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Capítulo 18

La música de Ac/Dc a todo volumen dentro del coche, el sonido seco del cuerpo de la mujer impactando de lleno contra el parabrisas y el chirrido de las llantas sobre el pavimento, lo despertaron súbitamente. Evan estaba cubierto en sudor y el ritmo de sus palpitaciones no lo dejaban respirar.

La nieve era intensa, de hecho cubría su parque trasero aunque no lo suficiente como anegar la calle de su casa.

Desvelado, se colocó las gafas para verificar correos nuevos en su casilla con la esperanza de haber recibido una respuesta de parte de esa mujer que tanto le gustaba. Lamentablemente, no había señales de ella.

A juzgar por el coqueteo deliberado, no parecía ser una persona con compromisos amorosos ni que anduviera levantando la temperatura de otros hombres, aunque era justo reconocer que no le sorprendería, dado era guapa e inteligente. Cualquiera querría llevarla a la cama, pero ¿hasta dónde les permitiría llegar?

Sentado en el sofá, con un vaso de whisky en la mano, contempló la inclemencia climática con inquietud. Ni la píldora para dormir con el alcohol lograban serenar sus pensamientos, mucho menos calmar su ansiedad.

Trabajando a destajo, aprovechando el tiempo, no fue sino que a poco del amanecer tuvo una idea de la que no supo si se arrepentiría. Tomó una ducha para quitarse el malhumor del escaso y tumultuoso descanso, arregló su cabello con esmero y se vistió con unos vaqueros cómodos, un polo y sweater liviano.

Cogió las llaves de su automóvil y con los primeros rayos de sol quebrando la bruma sobre el horizonte, se adentró en la carretera resbaladiza y casi vacía. Dueño de óptimos reflejos, estaba despierto y alerta ante cada sonido; con cierta adrenalina corriéndole por las venas, su terapeuta no dudaría en tildarlo de ansioso e impulsivo.

Pero Evan era así de tempestuoso e imprevisible. Su vida, llena de altibajos, era un fiel reflejo de su temperamento. Como el clima de Birmingham, cambiante de un momento a otro, Evan Murray era una caja de sorpresas.

Adentrándose en el tránsito más denso a medida que se acercaba a Londres, esperó llegar lo suficientemente temprano como para encontrar una cafetería abierta; jugar al factor sorpresa podía ser ventajoso en esta clase de situaciones.

Pero...¿Cuál era la situación?¿Evan deseaba obtener una decisión apresurada por parte de Hazel para que malvendiese su editorial o lo único que le importaba era flirtear con ella y dejar el negocio en un segundo plano?

Considerando una incompatible mezcla de ambas, avanzó por la calle Knightbridge hasta que el entreverado tráfico lo obligó a abrirse camino y conducir por algunas arterias internas hasta encontrar una colorida tienda. Una muchacha apostada en la puerta con un panfleto en la mano, lo invitó a entrar...aunque la mirada que le entregó tuviera múltiples intenciones.

De decoración romántica, las rosas desbordaban por doquier; rozaba lo grotesco a su criterio, pero no lo descartaba como un sitio simpático para una cita amorosa.

EL&N London era el lugar perfecto para ir por un buen desayuno, con opciones muy variadas dentro del menú, que iban desde galletas con chispas de chocolate hasta sofisticados pasteles de varios pisos y mucho color. Decidiéndose por un crumble de manzana y unos muffins con cereza y limón, sujetó el paquete y lo colocó en el asiento contiguo al suyo, junto a los dos cafés.

Riendo por el exagerado tamaño de las porciones supo que terminarlos, no sería tarea difícil.

Pocos minutos lo separaron de la calle Kensington, donde aparcó para corroborar si estaba en la dirección correcta. Al confirmarlo, salió del automóvil y tecleó el número mágico que lo contactaría con la dueña de "Nutmeg".

Hazel agradeció al cielo poder sumar una serie de líneas a su nueva producción literaria, tras varias semanas de no lograr redactar ni una frase. Por fin, las ideas fluían.

