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Capítulo 19

— ¿Cómo que no has follado con él en la mesa?

— ¡Kalsey!

— Perdóname, pero es que no entiendo; te hemos liberado de la presión de que lleves adelante la negociación con este tipo para que vivas tu romance o lo que tengas con él, sin temores y ¿me dices que se besaron apasionadamente y ya?

— ...tuve vergüenza...

— ¿Cuántos años tienes, 16? ― criticó la morena. Judy, menos dramática, buscó consolarla cambiando ligeramente el foco de atención.

— ¿En qué han quedado?

— Pues...en que nos podíamos ver cuando yo quisiera.

— ¿Y tú quieres verlo? ― Judy preguntó en tono neutral.

— Absolutamente.

— ¿Y qué harás al respecto? ― Hazel se sentía ante el tribunal supremo, esas conversaciones entre las tres se habían tornado una suerte de terapia de grupo.

— ...¿nada?

— ¿Esperarás que sea él quien tome la iniciativa? Te recuerdo que ya no estamos en el siglo diecinueve ― la abogada no pudo quedarse callada.

— ¿Qué podría sorprenderlo? ― preguntó la escritora en voz alta.

— Que te presentes sin cita previa, tal como él lo ha hecho contigo ― no era una mala idea aunque a diferencia de Evan, ella no sabía donde vivía. Tendría que ir a la oficina y eso no era muy alentador.

— Pues...sí....quizás...podría invitarlo a cenar...¿cierto?

— ¿Ustedes solo piensan en comer? ― otra vez, Kalsey provocó la risa estrepitosa de las tres.

***

Lamió su labio inferior frente a la esplanada de acceso de la torre de oficinas, de la cual salía gente muy bien vestida, platicando con sus móviles en la mano y atiborrados de documentación que apenas parecían caber en sus maletines de trabajo.

Algunos se saludaban con un "hasta mañana" más efusivo en tanto que otros, solo con un movimiento de cabeza y a la distancia.

Miró su reloj, a pesar de llegar a la hora en la que él solía salir, ya habían transcurrido treinta y cinco minutos. ¿O se habría ido antes de lo previsto? Rogó que no, caso contrario, su viaje habría resultado en vano.

Dentro del taxi, ansiosa, aguardó por Evan. Agradeció que el chofer no fuera el típico parlanchín que buscara conversación sobre cualquier tema y que se mantuviera mudo.

Alrededor de las 7 y para beneficio de sus uñas, vio que su objetivo salía de la torre. Pagando con prisa y algunos centavos más de lo debido, saltó del auto y con intenciones de seguirle el ritmo a Evan y darle su tan ansiada sorprensa, se le ubicó por detrás, siendo testigo involuntario de una conversación telefónica.

— ¿Qué más quieres? Me has quitado gente, dinero, energía...¿Qué buscas? ― Hazel no quería interrumpir lo que parecía una plática acalorada aunque tampoco, no llamar su atención. A paso largo, agitado, esquivaba la misma gente que él dejaba en el camino con su marcha presurosa.

A Evan lo llevaba el mismísimo Satanás. Cada vez que hablaba con su exesposa, su mundo interior colapsaba.

Para cuando llegó a la esquina dispuesto a ir en busca de lo que era una potencial cena, se detuvo de golpe, giró y para su asombro, Hazel impactó contra su pecho.

— Audrey, debo colgarte ahora.

¡No! ― se oyó del otro lado.

— Adiós ― sin brindar mayores expresiones, guardó el móvil en el bolsillo de su abrigo ―. Hazel...qué...¿eres tú, estoy soñando o hay alguien igual a ti que acaba de chocarme? ― ella acomodó su cabello revuelto por la caminata, recuperando oxígeno. Con una sonrisa fatigosa confirmó con la cabeza y dijo:

— Quería darte una sorpresa, pero no sabía que caminabas tan rápido.

— ¿Por qué no me esperaste en la oficina? ¿Cómo has llegado hasta aquí? ― él miró por sobre el tumulto deseando no ver la compañía de su amiga; ya era de noche y la gente se desplazaba de un lado a otro con frenesí.

