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Capítulo 27

Hazel se acomodó en una mesa próxima a la ventana. Dijo estar esperando a alguien para desayunar, ante la asistencia de la joven camarera. Inquieta, estaba contenta con la decisión que había tomado: hablar con Evan de su ex esposa, de sus miedos con respecto a la venta y que estaba dispuesta a dejar atrás todo el dolor de este último tiempo para comenzar de cero a su lado.

Aguadando por él, nada le hizo pensar que para su infortunio, Audrey Jones, con su impecable estilo y elegancia, la encontraría en esa cafetería.

— ¡Hazel! Vaya sorpresa encontrarte aquí. Es como si te hubiera llamado con la mente ― impertinente, le tomó la mano y se sentó en la silla opuesta a la ella.

— Audrey, ¿cómo estás?...me temo que no puedes sentarte allí, estoy esperando a alguien ― dijo con calma, disimulando el disgusto.

— Vives en Londres, ¿qué haces tan temprano en esta ciudad? ― la ex esposa de Evan ignoró su excusa. Bien sospechó que su visita tenía un nombre masculino.

— Aguardo por ...

— ...por mí ― la voz de Evan se coló en la conversación.

Evan y Hazel se sonrieron tímidamente, sin adelantarse a los acontecimientos.

— Hola Evan ― la escritora suspiró.

— Buenos días, Hazel ― él se mantuvo firme, de pie.

— Hola Evan, yo también estoy aquí ― incapaz de hacer silencio, Audrey dijo presente.

— Ella ha ocupado tu sitio ― sentenció Hazel, malhumorada. Audrey parpadeó, sinténdose incómoda, confirmando, implícitamente y por lo mucho que conocía al empresario, que acababa de interrumpir algo más que un simple desayuno; ya dejaban de ser sospechas para ella: esos dos estaban liados en más de un sentido.

— Es cierto, Hazel estaba esperando por ti. Supongo que para decirte que aceptará mi oferta. ¿Verdad?

El rubio, de manos en los bolsillos, empalideció de golpe. Sus ojos turquesas miraron a Hazel, quien no supo el modo de detener la desubicada verborragia de Audrey.

— ¿Oferta?

— Si, pero no es algo nuevo ― Audrey movió sus manos, tintineando sus pulseras, con exagerada superación ―. La he contactado hace algo más de un mes. ¿Has visto cuán tentador es mi ofrecimiento, Hazel? ― la miró a su rival ―. Aun no me ha dado una respuesta porque creo que en el fondo te tiene miedo ― dueña de una lengua viparina, fogoneaba la llama.

— Audrey, por favor ¿podrías dejarnos a solas? ― Evan fue gentil, evitando caer en ese duelo de palabras que lo sacaba de las casillas y su anterior pareja tanto disfrutaba. Todo parecía desvanecerse entre él y Hazel una vez más.

— Oh, vaya...veo que hay problemas de comunicación entre ustedes...lo siento mucho, pensé que la relación iba viento en popa ― robando una taza de café que el camarero llevaba en su bandeja para una mesa vecina, bebió un poco y se marchó dejando su estela de veneno esparcida por doquier.

Evan se mantuvo rígido, distante, interfiriendo el trabajo de los camareros que iban y venían tomando y llevando órdenes. Hazel se incorporó poniéndosele a la par y para cuando quiso sujetarlo del brazo al verlo ir en dirección a la salida, él le esquivó la mano.

Entendiendo que lo mejor era no montar espectáculos allí dentro, Evan, con una enorme sensación de traición dominándole el cuerpo, caminó de regreso a su oficina. Hazel se apresuró, llamándolo una y mil veces por su nombre.

Enfurecida, vencida, se detuvo en mitad de la enorme explanada de acceso a la torre.

— Está bien, Evan, sé lo que piensas. Sé que sientes que te he jugado a escondidas y que si no acepté tu oferta es porque negociaba a tus espaldas. Pues no es así...― desanimada, gritó por sobre el ruido tráfico y el murmullo de la gente que la miraba con recelo.

Él se detuvo y preservándola, fue hacia ella y la sujetó de la mano. A grandes zancadas, entraron al enorme edificio de oficinas y en lugar de esperar por el elevador, fueron por la escalera de servicio. Allí tendrían la privacidad necesaria.

Evan la soltó, confundido, maldiciendo a Audrey y la facilidad que tenía de arruinar su vida.

— Evan, escúchame por favor ― Hazel continuaba agitada. Para cuando quiso hablar, explicarle que si bien la de su ex pareja era una propuesta tentadora, no había tenido la intención de ocultarle el encuentro, Evan avanzó como león enjaulado, tomándole los labios de un solo bocado.

