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Capítulo 25

De regreso a Londres, las responsabilidades y obligaciones de ambos los tendrían separados unos días más; con el trato listo entre ambas editoriales, con la presión constante de Kalsey recordándole que a su criterio estaba por cometer un gran error, con Judy analizando la propuesta de Audrey y la emoción de tener a Evan cada vez más bajo su piel, Hazel llamó a éste último para invitarlo a cenar.

Lo necesitaba a su lado y decirle que antes de firmar cualquier papel quería platicar sobre su ex esposa y su tentadora oferta.

Evan no dudó ni un segundo en conducir su coche e ir hacia Londres a acariciarla y hacerle sentir cuánto la había echado de menos. La semana de distancia aumentaba el deseo de ambos por prolongar aquella estadía en Brujas.

En tanto que Hazel preparaba la comida, Evan había adoptado la rutina de vestir la mesa.

— ¿Podrías poner un mantel del segundo cajón de aquel mueble? ― la dueña de casa le señaló el petiso armario bajo la ventana que daba a la calle.

Evan secó sus manos con un trapo y antes de abrir, imaginó un arma dentro del primero. Ladeó su cabeza esperando equivocarse, con aquella visión molesta perturbándolo; sin embargo, su curiosidad pudo más: al abrirlo, álbumes familiares le devolvieron el alma al cuerpo. Al menos por unos segundos.

— Allí no lo encontrarás, hay solo fotos viejas ― apuntó Hazel, batiendo huevos.

Pero poco pareció importarle a Evan, ya que una sombra negra nubló su mirada.

En efecto, allí existía un arma, pero no en el sentido literal de la palabra; con el pulso temblándole, tomó una de las fotografías dispersas dentro del cajón.

Dos jóvenes se abrazaban tiernamente. En el rostro de una de ellas reconoció a su pareja, una adolescente Hazel, en tanto que en la otra...en la otra vio la desgracia personificada.

— Ella era Scarlett ― su pareja se acercó notando el impacto que le había provocado ver la fotografía. Él sintió que las piernas se le aflojaban.

— ¿Ella era tu hermana? ― de ojos oscuros, cabello castaño, largo, lacio, ese tapado oscuro, el mismo que Hazel usaba a menudo...¿cómo no había sido capaz de darse cuenta que a quien habían atropellado a la salida de un bar en Sussex era a Scarlett Daugherty?

Preso de un sopor mayúsculo, a punto de llorar, Evan tragó fuerte sintiendo que su mundo caía bajo sus pies. El final de su relación con Hazel lo acechaba contra cualquier pronóstico.

— Evan, qué...qué sucede...te has puesto pálido de golpe.

Le fue inevitable llorar frente a ella; él, tanto como sus amigos, eran culpables de la muerte de esa jovencita de apenas dieciséis años a la que habían abandonado como un perro.

— Evan...me estás asustando...― dejando la fotografía sobre la mesa, él fue rumbo al baño a vomitar. Le dolía el estómago, el cuerpo, el alma entera. Hazel corrió detrás de él, le sostuvo la cabeza y le ofreció un vaso de agua.

Quería que lo tragase la tierra. Quería morirse allí mismo.

Con dificultad, para cuando le fue posible, el rubio se puso de pie con ayuda de Hazel. Ella embebió una toalla con agua fresca y se la pasó por la nuca y el rostro, quitándole el sudor de la frente.

— Evan, es una foto...

— No...no...no es una fotografía simplemente ― tomó asiento en el piso del baño, en el espacio entre el retrete y la bañera, sosteniéndose la cabeza con ambas manos.

— Pues, explícate porque no entiendo nada ― el labio inferior de su novia temblaba.

— Ese tapado, el abrigo grueso que usas, era de Scarlett, ¿cierto?

— Si...es muy viejo. Se lo he regalado para un cumpleaños, con mi primer salario. Lo compré en una venta de garaje por aquí cerca, a ella le encantaba ― detalló ― ...¿por qué lo preguntas?

— Tu hermana, ¿tenía puesto ese abrigo cuando murió?

Hazel lo miró con escepticismo. En efecto, era su bien más preciado; quitarle las diminutas astillas de vidrio de las solapas y las manchas de sangre, había sido una tarea difícil y dolorosa. Sin comprender el punto en el que estaban ambos, ella esperó las palabras que se atoraban en la garganta de su pareja.

— Evan, por favor, sé claro. ¡Dime qué está pasando aquí! ― una mala sensación presionó su pecho, hundiéndolo. Él, venciendo sus barreras mentales, comenzó a hablar mirando hacia un punto fijo en el piso.

— Un amigo tocaba con su banda en un bar cerca de la universidad de Sussex. Había mucha gente, hacía mucho calor allí dentro y bebimos demasiado alcohol. Dom era el conductor designado, quien no tocaría ni una botella de cerveza siquiera; pero acababa de romper con su novia y poco importó el acuerdo previo. Al terminar, subimos al carro. Yo era el más alto de los tres por lo que me acomodé en el asiento trasero para extender mejor las piernas y bajé la ventanilla porque necesitaba respirar aire puro. Inmerso en mis mierdas mentales, dejé de mirar hacia afuera cuando repentinamente ¡pum! el auto choca contra algo oscuro y pesado ― el rostro de Hazel se transfiguraba a medida que el relato cobraba forma ―. Como en cámara lenta vi un bulto que impactaba en el parabrisas y caía al suelo. Ninguno de mis dos amigos pudo reaccionar, yo bajé desesperadamente y fue cuando la vi allí tendida ― sorbió su nariz reviviendo el momento ―. Su rostro apenas cubierto por su melena castaña, y algunos cortes con sangre. Ella estaba cubierta con un tapado oscuro, abrigado, y vestía unos jeans azules rasgados en las rodillas y tenis blancas.

