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Capítulo 2

Temblando, con hambre y sin energías, lamentaron no poder mantener el fuego vivo; la asfixia por quedarse dormidos con la llama encendida, era un peligro latente.

Tapados con las gruesas y mullidas mantas, sentados de espaldas a la puerta, se entregaron al sueño. Debían finalizar con esa locura para no morir en el intento.

Svandhill se caracterizaba por su paisaje pantanoso, lúgubre y sus eximios jineteadores y forjadores de espadas. Las tropas a caballo eran de las más fuertes de la región, aunque muy disminuidas; con pocas mujeres dentro de la población, los nacimientos reducidos prácticamente a cero y las muertes prematuras de los niños por culpa de crueles enfermedades degenarativas, las posibilidades de reclutar jóvenes guerreros eran una misión casi imposible para el gran soberano, el rey Ezra Yutz.

Preso del cansacio, la sed y la inanición, Declan se adentró en un sueño profundo que mucho tenía de recuerdo: viéndose de niño, escuchando en su cama las historias épicas de los hombres que habían querido hacerse de "La Trinidad", su madre hablaba de proezas inalcanzables.

— ¿Alguna vez has visto a un hada mágica, madre? ― preguntó siendo un chiquillo de casi seis años.

— No, pero me han dicho que son mujeres muy hermosas y sabias. ¿Tu has visto una, Declan?

— Creo que ella no se da cuenta, pero a menudo veo una que se esconde tras un árbol, en el parque del palacio. Me ve jugar con papá, a la distancia y vuela muy muy lejos. ― la mujer sonrió, entregándose a las fantasías de su hijo. Le revolvió el cabello rubio como el sol y lo arropó.

Para cuando creyó despertar, la imagen de una bella mujer que se acercaba con una antorcha en la mano lo sobresaltó. Photts estaba a su lado, durmiendo pesadamente. Juró oírlo roncar.

— Shhh, tranquilo, no te haré daño. Aún sigues soñando.

— ¿Quién eres? ― preguntó con la boca pastosa y sin poder abrir sus ojos por completo.

— Tú sabes quién soy...ahora, debes escribir la respuesta al acertijo en la puerta y yo tengo la respuesta.

— ¿Cuál es? ― el aliento de esa mujer de la que solo notaba una sombra y su calor sensible, rozó su oreja, causándole conmoción.

Es la polilla.

— ¿Qué? ― descreyó ―. ¿Estás segura?

— Como que me nos veremos muy pronto si haces lo que te digo.

Declan repentinamente hizo contacto con la realidad al dar una gran bocanada de aire y comenzar a toser en mitad de la madrugada, quebrando el silencio. Agobiado, con el pecho comprimido, bebió una breve ración de agua que su acompañante le brindó, asustado por el ruido.

— Tengo...¡la tengo! ― confesó Declan entre carrasperas y seguridades. Por sobre su hombro, corroboró que no hubiera nadie más que ellos dos en la cueva.

— ¿Qué cosa? ― Photts refregaba sus ojos, bostezando.

— A la respuesta...

— ¿Si? ¿Pues cuál es? De dónde la has sacado...

— De aquí...― señaló su cabeza.

— ¿Alucinas?

— No, Photts, de aquí...― pulsó la punta de su dedo con vehemencia sobre su sien derecha.

— ¿De un sueño? ¿Estás loco?

— No, no lo estoy.

— Declan, solo tenemos una oportunidad, ¿lo tienes presente?

— Lo sé y prometo que no te defraudaré. Lo juro por mi madre ― se persignó, fiado de su pálpito y sinrazón.

Tomando el cuchillo de hierro por el mango y siendo cuidadoso, escribió con bastante dificultad las letras que conformaban la respuesta a ese enorme desafío.

Impostando la voz, con Photts dos pasos por detrás de él, Declan pronunció lo tallado: polilla.

Apenas finalizó, el ruido de la madera crujiendo significaba algo: el regreso con las manos vacías a Bjak, si la fortuna estaba de su lado, o el ingreso definitivo a Svandhill.

La cueva sobre sus hombros comenzó a temblar y para entonces, Laughlin estuvo muy seguro de su intervención; algunas piedras obstruyeron parte del camino interno, lo que claramente retrasaría el ingreso de sus hombres, de conseguir abrir el portal.