Nada pareció importarle a él, no habría explicaciones que pesaran más que el inconmensurable amor que sentía por ella y la debilidad que le representaba su cercanía. La amaba profundamente, incluso, hasta podía entender que se había visto atrapada en una entramada red que mezclaba sentimientos y dinero. Audrey era astuta y no la había contactado simplemente por su capacidad profesional; meterse con Hazel era meterse con él mismo.

Hazel se asombró por el contacto, pero lo aceptó. Aflojó sus hombros, sus piernas, se sintió como gelatina. Evan la sujetó de las caderas, arrinconándola contra el muro de concreto, duro, impenetrable. Le llenó de besos su cuello femenino porque echaba de menos su perfume, sus gemidos, su cabello indomable al hacer el amor.

— Te amo, Hazel...estos días sin tu voz, han sido un infierno...

— Lo sé, para mí también ha sido difícil tomar la decisión de venir hasta aquí...― se apartaron, aquietando su calor interno.

Hazel acomodó su blusa y su cabello; volviendo en eje, de su maletín obtuvo la carpeta con la propuesta de Audrey.

— Ella estaba dispuesta a invertir en mi editorial a cambio de ganancias irrisorias. Ayer por la noche, Judy me dijo que solo una suicida haría semejante apuesta. En ese momento terminé de convencerme de cuál era su estrategia ― detalló entregándole las hojas escritas a las que le faltaba la firma más importante: la de Hazel ―. Yo nunca quise traicionarte, ni mentirte. Estaba dispuesta a hablar cuando...cuando estalló lo de Scarlett.

— Hazel, si no te ofrecí lo mismo que Audrey es porque era, precisamente, un despropósito. Creímos que a ustedes solo les interesaba vender la firma y ya. Podríamos haber llegado a otro resultado sin necesidad de lidiar con esto ― agitó la carpeta a la que hojeó velozmente.

— Pensé que tú y tu equipo solo quería absorber mi firma y ocupar un par de asientos vacíos.

— Cariño...yo quería lo mejor para todos, darles el dinero que necesitaban para cubrir sus deudas, un puesto de trabajo fijo que no pendiera únicamente de éxitos y posibilidad de crecimiento dentro de una empresa de renombre. Jamás menoscabaría tu esfuerzo, por el contrario, eres una mujer emprendedora y noble que en todo momento quiso cuidar a sus empleados.

— Evan...yo...no sé cómo pedirte disculpas de esto...

— Hazel ― él exhaló profundo, liberándose de una gran carga emocional ―, ¿qué tal si fundamos un nuevo "Ad Eternum"?

— ¿Qué quieres decir con eso?

— Que quiero que seas parte de la empresa, no como empleada, sino como directivo.

— ¿Qué? ― ella pestañeó incrédula.

— Quiero que seas algo más que una simple asesora o escritora, quiero que dirijas la empresa conmigo.

— ¿Es eso posible...?

— Te lo estoy proponiendo, por lo tanto, lo es.

Hazel lo tomó de la nuca y aprovechando el amarre, él la giró como carrousel. Se besaron intensamente. Bajándola hacia el piso, le hizo una última pregunta antes de salir rumbo al elevador.

— ¿Qué te ha hecho venir hasta aquí, Milady?

Ella lo miró con ternura, dejó un beso sobre los labios y al igual que la carpeta, dentro de su maletín descansaba la nota romántica que el obrero había encontrado bajo el piso de su casa.

— ¿Recuerdas que tenían en mente recambiar algunos listones del piso de mi apartamento?

— Si.

— Un experto ha venido a repararlo y al levantar algunas maderas, encontró esto ― ella se lo dio. Notando la vejez del papel, Evan lo abrió con cuidado.

Leyó para sí mismo con la emoción de comprender lo escrito; la letra, era similar la suya. Se sonrió de lado, con una inexplicable emoción arremolinándose en su pecho.

— ¿De quién es esto?

— De no notar que es algo viejo y con otras iniciales, juraría que lo dejaste tú ― ella se balanceó con timidez ―. Creo que es del sujeto que se suicidó ciento cincuenta años atrás.

— ¿El de la leyenda de tu apartamento?

— El que murió por amor...

Evan le devolvió el papel a Hazel.

— ¿Qué opinas?

— Que sea quien sea su autor, bien refleja lo que ahora mismo siento por ti.

Nuevamente, se fundieron en un abrazo fuerte, conmovedor.

— No me dejes nunca, cariño ― Evan le susurró al oído.

— Ni tú a mí.

Una vez en el elevador, llegaron al piso 21 con sus manos entrelazadas. Rita ocultó una sonrisa detrás de una carpeta y para entonces, Hazel detuvo a Evan para hablarle a la muchacha, satisfecha con su papel de Cupido.

— Rita, ¿podrías enviar esto a la trituradora? ― le entregó la carpeta con la propuesta de Audrey.

— Claro que si, señorita, como usted diga.

