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Capítulo 22

Tres reuniones más lo mantuvieron fuera de su despacho tras el veloz almuerzo; frecuentemente, Evan le enviaba mensajes desde su celular para mantenerla entretenida. Ella sonreía esperando respuestas que se dilataban en llegar, pero de ese modo, al menos, se sentía un poco más cerca de él.

Con la vista puesta en el paisaje urbano, la distancia a los edificios linderos era la suficiente como para no ver qué sucedía dentro de cada uno de ellos, lo que le dio cierta tranquilidad.

¿Cómo sería trabajar para "Ad Eternum"?

Acostumbrada a la flexibilidad de horarios, a inspirarse mirando el Puente de las Torres en pleno Londres o a escribir durante la madrugada, la atemorizó la incompatibilidad en el aspecto laboral, puesto que no era lo suyo desplazarse  a grandes distancias ni a perder tiempo viajando. Hacía muchos años que no tenía jefes, ni horario de llegada y salida y eso, no era un detalle menor.

Inmersa en sus pensamientos, fue gratificante notar que dos grandes manos pasaban por delante de su pecho para acunarle los senos con indecencia.

— Mmm....tal como me agradan: suaves, del tamaño preciso para que mis palmas los acaricien por completo ― Hazel sintió la dureza de Evan presionando la línea media de su trasero.

— ¿Me has echado de menos? ― ella se excitó al sentir que sus dedos largos le vagaban por su barriga, por debajo de su blusa.

— No tienes idea cuánto ― Evan le mordisqueó la oreja, en estado de alerta.

— ¿Qué planes tienes para nosotros esta noche? ― Hazel se retorcía de goce; llevando sus manos a su espalda, tocó el pelo corto y rubio del dueño de la editorial.

— Muchos y todos te tienen de protagonista.

Ella giró, obteniendo un beso febril sobre su boca. Evan la arrinconó contra el grueso cristal, agradeciendo no tener espectadores en las inmediaciones. Preso de un calor sobrehumano, deseó desvestirla con sus caricias, poseerla allí mismo, pero no podía.

No de momento.

— Tengo una reunión en cinco minutos, Rita debe estar por golpear la puerta para recordármelo.

— ...mmmm...empezaré a odiarla...― él se alejó de Hazel, recomponiendo sus prendas. Ella caminó rumbo al tocador para refrescarse el rostro y acomodar su cabello alborotado; al salir, la secretaria ya estaba dentro, como si todo fuera parte de un sincronismo suizo.

— Prometo que será la última vez que me vaya sin ti de aquí ― Evan usó deliberada cercanía para susurrarle al oído. Rita dibujó una enorme sonrisa en su rostro, sospechando lo que a esas alturas sería vox populi: que estaban liados.

— Aquí estaré, señor Murray ― Hazel se meció sobre sus tacones, rogando sinceramente que se marcharan cuanto antes.

Rita la observó con ojos curiosos, pero como buena empleada, se mordió la lengua. No obstante, le hizo una propuesta a la que Hazel no puedo evitar decir que sí.

***

Hazel recorrió junto a la secretaria los niveles 20 y 21 de aquella torre, las cuales eran ocupadas por la editorial. Mientras que en el anteúltimo piso se encontraban tres salas de reuniones, el área legal y administrativa donde se redactaban las bases y condiciones de los concursos, se revisaban los contratos con empresas y escritores y se analizaban los números finales; en el superior, donde Evan tenía su oficina, se desarrollaba la actividad más creativa; los escritores, diseñadores, expertos en publicidad y asesores generales de alto rango como Kevin, tenían su propio cubículo de trabajo.

Todo parecía desarrollarse dentro de un clima cordial, animado. Cada tanto surgían risas fuertes, bromas en común y de fondo, quizás, alguien que escuchaba música.

— ¿Usted tiene pensado venir a trabajar a Birmingham? ― se anticipó Rita, curiosa, deseando que su jefe por fin encontrara a alguien compatible. Aunque la envidiara profundamente, Hazel le caía bien.

— No lo sé, aun estamos en tratativas con el señor Murray.

