26

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Capítulo 26

Lloró días y noches sin consuelo. Humedeciendo la almohada, pasaba sus horas. Sin comer, bebiendo lo necesario para sobrevivir y sumida en un dolor incesante, Hazel procesó el duelo.

Un doble duelo, de hecho.

Dejando de lado la venta de su editorial, prometió a Kalsey ocuparse en breve de ese tema. La propuesta de Evan había caído por su propio peso, no así la de Audrey, quien insistía al contactarla a su teléfono. Un mensaje de compromiso, un simple "lo estoy evaluando", le hizo ganar tiempo y quitarse de encima la obligación de responder algo concreto, de dar una respuesta inmediata que no era capaz de evaluar.

Tras dos semanas de sufrimiento, aun débil, fue al cementerio donde descansaban los restos de su hermana. La lluvia de los últimos días había formado algunos charcos molestos de esquivar. La señora que vendía flores estaba en la entrada; le compró un ramo de fresias y abriendo el paraguas, se cobijó de algunas gotas de lluvia que iban y venía caprichosamente.

Hizo el mismo recorrido de siempre; las antiguas sepulturas se ubicaban hacia la avenida, rodeada de estatuas de yeso y figuras ornamentales. La de Scarlett, era una fosa como la de cualquier persona común aunque para ella, tenía otro significado.

Al llegar a destino, acarició a la placa de hormigón con el nombre tallado y comenzó con la rutina de hablarle, como si su cuerpo estuviese presente junto a ella. Monologó sobre los planes de la editorial, sobre el libro que estaba escribiendo e indefectiblemente, el nombre de Evan se coló en la plática.

Recordar la escena en el baño de su casa la quebró por completo; llorando, quitó las flores secas y viejas, llenó una vieja botella con agua de un grifo cercano y puso las flores nuevas.

— Él me dijo que me amaba...pero no puedo dejar que entre a mi vida...no puedo ― explicaba en dirección a la sepultura, buscando una palabra de aliento que jamás llegaría ―. Evan lucía abatido; sus ojos siempre estuvieron tristes, como ocultando algo...― hablaba, lentamente, ahogada por el llanto. Para cuando terminó de acomodar las fresias, tomó unos pañuelos desechables del bolsillo de aquel paradigmático abrigo y se limpió las manos ―. Yo también lo amo, Scarlett, como no he amado a nadie. Y no es uno de esos amores de verano que siempre criticabas porque no llegaban a nada ― sonrió, recordando charlas de adolescentes enamoradizas ―. No, Evan lo es todo. Es como si nos conociéramos de antes, lo siento aquí dentro ― se llevó las manos al pecho sumando detalles a su relato. De rodillas, no le importó mojarse los pantalones ―. No quiero perderlo, pero no es justo. Él no habló a tiempo, él no actuó a tiempo...pudo haberte salvado...― sus palmas impactaron contra su rostro atravesado por el drama.

Lógicamente, sin recibir respuestas de ninguna clase, se puso de pie y persignándose, pidió a su hermana que la iluminase para seguir adelante; Hazel miró al cielo, plomizo, indeciso, dejó que la lluvia cubriera su rostro enrojecido por la tristeza e inspiró con el olor a tierra mojada llenándole los pulmones.

Girando sobre sus talones, sus ojos no dieron crédito a lo que verían a continuación: Evan estaba de pie, dos metros por detrás de ella, mojándose bajo lo que a estas alturas era una llovizna considerable.

— ¿Qué haces aquí...? ― preguntó.

— Esperando por ti. Sabía que vendrías tarde o temprano.

— ¿Has venido durante dos semanas hasta encontrarme?

— No tenía nada más importante para hacer. Mi vida no tiene sentido si no estoy a tu lado.

Manteniendo la distancia entre ambos, ninguno avanzó.

— Nada hará que me perdones ni yo podré hacer nada para que lo hagas.

— Entonces para qué has venido.

— Para verte...y para pedirle perdón a ella ― señaló la tumba de Scarlett ―, para pedirle perdón por mi cobardía, por mi estupidez, por callar, por mi encubrimiento, por haber sido un pendejo inmaduro, por haberme dejado influenciar como un idiota.

Hazel tragó profundo. Evan era un alma en pena, podía verlo en sus ojos tristes, en el color violáceo bajo ellos y en su tono de voz desgastado. Rogó, por su propio bien, que no hubiera recurrido al alcohol para ahogar su malestar.