Evan le guiñó el ojo, festejando el gesto, y antes de retomar la marcha rumbo a su oficina, le susurró a su secretaria:

— Cancela citas, reuniones, todo lo que tengas para el día de hoy. Estaré muy ocupando hablando con la próxima ejecutiva de la empresa.

— ¿La señorita Daugherty? ― la joven asistente dio unos saltitos alegres.

— Aun no lo sé, Rita. Debo evaluar la oferta que esté dispuesto a hacer el señor Murray.

— Será una ardua negociación, te lo aseguro ― coqueteándose sin tapujos, sin importar que todos los empleados chismeaban sobre el tonto jueguito de su jefe con Hazel, la tomó de la mano y apenas pusieron un pie en su despacho, Evan cerró con llave.

Hazel mordió su labio y batió sus pestañas. Evan se quitó el saco y desabotonó las mangas de su camisa, para subirlas hasta sus codos y estar más cómodo. En un puño, se puso la corbata, tenía planes con ella. De un cajón, obtuvo una tira de condones, cortó un paquete fácilmente y se lo llevó al bolsillo de sus pantalones. Su amante se apantallaba con la mano, exagerando el gesto caluroso.

— ¿Tienes idea cuántas veces he imaginado hacerte el amor contra ese cristal?

— No...― ella misma se apoyó en el enorme ventanal.

— ¿Te gustaría probar cuán excitante puede ser?

— Y a ti ¿si...?

Evan enarcó una ceja, sus fosas nasales se abrieron de la excitación. Fue entonces que en un giro veloz, ajustó la corbata amarrándole las manos a Hazel y con fuerza, se las inmovilizó en la espalda.

Su aliento le rozó la oreja a ella, quien se retorcía sobre le frío y apenas empañado cristal.

Con algo de dificultad pero mucho esmero, el empresario le subió la falda amplia hasta la cintura, le quitó sus bragas en una ceremonia interminable y tras bajar la cremallera de sus pantalones, alistó su miembro para ingresarlo en los confines de la estrechez femenina.

Hazel separó sus piernas, favoreciendo la labor; absorbió de excelente gana el contacto lacerante, ardiente. Sus manos podían sentir el roce de la pelvis de Evan y a menudo, escabullía sus dedos libres para rozarle la henchida vara, al entrar y salir.

Ahogando gemidos, soportando la vibración de cada músculo de su ser, ella sintió que el volcán estaba preparado para activarse. Furioso, letal y efectivo, Evan le corrió el cabello de lado para besarle la nuca hirviendo. Sus manos estaban inquietas, adaptándose a las necesidades del momento: a veces, le jalaban el cabello hacia atrás, en otras, acariciaba el clítoris de su amante.

A fuego vivo, Evan gruñó al oído de Hazel cosas en latín que jamás creyó decir; como un guerrero antiguo, como un eterno soldado, eyectó su líquido masculino dentro de ella. Desajustándole las manos, aun bajo su tutela, la llevó hacia el escritorio de vidrio, donde Hazel apoyó su mejilla y se aferró con las manos en el cristal, recibiendo una serie de embates que la hicieron largar un sonido grave, corto, descomprimiendo su pecho de glorioso éxtasis.

Recuperando el aliento segundos más tarde, Evan se retiró hasta el baño dejando a Hazel arreglando su falda y retocándose el maquillaje liviano.

— ¿Tú crees que de aceptar el cargo podríamos hacer esto más seguido? ― animada, de buen humor, Hazel le arregló el cuello de la camisa. Sus mejillas aun estaban sonrosadas.

— Podríamos hacer todo lo que tu quieras, cielo.

— Y dime, ¿qué significa lo que me dijiste al oído?

Verus amor nullum novit habere modum: el verdadero amor no tiene medida.

— No sabía que hablabas latín.

— Pues ni yo, de hecho, siempre he sido un desastre para los idiomas ― Evan elevó sus hombros, admitiendo que no solo lo odiaba sino que en la preparatoria de no ser por sus amigos, aun estaría intentando graduarse.

Más calmos, Evan tomó asiento en su lugar de jefe y como le era costumbre, ella se le sentó sobre la falda y con ambas manos, le peinó el cabello rubísimo hacia atrás. Lo tenía apenas un poco más largo que cuando lo había conocido allí mismo.

— ¿Cómo serán nuestros días a partir de ahora?

— Un poco aquí...un poco allá ― simplificó ella, sin tener en claro si resultaría funcional.

— Hazel, realmente quiero vivir contigo ― fue el turno de Evan de acariciarle las líneas de su rostro suave, perfecto.

— No quiero que nos apresuremos. Tengo miedo que las cosas no salgan bien ― Hazel inspiró profundo. Evan aceptó sin objeciones, respetando los temores de su, nuevamente, novia.

— Está bien, cariño. Lo haremos cuando te sientas segura. Mientras tanto, trataré de convencerte de que es una buena idea. ¿Trato hecho?

— Trato hecho.

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