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Capítulo 3

Desde lo más alto de su castillo, en su habitación, lo miraba todo como una gran guardiana. Apoyada en la baranda de piedra de su enorme balcón palaciego, Seelie observaba a su reino sereno, floreciente.

— Ezra ha caído en manos del hijo de Lucas Laughlin, mi reina ― su lacayo y uno de sus fieles servidores, Danti, anunció. Ella, de semblante recio, agradeció con gesto adusto y ordenó que se retirase.

Seelie miró sus manos temblorosas, el fin de Siniciel se acercaba y nada podía hacer por ello. El destino estaba escrito: "las tierras encantadas conocerán la oscuridad plena, transformarán las lunas en penumbra eterna y asfixiante; prados verdes del ayer serán cenizas del mañana. Morid Sinicel y contigo, tu descendencia".

Era solo cuestión de tiempo, no estaba segura cuándo pero sí, que no faltaba demasiado.

A sus oídos había llegado el rumor de la caida de Teenaum, el más debil de los reinos que conformaba lo que no por mucho tiempo más se denominaría "La Trinidad", un conjunto de poblados liberados hacía más de quinientos años atrás y que en algún momento habían pertencido a Bjak, el más grande de los imperios del este.

Pero no solo Teenaum parecía caer ante el podería ajeno: el cielo de Svandhill se había iluminado, lo que significaba la asunción de un nuevo rey.

Lo había visto en sus sueños; hechicera, las más sabia de todas, Seelie podía predecir cosas aun sin saber cuándo sucederían. Había vaticinado la muerte de sus padres, el rapto de muchas mujeres de Sinicel por obra del tirano Ezra y la caída de su reinado en manos de un hombre, un humano, que se sentaría en su trono. No podía verle el rostro, pero sí, que era foráneo.

La reina inspiró profundo, rezando de antemano por las almas de su pueblo. Atenta a las fronteras, el hijo de Bjak estaba al caer y ella, ya estaba preparada para la visita.

***

Tal como le había apuntado uno de sus soldados de mayor experiencia, Ariah, Sinicel era llamada "La Tierra Hechizada ". Con una población casi en su totalidad de mujeres, los hombres solo servían para procrear y hacer que la especie no desapareciera.

Aquellas que se emparejaban con un hombre sea cual fuese su lugar de origen, no solo perdían sus poderes transformándose en simples mortales, sino que además, debían engendrar herederos que garantizaran la descendencia.

De tener varones, los mismos eran considerados "lishka" o híbridos, quienes se ocuparían del trabajo rudo, las tareas del hogar y cuya vida se limitaba a los cuarenta años. Si en cambio, parían niñas, las mismas debían permanecer encerradas hasta cumplir los cinco años en sus casas sin salir de ellas, momento en el cual se les concedían los poderes de la magia divina de los que eran completamente responsables. A partir de entonces, se las adoctrinaba dentro del palacio real, entrenándolas.. A los veinte años, regresaban a la vida hogareña, con la certeza de estar preparadas para un eventual acceso al trono.

Destinadas a competir por el cetro, la mayoría alcanzaba los ochenta; no obstante, ninguna lograba la longevidad de Seelie.

Dueña de una belleza siningual, la máxima autoridad de Sinicel nunca se había enamorado y por tanto, su trono nunca se había visto en peligro. Provenientes de poblados cercanos como Svandhill, Josstad y Poja, muchos hombres caerían a sus pies, sin lograr hacerse de su duro corazón de monarca.

De entregarle su corazón a un hombre o de morir, se daría inicio a una quinta era, en la cual las hadas de más de veinte años, estarían habilitadas para competir por el trono.

La hermosura de Seelie era tan única como siniestra y Declan sabía que no sería fácil doblegar a una reina con más de quinientos años de vida.

— ¿Cómo haremos para irrumpir en Sinicel? ― fue la pregunta recurrente de su tropa mientras continuaban avanzando por el pueblo, lejos del lodo. La gente se arrodillaba ante su paso, reconociendo en él a la nueva autoridad.

