24

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Capítulo 24

— Quería corroborar con mis propios ojos que estuvieras bien. Ayer se te notaba un poco rara ― dijo Evan quitándole el corcho a una botella de vino.

— Han sido días intensos.

— ¿Has avanzado en tu historia?

— ¡Mucho más de lo que pensé!

— Entonces no fue contraproducente habernos conocido ― meloso, él se acomodó por detrás de ella, quien quitaba el envoltorio de la cena que acababa de comprar Evan en un restaurante cercano.

— Claro que no. He estado muy inspirada desde entonces ― el rubio de manos grandes le besó el lóbulo de la oreja. Empujándola ligeramente hacia adelante para rozarla, adrede, abrió las puertas de la alacena tomando las copas nuevas. Hazel podía sentir la excitación masculina en todo su esplendor.

Seduciéndose deliberadamente, olvidaban sus problemas, por el contrario, cada uno era un bálsamo para el otro. Comiendo un delicioso solomillo aderezado con salsa de miel y unos espárragos crocantes con hierbas, hablaron sobre el próximo viaje, de lo mucho que había crecido Londres en materia gastronómica y de lo que ambos adoraban comer.

— De no ser porque tengo ese saco de boxeo allí, estaría rodando como un balón ― ella agradeció su físico y la constancia para ejercitarse ―. Además, soy una persona muy solitaria y sedentaria. Desde que vine a Londres no he querido moverme hacia ningún otro sitio; con mis horarios tan locos y mi día poco rutinario, no cualquiera lo soporta.

— Yo lo soportaría ― se apuntó Evan guiñándole el ojo. Ella aun se sentía en deuda con él por su encuentro con Audrey.

— Evan...entiendo lo del transporte y agradezco sobremanera el esfuerzo, pero no sé si yo estoy preparada para responder a un jefe, a un horario...tú sabes, estoy acostumbrada a otro tipo de dinámica...― rascó su nuca. Si él fuera capaz de proponerle algo similar a lo que Audrey había ofertado las cosas serían mucho más fáciles. El empresario parpadeó con cierto recelo, no esperaba su planteo ―. No puedo cambiar de un día para el otro y eso me sofoca.

— Caray, no esperaba que dijeras algo así. Es respetable, pero en "Ad Eternum" estar presente es parte de nuestra modalidad laboral. Imagina tener a todos trabajando desde sus casas, sería un caos.

— No, claro...sí...lo entiendo ― Hazel se hacía pequeña en su silla.

Dejando el tema del trabajo de lado, lavaron los trastos sucios y para entonces, Hazel quiso musicalizar la improvisada velada.

— ¿Qué música te gustaría escuchar?

— Mmm...algo de Oasis, Muse, Radiohead, Coldplay...

British people ― Hazel rio con una apreciación cierta y buscando en su móvil, halló la canción correcta para ese momento.

Con las estrofas de "Fix you" de fondo extendió su mano en dirección a su visita sorpresa. El mensaje de la canción era contundente y aplicable para los dos y ambos, lo entendieron así.

Él se mantuvo sentado con una sonrisa de lado y le buscó la otra mano, para invitarla a sentarse sobre él; a horcajadas, Hazel se ubicó y sujetándole el rostro con sus dos palmas lo besó tiernamente.

En una danza especial, los arrumacos dieron inicio al quite de sus ropas.

Primero las de ella, quien se despojó de su blusa y su sostén dándole paso a él, dejando al descubierto su piel tatuada.

Evan propuso un cambio de escenario para estar más cómodos, por lo que la sujetó de sus caderas y anudándose con las piernas de su amada, caminó por el estrecho corredor que los conduciría a la alcoba.

Sintiéndose acogido, él la colocó sobre la cama cuyo respaldo de hierro labrado les traería más de un disgusto; hacía ruido, y eso podía llegar a desconcentrarlo. Sin embargo, la dueña de casa no permitiría que eso sucediera por lo que estaba dispuesta a esmerarse para entretenerlo.

Pronunciando en silencio las letras de un te amo prematuro pero no menos comprometido, Evan entró en ella sintiendo que trazaba el camino a casa, el sendero hacia el lugar seguro y de eterno refugio del que no quería marcharse nunca más.