— Apuesto que es por el dinero...¡siempre lo es! ― resumió, sin preguntar cosas de las que la escritora que no estuviera preparada para responder ―. La señora Audrey se está llevando a gente muy valiosa de aquí dentro.

— La gente no es un paquete, renunciaron porque quisieron. No creo que la señora Audrey les hubiera puesto un revólver en la cabeza.

— No, pero creo que lo que ha hecho fue ponerles sobre el rostro un gran fajo de billetes.

— Son...estrategias.

— Esa es una jugada sucia, señorita ― Rita defendía a su jefe y era loable su actitud, mucho más, después de haber conocido a la arpía de su ex.

Mientras caminaban por las instalaciones, Evan las encontró en el elevador rumbo a la última planta. Se alegró por ver que Hazel salía del encierro.

— Ya estoy listo y muy cansado ― acariciándole la quijada y regalándole una sonrisa infantil, no reparó en su secretaria. Rita tosió apenitas, diciendo presente. Hazel se sonrojó, tapándose ligeramente el rostro. Evan volteó de lado y ladró ―: ¿Qué sucede, Rita?

— ...nada ― la morena se puso blanca como papel ―. Es que...pues...usted siempre está de mal genio. Me resulta extraño verlo así ...

— Así, ¿cómo?

— Así de expresivo, de cariñoso. ¡Pero no lo tome a mal! Me agrada ― la secretaria esbozó un gesto genuino. Evan largó un soplido por la nariz.

— Gracias Rita, pero recuerda que no me agrada el chisme ― ella asintió como soldado y se alistó para bajar del ascensor ante el gesto cordial de su jefe.

Apenas pusieron un pie en el piso veintiuno, Evan le pidió a Hazel que aguardara por él allí mismo para ir en busca de los abrigos y de su bolso. Acababa de decretar el fin de su jornada laboral.

— Ojalá el jefe encuentre una mujer que lo quiera de verdad ― murmuró, no tan al pasar, la muchacha de expresivos ojos oscuros y gafas de montura gruesa detrás de su escritorio. Hazel se mantuvo sin responder, descifrando qué era lo que a su corazón le estaba sucediendo con ese Adonis británico con pesar en su semblante y mal genio asumido.

***

Una y otra vez, él entraba y salía de ella. Arriba, abajo, dominador y dominado, Evan deseaba a Hazel fervientemente. No obstante, sabía que no podía tenerla en una caja de cristal a expensas de sus anhelos personales. Ella no era su muñeca ni su posesión; por el contrario, era libre como el viento y esa simpleza, la misma que la de una brisa de verano, lo cautivaba.

Ansioso, deseaba proponerle que no se marchara de su lado, que compartiera algo más que las sábanas y un almuerzo en su oficina.

Hazel se sentía una mujer con letras mayúsculas; él le daba su espacio para gozar individual y conjuntamente, la hacía volar como un cometa y chocar contra la superficie en un segundo. Recorriéndola con destreza, como un gran conocedor de su cuerpo, ella no debía decirle cuál era su punto de explosión ni su botón de eyección; su lengua, sus manos, sus besos, todo estaba a disposición de su placer.


— Debo regresar a Londres, Evan ― ella le dijo en la cama, enredada en sus brazos fuertes y masculinos. Con la punta del dedo, delineaba el tatuaje en su bíceps.

— Lo sé y me agradaría llevarte, si no es molestia.

— Por el contrario, me gusta que seas mi chofer ― agradeció dándole un beso en su musculoso brazo para tomar asiento rápidamente detrás de su miembro, momentáneamente en reposo.

— Te quiero en mi vida, todos los días Hazel, no simplemente de arrebato.

— ¿Me estás pidiendo que seamos novios o algo así? ― ella aplaudió, bromeando.

— Si aun se usa ese término, pues sí, quiero que seas mi novia ―expresó tímidamente. Para entonces ella comenzó con la despedida al acunarle el rostro.

— Entonces, debemos sellar este pedido con un gran beso ― ella lo hizo con furia, mordiéndole el labio.

