Epílogo

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Era el cuarto color que probaban y aun no lograban ponerse de acuerdo. No obstante, no les resultaba extraño: siempre debatían todo alrededor de mil veces hasta lograr consenso.

— Este es muy rosa. No quiero que lo vea y sature sus ojitos bellos ― exageró Evan, rodillo en mano y lata de pintura en el piso.

— Pues este es muy oscuro...― Hazel frunció la nariz, dudando de su pincelada.

— ¿Y si usamos este? ― él señaló uno color apenas amarillo, fácil de combinar con cualquier otro.

— Quizás...ops...ops...

— ¿Qué sucede? ― Evan le rodeó la barriga de siete meses de embarazo a Hazel.

— Creo que a Seelie le ha gustado esa opción ― en efecto la niña, inquieta desde antes de salir al mundo, parecía tener un gran temperamento.

— Entonces, ¡que sea color "lemon party" y no se discute más! ― Evan leyó la etiqueta con gracia. Acto seguido, besó la panza de su mujer y luego, a su boca.

Entusiasmados con la llegada de la niña a la familia, prepararon una de las habitaciones libres en la propiedad de Birmingham.

Llevando un poco de ropa al principio, al cabo de tres meses de idas y vueltas, Hazel no dudó en compartir aquella hermosa casa en la cual Evan siempre había querido formar una familia.

Rechazando su puesto jerárquico en "Ad Eternum" para poner de pie a "Nutmeg", obtuvo de la mano de su esposo y de la venta del apartamento de Londres, la inyección de dinero necesaria para reflotar su firma, pagar en tiempo y forma a sus empleados, y publicar su nuevo cuento infantil "Un hada mágica viene a visitarme".

Evan y Hazel no habían vuelto a tener pesadillas nocturnas ni ataques de pánico desde que se habían reconciliado y dejado sus diferencias de lado, mucho menos, después de haber dado, tras una ardua investigación en la biblioteca y en el ayuntamiento, con el nombre del viejo inquilino del apartamento de Londres: Thomas Genneau era un acomodado doctor de origen francés, que se había profugado con la condesa de Guisa a poco de su boda.

Poco se sabía de su historia de amor, tan solo que ella había fallecido siendo muy joven y que él, no había tolerado su pérdida.

Casualmente, los restos de ambos descansaban en el mismo cementerio que los de Scarlett; tomándose el trabajo de leer numerosas lápidas, dieron con la de Julianne Melsanz en primer lugar y a su lado, la de su amado incondicional. Dejando la carta bajo la placa de mármol de la muchacha, sintieron que la nota cobraba sentido y por fin había sido entregada a su dueña.

Enamorados, en ese cuarto, grande, luminoso, con algunas cajas con obsequios sin abrir apilados en las esquinas, dormiría la apuesta de amor más grande a la que se habían podido entregar Hazel y Evan.

Se tomaron de la mano tras disfrutar de las pataditas de su beba, se miraron a los ojos con ese inmenso amor que se habían tenido siempre y comprendieron que no importaba cuántas vidas les había llevado encontrarse sino que en todas, volverían a elegirse.

FIN

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