— En taxi. Quería invitarte a cenar, espero que no sea tarde.

— Por supuesto que no, Hazel...― y abrazándola fuerte, no quiso dejarla escapar.

***

Adam's Restaurante era un especialista en alta cocina inglesa. Mesas exclusivas y poca concurrencia, eran los condimentos necesarios para hacer de este sitio un lugar más íntimo, tal como deseaban. Evan y Hazel no dudaron en entrar, aunque para ella, una cena allí le representara un desfalco a su presupuesto.

De líneas blancas y colores sutiles, beis, tonos dorados y ocres, mobiliario oscuro y arreglos con flores naturales, era una una exquisitez por donde se lo mirase.

— ¿No temes que alguien nos vea? No he tenido en cuenta ese detalle el día de hoy ― Evan dejó caer sus hombros resignado ante la observación. Esperó a que el mozo pusiera vino en sus copas para hablar.

— He tenido una jornada muy intensa, pero gracias a ti, todo parece lejano. ¿Brindamos? ― ignoró aquella tonta persecución mental que lo había aquejado apenas se conocieron.

Chocaron sus copas y bebieron, a Hazel le encantó el sabor seco y dulce del vino recorriéndole la garganta.

— Espero no ofenderte, pero tu mirada esconde algo más que el cansancio de un largo día de trabajo. Veo pesar, nostalgia. ¿Está todo bien en tu vida, Evan? ― con su voz suave y susurrada, creó un ambiente mucho más privado que lo hizo sentir a gusto. Hazel le tomó la mano derecha, invitándolo a hablar.

— No, no está todo bien. Por el contario, hay muchas cosas mal ― su mirada perdida evocaba la tensa relación con su padre, el accidente junto a sus amigos años atrás y el reciente divorcio de Audrey, el cual aún lo tenía en jaque con sus emociones ―. Es justo que sepas que hay viejos fantasmas que me acechan por las noches e incluso, durante el día. Pesadillas que se repiten, frustraciones que me persiguen. No soy un hombre sencillo ― dio un ligero soplido por la nariz y elevó su vista, encontrando los ojos compasivos de su acompañante.

Hazel conocía de fantasmas, pesadillas y dolor. No se sintió tan sola, después de todo. Le acarició los nudillos con el pulgar, sin dejar de recorrerle con la mirada su gesto de angustia.

Evan sonrió de lado, conteniendo un lagrimeo emotivo.

— No escapaste ante mis palabras, eso es bueno ...― se permitió bromear al verla allí, firme, dispuesta a poner el oído para escucharlo.

— En lo personal, la muerte de mi hermana me devastó ― ella abrió su alma, hablando del desgarro más profundo que había experimentado hasta entonces.

— Una pérdida irreparable, imagino ― pensó en la de su madre.

— Una persona irremplazable, te lo aseguro.

Evan bebió más vino, consciente de que había llegado a su límite para conducir sin problemas. El camarero diluyó la pesadez del ambiente al llevarles la orden; hablando rápidamente de la comida, de su elegante presentación y el aroma exquisito que desprendía el plato, fueron a terreno menos sentimental.

Conversando sobre su adolescencia, anécdotas juveniles y el modo en que ambos habían comenzado en la industria, las risas cómplices fueron una constante durante toda la velada.

— ¿Se ha reunido el aquelarre a sesionar?

— ¿¡Cómo te atreves a decir eso!? ― ella expulsó una risa cómica mientras cortaba su medallón de carne. Realmente podían ser tres brujas cuando se lo proponían.

— Imagino que le has contado a tus amigas que bueno...existe algo aquí...entre los dos...tú sabes... ― no fue capaz de mirarla, tímido.

— ¿Lo hay? ― preguntó, pícara.

— ¿Y tú qué crees? ― respondió con voz vibrante, grave. Hazel sintió que se le derretían las piernas.