— De ser así, también debemos tener nuestro primer coito como novios, ¿no lo crees? ― Evan redobló la apuesta.

— Siempre supe que tus ideas son brillantes...

Evan la giró en una maniobra maestra y envueltos en absoluta complicidad, tildaron todos los casilleros necesarios para dar el próximo paso.

***

Pasaron diez días más sin verse cara a cara. Varias reuniones y alguna que otra presentación en las afueras de Birmingham, mantuvieron a Evan alejado del teléfono. Hazel esperaba ansiosamente por sus mensajes, esporádicos pero reales.

Era de esperar, él era un hombre muy ocupado, con responsabilidades concretas y ella no era más que una editora en quiebra, sin producción literaria y con tiempo de sobra. Sin ánimos de molestarlo, sus llamadas duraban lo mínimo indispensable. Él le agradecía el contacto, se susurraban cosas calientes pero nada mencionaban sobre un día posible de reencuentro.

Sin embargo, la respuesta a la contraoferta de Kalsey los tuvo hablando de negocios un viernes por la noche. Mientras Hazel batía unos huevos para hornear un pastel hablaba con Evan, quien atentamente, la observaba ir de un lado a otro. Mediante video llamada pasaban sus días y alguna que otra madrugada de insomnio y esa, no era la excepción.

— Quiero verte ― sostuvo él, desde la cocina de su casa, café en mano. Hazel festejó que por fin se tocara el tema.

— Pues lo estás haciendo ahora mismo ― se mordió el labio.

— Quiero tocarte...besarte...hacerte el amor toda la noche y todo el día― su tono rozó lo febril, Hazel se excitó de solo imaginarlo sobre ella.

— Y yo a ti, pero eres un hombre con muchos compromisos. Ya tendrás tiempo de tomarte unas vacaciones para venir a visitarme.

— ¿Vacaciones? Hace muchos años que no me tomo unos días para mí.

— Ni yo, pero supongo que los últimos años sin horarios han sido como unas ― bromeó, para cuando a Evan se le ocurrió algo especial.

— ¿Y qué tal si tú y yo nos vamos unos días lejos de la ciudad, del ruido, de las obligaciones y los horarios?

— Tu y yo, ¿juntos?

— ¡Claro!

— Oh...vaya...eso sí que no me lo esperaba.

— Ni yo, ¡pero qué más da! Nos echamos de menos, nos gusta pasarla juntos y necesitamos descansar, ¿no crees que es la idea perfecta?

— Tu siempre superando mis expectativas, Evan ― engrandeciendo su orgullo masculino aunque más no fuera en broma, sincronizaron sus deseos una vez más.

***

Esa misma noche ella soñó con Scarlett. Hazel intentaba contarle que había conocido a alguien que le gustaba mucho, pero no podía hacerlo; sus cuerdas vocales parecían estar mudas, en tanto que su hermana se mantenía sentada, en el sofá de su casa paterna, aquella que compartían cuando el matrimonio Daugherty aun estaba en pie. La menor de las hermanas miraba hacia un punto fijo, ida.

Evan, sin embargo, soñó con aquella noche de farra en la que su vida dio un giro. Viéndose reunido junto a sus amigos, bebiendo en ese bar donde tocaba un compañero de universidad con su banda de punk rock, era testigo presencial de su propia tragedia. Deseaba decirse a sí mismo que no se subiera a ese automóvil, que se marchara directo a su casa o a un hotel con alguna chica de por ahí.

Sin embargo, con mucho alcohol en sangre, algunos antidepresivos que consumía deliberadamente tras la muerte de su madre y en pleno estado de irresponsabilidad, los tres amigos salieron a las dos de la madrugada del bar con destino desconocido.

La bruma por la cercanía a la costa y la poca conciencia de tomar un volante en ese estado, entre muchas cosas, los tuvo impactando de lleno contra un bulto que no supieron identificar qué era.

Pensaron en un animal, en un cesto de basura repleto...hasta que Evan, conmocionado, bajó del coche verificando lo peor: una mujer, de cabellos largos y oscuros, había quedado bajo la trompa del vehículo.