Photts lo miró con desconfianza hasta que, para sorpresa de ambos, las pesadas y gruesas puertas se abrieron ante sus ojos provocando que el General y su subalterno, se fundieran en un abrazo victorioso.

— Rudy, escúchame bien ― Declan tomó por los hombros al teniente ―: te imploro que regreses y des aviso a Killan de lo que acaba de ocurrir. Deben apresurarse. El portal estará abierto tan solo veinticuatro horas antes que la cueva se venga abajo y haya que ir en busca de otra de las puertas sagradas. Yo me adelantaré y estudiaré el entorno ― detalló.

— ¿Y cómo daremos contigo?

— Donde veas sangre, allí estaré ― dándole una palmada sobre la espalda, se despidió de su entrañable amigo y compañero de las últimas noches.

***

Las piernas le pesaban toneladas. El fango espeso detenía el ritmo normal de su caminata, entumeciéndole los músculos.

El cielo oscuro, apagado, en tonos plomisos, era deprimente y el paisaje, desolador.

No había naturaleza sino tan solo troncos secos, hojas chamuscadas como recuerdo de una antigua primavera azotada por la lava y piedras volcánicas con algunas cenizas sobre ellas.

Las montañas parecían no acabar nunca; eran picos altos, monocromáticos, multitudinarios e intimidantes.

Trepándose a una formación rocosa próxima a un denso pastizal, descansó por un instante que se sintió como si fueran horas; no obstante, al despertar, el entorno continuaba siendo el mismo. Reuniendo energía, juntando algunas bayas, las comió con desesperación. Tras el atracón, retomó la caminata hasta toparse con unas chozas deshabitadas, con techumbres de paja quemada y mampuestos de piedra apilada, apenas elevadas sobre una colina de tierra más firme. Eran diez viviendas...o lo que quedaba de ellas. Nada a su alrededor daba a entender que se mantenían ocupadas.

A menudo un remolino de viento y tierra lo hacía toser, el cual chocaba con una alta muralla de roca. Era un buen sitio donde sus hombres podían acampar y sentar sus bases aunque para estas alturas, ya se habría corrido la voz del ataque a Teenaum y la apertura de las puertas hacia Svandhill y nada causaría sorpresa.

Algunas armas de madera, leña agrupada por sectores, eran los pocos enseres de utilidad que juntó dentro de una de las precarias viviendas, completamente vacías.

Nada podía ser más tétrico y desalentador. Unos cuervos rodeaban la zona, hambrientos tal como lo estaba él.

Replicando el camino realizado por su General horas atrás, perdiendo parte de sus hombres dentro de la caverna del acertijo, la tropa sobreviviente avanzó bajo las órdenes de Rudolph Photts con serios impedimentos: la densidad del lodo frenaba la marcha de los caballos e incluso, los atrapaba hasta sofocarlos y quitarles el oxígeno.

Con algunos hombres de a pie y otros aún montados, arribaron a la colina donde los esperaba Declan, quien pasó largas horas afilando algunos leños, improvisándolos como puñales.

Hizo un conteo rápido: no había más de veinte soldados, sin contar a Photts y muchos menos caballos. Acarició la cabeza de "Eternum", su fiel amigo equino.

La ausencia de Killan Keneas en sus filas le dio una mala señal.

— Regresó a Bjak con una posible neumonía a cuestas. Dos hombres lo acompañaron...pero no estoy seguro que lo logre, lo siento ― se anticipó su amigo. El frío de las noches en Teenaum, el largo camino a casa y la tos de los últimos días, eran muchos contratiempos que no creía que Keneas pudiera soportar.

Ubicándose en las chozas, reorganizando las provisiones y distribuyendo las mantas, el agua escaseaba y la comida, también. Como aves rapaces, estaban al acecho de cualquier criatura que encontraran por allí: desde algún ave distraída que bajaba a la superficie en busca de alimento, hasta hormigas o lo que era mejor, culebras.