Con el café abandonado en la mesa, presumiblemente frío por el paso del tiempo, el sonido de su móvil tan temprano le causó sorpresa. Pensó en Kalsey y una nueva ocurrencia para exigirle al magnate de la industria editorial.

Asombrada por el número desconocido dudó en atender pero la insistencia le ganó a la desconfianza y finalmente, lo hizo.

— ¿Hazel? Espero que no sea tarde para el desayuno ― la voz de Evan la sorprendió. Se quitó las gafas y dibujó una infantil sonrisa en su rostro al escucharlo.

— En absoluto, de hecho, mi café está helado ― puso un dedo adentro de la taza, corroborándolo.

— ¿Y no te apetecería comer una exquisita y tibia porción de pastel de manzanas? ― ella parpadeó presumiendo que había una trama secreta tras esa pregunta. Rumbo a la ventana, observó al rubio empresario buscarla con la mirada, hasta que la encontró pegada al cristal.

— ¿Por qué no has empezado por ahí? ¡Sube ya! ― bromeó gritándole desde dentro de su casa y haciéndoles gestos exagerados con la mano.

Colgando rápidamente, poco le importó estar en pijamas y con pantuflas, por lo que solo le faltaba un abrigo para ir en su búsqueda. Emocionada, bajó los escalones que la separaban de la puerta, se colocó el tapado grueso que la acompañaba a todos lados y sin temor al ridiculo abrió sin esperar más. Ver a Evan con un paquete y dos vasos calientes en la mano, era equivalente a ganar la lotería.

— ¿A qué hora has salido de tu casa? ¡Es muy temprano! ― ella lo ayudó al sujetar las bebidas.

— A estas horas se viaja mejor y además, quería darte una sorpresa.

— Pues, ¡misión cumplida!

Apenas traspasaron la puerta, Evan subió los escalones con lentitud por delante de ella, sintiendo un ligero cosquilleo en su estómago, como si reconociera el sitio.

— Tienes un apartamento muy bonito. Combina perfectamente con el estilo de la fachada ― dijo mirando los pisos, los muros estucados de blancos con molduras de yeso y los extensos ventanales frontales.

— Eso es lo que me ha enamorado de este sitio; su encanto tan singular ― apoyó ambos cafés en la mesa, humeantes. Quitándose el abrigo y tomando el del invitado, los colgó en el estrecho recibidor de la entrada, tras bajar los cinco escalones por debajo de su nivel.

Magnetizado con el sitio, Evan avanzó hacia la ventana desde donde Hazel lo había invitado a pasar. La vista hacia la abadía era espectacular. De lado, un mueble bajo, antiguo, con un reloj de péndulo pequeño le daba una significativa calidez.

— ¿Este apartamento es de tu propiedad?

— Sí. Lo he conseguido a un precio irrisorio a juzgar por el sitio privilegiado en que se encuentra. Estaba bastante deteriorado y la gente huía despavorida cuando se le contaba que aquí había vivido un tipo que se suicidó por amor.

— ¡Vaya tragedia!

— Puro blablá que jugó a mi favor, además de quedarme con este mueble que nadie quiso llevar.

— Parece muy antiguo, como de fin de siglo diecinueve ― Evan pasó la mano por sobre la madera lustrada, suave, limpia.

— Calculo que sí ― ella elevó sus hombros, sin darle mucha trascendencia a la observación ―. El caso es que me encantó, aunque puse demasiado dinero en recuperar todo esto. Las molduras estaban incompletas, rotas, la pintura descascarada y el piso cubierto con una alfombra sucia y olorosa. Cuando la quité, descubrí un bello piso por debajo, al que mandé a pulir, pero hace unos días se ha manchado con café y me temo que un par de tablas se han maltratado y humedecido. Tendré que repararlo de algún modo― expresó desahuciada, sumando un nuevo gasto a su vida.