— Permíteme hacerlo, al menos, para que esta noche pueda dormir un poco mejor ― aquella frase la hizo jirones comprendiendo que las pesadillas, sus problemas de insomnio, finalmente tenían nombre y apellido: Scarlett Daugherty.

Sin cruzar palabra, asintió concediéndole el singular pedido. Para cuando él se puso a su lado, ella contempló a un Evan perdido, improvisado, que lloraba sin cesar, arrodillado, con la angustia subiendo y bajándole del pecho. Hazel miró hacia un punto de fuga cualquiera del entorno, evitando emocionarse, aunque a esa altura era una contradicción no hacerlo.

Al cabo de un par de minutos, Evan solo esbozó un "perdón" que se diluyó entre la lluvia. Ambos estaban mojados, tristes y anímicamente quebrantados.

Para cuando finalizó con sus plegarias, con esas palabras sueltas que no lograba unir, él se le acercó quedando a menos de cincuenta centímetros de separación.

— Hasta el día de hoy pensé que el único castigo que me había impuesto el destino era el de convivir con mi falta de hombría para ayudar a tu hermana. Pero no fue así.

— Ah, ¿no?

— No. El otro castigo es el de ser plenamente consciente de que jamás podré recuperarte.

Hazel bajó la mirada, imposibilitada de responderle momentáneamente. Evan no quiso presionarla sino que por el contario, respetó su silencio.

— ¿Tienes pensado regresar a Birmingham?

— Ya no tengo más por hacer aquí ― reconoció con un nudo en la garganta. Si había dormido diez horas en una semana, era demasiado. En la oficina solo gruñía o se quedaba por horas sentado en su despacho rechazando llamados y mirando un punto fijo, a menudo, el agua del canal que más que nunca, le recordaba su estadía en Brujas, los besos dulces en el parque y sus cuerpos calientes en el céntrico hotel.

— Evan...con respecto al trato...pues...no...― no era el momento, pero ella aun albergaba en su pecho su encuentro con Audrey, debía hablar para no colapsar por dentro.

— No existe tal trato, Hazel. Creo que sería muy complicado llevar a cabo la operación bajo estas circunstancias; no obstante, tengo algunos contactos que quizás puedan serles útil. Se los pasaré a tu amiga Kalsey en el transcurso de la semana.

— Veo que has pensado en muchas cosas.

— No, he pensado en lo necesario para que el padecimiento no sea aun peor.

— Comprendo.

Frente a frente, con el desvelo de sentirse amados mutuamente pero con una gran barrera emocional pujando por separarlos, Evan cerró su abrigo y de arrebato, tomó la mano de Hazel, la besó y se acarició con ella.

— Hasta siempre, Hazel. Ya encontrarás a alguien que te merezca.

Inmóvil, viendo desvanecerse la figura de su amor por entre los árboles y el gris horizonte, Hazel dejó que la lluvia continuara su curso, dándole lugar a una fría nevisca, quizás, la última del invierno.

***

Recuperando algo de peso, retomando la escritura de su libro, pasaron dos semanas desde su impensado encuentro con Evan. Algunos árboles ya comenzaban a dar sus primeras hojas verdes de primavera, otros, a dibujar capullos en sus ramas.

Citando a un especialista en pisos de parqué, descubrió que muchas de las piezas estaban deterioradas o incluso, con humedad y que era cuestión de tiempo que todas terminasen podridas bajo sus pies y lo que era peor, ocasionando un accidente. Hazel maldijo a quienes se habían encargado de plastificar los pisos sin advertirla sobre esos detalles que hoy la tendrían pagando más de lo previsto.

Colaborándose mutuamente, corrieron los muebles contra una de las paredes menos afectada y pusieron las sillas encima de la mesa.

Ayudándose con un martillo y un objeto punzante especial para levantar las tablas, el hombre comenzó con su tarea. Hazel, confinada a ordenar su dormitorio, botar papeles viejos y separar ropa en desuso, pasaría varias horas entretenida.

Para cuando el primer día de labores finalizó, Ben prometió regresar al día siguiente no sin antes entregarle un papel amarillento y algo enmohecido a la dueña.

— Estaba bajo una de las tablas. No entiendo cómo no se destruyó por la humedad.

— Parece una carta...o algo así ― ella lo sujetó con la punta de los dedos, con gesto desagradable.

