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Capítulo 6

A un par de kilómetros de la cabaña, la primera prueba estaba lista para ser ejecutada. Seelie cubrió los ojos de Declan con un trapo suave, puesto que debía demostrar su habilidad para el tiro al blanco, con arco y flecha. Ella era una experta en esa disciplina; él también debería serlo de ostentar el trono.

— ¿Cuántas chances tengo de acertar? ― preguntó Declan en plena oscuridad, acomodando el instrumento de más de metro y medio de largo entre sus manos, elaborado en madera de fresno.

— Diez. Y las diez, deben dar en el sitio preciso ― habiéndole mostrado un tronco tallado con anterioridad, no le dio margen de error ―. ¿Listo?

— Más que nunca, mi reina ― la provocó. Ella ya no lo corrigió sino que por el contrario, se divirtió.

A una primera flecha certera, le siguió otra y así sucesivamente casi sin respiro.

Seelie estaba convencida de que había hecho centro con todas; no obstante, esperó a que Declan lo corroborase con sus propios ojos. Apenas terminó, quitó la venda de sus ojos y corrió hacia el árbol, ubicado a cien metros.

Seelie miró con atención, su carisma era envidiable; a lo lejos, él dio un grito de victoria que surcó el verde prado. Agitando el arco, se acercó a ella presumiendo de su logro.

— Esto ha sido muy fácil, ¿qué viene ahora?

— Desnudarte.

— ¿Desnudarme? ¿Aquí mismo? P...pero...― sintió un poco de pudor.

— No, no aquí, Declan...aunque sería un buen estímulo para mi caminata ― tocándole la mandíbula con el filo de su dedo índice, Seelie pasó por delante, seduciéndolo con su voz angelical.

¿Qué tan importante era para Seelie que Declan se prestara a estas actividades si de todos modos él se alzaría con la corona? ¿Qué tan culpable se sentía ella de dejar el trono que lo sometía a estos juegos para niños?

Apresurando la marcha, él equiparó el andar de la reina y su caballo. Hablando de la generosa naturaleza y del paisaje, llegaron a un lago transparente a través del cual se veían las rocas bajo su cauce.

— Este lago nada tiene que ver con los ríos de Svandhill ― aseguró Declan.

— Sinicel nada tiene de Svandhill ― pronunció ella con la voz quebrada.

— Noto cierto resquemor. ¿El viejo Ezra tuvo algo que ver con tu malestar? ― él le elevó el mentón con los dedos, animándola a hablar.

— Rompió el pacto de no agresión firmado con Sinicel, para llevarse a las nuestras por la fuerza; Svandhill fue arrasada en lo que denominamos el período oscuro o "La Desunión" en el cual muchas mujeres murieron. Dada esta situación, practicamente no hay nacimientos y por lo tanto, no tiene hombres que reclutar y los pocos que nacen, son capturados de pequeños. En aquel entonces, Ezra y sus hombres tomaron a muchas de las jóvenes hadas por la noche, las violaron, incluso, hasta matarlas...― su tono era consecuencia de su dolor; afligida, ella no se había perdonado no haber podido protegerlas.

Declan no podía hablar de tierras arrasadas ni matanzas; él, como hombre de guerra, sabía lo que significaba la pérdida de gente. Empatizando con el drama, le acarició el cabello suave inspirando su perfume a fresias.

— ¿Qué es lo que tienes guardado para mí cuando esto finalice? ― Declan la rodeó con su cuerpo fuerte, con miedo a romperla.

— Un reino a tus pies, ¿no es acaso lo que venías a buscar? ― ella lo miró, siendo consciente que se llevaría más que un reino. Se llevaría su corazón y su vida entera.

Laughlin le besó la punta de la nariz.

La siguiente prueba consistió en resistir bajo el agua por más de quince minutos. Desnudo, Declan puso un pie en el lago.

— ¡Esto está helado! ― aún más que los ríos de Svandhill, pensó.

— Está todo en la mente, Declan. Si puedes vencer el miedo a morir congelado, conseguirás todo lo que quieras ― aseveró la dama de los lagos.

Declan inspiró profundo; en efecto, ella tenía razón. La mente humana era la que controlaba todas las funciones del cuerpo. No podía renunciar, no podía dejarse abatir por un desafío de novatos y que en cierto aspecto, había experimentado de camino a Sinicel.

No pasó mucho tiempo hasta que sintió que sus pies no le pertenecían. Seelie estaba debajo de un árbol, mirando en silencio el modo en que Declan se movía sobre el pedregullo y tiritaba.

— Vamos Declan...lo lograrás ― mascullaba con los puños cerrados, confiando en que su soldado superaría esta prueba estoicamente. Allí estaría ella para arroparlo con las mantas y darle su propio calor.