Hazel llevó las manos a su boca, el llanto fue imparable. Él estaba describiendo el instante mismo en que su hermana acababa de morir; como en un rompecabezas imaginario, aquellas piezas sueltas comenzaban a tener sentido y ubicación.

— ¿La dejaste morir?

— No pude hacer nada...solo recuerdo que la miré, ni siquiera la toqué. Para entonces mis amigos forcejearon conmigo, yo no quería dejarla allí, ¡te lo juro! ― su voz era quebrada, pendía de un hilo. Pero para Hazel, esta declaración no tenía retorno. En un grito, ella lo sujetó de las solapas de su polo, zamarreándolo con la poca fuerza que tenía en comparación con la de su hombre. Mirándolo con crudeza, le exigió respuestas.

— ¿La has dejado morir?¡Has sido cómplice de un homicidio!

— Lo sé, ¡lo sé!....y créeme que su rostro me aqueja por las noche, no me deja pensar durante el día. Se ha colado en mis sueños, en cada uno de mis proyectos. No he podido vivir tranquilo por la culpa de haberla abandonado. Hace diecisiete años que su recuerdo me persigue, me hostiga.

— Siéntete un privilegiado, tú al menos has podido continuar con tu vida ― en carne viva, expuso Hazel, soltándolo bruscamente y cayendo de rodillas al piso.

— Pues te aseguro que no ha sido vida hasta que te conocí a ti y me diste ganas de seguir respirando...

— Deja atrás las palabras baratas...has...asesinado a alguien...con tu silencio...

Evan comprendía el peso de semejantes palabras coincidiendo en aquel punto: haberse callado, tenía su precio y lo había pagado con el remordimiento, con el constante recuerdo perpetrado en su propia conciencia.

— Nadie pudo ayudarme ni darme explicaciones esa noche. La gente se agolpó a su alrededor, los médicos llegaron tarde...ella murió en mis brazos, ¿entiendes eso?

— No tengo palabras de consuelo, ni de perdón. Cualquier cosa que diga o haga ahora no será suficiente Hazel...― Evan se puso de pie, aturdido, sofocado. Torpemente salió del baño, rebotando contra las paredes del corredor. En dirección a la mesa, tocó la imagen de Scarlett, de aquella muchacha que había asesinado con su inacción.

— Deberías estar preso ―Hazel era un mar de lágrimas.

— Técnicamente, no. Yo no conducía, solo presencié un accidente del que no tuve nada que ver ― su respuesta fue fría, pero era la misma que el abogado de su familia, el padre de su amigo Kevin, le había dado en completo hermetismo.

— ¿Por qué no denunciaste a tu amigo?¿Por qué él sigue vivo y ella no? ― Hazel golpeaba con los puños cerrados el pecho duro de Evan. Él no impidió que lo hiciera, el dolor del impacto no era ni un mísero cosquilleo a comparación de la ira reprimida y la congoja que estaría experimentando su amada en ese instante.

— Porque Dom se suicidó dos meses después del siniestro. No soportó la situación, la presión del silencio.

Hazel no se esperó esa respuesta. Bajando las defensas, claudicó en su ataque; no tenía energías, no tenía más lágrimas que derramar. Con la espalda contra la pared se deslizó hasta el piso, devastada.

Evan, se le puso a la par.

Sin rozarla siquiera le buscó la mirada, encontrando rencor. Hazel no podía creer que sus sueños se quebraban en mil pedazos repentinamente.

¿Cuántas posibilidades existían de que él, ese hombre que la vida le había puesto por delante, al que estaba amando descontroladamente, fuera pieza fundamental dentro de la tragedia de su hermana?

Todo había ocurrido por algo. El destino, aquel en el que ella creía, estaba dándole una lección. ¿Pero cuál?

Limpiándose la nariz con el puño de su hoodie, se apartó de Evan. Aunque tuviera el alma partida en mil pedazos y su corazón marchitándose, debía tomar una decisión y ser firme con ella.

— Vete, Evan. Esto no tiene retorno, ya no podemos seguir juntos ― sin mirarlo, le señaló la puerta de salida.

Evan asintió, pero antes de descender al nivel del vestidor, dijo:

— Entiendo tu encono, tu furia, pero nadie pude modificar lo que ha sucedido con tu hermana...así como tampoco se puede cambiar el modo irracional con el que te amo.

— ¡Vete ya mismo de aquí! ― las palabras le habían llegado, pero era incapaz de procesarlas con semejante dolor atravesándole el pecho.

— Espero que en otra vida las cosas sean distintas...― él volteó, bajó los cinco escalones que lo separaban del acceso, recogió su abrigo y se marchó, deshecho.

Hazel dio un grito furibundo que fue escuchado por el propio Evan desde la calle. Con los puños apretados, enceguecida, los impactó de lleno quebrando la madera floja del piso. Las astillas lastimaron su mano, pero poco le importó el sangrado.

Su vida, ese castillo sólido y sobre fuertes bases que había construido gracias al amor incondicional de Evan, acababa de derrumbarse con el soplido de un huracán inesperado.

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