— Hay gente que oculta dinero bajo los pisos o incluso, en los resquicios de las paredes ― ¿qué clase de desconfiado hacía eso en lugar de llevarlo al banco?

Dejando su reflexión de lado, despidió al hombre con la promesa vigente de terminar su trabajo en las próximas horas. Bajando una silla, tomó asiento para mirar esa nota plegada en cuatro, perfectamente doblada y de bordes oscuros.

¿Cómo había llegado allí abajo?¿Desde cuándo estaba?

Pegoteada por la humedad, sopló para secarla y con lentitud y delicadeza, logró abrirla.

Con la tinta corrida, parecía estar escrita con una vieja pluma y en francés. Agradeció haber tomado clases de idiomas mientras estudiaba en la universidad.

"Virtuosa y divertida, fuiste y serás mi gran amor. Culpable de mis desvelos pero mucho más del impacto de los latidos de mi corazón dentro de mi pecho, fui esclavo de tus labios. Estaré dispuesto a recibir tus besos como así también a robarlos por si el juicio me nubla y no puedo conseguirlos en buena ley.

La eternidad no unirá siempre. En el infinito nos volveremos a encontrar para contar las estrellas, tuyo por siempre. T.G.".

Conmovida, presa de un realismo mágico que la tuvo de pie frente a la ventana, llevó aquella esquela a su pecho, imaginándose a Evan pronunciando esas palabras tiernas. Hazel recordó su escritorio repleto de bolígrafos, la colección de plumas de su padre en una sala contigua a su habitación y el modo en que le delineaba el cuerpo desnudo con el dorso de la mano.

Tragando duro, repitió en voz apenas susurrada ese mensaje, confirmando el rumor que pesaba sobre la casa: aquí, alguien había muerto por amor.

El corazón se le hizo chiquito de solo pensar en el modo de continuar sin Evan a su lado.

Sea como fuese, se sintió la destinataria indirecta de esa carta y de la abnegación que describían a la perfección el sentimiento de un alma en pena buscando consuelo en esa vida, considerando a otra como salida.

***

Por la noche, releyó la nota pensando en Evan, en lo mucho que lo amaba y lo echaba de menos.

"¿Volveremos a vernos en otra vida?¿El destino querrá que estemos juntos más adelante?", se preguntó sabiendo que existía una sola una forma de averiguarlo.

Sin saber si era la excusa perfecta o la duda por saber si el plan de su vida estaba escrito con antelación, lo que sucedió después no tuvo explicación: cancelando la visita del obrero a su casa, salió a primera hora con rumbo a Birmingham. Con suerte, llegaría temprano a la oficina de Evan y lo invitaría a por un café.

¿Cómo estaría él? Lo pensaba desesperadamente.

Comprendiendo que el errar era humano y el perdonar, divino, supo que en efecto, nada borraría lo sucedido tantísimo tiempo atrás y mucho menos, devolvería a Scarlett a la vida.

En el tren, dormitó por un par de minutos.

Sintiendo que había llegado a destino, la presencia de su hermana sentada a su lado le resultó perturbadora. La joven, detenida en sus dieciséis años lucía radiante, con una sonrisa franca y plena.

— Scarlett...¿Qué haces aquí? ― el ruido del tren las obligaba a subir el tono de voz.

— Ahora tendrás que dejarme hablar a mí ― la adolescente vestía como la noche de su muerte.

— ¿A qué te refieres...?

— A que en el cementerio me has pedido respuestas que no he podido darte ― Hazel creyó estar enloqueciendo pero la chica se veía tan real, tan jovial, que quería perpetrar esa imagen por siempre en su recuerdo y no la del menudo cuerpo desfallecido entre sus brazos ―. Él quiso ayudarme, lo vi en sus ojos antes de marcharme. Pero cometió un estúpido error y ya ha pagado por ello. Yo lo he perdonado, no veo por qué tú no puedes hacerlo...― directa, su reflexión fue reveladora.

Repentinamente, Hazel abrió los ojos y miró de lado; el asiento estaba vacío y a juzgar por el paisaje urbano, faltaban unos pocos minutos para arribar a Birmingham.

¿Cuántas veces uno podía gestar sus propios sueños haciéndolos lúcidos? ¿Cuántas veces uno resolvía desafíos mientras dormía?

Con sus neuronas trabajando desde temprano, Hazel bajó del tren un tanto mareada. Sin desayunar, solo deseaba hablar con Evan y decirle que reconsideraba su oferta.