Al borde la hipotermia, pensando en su noche de amor con Seelie, en el modo en que lo había impactado con su belleza, pasó el tiempo indicado. Fue el momento indicando en el que ella correteó hasta la orilla del lago y a la rastra lo sacó del agua para rodearlo con las cobijas de lana, abrigadas y mullidas.

Frotándole el cuerpo, se colocó de rodillas, envolviéndolo con su menudo cuerpo. Lo frotó, dándole calor. Para cuando Declan recuperó el aliento, el hada lo tomó por las axilas llevándolo a la base del roble donde se había refugiado minutos atrás; hecho un ovillo, él no podía ni hablar. Seelie, sin embargo, lo destapó para posar sus manos en el cuerpo de ese hombre vigoroso y casi morado, al que colocó sobre su regazo femenino.

Cerrando los ojos, invocando las fuerzas sobrenaturales, apoyó sus palmas en la piel helada del guerrero, haciendo que el calor se esparciera por toda su carne hasta el momento en que sus músculos dejaran de contraerse.

Laughlin pensó que moriría allí mismo...cuando esos ojos verdes volvieron a visitar su mente. Ejerciendo su poder, Seelie lo regresó a la conciencia; cubriéndolo nuevamente con las cobijas, él logró abrir los ojos y tomar asiento frente a ella.

— Me has devuelto el alma...― él le besó las manos y se acarició con ellas. Se había recuperado por completo.

— No exageres, solo te he dado un poquitito de calor.

Declan la besó fuerte, transmitiéndole sus miedos y frustraciones, sus ansias por obtener más de ella.

— No me importa la cantidad de pruebas que me impongas, Seelie, solo quiero estar a tu lado, recorrerte por las noches y hacerte el amor sobre la hojarasca.

— Has venido por un trono, no por un corazón.

— Estoy dipuesto a renunciar a "La Trinidad" si a cambio tengo que abandonarte ― Seelie se removió inquieta, ante semejante declaración. Puso en duda sus visiones, sus vaticinios, creyendo si acaso no era mejor dejar que el destino jugara sus cartas y no interceder más en su curso.

***

Por la noche, Seelie y Declan se amaron en la oscuridad de la cabaña; los ojos luminosos de ella, quizás como único rastro de su conversión a medias, lo guiaban hacia el acabose. Haciéndola suya de una y mil maneras, él no quiso separarse nunca más de su reina.

Emparejarse con Seelie y huir a Bjak era ambicioso pero no inalcanzable, ella, al renunciar a la corona, sería una mortal más, la mujer del nuevo rey que tantas veces se resistió negó tener.

Chupándole el pulgar, dejándose llevar por el espíritu batallador de aquel soldado foráneo con ansias de conquista, la todavía reina de Sinicel, presionó sus párpados para sentirlo bien adentro, corroyéndole la carne, quemándole la piel.

— No quiero abandonarte, Seelie. No me iré de aquí sin ti ― Declan lanzó en un murmullo a punto de expandir su huella masculina dentro de ella.

— No lo hagas.

— Ven conmigo, prometo darte un reino y mucho más de lo que mereces...

— Me has dado tu recuerdo, me has permitido acceder a tus sueños y con eso, me es suficiente ― sellando con un beso ese adiós anticipado, ambos llegaron al punto sublime de placer.

***

La tercera competencia requería de concentración, serenidad y dominio del cuerpo.

— Debes sentir que la luz se expande por cada uno de tus músculos, anida en tu alma y te eleva a otro plano. Pruébalo ― Declan, que odiaba el silencio y la quietud, se propuso hacer esto por ella, por el reino y por él mismo ―. Siente que una fuerza te atraviesa, te llena cada vena con energía pura ― la voz suave de Seelie era un remanso. Oyéndola cada vez más lejana, el General parecía alcanzar el estado de nirvana interior que tanto le hacía falta.

De repente, se encontró de pie en una iglesia de estilo gótico, rodeado de gente vestida de un modo distinto al que solían hacerlo en su época; nadie le hablaba, nadie parecía verlo. Para cuando quiso escapar yéndose por la puerta, ésta cambió de aspecto; no obstante, la abrió, ingresando a un ambiente con poca luz. En el centro, una cama con respaldar de hierro trabajado y con muchos cojines. Tras él, apareció una mujer cubierta con una manta oscura a la cual dejó caer, arremolinándose alrededor de sus pies, quedando desnuda completamente. De pelo rubio, recogido a lo alto, no parecía interesarse por el desconocido fisgón.

— ¿Seelie? ― él se atrevió a preguntar con miedo, con curiosidad.

La joven giró su cuello y de soslayo, le respondió:

— Puedes llamarme Jolie si prefieres ― su nariz respingada, su voz cadenciosa pertenecían a su hada, de eso no le cabía dudas. El contraluz era seductor. Para cuando la quiso tomar por el codo, ella desapareció y su entorno, también.