Hazel con cada beso dado y recibido, cargaba su cuerpo de energía. Sus huesos, su piel, todo era abrigado por esas manos fuertes y masculinas que prometían nunca abandonarla. Girando sobre su eje, de espaldas a él, sus hormonas tejían una telaraña de sensaciones en torno a la excitación que le causaba percibir la lengua de Evan recorriéndole el cuerpo de punta a punta.

Los jadeos, su miembro duro dentro de ella, el vaivén de su cuerpo con cada estocada, vapuleaba su adrenalina interna. Su mejilla, enrojecida en contacto directo con la almohada, sus manos, aferradas a las barras de hierro, sus pechos hinchados...todo, todo eso hacía de esa noche el momento preciso para que la eternidad los atrapase.

Con sus cuerpos contándose secretos mutuamente, dialogando de forma fluida y natural, sus mentes, conectadas en otro nivel, coincidían en un punto: Hazel y Evan se necesitaban, se deseaban y además, se complementaban en múltiples aspectos.

Gracias a Hazel, él sabía que no existían horarios en que sus fantasmas lo atacasen: ella estaría allí para ayudarlo a enfrentarlos, con herramientas nobles y sinceras, con palabras cálidas y reales.

Con Evan por detrás de ella bombeando a todo vapor, llegar al punto de quiebre no fue difícil, cerró los parpados con fuerza, abrió su boca echando un gemido intenso y voló. Lejos alto. Allí donde las estrellas titilaban.

El empresario se ajustó a los hombros de Hazel para entregarle su victoria máxima; su placer extremo. Con una gota de sudor recorriéndole la sien, echó la cabeza hacia atrás, vibrando y estremeciéndose dentro del cuerpo de su hada mágica.

Manejando los mismos códigos, Evan cayó desplomado de su lado de la cama, rebotando como si pesara mil libras. Agitado, agotado, el silencio fue necesario por un momento y el descanso, también.

***

Enredando sus manos en las de Hazel, la madrugada llegaba a su final. Aun nevaba en Londres y el sol se hacía rogar.

— Cuéntame de tus sueños, ¿qué te falta para ser feliz por completo? ― Hazel buscó ahondar en detalles. De espaldas a él jugueteaba con sus dedos.

— Me gustaría formar una familia. Muchos niños correteando a mi alrededor...

— ¿Estás de broma?

— No, siempre he envidiado esas familias numerosas que se sientan todas juntas un domingo al mediodía a comer. Nosotros siempre hemos sido tres y cuando solo fuimos dos, no supimos disfrutarnos uno del otro. Y a ti, ¿te agradan los niños?

— ¿Sabes? Tengo mucho miedo al respecto ― Hazel se reacomodó volteándose, con el objetivo de ponerse frente a él y transmitirle sus sentimientos con mayor claridad ―. Creo que no seré buena madre e incluso, siento que tendré problemas para concebirlos...

— ¿Qué clase de pensamiento negativo es ese, Hazel? Tu eres....luz...no puedes pensar eso...― Evan le limpió con sus pulgares unas lágrimas débiles que apenas salían de sus ojos verdes.

— He tenido sueños en los que perdía embarazos, han sido tan reales que me despertaba agitada y temerosa.

— Pero han sido solo eso, sueños...mejor dicho, pesadillas.

— A veces pienso que son cosas que he vivido en otras vidas y reencarno nuevamente para aplicar todo aquello que he aprendido y por lo cual me he equivocado. ¿Nunca has deseado ser otra persona?¿Nunca has pensado que has sido otra persona?

— Debo de haber sido un guerrero o algo así ― él postuló, entre sonrisas ―. Siempre tuve un temperamento combativo, enérgico...y una pizca de autoritarismo.

— Eres un líder.

— Algo así. Tener gente bajo mi responsabilidad, manejar cosas importantes, de hecho, me he tatuado una espada medieval en la espalda.

— Lo sé, la he enjabonado en tu casa.

Evan se removió sobre el colchón, tomando asiento.

— ¿Y no te gustaría volver a enjabonarla? Necesita brillar como cualquier espada de guerrero.

— Mmm....creo que es una buena idea, chico ― chocándose nariz con nariz, se pusieron de pie, encomendándose a una nueva tarea.