— Solo los fuertes de espíritu superaran este escollo; cuando el cuerpo duela, cuando sintamos que el cansancio nos hostiga, ¡nuestro corazón de guerrero resurgirá! ― con su discurso motivacional, Declan evitaba que sus hombres bajaran los brazos. La batalla no estaba ganada, a "La Trinidad" aun le faltaban dos reinos más ―. Se dice que los guerreros de Svandhill atacan por las noches, cuando el cielo es aún más oscuro e impenetrable. Cualquier desprevenido, ante esta desventaja, desconoce en qué momento del día se encuentra. Pues para eso, debemos ser inteligentes: haremos guardias que pernoctarán, iremos turnándonos para registrar los cambios de tonalidad en el horizonte. Aquí nunca sale el sol, pero el gris del firmamento es menos denso cuando amanece. Debemos estar un paso adelante ― resaltó.

La estrategia entonces, fue que los hombres de Ezra avanzaran hacia la tropa de Laughlin y de ese modo, evitar una caminata innecesaria que los fatigue; allí los esperarían, fingiendo que no estaban listos, cuando en realidad se trataba de una emboscada.

Sucedió que una noche, mientras el General Laughlin dormía, la señal de alerta se produjo: a lo lejos se escuchaba algún que otro susurro impropio y el resoplido de caballos ajenos.

Reorganizándose tras el muro de piedra macizo, encolumnándose en tres filas, el ataque fue inminente: muchos jóvenes inexpertos, pero con bríos, defendieron a su tierra, a Svandhill, a su pueblo casi en extinción, de modo heroico y loable.

Luchando en el lodo, con el agotamiento extremo de los hombres de Laughlin, los locales comenzaron a obtener réditos contra todo pronóstico: Declan no era tonto; sus laderos habían sufrido mucho. Sin embargo, la palabra rendición no estaba en su vocabulario.

Saliendo de la trinchera antes de lo previsto, con la negativa de su amigo Photts a cuestas, enfrentó cara a cara a Ezra, aquel viejo de largos cabellos negros como el azabache y barba corta y prolija, que domaba su caballo como pocos. El gran monarca y amo y señor del ejército imponía respeto.

Un respeto que Declan también se había ganado por derecha: votado por el pueblo, por los hombres de la tropa que su padre dejó sin líder al morir, asumió el mando del ejército de Bjak ante la ausencia y la venia de un rey, recientemente derrocado.

Bjak era un pueblo a la deriva que necesitaba recuperar su identidad, su gloria y él, iba en busca de ello.

— Con que tú eres el afamado Declan Loughlin, hijo de Lucas Laughlin ― Ezra lo dijo desde el lomo de su animal corcoveante.

— El mismo. Y tú, debes der Ezra, hijo de Svandhill.

— Mis chicos vencerán a los tuyos y experimentarás una agonía indigna, ¿lo sabes?

Mis hombres vencerán a tus chicos y de tí, solo quedará la leyenda ― en efecto, se decía que Ezra había enfrentado a muchos ejércitos invasores casi en soledad y a todos, había vencido. Su espada, única en su especie, cargaba con la historia de haber sido forjada por Morrigan, la diosa celta de la muerte y la destrucción.

Declan debía hacerse de esa espada, asesinar a Ezra con ella para acabar con el mito, dominar Svandhill y pasar a Sinicel; pero no debía precipitarse, ésta última, tierra de hechiceras y mujeres místicas, aun quedaba muy lejos.

— Él no está solo, Ezra ― Photts cuidó las espaldas de su superior, poniéndose en clara postura de combate.

Alea jacta est ― "la suerte está echada", afirmó el viejo y claramente, así fue.

En el cielo, los rayos dominaron a la oscuridad. El aguacero comenzó a caer dificultando la visión y el oído del ejército de Bjak, quienes habían aprendido a detectar el avance enemigo por el eco y la falta de éste.

Un pequeño grupo de muchachos más aguerridos y evidentemente mejor preparados que los que ya estaban en combate, aparecieron de la nada misma, dispuestos a atacarlos.

Pero ni Photts ni Laughlin estaban listos para morir: ellos tenían una misión y era devolver la dignidad a Bjak, con la conquista de "La Trinidad".

Desde el terreno inestable y denso se enfrentaron en un combate desigual pero no menos ganador: impactando directo sobre los animales, los hombres de Declan lograban desestabilizarlos y de ese modo, herir a los jinetes.

"Error de novato", se repitió Declan, descuidando sin querer, a Ezra, quien en una maniobra estudiada y veloz, empuñó su tan preciada espada para clavarla en la espalda del teniente Photts, dejándolo automáticamente fuera de combate.