— Hoy en día no consigues nada con esta superficie cerca del centro ― Evan golpeó la tabla con sus nudillos, sonando hueco. Frunció el ceño, no era muy buena señal que no se oyera nada por debajo puesto que corría el riesgo de quebrarse. Sin intenciones de asustar a la dueña de casa, fue hacia el lavabo de la cocina a lavarse las manos, sitio donde ella acomodaba las cosas para el desayuno.

Por su estrechez, sus cuerpos prácticamente se rozaban.

— Perdón ― pidió él al ganarle de mano a Hazel con el repasador. Ella solo lo miró, giró sobre su eje y fue hacia la sala. Evan no tardó en seguirle los pasos.

— ¿Para qué has venido hasta aquí? No te creo eso de la sorpresa ― repartiendo un cuchillo y un tenedor para ambos, la joven preguntó.

— Porque quería saber si habías leído lo que te envié ayer.

— Es muy pretencioso de tu parte que tenga una decisión a menos de doce horas de formulado el documento, ¿no lo crees? ― ya lo había discutido con sus amigas, pero no lo reconocería abiertamente.

— Pensé que estarías ansiosa por recibirlo y darme una respuesta en lo inmediato.

— Pues sí, es cierto. Estoy impaciente...pero...― elevando el tenedor con un trozo de pastel de manzana, aclaró ― :por suerte tengo dos excelentes amigas y buenas compañeras que intercedieron.

— No entiendo.

— Judy y Kalsey me han pedido un día más para analizar tu propuesta. De hecho, Kalsey se pondrá al frente de las negociaciones ― cerró los ojos deleitándose con la suavidad de la manzana. Detallista, Evan se mantuvo sin respirar para observar cada gesto de su rostro femenino, expresivo, hechicero.

— ¿Por qué ella y no tú?...pensé que la cena, el desayuno de ayer...que estábamos llegando a un buen punto de conexión para ser nosotros quienes continuásemos con esto.

— Evan, ninguna de las dos veces hemos mencionado números, siquiera para hablar de lo que gastamos en comida. Lo único que conseguirías es engordarme antes que sacarme una cifra ― los dos se echaron a reír. Se divertían y eso aligeraba la tensión de tener que enredarse en una desagradable puja financiera ―. Lo siento, hemos consensuado que lo mejor es que me aleje de la operación.

— ¿Lo mejor? Lo dirás por tí, me hubiera gustado llegar al momento en que tuviéramos que decidir la silla que querías ocupar.

— Ellas temían que este tipo de encuentros se interpusieran y nublaran mi juicio.

— ¿Tipo de encuentros? ― él se señaló con el tenedor en mano.

— Si, este tipo de encuentros ― Hazel se incluyó, también con el tenedor.

— ¿Qué hace una mujer como tú, profesional, graciosa y sumamente atractiva fuera del circuito?

— ¿Con fuera del circuito te refieres a estar sola? ― fingió escandalizarse con el término.

— Exacto ― Evan no solo se deleitaba con el pastel sino además, con verle el hombro apenas desnudo. La playera holgada de Hazel dejaba al descubierto esa porción de piel que él deseo besar y perfilar con su nariz.

— He estado dentro del circuito por mucho tiempo. Pero no funcionó ― reconoció con resignación ―. Y tú, ¿qué tan dentro o fuera del circuito estás?

— Lo suficiente como para no tener que darle explicaciones a nadie por estar coqueteando contigo ― Hazel se sonrojó aniñadamente ante la veloz respuesta de su invitado. Eso era exactamente lo que deseaba escuchar.

***

Limpiándose las boca y las manos cuando terminó de desayunar, ella se puso de pie y sintonizó a su cantante predilecta: Adele. A él le agradó la elección.

Tras un momento de silencio, de escuchar estrofas sobre el desengaño y el desamor, Evan consideró correcto marcharse, aunque su corazón le indicara lo contrario.