***

Al arribar a Bélgica, todo resultó fantástico; ni el clima, frío pero con un sol resplandeciente, ni la barrera idiomática les fue impedimento para comenzar a disfrutar desde el minuto cero. Almorzando primero en el Grote Markt, centro histórico por excelencia y corazón de la ciudad, no dudaron en continuar con su el paseo por las entreveradas calles en las que se destacaba la arquitectura neogótica, las casas medievales y los puestos callejeros donde compraron chocolates.

Hazel se aferraba al brazo de Evan, encantado con una ciudad que no conocía y resultó ser un hallazgo.

Convidándose algún que otro bombón, se enredaban en un jueguito que, prometieron, tendría consecuencias por la noche.

Sin dejar de mirarse, de arrebatarse besos y tomar fotografías, llegaron al Parque Minnewater, al sur del casco histórico, también conocido como el "Lago del Amor". Tomando asiento en una banca, fueron rodeados por numerosos cisnes a los que Hazel les tuvo un poco de aprehensión pero controló entre risas y pedidos absurdos de auxilio, que Evan supo atender con cosquillas y caricias.

Para cuando se hizo de noche, de regreso a su hospedaje, pasaron por el Muelle del Rosario, a la vera del canal Dijver, uno de los más emblemáticos de Brujas.

Dejando a Hazel boquiabierta, los colores dorados de las luces decoraban el cauce de agua como así también, las fachadas antiguas que se reflejaban como las pinceladas en un cuadro de David Millard.

Una extraña sensación de pertenencia anidó en el pecho de la escritora quien, sin dudas, utilizaría estos paisajes como inspiración.

Tomados de la mano caminaron a la par. Evan besó la cabeza de su amada, sintiendo que nada más podía pedirle a la vida: ella era la mujer que había estado buscando por siempre y que en algún momento, pensó que sería Audrey. Lejos de protestar contra dicho infortunio, optó por pensar que su matrimonio había sido una prueba, solo una hoja dentro del extenso libro de su vida y nada más. Algo de lo que aprendería y que de no ser por ello, quizás jamás hubiera conocido a Hazel.

Tras mucho recorrer, llegaron al Hotel Duke's Palace, uno de los mejores en la zona. De habitaciones amplias, cómodas, su estilo de siglo XV lo hacía aun más confortable.

Desnudándose sobre la cama, amándose del derecho y del revés, se entregaron a algo más que a las sábanas revueltas y un momento de pasión; descubriéndose a la par, descubriendo que sus corazones por fin se habían encontrado para ser leyenda, se entregaron a los brazos del amor eterno.

Evan jadeaba al sentir la boca de Hazel rodeándole su miembro enardecido; ella lo hacía volar de fiebre, delirar de calor. Por su parte, él también la complacía: en la cama, en el pequeño sofá de la sala, en el jacuzzi, en la encimera del cuarto de baño, contra el amplio ventanal que miraba hacia el parque...

Sus cuerpos se condenaban sistemáticamente a la experimentación, como si temieran no verse nunca más.

***

Los días siguientes, ni los diminutos copos de nieve los detuvieron para continuar con su visita; todo era hermoso, lleno de vida y nostálgico.

— Podría vivir aquí sin problemas ― dijo Evan ante la mirada de asombro de su compañera.

— ¿Y qué pasaría con tu vida en Birmingham? Allí es importantísima la asistencia ― ella le guiñó el ojo.

— ¿No estás dispuesta a ceder en tu comodidad, verdad? ― el empresario se puso sus prendas de negociador más que nunca. Eso disgustó a Hazel más de la cuenta.

— No es comodidad, son modos de trabajo. No sé si podría concentrarme mirando una tabla gris delante de mis ojos donde pincho fotografías viejas o reuniéndome todos los días por algún motivo, incluso, inútil.

— Entonces, dime niña rebelde, ¿qué estarías dispuesta a sacrificar? ― su tono fue irónico, casi irritado.

— ¿Sacrificar mi editorial, mi sello, el esfuerzo de tantos años no es suficiente?― Evan se puso a pensar; de ningún modo podría tener a Hazel en su oficina sin importar la cantidad de dinero que le pusiera delante de sus ojos. Sentarla en un cubículo era como enjaular a un pájaro que había nacido para ser libre ―. Cariño, no quiero ser desagradecida, pero quizás...no sé...hay otras opciones ― como la que me dio tu esposa, pensó.

Evan solo suspiró.