En estado de shock, gritando desaforadamente, los otros dos ocupantes forcejearon con él para introducirlo en el carro contra su voluntad. Él quería advertir a una ambulancia, llamar al 911, obrar como correspondía y entregarse a la policía de ser necesario, pero se dejó arrastrar por sus amigos, quienes no dudaron en escapar de allí.

— Debemos quedarnos para asistirla ― lloraba como niño.

— ¿Acaso estás loco? Estamos borrachos y drogados, Evan. ¿Sabes cuántos años de cárcel nos darían? ― Dominic, el chofer y estudiante de abogacía se golpeaba la cabeza contra el volante mientras conducía por algunas calles internas.

— Debo bajar, debo ayudarla...― insistió el alumno de la carrera de periodismo.

— Si tenemos suerte, estará muerta y nos salvaremos de la incriminación ― Pierre chilló mientras le indicaba al conductor por cuál calle tomar para no ir en contramano.

Evan se tomaba la cabeza, consciente del desastre que acababan de cometer.

— Quiero bajar aquí mismo― forcejeó con la traba de la puerta trasera ―. ¡Te he dicho que me dejes bajar! ― preso de un descontrolado estado, rompería todo de no conseguir lo que pedía.

Para entonces, Dominic aparcó cerca de una gasolinera donde no había nadie más que dos empleados dormitando en una banca.

— Escucha bien, bueno para nada, de esta entramos juntos y salimos juntos, ¿correcto? ― Pierre, el más frío de los tres, elevó su dedo en señal de advertencia. Fue intimidante ―. Nadie nos vio y no hay seguridad en esa zona. Tendremos que separarnos y guardar este secreto, ¿entienden? Lo que sucedió aquí es grave, pero ninguno de nosotros siquiera sabe lavarse las medias como para ir a prisión. No nacimos para terminar en un pabellón sin comida y lleno de criminales. Esto fue un...accidente y así debe quedar ― Evan no fue capaz de esbozar palabra. Para cuando logró salir, Dominic bajó la ventanilla, con un último mensaje.

— Si hablas, nos matarás en vida, Evan...piénsalo bien ― el rubio solo asintió sin pensar que el silencio también lo haría; tapó su cabeza con la capucha y entró a la tienda de la gasolinera a comprar como si nada, mientras que sus amigos se marcharon con el sonido de una ambulancia a lo lejos.

A partir de ese momento, su relación, su amistad, cambiaría para siempre a pesar de que un terrible secreto los uniría eternamente.

Este Evan, mayor, más maduro, quería moler a golpes a ese joven que pensaba que se llevaba el mundo por delante. Inquieto, removiéndose en la cama, finalmente despertó con una horrible sensación en el pecho, la misma que aparecía como una constante.

Con el mismo insomnio que lo movilizó a Londres, se mantuvo en vela un par de horas más. Deseaba llamar a Hazel, contarle ese secreto que no lo dejaba vivir consigo mismo y que muchas veces lo había llevado al extremo de planear el modo de suicidarse: su padre, militar retirado, conservaría por muchos años su arma reglamentaria...hasta que la entregó a una tienda de compraventa y ya no fue una opción.

Prohibiéndose mirar los informativos, nunca supo cuál había sido el destino de esa mujer a la que habían atropellado. Nunca fue capaz de buscar a su familia o a ella para pedirles perdón.

Cien veces durante la noche presionó el contacto de su terapeuta para reflotar viejos problemas que no aun no podía superar; en esta oportunidad, el nombre de Hazel vino a su mente como una medicina que curaba su alma enferma.

El sonido del teléfono la sobresaltó a esas horas; no estaba durmiendo sino trabajando a buen ritmo. Estaba inspirada, motivada. Junto a una copa de vino tinto, estaba en su sala sentada sobre su pierna derecha, escuchando "You and Me" de Dave Matthews.

El número de Evan le dibujó una sonrisa y también fue un signo de preocupación en aquella noche cerrada y fría de marzo. Presintió que algo no andaba bien.