Un polvillo tornasol se figuró delante de él para estamparse de lleno en su pecho y dejarlo sin aire. Como en aquel sueño en el cual se le apareció Seelie aún sin conocerse personalmente, esa visión se sentía real aunque estuviera fuera de tiempo y extraña. Muy extraña.

Intranquilo, abrió los ojos.

— Felicitaciones, General Laughlin, ha conseguido el objetivo ― Seelie hizo palmas, sin lograr que Declan se moviera o hiciera un mínimo gesto de emoción, lo que la preocupó ―. ¿Sucede algo?

— Te vi...― dijo en un suspiro.

— Pues...aquí estoy...

— No, no. Te vi, en otro sitio, con otro nombre.

— Entonces significa que lo nuestro no conocerá de barreras temporales.

— ¿A qué te refieres con eso?

— A que no tendremos que temer a separarnos porque nos encontraremos en otra vida.

Frente a las dos lunas llenas, en Yamaan, se tomaron de la mano y esperaron por el amanecer; para entonces aún restaban dos pruebas que pusieran a Declan en lo más alto de Sinicel y por ende, como líder de los reinos del este.

Seelie se sentía muy débil no solo por mantener su forma humana más tiempo del acostumbrado sino porque en su interior, se estaba gestando el cambio: su poder disminuía a medida que le entregaba sus minutos de amor a Declan. Su brillo ya no era el mismo de la primera noche y el color de su piel, se tornaba más sonrosado.

— ¿Cuál es el cuarto desafío? ― bajo el roble donde habían hecho el amor, Declan la resguardaba del frío nocturno bajo una de las gruesas mantas.

— Caminar sobre el agua.

— ¿Otra vez agua? ― Declan le tocó la punta de la nariz con la suya en un acto romántico.

— Dependerá de tí no mojarte esta vez.

Seelie reunió fuerzas y comenzó a andar sobre el espejo de agua brillante al que las lunas de Yamaan bañaban con su luz. Generando un halo destellante con sus manos marcó el camino que Declan debía seguir para no caer.

— Todo se trata de control mental, no lo olvides ― sugirió el hada, utilizando sus poderes.

Declan tocó el agua con sus pies y como era de esperar, estaba tan o más gelida que el día anterior. Arremangando sus calzas, hizo caso a la recomendación de Seelie: inspiró porfundo, afirmó su pie derecho sobre el sendero trazado por la reina de Sinicel y comenzó a transitarlo.

Dueño de un equilibrio desconocido, puso un pie delante del otro hasta llegar al punto escogido por la mujercita de ojos encendidos y manos mágicas.

— Bien hecho...enfoca tu energía en el centro de tu cuerpo, allí donde todo converge y desde donde sale la fuerza de tu ser, Declan ― ella sostuvo sus manos iluminándole los pies para cuando él, feliz, comenzó a reir a carcajadas y a chapotear sobre la superficie, como si el lago no tuviera profundidad ―. Nunca debes desconfiar de tí mismo, soldado. De tu fortaleza y tu poder interior ― para cuando él quiso avanzar en dirección a Seelie, su pie se hundió, desestabilizándolo y haciéndolo caer.

Ella comenzó a reir y elevando la temperatura del agua, se sumergió en ella junto a él; Laughlin agradeció que tuviera el poder suficiente como para hacerlo. Enredándose en una danza acuática, entrelazaron sus brazos, sus piernas y disfrutaron de sus cuerpos bajo la luz de las lunas, tocándose, sintiéndose, deseando que el futuro nunca los atrapase.

***

A la madrugada, Declan despertó en soledad.

Seelie se encontraba en mitad del prado, a unos cuantos metros de la cabaña. Manteniéndose de pie en el porche, la observó a lo lejos; las manos de la reina se elevaban en dirección al cielo con una masa brillante gestándose entre ellas. Su cuerpo destellaba, generando una energía compacta, luminosa.

Incapaz de interrumpirla, no fue sino cuando esa luz se apagó, que la escuchó llorar desgarradoramente y caer tendida sobre el césped. Declan no dudó en correr hacia ella e intentar reanimarla ya que en esta oportunidad, no respondía a su nombre ni a los pedidos desesperados del General.

Extendiéndola sobre los cojines del cuarto, masajeó su pecho y con un sentido "no me dejes Seelie", lloró sobre el cuerpo inerte de su hechicera.

Arrodillado en el piso, con los codos clavados en la acolchada superficie y las manos tomándole el rostro, se lamentó haberla enamorado y mucho más, haberse enceguecido con el sabor de la venganza.

Envenenando su corazón, se había dejado ganar por la ira; perdiendo hombres valiosos y amigos en el camino, llegaba a Sinicel sin saber que entregaría lo último que le quedaba: su corazón.

Acostándose junto a ella, abrazándola como si se volatilizara en poco tiempo, le susurró un te amo que jamás creyó que saliera de sus labios para sumirse en un sueño profundo en el que esperó encontrarla nuevamente.

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