"Ad Eternum" también había sido una editorial que había nacido de la nada, con su esfuerzo y dedicación exclusiva. No estaba dispuesto a cambiar de parecer en cuanto a su dinámica laboral porque ella tuviese otro estilo de trabajo.

Esa vez, fue la primera en que discutieron acaloradamente. La primera vez en la que él veía como un obstáculo aquello que tanto le agradaba de ella.

Como niña caprichosa, las palabras de Audrey repiquetearon en la cabeza de Hazel como campanas de iglesia: él le quitaría su empresa y la pondría a ser su súbdita. Ella no solo perdería su pequeña gran empresa, sino que además, se vería confinada a un escritorio soso y aburrido.

Evan no quiso discutir, pero le parecía una conducta infantil que no supo si estaría dispuesto a tolerar.

Como locomotora, Hazel entró a la ducha con un rosario de reproches para sí que quiso controlar apretando los dientes. Él esperó fuera, en el extremo de la cama, dispuesto a pedirle ayuda, a que pensara junto a ella el modo de negociar.

Al cabo de media hora ella apareció envuelta con su toalla y con el ceño fruncido. Ni el agua había logrado aflojarle los músculos.

— Dime Hazel, ¿qué es lo que quieres? Te estoy dando la oportunidad de delinear los alcances de la compra como más te plazca.

— He fundido una empresa. No es conveniente que te involucres con perdedoras como yo ― cepillaba su cabello con furia. De seguir así, quedaría calva.

— No entiendo cuál es el problema de tener que ajustarte a una rutina de trabajo. No eres la única mujer en el mundo que tiene que cumplir con un horario.

— ¿Sabes qué es lo que me molesta? ― chilló, con un nudo ajustándole las cuerdas vocales.

— No, por eso estoy aquí esperando que me lo digas.

— Pues se sentirá muy incómodo escuchar que todos rumoreen que tenemos una relación siendo que tú estás allí dentro de tu despacho ocupando un sillón grande y yo estoy como cualquier otro tecleando sin parar ― de golpe, recriminó, dándole un motivo que no estaba en los planes de nadie.

— ¿Pretendes reconocimiento?¿Acciones en la empresa? Te recuerdo que "Nutmeg" está en desventaja, no tienes ni un euro para pagar, las condiciones las imponemos nosotros.

Ese era el punto exacto que hacía dudar a Hazel de la operación: su editorial se reduciría a cenizas.

Él se puso de pie y con sus brazos, rodeó a la joven molesta. No le importó mojarse la camisa ni que ella quisiera huir. Con la punta de su nariz, le abrió las hebras de su cabello color almendra.

— No me convencerás de nada de este modo ― la cabeza de Hazel dolía mucho.

— No pretendo hacerlo, pero no me agrada que nos hablemos en ese tono. Ni yo quiero comportarme como un empresario intransigente ni quiero que tu te sientas disconforme. Hazel, ¿quieres que prometa que no te haré escribir sobre historias de detectives ni mafiosos?

— No te burles de mi.

— Es que parece como si ese fuera el problema, cielo. Ven, sentémonos.

La sujetó de la mano y tomando asiento sobre la cama, la ubicó sobre su regazo.

— No puedo cambiar la estructura laboral de la empresa ni quiero hacer excepciones contigo porque eso me metería en un gran problema con los otros empleados. Pero tampoco quiero que te sientas en el compromiso de trabajar para mi si no es lo que quieres. Me encantaría tenerte cerca todo los días, discutir incluso sobre la cantidad de líneas que debe llevar el capítulo, pero no quiero cortarte las alas. Entiendo tu tristeza por tantos años y dinero invertido en un proyecto que no funcionó, pero, sin ser solo yo quien determina si algo es redituable o no, todos los caminos nos conducen a absorber a "Nutmeg".

Hazel reflexionó. Estaba sumida en un gran lío del que no sabía cómo salir. Audrey había figurado a un Evan distinto al que tenía frente a ella y eso, la tranquilizó un poco más.

Su cabeza apoyada sobre el hombro de su amante le pesaba horrores. Debería hablar sobre la visita inesperada de Audrey.

Tomando aire y coraje, él le ganó de mano, anticipándosele y echando por tierra su impulso imaginario.