Pero ¿cuál de todas?

La respuesta fue sencilla: todas las que tuviera ganas de hacerle.

Caminando algunas calles bajo el sol, llegó a la torre de oficinas, se anunció en recepción y tomó la credencial de visita. Marcó el piso correspondiente, se prometió serenidad y al llegar, Rita la recibió encantada.

— El señor está en una reunión.

— ¿Tan temprano?

— Han venido desde China y pidieron que por favor que se hiciera a primera hora porque caso contrario, perdían el vuelo ― Rita bufó, obligada a madrugar contra su voluntad ―. ¿Se queda a esperarlo? ― Hazel dudó, con otra opción entre manos.

— ¿Podrías decirle que vaya a Caffe Nero? ― mencionó la cafetería a pocos metros de ese sitio ―, pero quiero que sea sorpresa; no le digas que yo estaré esperando por él.

— ¿Y qué excusa utilizo?

— Confío en tu imaginación.

***

Tras su visita al cementerio, Evan había considerado la posibilidad de tomarse unas nuevas vacaciones. En una playa, sobre la arena y con calor. Sin embargo, estaba más que seguro que se la pasaría encerrado en el hotel y que el sol lo vería en fotografías ajenas.

Yendo a trabajar, pasaba hasta altas horas dentro de la oficina, de reunión en reunión y seleccionando personal para ocupar los puestos vacantes dentro de "Ad Eternum".

Con el móvil en la mano, a menudo marcaba el contacto de Hazel, para luego superarlo y repetirse que ya nada volvería a ser como antes.

Los días pasaron y la distancia dilataba una milagrosa posibilidad de reconciliación.

Llegado un miércoles, un día como cualquier otro para él, tuvo una reunión con un grupo editorial de origen chino, expertos en comics y animé, con quienes concertó una cita a las 8 de la mañana. Antes de lo previsto, Evan llegó a la oficina donde solo estaba Rita tomando un té y bostezando.

Preparando café y encargando unos bocadillos dulces para hacer del encuentro con los extranjeros algo menos estructurado, todo estuvo listo a la hora señalada. Los empresarios estuvieron allí puntualmente, dispuestos a discutir la expansión de su producto en el mercado británico.

Traductor mediante, Evan agradeció ese detalle. El idioma era sin dudas una barrera insoslayable.

Al finalizar, con la promesa de preparar un borrador de contrato que los beneficiara a ambos, Evan refregó sus sienes. Estaba muy cansado y recién iniciaba el día. Tomó su abrigo y se dispuso regresar a su casa. En dirección a elevador, le anunció su decisión a su secretaria.

— Señor...¡señor!...― Rita lo persiguió clavando sus tacos en el cerámico. Evan creyó que cada impacto era un balazo en medio de su frente ―. No se vaya, por favor ― se mostró agitada, con un trozo de rosquilla en una mano.

— Por favor, no me digas que hoy también vienen unos jodidos rusos o algo por el estilo.

— No, no, señor Murray. Pero...es que...no puede irse.

— Rita, tengo ganas de estar en mi casa y echarme a dormir por tres días seguidos. Dame un buen pretexto para no hacerlo ya mismo.

— Porque...es que...

— Rita...el elevador acaba de abrir sus puertas, tiene tres segundos antes de que suba...3...

La muchacha no sabía qué excusa inventar y el tiempo se agotaba.

— ...2...

— No se vaya, lo esperan en la cafetería de la calle...

— ...1 ― él estaba un paso adentro de la cabina.

— ¡La señortia Hazel lo está esperando en Caffe Nero, señor! ― largó, sin poder disfrazar la excusa.

Evan salió del elevador, chocando con las puertas que se estaban cerrando.

— ¿Qué rayos estás diciendo? ¿Es una broma de mal gusto?

— En absoluto. Ha venido cuando usted estaba reunido con los chinos, le ofrecí quedarse pero se negó. Quería encontrarse con usted, a solas. Fuera de aquí.

Evan recuperó las esperanzas, desorientado, no sabía qué paso dar primero.

— Señor, si tal vez presionara el botón, puede que el elevador regrese a este nivel ― su jefe sonrió de lado y lejos del gruñido habitual, le dio un beso fuerte en la mejilla.

— Rita, hoy me has hecho el hombre más feliz del mundo.

Y sin novedades inmediatas del ascensor, bajó veinte niveles por la escalera.

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