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Capítulo 7

— Declan...Declan...― la voz melódica de Seelie se filtraba por sus oídos. ¿Era su tan preciado sueño o una fantasía de la que no querría salir? Rogó por que ocurriera lo primero.

Levantando los párpados pesadamente, con la sensación de ser acariciado por ella, por el dorso de su mano pequeña, cálida.

— Gracias por devolverme la vida ― él frunció el ceño ante la revelación, con el sopor de haber llorado mucho.

— ¿Es esto verdad?

— Como cuando te di la respuesta al acertijo ― se besaron, con ternura.

— ¿Cómo? ¿Cómo es que...? Estabas allí, sin reacción...muerta.

— Era la quinta prueba.

— ¿Quinta prueba?

— Así es: necesitaba saber si me serías fiel, si te quedarías a mi lado o aprovecharías para marcharte a Sinicel sin mí.

Declan endureció su expresión, ofuscado.

— ¿Fingir tu muerte era una prueba?¡Eso ha sido tremendamente cruel! ―expresó con ira.

— Debía asegurarme que tus sentimientos hacia mí eran genuinos.

— ¿Haciéndote pasar por muerta?

— No, Declan. La que ha muerto fue mi forma mágica.

— ¿Qué es lo que dices?

— Que acabo de transformarme en humana, que ya no tengo poderes y que estoy habilitada a entregar el reino cuando lo dispongas ― sus ojos se cristalizaron, temiendo por lo que vendría.

— ¿Te has vuelto...?

— Humana, como cualquier mujer que hayas conocido antes. Ya no más trucos, no más juegos. Siempre supe que eras el indicado para gobernar Sinicel; yo sería la última hada en el trono. Lo vi. Te vi. Nos vi amándonos bajo el viejo roble.

Preso de la confusión, Declan se puso de pie analizando lo dicho. Antes de reclamos o entregarse a palabras imprudentes, Seelie le ganó de mano.

— Las hadas que se enamoran de un extranjero, pierden sus poderes. En mi caso, además, pierdo la corona.

— ¿Esto significa que el reino ya es mío?

— Algo así ― sonrió, agotada mental y fisicamente.

— Entonces...¿podrías venir a Bjak?¿Conmigo?

— Deberías tomar posesión oficial de Sinicel y dar aviso de tus planes a la población ― Declan le tomó las manos, besándoselas.

— Has...has renunciado a tu vida por mí. Por este simple guerrero...

— Eres más que un simple guerrero.

Sintiéndose menos especial de lo que imaginó por tener en sus manos el destino de Sinicel y por ende, de la tan ansiada "Trinidad", se contentó con poder abrazar a Seelie, que estuviese con vida y por semejante ofrenda.

***

Prometiéndose amor eterno, tener hijos y nunca abandonarse, recorrieron sus cuerpos sin prisa, redescubriéndose. Seelie experimentó el sentirse amada, plena y genuinamente. Sin poderes, con la fuerza y debilidad de una mortal, disfrutó de los embates duros y excitantes de su amante.

Para Declan, nunca sería suficiente agradecimiento. Renovado, enérgico, sonrió al pensar en llevar a Seelie al trono del nuevo imperio.

Jamás dejaría de ser una reina. Por derecho y por mérito, el trono sería siempre suyo.

***

Tomando distancia de la cabaña, montando sus caballos, emprendieron su regreso a Sinicel hablando sobre futuros planes; besándose a escondidas de las lunas, amándose sobre el pasto fresco y mullido, prometieron serse fiel eternamente.

A pocos kilómetros de la entrada a Sinicel, Seelie se detuvo, perturbada. El olor a humo era perceptible a la distancia y una desagradable sensación aprisionó su pecho.

— ¿Qué sucede, cariño? ― Declan se mantuvo por detrás de ella.

— Alguien ha llegado a Sinicel sin ser bienvenido.

Acelerando el galope, efectivamente confirmó sus peores temores; la imagen de la muerte de sus padres vino a su mente, como un calco de ésta. Cuerpos de hombres y mujeres sin vida fuera de sus casas, animales sueltos vagando por la aldea y una gran hoguera delante de la puerta de su castillo, daban cuenta del apocalipsis del reino.

— No permitiré que entres primero, Seelie.

— ¿Por que eres el nuevo rey?

— No solo por eso sino porque, además, quiero protegerte ― tomando la delantera la aventajó, ingresando al palacio en llamas.

Al traspasar el puente que conectaba el pueblo con su hogar hasta entonces, Seelie bajó de su caballo llevando las manos a su boca; pequeños cuerpos de jóvenes hadas se esparcían por los corredores, por el claustro y por las salas. Un llanto agudo salió de su garganta para cuando el enemigo se presentó ante ambos monarcas: la reina saliente y el rey entrante.

— Me has ahorrado buena parte del trabajo, Laughlin ― Rijbah, su archirrival, apareció montando a Judas, su caballo de pelaje cobrizo.

Declan bajó la mirada, consciente de su distracción; sin hombres, desarmado y comportándose como un adolescente, había dejado de lado su guerra personal, liberándole el camino a su enemigo.

— Soy tu rey, me debes pleitesía ― el soldado impostó la voz, con el recurso de la palabra.

— Nunca serás mi rey, Declan.