— Hola Hazel, perdona si estabas durmiendo ― presionó el puente de su nariz, rogando no haberse equivocado al llamarla a las tres de la madrugada.

— Estaba escribiendo. Son las ventajas de ser una trabajadora independiente ― a Evan le reconfortó escucharla de buen talante ―. ¿Qué sucede? Te oyes triste.

— Lo estoy...pero...no puedo decirte por qué ― un nudo le presionaba la garganta.

— Entonces no lo hagas....háblame de otra cosa si te hace sentir mejor. No importa de qué ― Hazel cerró su ordenador. Recogió una manta y se sentó en el ancho alfeizar de la ventana, espiando a una ciudad dormida y gélida.

— Quiero estar contigo, necesito tenerte a mi lado.

— Hagamos de cuenta que lo estamos. Abrázame fuerte, aunque más no sea con tus palabras. Eres periodista, tienes ese don.

— Sin embargo eres tú la que me das esperanza cuando hablas; si escribes tan bello como lo que dices, tendremos el éxito asegurado.

— Recuerda que he llevado a la quiebra una empresa...no me quites ese mérito tampoco ― ambos sonrieron ―. ¿Estás bebiendo alcohol? ― Hazel lo llevaba a lugares comunes, alejándolo de los fantasmas, como en los libros para niños con trastornos de sueño.

— Café...con ron. O ron con café, perdí la proporción.

— Eso no está bien, Evan. El alcohol no es un buen aliado en los momentos de soledad.

— Lo sé, pero no tengo con quien hablar.

— No estás solo, cariño. Ya no. Me tienes a mí, recuérdalo ― ella se ocupó de animarle su corazón triste y alicaído con palabras dulces.

— Quisiera que me arropes esta noche, hace frío.

— Está nevando copiosamente. Me gusta Londres cuando hay nieve.

— ¿Qué más es lo que te gusta? ― él se refugió en su sofá, aquel donde habían tenido sexo pero también largas charlas frente a la chimenea.

— Escribir por las noches, lo que claramente nos traerá un conflicto de intereses ― Evan se echó a reír, Hazel sintió que parte de su objetivo estaba cumplido ―. ¿Qué te ha parecido la nueva propuesta de Kalsey?

— Superadora. Haremos trato.

— ¿Sí? ― era su editorial pero hablaban como si fuera de un tercero.

— Sí.

— ¿Y ya le has dicho que piensas comprar la editorial?

— Aun no, tienes la primicia. Te la has ganado, después de todo eres su dueña ― Hazel sintió una extraña felicidad. Era lo correcto, "Nutmeg" estaría en buenas manos.

— Gracias Evan, los chicos estarán contentos de tener un trabajo estable, aunque tendremos que resolver el tema del traslado.

— Lo tengo estudiado: pondré un ómnibus privado que saldrá del centro de Londres, para que los traiga a Birmingham y lleve de regreso tres veces a la semana. Sé que son casi dos horas, pero será parte del sacrificio que tendremos que hacer todos aquellos que queramos ser parte de este arreglo.

Hazel se sintió orgullosa de la situación, Evan parecía estar atento a todo y eso, la reconfortó. Hablando un rato más sobre los empleados, de la vida de cada uno de ellos, vieron el sol aparecer desde cada una de sus casas.

— ¿Tienes sueño? ― Hazel bostezó tras escuchar la pregunta.

— Un poco, pero es sábado, no me preocupa.

— Pues yo necesito descansar, llevo varias horas despierta y eso afecta mi creatividad.

— Bien dicho, eres una buena profesional.

— Evan... yo también quiero estar contigo ― le repitió, con la intención de que aquello se le grabase en la cabeza.

— Llévame a dormir contigo, entonces.

— ¿Perdón?

— Acuéstate, pon tu teléfono sobre la almohada y déjame verte. Escucharte.

— No es justo. A veces hablo de dormida y quizás, pueda develar algún secreto inoportuno.

— ¿Acaso guardas muchos secretos?

— No te lo diré, qué gracia tendría.

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