El hijo de Lucas Laughlin, fuera de sí, sin importarle que su vida también corriera riesgo en manos de los que aún peleaban contra él, se hizo de un caballo con galope errático y con los ojos inyectados en furia y dolor, se arrojó sobre el General opositor , haciéndolo caer sobre la ciénaga.

Recibiendo certeros golpes de puño, enardecidos y a destiempo, la estrategia del líder de Svandhill se consolidaba: llamar la atención de Declan, sacarlo de su zona de confort y quitarle energías para doblegarlo.

A poco de empezar, el más joven de los dos militares sintió que sus brazos ya no le respondían; agitado, con el pecho colapsado por la falta de aire y la sangre recorriéndole el rostro, le resultó inevitable pensar en la cercanía del final.

Sin embargo, un par de ojos verdes apareció en su mente, encandilándolo, pidiéndole que no se dejara vencer.

"No es tu hora, Declan. Aun no", pregonaba suavemente la dueña de esa mirada, la dueña de esos extraños sueños.

— Tendré el honor de decir que he derrotado a la promesa mayor de los reinos del este, el hijo del excelentísimo General Lucas ― se vanaglorió Ezra, con la espada en su mano, observando los apliques de rubí y gemas preciosas en la empuñadura.

Envalentonado, con la adrenalina de la anticipación corriéndole por las venas, el viejo General de los Svandhillianos elevó su arma ante los ojos del hijo pródigo de Bjak y para cuando estuvo a punto de decapitarlo, "Eternum", el leal caballo de Declan, cayó con el peso de su osamenta sobre el villano de "Tierra Arrasada", tal como la describían las antiguas escrituras a esa ciudad infértil.

Ezra perdió el control y ese fue el momento preciso en que Declan tomó la daga mitológica en el aire, para clavársela en el corazón a su rival.

De rodillas, con el fango cubriéndole gran parte del cuerpo, la leyenda viviente comenzó a desvanecerse como las cenizas que sobrevolaban su reino y para entonces, el cielo de Svandhill se tiñó de un azul intenso con múltiples estrellas.

La suerte acababa de torcer el rumbo que Ezra pensó darle; Declan escribía una nueva historia en suelo enemigo.

Agitado, arrastrándose por la colina, Laughlin escupió sangre, tomó el cuerpo de su amigo entre sus brazos y lloró su pérdida. Un rayo surcó el firmamento, un trueno rompió el silencio, enmudeciendo los lamentos de los soldados fallecientes a su alrededor.

Bjak había perdido uno de sus mejores hombres y él, a su mejor amigo.

A sus espaldas aparecieron los siete hombres sobrevivientes de su ejército, cada uno de ellos con un prisionero bajo su axila. Los jóvenes, de no más de quince años, pedían clemencia y piedad.

Declan recobró la postura, el semblante y pidió por la liberación de los muchachos a los cuales obligó a ponerse de rodillas. Ellos temblaban pensando que su vida terminaría allí mismo y no que el líder de Bjak les daría una segunda oportunidad.

— Han demostrado hombría, amar a su patria y eso es lo que necesitamos: caballeros ― arrojó la espada manchada con sangre al piso. La misma que había asesinado a su amigo y a su enemigo.

Agradecidos por dejarlos con vida, los jóvenes se pusieron bajo las órdenes de un nuevo General y a partir de entonces, su nuevo rey. Laughlin fue hábil: necesitaba sangre nueva y aguerrida que tuviera objetivos por los cuales luchar.

Pidiendo cooperación a sus súbditos, cavó una fosa en un llano de tierra compacta y enterró a su amigo Photts allí mismo. Echaría de menos sus protestas, sus regaños y le estaría por siempre en deuda: se había arriesgado por él, pagando con su propia vida.

— ¿Y ahora mi General? ― preguntó uno de los soldados.

— Iremos a Sinicel.

— Dicen que ningún hombre sale de allí sin ser embrujado ― aclaró con recelo.

— No será nuestro caso, Ariah. Antes, muerto ― Declan le entregó una palmada en la espalda y dando la orden de bajar al pueblo de Svandhill, donde debía proclamarse como nueva autoridad, comenzó a planear su nueva conquista.

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