— Es una pena que no tengas buenas noticias para darme, creí que ya tendrías una respuesta ― suspiró, desilusionado.

— Eso es porque estás acostumbrado a chasquear los dedos y tener lo que quieres en el momento que deseas.

— Me sobreestimas y halagas en partes iguales.

— ¿Has pensado en hacer yoga, Tai Chi o alguna de esas disciplinas milenarias para relajarte? Luces muy tenso.

— ¿Lo crees? ― exageró el frunce de su rostro. Hazel crujió sus dedos y pidió permiso para abordarlo; al obtener un sí un tanto curioso, posó sus dedos en los hombros rígidos de su visita.

— Aflójate, no te haré daño ― ella sabía que tocarlo una vez significaba no querer dejar de hacerlo nunca más.

Evan se mantuvo a la defensiva por unos segundos, planificando una estrategia que esperó, le saliera bien; para cuando Adele y su cadenciosa voz cantando "Someone like you" lo permitieron y su propia cabeza dejó de razonar, tomó delicadamente una de las manos de Hazel y como en una danza, la hizo girar hasta sentarla sobre su regazo.

— Ups...― inesperadamente ella se vio en el lugar incorrecto en el momento correcto. Evan parecía dar el primer paso. Sus corazones latieron fuerte, demasiado, sincronizadamente.

Él le recorrió el rostro libre de maquillaje con la yema de los dedos, con delicadeza, con la certeza de que no cualquier mujer podía jactarse de ser tan bella a esas horas, con esas pijamas holgadas y sin una pizca de máscara para pestañas encima. Su aliento olía a manzana, azucarado.

Hazel no podía dejar de observarle la sombra de barba, áspera al tacto y el cabello tan rubio y dócil. Les avergonzaba la cercanía, pero la ansiaban desde que se habían visto en la oficina de Birmingham, donde ambos sintieron que se conocían de antes.

Las palabras sobraron en la sala, los gestos lo decían todo.

Fue entonces que Evan, como pidiendo permiso, avanzó al casillero siguiente: la besó dulcemente. Acunándole la quijada con ambas manos, impulsó un contacto más profundo.

Hazel cerró los ojos por instinto y aceptándole la tibieza de sus labios, el roce de su barba en los alrededores de su boca, sonrió por las cosquillas. Evan intuyó el motivo y también se sonrió.

La dueña de casa se sintió en las nubes pero avergonzada por su ingenuidad, por creer que quizás no había segundas intenciones en ese coqueteo, bajó la cabeza tímidamente. Hundió su frente en el hombro del empresario. Se sentía una niña que jamás había estado con un hombre.

— ¿Qué sucede? ...¿no te gustó?― Evan le susurró al oído, jugueteando con un mechón de cabello color almendra.

— Oh, no, en absoluto. Es que...hace mucho que nadie me besa ― la escritora llevó su rostro frente al de Evan, sereno pero curioso.

— Y ¿hace mucho que nadie te hace... esto?― él le buscó el cuello, dejando una hilera de besos sobre la piel caliente. Ella echó la cabeza hacia atrás y mordió su labio, excitándose cada vez más.

— ...se siente bien...rico.

— Y... ¿esto? ― el rubio se vengó de sus propios deseos mordisqueándole el hombro descubierto. Los pezones de Hazel se endurecieron por el contacto, y por acto reflejo, retrajo su cuerpo tapándolo con sus brazos.

— Me diste cosquillas...― enfundó sus dientes, batiendo sus pestañas.

— Y por casualidad ¿hace mucho que nadie te hace esto? ― sujetándola por las caderas la ubicó sobre su pelvis masculina, enfurecida. Los pantalones livianos de Hazel notaron la rigidez de la entrepierna del rubio.

Ella le rodeó la nuca con ambos brazos y el derrotero de besos no se hizo esperar. Las manos grandes y fuertes del empresario investigaron más allá de lo visible para colarse por debajo de la parte superior de esa horrible pijama rosa. Las yemas de sus dedos, hipersensibles, alcanzaron la base de los senos de Hazel; ella se retorció sobre su miembro, causándole más presión interna.

