Sueños.-

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Aerum tiene cinco años, muchos miedos y  sólo dos sueños. 

Y uno de ellos, tal vez el más importante, se hizo realidad en el momento en que Baba goo llegó. 

Lo supo por la sonrisa de Baba, que no podía dejar de mirar los dientes de conejito de baba goo cuando éste sonreía y porque sus manos no dejaban de sudar cuando se acercaban mucho cada vez que se sentaban a comer juntos. Baba nunca había sonreído así, nunca nadie le había hecho sonreír así. 

Tenía una sonrisa tan bonita que Aerum se sintió triste porque nunca la había visto. 

 Era por eso que  Aerum habría estado dispuesto a dar todos sus dinosaurios a Baba goo para que siempre hiciera sonreír de esa forma a Baba, para que nunca los dejará. Así Aerum nunca volvería a tener miedo de quedarse solo en casa y Baba podría sonreír como si tuviese una regalo frente a sus ojos.  

Le habría dado todo, incluso sí eso significaba que el Monstruo de Colores se lo llevara para siempre porque ya no tendría dinosaurios para protegerlo. Aerum habría hecho lo que sea para que Baba goo nunca, nunca se marchara. 

Para que no fuera como mamá. 

Pero entendió con el tiempo que no necesitaba darle algo a cambio a Baba goo para que se quedara porque Baba goo no se iría. No les dejaría porque también era feliz estando junto a Baba

Eran felices estando juntos. 

Como cuando se sentaban en la sala con los hombros pegados, pensado que Aerum estaba dormido. Baba goo cantaría en voz bajita sólo para Baba y ambos se quedarían muy, muy quietos, tan quietos que las estatuas les envidiarían.  Y entonces, Baba dejaría que Baba goo apoyara su cabeza en su hombro y sería él quien cantaría. 

Le cantaría la canción que había escrito cuando Aerum era muy, muy chiquito. 

Porque Aerum había sido tan chiquito, pero tan chiquito, que Baba había tenido miedo de que nunca podría sostenerlo o que Aerum nunca dejaría la cajita de cristal en la que había pasado sus primeros meses de vida y que lo único que dejaba que Baba hiciera, era cantar para él. 

Ahora, Aerum sabía, era una canción que hablaba del miedo que tenía baba de que alguno de los dos, Aerum o Baba goo, ya no estuvieran para cuando abriera los ojos luego de una noche sin sueños.

Sí, eran felices estando juntos. 

Como cuando Baba goo saltaba sobra Baba para hacerle cosquillas hasta que ambos no podían reírse más. O cuando Baba abrazaba a Baba goo por la espalda, sonriendo al verlo cocinar para ellos las papas dulces que a Aerum tanto le gustaba comer los sábados por la noche y que, aunque a veces se le pegaban al plato, le quedaban muy ricas. 

O como cuando se veían por primera vez en el día, ambos saliendo al pasillo con los cabellos revueltos como palos de escoba y los ojos cerraditos por las lagañas. Entonces, Baba revolvería el cabello de Baba goo para obtener un beso en la mejilla a cambio y luego, ambos sonriendo se preguntarían qué hacer para desayunar. 

Aerum era un niño de cinco años con muchos miedos y que no podía hablar, pero entendía. 

Él entendía que la razón de las sonrisas de su Baba era la voz y la risa de Baba goo y entendía la mirada que Baba goo dirigía a su Baba cada vez que le sonreía, como si un secreto muy, muy maravilloso se escondiera entre los dos. Uno que Aerum no podía hacer nada más que ver lo brillante que era. 

Y entonces Aerum podría renunciar a su otro sueño. 

Lo haría porque uno de sus sueños, tal vez el más importante, se había hecho realidad y su Baba nunca más estaría triste, no mientras Baba goo le saludara cada mañana con un beso en la mejilla o le hiciera cosquillas o, simplemente, se sentara a su lado en el suelo para cantarle y ahuyentar sus miedos. 

Su sueño de ser un dinosaurio dejaba de importar, podía seguir siendo Aerum; de cinco años y con muchos miedos; con tal de que sus Babas siguieran sonriendo estando juntos. 

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