

Littera me pauit, nec quid sit littera noui. In libris uixi, nec sum studiosior inde.Exedi Musas, nec adhuc tamen ipsa profeci.

— ¿Y qué demonios significa eso, Declan? ― fue el turno de Photts.

Las letras me alimentan, pero no conozco qué letras son. Vivo en los libros, pero no por eso me interesa estudiarlos. Yo devoré a las Musas, pero sin haber hecho ningún progreso.

Los tres contrajeron el ceño al unísono con el desafío sobre la mesa.

— Nunca pensé que estos tipos estuvieran tan locos ― Keneas se mostró ofuscado. Encorvado por la altura de la cueva, pasaba sus manos constantemente por su cabello entrecano. Tosía a menudo y eso no era una buena señal para sus compañeros, los cuales sospechaban de una afección pulmonar.

— No entregarían su reino a cualquiera, Killan. Saben que su fuerte no era la lucha y aquí estamos, atascados en este sitio de mierda ― Photts tiritaba.

— Esto nos llevará mil noches más. No tenemos insumos, la comida escasea y el aire ya está viciado ― sostuvo el mayor, quien solía caminar hasta el exterior de la cueva a tomar aire más cantidad de veces que los otros dos. Su abstinencia al tabaco, hacía mella en su psiquis y en su cuerpo.

— Killan, yo sé que me tildarás de tirano, pero tú no puedes seguir aquí ― el General Declan Laughlin se impuso.

— ¿Qué?¡No puedes estar diciéndome esto! ― su tos lo traicionó.

— Te quiero vivo y aunque creas que no te he visto, has escondido un pañuelo con sangre que salió de tu boca ― espetó en tono dolido. Sentía mucho aprecio por ese hombre de semblante recio y leal hasta la médula ―. Necesito que hagas algo más importante que estar aquí dentro: quiero que reunas a las tropas y las reorganices para un inmediato ingreso en Svandhill. Para avanzar, es menester conocer con la cantidad de hombres que contamos, los suministros y armas que poseemos. El clima ha sido un enemigo devastador.

Killan Keneas no estaba del todo conforme, pero era una orden directa y no podía negar que todo lo que decía Declan era cierto y útil; abrazándolo como a un hijo, con el cariño y el respeto de haber conocido a su padre en combate, Killan recogió su abrigo, algunos insumos que le permitieran llegar a la primera posta de soldados y se marchó no sin antes desearles suerte a Photts y a su entrañable amigo, el General Laughlin.

Devanando sus sesos, los dos solitarios hombres fueron conscientes de que solo una respuesta era posible y la misma, debía ser tallada en latín bajo aquella adivinanza.

Tenían solo una chance. Caso contrario, deberían salir de la caverna antes que esta implosionara, enfrentarse al frío cruento de Teenaum y rogar porque no se haya organizado una emboscada a su regreso a Bjak. Sin Svandhill y Sinicel, no existía unidad y mucho menos, salvación.

— Rijbah debe estar aprovechando nuestra proeza para avanzar con sus tropas, estamos allanándole el camino. Ruego que, en este tiempo, no haya diezmado a nuestras fuerzas ― la apreciación de Photts fue acertada.

— Sabíamos que no sería facil y que nos expondríamos a un ataque fortuito de su parte. Debemos pensar rápido, descubrir este maldito acertijo y acceder a Svandhill con los hombres que nos hayan quedado en pie, cerrar el portal y, por lo tanto, dejar atrás a ese bastardo.

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