Sir Laughlin saludaba, con el sinsabor de haber tenido que matar y perder a muchos inocentes en pos de su objetivo. Pero la guerra siempre se cobraba víctimas inocentes y él estaba entrenado para superarlo.

Tomando posesión del modesto y agreste palacio de Ezra, obtuvo la atención digna de un rey en pleno ejercicio de sus funciones; dos criadas lo bañaron, lo secaron y le dieron masajes con aceites esenciales que le permitieron reponerse rápidamente de los dolores del combate.

Sus hombres comieron, cambiaron sus ropas y descansaron. Se dieron un gran banquete y se prepararon para partir rumbo a la mística tierra de Sinicel en menos de dos días.

Durmiendo mejor que las noches anteriores, la imagen de esa mujer que le había dado la respuesta al acertijo de Teenaum, volvió a aparecérsele entre sueños.

Atado de pies y manos, apresado en un lúgubre sitio, veía el andar fresco y femenino de ese enigma vestido con túnicas que se ajustaban a su menudo cuerpo. Ella era sugerente; su cabello rubio, en ondas, caían por debajo de su espalda.

— Debes renunciar a Sinicel si quieres vivir ― le advirtió, en un susurro.

— De ningun modo lo haré. Prometí devolverle las tierras robadas a Bjak ― afirmó.

— Tantos años y tanta sangre derramada para lograr la independencia de "La Trinidad" y ahora tú quieres unirlas... ¡humanos! Siempre tan egoístas ― ella pasó un dedo por la quijada de Declan, quien la miraba con devoción, casi hechizado.

— ¿Para qué te me has aparecido? ― él agitó su cabeza, deseando no caer en las redes del encantamiento. El diálogo era fluido, casi real.

— Para advertirte que tanto tú como cualquiera que vaya a Sinicel, no sobrevivirá para contarlo.

— No me amedrentan tus amenazas, mujer. Soy un General, un hombre nacido para liderar y vencer cualquier obstáculo.

La muchacha sonrió de lado, con gesto irónico.

— Pues entonces, allí estaré para verte caer ― se alejó, evaporándose, dejando una estela brillante a su paso.

Transpirado, Declan se despertó de golpe, con la certeza de avanzar sobre Sinicel y obtener una sola cosa: el trono más codiciado del este.

Recobrando la compostura, miró hacia el exterior: en efecto, el firmamento era azul oscuro, repleto de estrellas.

Miró el anillo con las iniciales de su padre; él había sido un verdadero líder y Declan, como su hijo, debía llevar su apellido a lo más alto de la región. Aunque le costara la vida.

***

Horas más tarde, guiado por sus nuevos soldados y conocedores del territorio y la topografía, Laughlin y su gente se prepararon para atravesar los cuatro ríos correntosos que separaban a Svandhill de la frontera con Sinicel. Caudalosos, les sería dificil hacer pie dada su superficie resbaladiza y oscura.

— Podremos llevar solo un caballo con las provisiones, no resultará imposible caminar por el agua con ellos y será muy inestable montarlos ― se lamentó frente a los suyos, atrayendo a "Eternum" de sus riendas. Obteniendo la aceptación de sus hombres, el más joven de ellos, de catorce años, se quedó a cargo de los equinos restantes bajo protesta ―. Regresa y di que has sido un soldado aguerrido que ahora responde a las órdenes del General Sir Declan Laughlin. Sin dudas, serás uno de mis mejores hombres en un tiempo no muy lejano ― el experimentado jefe le dio un beso en la frente, reconociéndose en su rebeldía.

Amarrándose a dos enormes árboles con unas gordas cuerdas para atravesar el primer río, llamado Triaggar, comenzaron la travesía. Aferrándose a la soga, se abrieron paso por el agua oscura y gélida. Declan rezaba pidiendo clemencia; debía sentirse contento de no morir de hipotermia a causa de las bajísimas temperaturas.

Tras un kilómetro de corriente embravecida, fue el primero en pisar tierra firme solo por unos minutos, cuando el resto consiguió la hazaña. Frotándose los cuerpos, recomponiéndose del frío y sin perder tiempo cruzaron el segundo río utizando la misma técnica: Declan guiaba a todos, él llevaba el extremo de la cuerda opuesto al del amarre en los últimos árboles apostados de la margen ribereña.