— Si no hago algo ahora mismo con mis pantalones, me desmayaré ― él se largó a reír, con ella como cómplice.

Hazel se puso de pie desalentando cualquier acto posterior.

Anhelaba acostarse con ese Adonis inglés que había tocado su puerta inesperadamente pero no debía olvidar que necesitaba frialdad mental para asegurarse que ella no era parte de un juego con el que él buscaría especular.

Evan intuyó que por esa cabeza pasaba mucho más de lo que su boca declaraba.

— Me agradas mucho, Hazel, no voy a negarlo. Eres atrevida, sensual... quiero... conocerte más íntimamente, más en profundidad ― reconoció poniéndose por detrás de ella, de frente a la ventana que miraba hacia la calle.

— No quiero que me malinterpretes pero soy un desastre para las relaciones amorosas, y en particular, contigo, no puedo dejar de pensar que quieres aprovecharte de mi vulnerabilidad económica.

— No te juzgo.

— ¿No? ― ella se asombró por la honestidad.

— No, pero tampoco puedo obligarte a que confíes en mí y creas que mis deseos por hacer el amor contigo son ajenos a mi perfil de empresario.

Ella giró su cuerpo, la tensión sexual entre ambos aún continuaba turbando el aire. Para entonces, Hazel aferrabas sus manos a la madera del mueble sobre el que se apoyaba. Evan la arrinconaba emocional y dialécticamente.

— Lo he arruinado todo, ¿cierto? ― ella se maldijo. Otra en su lugar estaría despellejándolo en la cama.

— De ningún modo.

— Entonces...

— Entonces, te daré el tiempo y el espacio suficiente para que creas en mis verdaderas intenciones ― Hazel no estaba acostumbrada a los hombres decididos y que la antepusieran por sobres sus propias intenciones de bajarse los pantalones allí mismo. Sus relaciones fallidas la llenaban de una insana incertidumbre.

— ¿No la he fregado?

— No, Hazel ― Evan le dio un beso en la frente y se apartó de ella, dispuesto a recoger su abrigo para marcharse rumbo a Birmingham.

— ¿Te vas?

— Si, en la editorial deben estar pensando que me morí o algo así, jamás falto ni llego tarde sin avisar ― bromeó con certeza.

— Gracias, por el desayuno y por tus palabras.

— De nada Hazel, esta mañana ha sido muy productiva.

— Cuándo...¿cuándo podría llamarte? o... verte... o...escribirte ― ella se mostraba inquieta, dudando de una segunda oportunidad.

— Cuando gustes, ya sabes dónde me la paso la mayor parte del día ― bajando los cinco escalones hacia el vestíbulo, descolgó su abrigo. Hazel, desde lo alto, le preguntó:

— ¿Cómo sabías mi dirección?

— Por los papeles que me has dado en la cafetería.

— Oh, claro, sí...durante el desayuno.

— Vienes a abrirme o...

— Si, si... ya mismo... ― algo dispersa, incluso torpe, buscó las llaves de su casa.

Sintiéndose infantil pasó por delante de Evan dispuesta a abrirle, pero antes de hacerlo, él la hizo girar y la presionó contra la puerta, sobre la que apoyó su palma derecha, próxima a la sien de la dueña de casa. Hazel deseó que la tomara allí mismo, que el choque de sus cuerpos se escuchara hasta dentro del mismísimo palacio real, pero por el contrario, él le quitó un trozo de pastel del cabello, se sonrío y se apartó.

— Adiós, Hazel ― colocándose el abrigo, se despidió.

— Adiós, Evan...― ella finalmente abrió.

De pie en el umbral, se frotó los brazos con sus propias manos y con otro bajito adiós lo vio salir y corretear debajo de la nieve, en dirección a al automóvil.

No todo parecía estar perdido.

Para ninguno de los dos.

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