— Pues...sí...― ella esbozó una sonrisa aniñada que llegó al fondo del corazón masculino. Evan debió tragar fuerte para no tomarla de la mano y escapar de ese mundo hostil que le oprimía el pecho muy a menudo.

— ¿Y qué han dicho de mi visita en tu casa el día de ayer?

— Que había sido un gesto muy dulce de tu parte ― "eso, y que era una tonta por no haberte follado en la mesa".

— ¿Ellas te han convencido de venir hasta aquí?

— No...ellas me ayudaron a pensar en qué podía hacer para sorprenderte.

— Pues dile que el objetivo ha sido cumplido con creces. Realmente me resulta muy gratificante tenerte aquí, cenando conmigo en Birmingham.

Sirviéndose una soda, Evan bebió sin imaginar la pregunta que vendría a continuación.

— ¿Quién es Audrey? ― casi con culpa, ella le preguntó hincando el tenedor en una patata asada. Él ladeó la cabeza, intuyendo que habría escuchado parte de su plática callejera. Sin temores, respondió:

— Es mi exesposa.

— ¿Has estado casado? ― sus ojos fueron grandes, luminosos ante el hallazgo.

— Sí, pero por poco menos de un año ― ante la extrañeza en el rostro de Hazel, él decidió explayarse un tanto más ―. Fuimos novios por diez años y consideramos que era momento de dar el siguiente paso. Las cosas no resultaron como lo planeé.

— ¿Y cómo las habías planeado?

— Con ser felices me bastaba.

— ¿Y qué fue lo que sucedió? ― al instante, pecando de chismosa, Hazel desdibujó su pregunta pidiendo disculpas ―. No quiero entremeterme, es simple curiosidad...solo que me resulta extraño que no hayan previsto ciertas situaciones tras un noviazgo tan extenso.

— Despreocúpate, cualquier persona preguntaría lo mismo: cómo es posible que después de una década de estar junto a una persona, en diez meses todo se echa a perder ― colocando los cubiertos sobre el plato, continuó con su relato ―. Pues Audrey ha sido una muy buena actriz y yo un tonto que jamás supo ver que detrás de esa aparente perfección, había una estrategia.

— Nada es perfecto, Evan. ¿Por qué crees que así lo sería tu relación?

— Porque algo en mí necesitaba aferrarse a la idea de que al menos en una cosa, yo no fallaba.

— Estás siendo muy duro contigo, no creo que en los otros aspectos de tu vida todo haya salido tan mal. Eres un hombre poderoso, muy joven, exitoso en un trabajo que te agrada...

Evan jugueteó con la servilleta, aun no era tiempo de contar todo aquello que lo aquejaba. Sin embargo, dio un buen resumen de su historia personal.

Hablando del tirante vínculo con su padre, un hombre autoritario y con mucho dinero, sorpresa causó en Hazel cuando contó que Arthur Murray no le había dejado ni un penique a su único hijo cuando falleció. Ante la palabra tacaño, que desprejuiciadamente salió de la boca de su acompañante, Evan sonrió, explicándole cuál era la lección que había querido darle desde ese momento en adelante.

— Yo he sido un chico caprichoso y muy ansioso. Tenía todo y más. Nada me causaba esfuerzo ni satisfacción porque mis padres estaban siempre dispuestos a dármelo todo. A menudo ellos discutían entre sí porque era el consentido de mi madre y mi padre quería que le diera valor al trabajo. Cuando ella falleció apenas terminé la preparatoria las cosas fueron de mal en peor ― a su mente vino el momento de su muerte, tan vívidamente, que su corazón crujió al recordarlo ―. A mis veinte años, con una incipiente carrera como periodista que mi padre denostaba, vivía de fiesta en fiesta, siendo un rebelde sin causa. Hasta que un día, cuando pensé que ya nada sería más terrible, la vida volvió a ponerme a prueba ― le tomó un segundo digerir que no hablaría más del tema ― . Ya no hubo más alcohol en exceso, novias que se superponían, ni cosas por el estilo. Finalicé mi carrera y de inmediato me apunté para continuar con publicidad, donde encontré mi verdadera vocación. Comencé a trabajar en una pequeña editorial y el resto, fue cuestión de tiempo.