Aunque todo parecía garantizar el éxito por segunda vez, no fue así en esa oportunidad: la madera de los troncos, más seca de lo previsto, cedió, y con ella, la rigidez en la columna de soldados.

Los últimos dos fueron arrastrados por la corriente; los gritos desesperados por el General eran ensordecedores. Faltaba poco para la orilla y el contrapeso de sus hombres luchando contra la vertiente en descenso, un enemigo.

Subiendo a una roca con prisa, utilizando su fuerza primitiva y con su mandíbula tensa, extendió la mano para sujetar a su soldado más cercano para que éste pudiera trepar. Uniendo fuerzas, jalaron de la soga hasta lograr que todos estuvieran en tierra firme.

Boqueando oxígeno, buscaron recuperar energías para llegar a la orilla lo más pronto posible y sortear los ríos faltantes; enlazando su cintura, siendo sostenido por sus soldados, Declan pisó con cuidado. Ayudándose con un palo, tanteando el terreno bajo sus pies, emprendió camino...y lo logró.

Uno a uno, completaron el trayecto a pesar de las adversidades. El contrapeso en "Eternum" les jugó a favor; sin desestabilizarse, aplomado, logró llegar.

— Buen chico, buen chico ― le dio de comer unas pasturas tiernas, se lo había ganado.

Sentando bases cerca de unos arbustos densos que los protegieran de la polvareda y el viento fresco de la noche, decidieron descansar apenas se hizo de noche.

Al despertar a la mañana siguiente, debieron lamentar la pérdida de uno de los jóvenes guerreros locales; brindándole sepulcro, improvisando una cruz con un trozo de madera al que anudaron en el centro, oraron por su espíritu y recordaron a los demás que ya no los acompañaban en la travesía.

El tercer río, Glöp, fue el más noble; más bajo y tranquilo, les dio un respiro útil.

El cuarto, extremadamente profundo, los cubría casi por completo.

En el caso de hombres altos como Declan, el nivel del agua les llegaba hasta el labio superior, en tanto que a otros, como los oriundos de Svandhill, le superaba la línea de las cejas.

Conteniendo la respiración de a ratos, afianzando el paso constantemente, Declan llegó en primer lugar para brindar ayuda a los restantes.

Otras tres vidas se perdieron en el camino; el General bajó el rostro, enojado por su papel, dolido por la lucha desigual a la que exponía a sus hombres. Sin embargo, recordó el juramento a su madre Philippa y a los habitantes de Bjak antes de marcharse en busca de "La Trinidad".

— Muchachos, es un orgullo para mí haber llegado hasta aquí con ustedes. Quiero transmitirles mi admiración por su coraje y bravura ― contentos pero agotados, se detuvieron en un páramo. Comieron carne asada de culebra que el río les permitió cazar, algunas de las provisiones que llegaron a trasladar sobre el lomo de "Eternum" y esperaron a la noche, cuando las estrellas marcarían el norte, dirección hacia la cual debían ir.

***

Tras unas horas de extensa caminata en la planicie, donde las montañas se desdibujaban, bajaron por un empinado valle donde se encontraba la "Laguna Encantada", un espejo de agua turquesa sobre la que se reflejaba la luna.

Apreciando el paisaje de lo que supusieron aún era Svandhill, éste era sin dudas, el nexo perfecto entre esa tierra árida y hostil y la que les esperaba, con verdes brillantes, flores abundantes y cielo eternamente celeste.

Acamparon a la vera de la laguna; la temperatura era perfecta y habían llegado al punto exacto donde les indicaba el firmamento.

Ahora, solo les faltaba saber cómo pasar de un reino al otro...tendrían todo un día para estudiarlo. Acomodándose alrededor de un fuego de alta llama, lograron descansar, dejándose atrapar por un sueño profundo...y embrujado.

***

El momento había llegado. Los extranjeros estaban en la frontera, durmiendo, tal como debía ser.