— Lo es, Sinicel le pertenece ahora. Ha logrado "La Trinidad" ― Seelie confirmó.

— No te equivoques, mujercita. Aún no está escrito el último capítulo ― avanzando contra ellos, improvisó un ataque artero que tuvo en desventaja a la pareja.

— ¡Busca ayuda, Seelie! ― gritó Declan, enfurecido con la matanza en Sinicel. Ella corrió, con la poca fortaleza que mantenía en su interior, sabiendo que sin poderes era poco lo que podía hacer.

Sus fieles laderos no estaban en la cocina, ni en la sala de eventos ni en el parque; desde fuera y a través de los cristales, podía ver el modo heroico en que Declan se defendía sin armas sino tan solo con sus puños y habilidad física.

Ya nada parecía quedar del próspero Sinicel, tierra de mitos, hadas y encantamientos. Subiendo hacia su habitación se hizo de la espada, hasta ese entonces escondida, de Ezra. Empuñándola, no estaba en sus planes toparse con dos hombres de Rijbah, quienes la atraparon sin piedad.

Bajándola a la rastra por las escaleras, forcejeando con ella, la desesperanza de Declan fue enorme; no solo estaba a merced de Rijbah sino que Seelie, esa mujer que había dado todo por él, era capturada injustamente.

— Libérala, permítele que escape a Svandhill o a alguno de los reinos del norte. Te cedo el trono si la dejas libre.

— No puedes entregar algo que no es tuyo ― la punta fría de la espada enemiga le picó el mentón. Laughlin tragó saliva, sabiendo que tenía los minutos contados.

— Podrás matarme, pero jamás podrás decir que te has alzado con los reinos de "La Trinidad", Rijbah. Yo soy el rey, legítimo. Y siempre lo seré. Los dioses te castigarán...

— Tonterías de niño mimado ― Rijbah escupió de lado ―. Nadie podrá quitarme el sabor de haber matado al padre y al hijo con la misma espada. Ningún Dios podrá contra ese logro.

Los dos tipos que sujetaban a Seelie la arrojaron de mala manera frente a Declan, arrodillado y con las manos amarradas sobre su espalda.

— Huye Seelie, vete de aquí.

— No sin tí...― ella le recorría el rostro, se lo besaba. Ambos eran un manto de lágrimas.

— Te amo Seelie, te buscaré en otras vidas, lo prometo.

— No, Declan. No permitiré que te asesinen...

— Yo ya no tengo modo de escapar, pero tú puedes rehacer tu vida.

— Pero te amo a ti, Declan.

— Nunca te olvidaré.

— Declan...¡Declan, noooooo! ― los mismos tipos que le habían concedido la gracia del contacto, la volvieron a sujetar de las muñecas. Los pies livianos de Seelie resbalaban sobre la superficie del piso de piedra lustrosa.

Llorando, dando cierre a sus premoniciones que la veían enamorada como una simple mortal y con el reino llegando a su fin, vio la espada de Rijbah enterrarse en el pecho de su amado, quien cayó desplomado sobre el suelo.

— ¡Amor mío!¡Noooooo! ― Seelie gritó devastada.

— Ahora sí, libérenla. Ya no nos sirve de nada ― quitándosela de encima, tanto el enemigo de Laughlin como sus hombres se marcharon dejando el castillo y Sinicel arrasado.

Seelie se aferró a Declan con la decepción de no poder devolverle la vida. Él yacía inerte, con la sangre mojando las ropas del hada más antigua de la región.

El sonido de unos pasos en la sala hicieron que levantase la cabeza.

— Yo le he advertido que era una mala idea irse con el extranjero ― Copel sujetó la espada de Ezra.

— ¿Me has...traicionado?

— Usted lo hizo antes con nosotros al entregarle al reino al huushie.

Seelie tragó con fuerza, cualquier discusión era inútil. Su antiguo lacayo se marchó tras los pasos de Rijbah y su tropa. Besándole la frente a Declan, a su amado, ella le cerró los párpados, se los besó, y prometió que volverían a verse en sueños...y en otras vidas.

***

Frente a las dos lunas de Yamaan, donde se habían pertenecido por primera vez, Seelie se rodeó las rodillas con sus brazos; sin corazón, supo que la decisión que tomaría sería la correcta.

Sir Declan Laughlin ya descansaba en paz.

Sola, con el llanto y el dolor como motor, lo había enterrado bajo el roble próximo a la cabaña donde habían pasado los días más felices de sus vidas.

Sin saber cuándo, dónde, ni mucho menos si se reconocerían al instante, se preparó para su encuentro con Declan. Era un riesgo que estaba dispuesta a correr.

Ya no existiría vida sin él. Ya nada tenía sentido sin él.

Caminando hacia el lago en dirección recta, mojó sus pies, luego el bordillo inferior de su túnica blanca hasta sumergirse por completo en el agua helada.

El frío, la profundidad, su incapacidad para flotar, sus deseos de reencarnación, hicieron un lento trabajo.

De a poco, sus ojos se cerraron y le pareció ver a su amado extendiéndole la mano a lo lejos, entre las vetas azules del agua y el reflejo lunar, llamándola.

Seelie no dudó pasar a otra vida.

Seelie no dudó en emprender su búsqueda.

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