— Hazel, quiero que seas feliz y en lo posible, a mi lado. Puedo conseguirte trabajo en otro sitio si no quieres estar en "Ad Eternum", tengo contactos, gente importante que no dudaría en contratar a una escritora con tanta experiencia como tú.

Ella lo miró fijo, con un terrible pesar enredándole la voz.

— No quiero que este negocio arruine todo lo que hemos conseguido hasta entonces...― fue sincero.

— Ni yo...

— ¿Me perdonas si me he extralimitado en mi estupidez?

La escritora le tomó el rostro y lo besó con pasión. Él la sujetó por la espalda y en una maniobra enérgica, se ubicó sobre ella, en la cama. Arrancándole el toallón, se deleitó con verla desnuda, aun húmeda por el agua y con el perfume de rosas del gel de ducha impregnado en su piel.

Mordisqueándole los pezones, jugando con ellos, su erección crecía y crecía.

Hazel le desabotonó sus jeans, obteniendo el tan preciado tesoro que buscaba.

Sin perder tiempo, Evan se protegió y la penetró con la furia de un toro que va directo al paño rojo.

***

Para el último día en Bélgica dejaron la visita a la iglesia "Nuestra Señora de Brujas", una construcción medieval cuya torre superaba los ciento veinte metros y era conocida por tener entre sus filas a una estatua de mármol realizada por Miguel Ángel. Su arquitectura gótica, austera a juzgar por su época, era visible desde cualquier punto de la ciudad.

Hazel salió conmovida de aquel sitio. Evan le besó los nudillos.

— ¿Te encuentras bien?

— Si, claro. Es que...nada...nada...― sentía que le faltaba el aire.

— Cariño, no temas decir lo que te sucede.

— Es...es que es una locura ― movía las manos inquietamente.

— También me agrada escuchar tus locuras ― él le acarició el cabello brilloso. Ella sonrió de lado, aceptando sus palabras.

— Mientras rezaba allí adelante ― señaló la primera hilera de bancas ― sentí que mi hermana me habló.

— Eso es muy bello, Hazel ― Evan le besó la frente, acogiéndola en un fuerte abrazo.

 ―Scarlett me decía que había estado allí, orando por mí.

— No entiendo.

— Yo tampoco, nosotras jamás hemos estado en Brujas ― afirmó ella ―. Me habló sobre una nota en el bolsillo de mi abrigo.

— ¿Y lo has revisado?

— Evan esto es una locura...

— ¿Lo has revisado? ―le insistió.

— No...tengo miedo...

— ¿De qué?

— No sé...― en efecto, temblaba. Se sentía vulnerable por una extraña razón: su hermana muerta le hablaba como si estuviera junto a ella. 

— ¿Quieres que busquemos juntos?

Hazel negó con la cabeza. Con temor, introdujo las manos en sus bolsillos laterales, sin encontrar nada. Luego, bajó la cremallera de una solapa interna, con el mismo resultado.

— ¿Lo ves? Debo estar enloqueciendo.

— No digas tonterías.

— Escucho la voz de mi hermana muerta, eso no es muy juicioso.

— A mí me agradas de todos modos. ― ella le agradeció con una mirada tierna su cumplido. Supo más que nunca que su amor sería incondicional ―. ¿Sabes? Tal vez haya sido el deseo de tu cabeza porque ella te responda dudas que tienes aquí dentro ― Evan le tocó la sien izquierda con suavidad. Ella asintió pensando que no era una mala idea.

— ¿Regresamos al hotel y descansamos un rato antes de marchar rumbo al aeropuerto? ― Hazel propuso, exhalando.

— Lo que tu digas estará bien.

Avanzando unos metros más, pasaron por la fachada del Hospital de San Juan, uno de los más antiguas de Europa. Señalándoselo a su pareja, desatento, Evan chocó accidentalmente con una mujer que lo dejó sin habla.

Joven, tenía el mismo aspecto que aquella que venía persiguiéndolo en sus pesadillas desde que habían tenido el accidente con Dominic y Pierre, tantos años atrás. Confundido, para cuando quiso enfocar su vista en esa persona nuevamente, era como si se hubiera esfumado.

— Evan, ¿te encuentras bien?

— Acabo de chocar con alguien que creí conocer...

— ¿Alguien conocido en Brujas? Vaya, sería una gran casualidad.

— Si...es cierto...porque yo tampoco he estado aquí nunca.

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