Seelie quiso corroborarlo con sus propios ojos; domando su caballo blanco y en compañía de sus hombres más cercanos, Danti y Copel, rodeó el grupo de soldados, presos del sueño.

— A éstos llévenlos a las celdas comunes. A él, lo quiero en mi castillo ― la reina señaló directamente a Declan.

— Su Alteza, es peligroso que tenga a un prisionero bajo su mismo techo ― Tristán Copel era el más excéptico. Una puntada de celos dominó su tono.

— Te equivocas, Tristán, más peligroso es tenerlo lejos y no poder neutralizarlo a mi antojo ― observó con atención el traslado de los intrusos, pero sobre todo, al hombre que pondría en jaque su reino: a Sir Declan Laughlin, hijo de Lucas y heredero de Bjak.

Nadie excepto ella, sabía que él sería el próximo rey de Sinicel y que en sus manos estaba el futuro de toda una nación. Ya no habría hechiceras compitiendo por el trono, ni dominio de mujeres. Sus visiones la encontraban junto a él, tomada de su mano y a sus espaldas, el reino en llamas.

Seelie bajó la mirada y de su rostro cayó una lágrima.

Ese soldado, ese guerrero, no solo le arrebataría el reino...sino también, su corazón.

***

Al cabo de unos minutos tuvo al ejército "mixto" y a Declan justo donde los quería. Mientras que a los prisioneros comunes simplemente los asustaría antes de liberarlos, a ese hombre de gran porte, de cuerpo vigoroso, rubio como el oro y de barba bien recortada, lo enloquecería de todos los modos posibles antes de entregarle su posesión más preciada.

¿Qué tendría de especial ese guerrero que conseguiría hacerle perder la cabeza?¿Cómo había ganado su corazón tan lealmente?

Respirándole cerca, estuvo a punto de tocarlo, de darle un beso y probar los labios de ese hombre al que conocía desde pequeño. Debió contenerse. No era momento de mostrar su flaqueza.

Ni Héctor de Josstad , ni Julián de Poja, sus grandes amantes, podían jactarse de haberla enamorado. Ellos, apuestos príncipes de los reinos del norte, no conseguirían más que un par de noches en su castillo.

Prometiéndole más riquezas que las de su propia tierra, más flores que las de su mismísima región y las joyas más costosas que alguna vez hubiese visto, ambos fallecieron antes de que la reina diera paso a su sentimentalismos.

Muchos la tildaban como "la hada de hielo".

Dentro, muy dentro de sí, Seelie sabía que ninguno había sido merecedor de su estado de humana y la abdicación del trono....hasta que lo soñó a él. A ese hombre que se encontraba prisionero dentro de su castillo.

De pequeña, Seelie tenía la, mala, costumbre, de ser protagonista de los sueños de los habitantes de Sinicel para disuadirlos: hechicera con un grandísimo don, a menudo convencía a los granjeros de no invertir en determinados negocios, a aquellos que sembraban en que escogieran otra época para hacerlos y así, cuidar sus tierras, o incluso, a sus amigas, de no dejarse conquistar por los humanos que venían de reinos aledaños.

Hacía muchísimos años que se había prometido no aparecer en el inconsciente de nadie...hasta que lo hizo y desde ese momento, saber de él se había convertido en una férrea obsesión.

Fue entonces que pudo viajar física y mentalmente fuera de su imperio para espiarlo en el patio de su casa, en Bjak, jugando con sus padres, blandiendo una espada pesada que apenas podía mantener entre manos; una noche conoció a Vualan, la hija de los reyes de Calahan, al oeste de Bjak, a quien le rompió el corazón cuando se marchó a su primer combate, apenas con quince años y bajo las órdenes de su padre.

Seelie también, se vio en compañía de Declan, entrando a su castillo en ruinas.

Supo que se entregaría a la condición de humanidad, a una condición que realmente le generaba dudas y cierta simpatía; todos morían a su alrededor, menos ella. Y eso, la perturbaba.

Un suave ronquito la sobresaltó y por instinto, se puso de pie, apartándose del caballero y esperando por su reacción, apostada en la puerta del calabozo.

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