— ¿Qué fue de la fortuna de tu padre? ― se sintió impertinente pero a Evan no pareció molestarle.

— Guardada en una caja de seguridad. Su abogado, el padre de Kevin, vino a visitarme un día al apartamento que yo compartía con un amigo. Me dijo que por pedido expreso de mi papá, no debía decirme que en el testamento existía una cláusula en la que se me atribuía ese dinero pasados los cinco años de su muerte.

— ¿Por qué hacerle eso a un hijo?

— Por todo lo dicho: mi padre temía que dilapidara la fortuna familiar en un santiamén, por lo que previó que un lustro bastaría para hacer de mí mismo un hombre recto, responsable. Adulto.

— Tendría que estar orgulloso del hombre en que el que te has convertido.

— No lo sé, y aunque estuviera vivo, nunca me lo diría. No era demostrativo ni dúctil con las palabras afectuosas.

Hazel se sostuvo la cabeza con ambas manos, atenta al interesante relato. La capacidad de resurgimiento, de renacer, junto a una gran cuota de suerte y dinero, habían hecho de este hombre un empresario exigente consigo mismo y muy próspero.

— Y dime, ¿cómo has conocido a Audrey?

— Era mi compañera de preparatoria; amigos en común nos reunieron tiempo después de nuestra promoción.

— ¿Hace cuánto que están divorciados? No sonabas muy amable más temprano ― pensar en una faceta violenta, la perturbó un poco.

— Hace mucho hemos dejado de convivir y desde entonces, no ha habido un solo día en que no me reproche la decisión de haberme casado con ella.

— ¿Por el dinero?

— El dinero es lo de menos. Aunque me preocupa y no me es indiferente, pagaría lo que sea porque desaparezca de mi vida.

— ¿Por qué tanto recelo?

Evan se sentía cómodo y haber llegado a esa instancia con una mujer a la que conocía hacía menos de una semana podía considerarse un gran logro personal. Gran parte se la debía a ella, a Hazel y a su tono sereno, sus ojos hermosamente mansos y sus boca hipnótica.

— Ella tiene entre manos el lanzamiento de su nueva editorial, la cual, se construyó a base de mis contactos, el dinero de mi empresa y mi personal ― las cuentas cerraban para Hazel. Ahora entendía cómo era posible que saliera al mercado de un día para el otro a comprar una editorial con profesionales que tuvieran ruedo en la industria: su exesposa le quería pegar dónde más le dolía.

Ambos pidieron un café para acompañar la sobremesa y extender la charla un poco más.

Ninguno quería que la noche acabara, se notaba por el surgimiento de tópicos y lo relajados que se sentían uno con el otro. Las mesas contiguas comenzaban a vaciarse, hasta que llegó el turno de que el camarero los invitara a retirarse, próximos al cierre del restaurante.

Admitiendo que era muy tarde, disculpándose por la hora ante el amable joven, salieron y caminaron un par de calles con el frío de la ciudad rozándoles el rostro, lo único desabrigado de sus cuerpos y a expensas del clima; Evan la abrazaba cubriéndola del viento y Hazel sentía que no había otro lugar en el mundo que la refugiase mejor que ese.

— Debo regresar a Londres, con suerte en menos de dos horas estaré en casa ― frente a Evan, jugueteó con los botones de su abrigo almidonado y masculino. Lucía muy bien vestido, de ejecutivo importante.

— Y...¿eso es muy necesario? ― la invitación causó el efecto buscado: ruborizar a Hazel, que frotara su mejilla contra su pesado abrigo y que parpadeara sin responder nada en concreto. Él le buscó la mirada, entre sonrisas bobaliconas y caricias en su cabello sedoso.

— No, no realmente...― finalmente, contestó.

— ¿Y quisieras conocer mi casa? Es solo para fines investigativos, claro ― se burló y para entonces, la negociación cambió de terreno.

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