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Me desperté sonriendo.

Las sonrisas se convierten en alegría, la alegría se convierte en felicidad, la felicidad en buenas acciones, las buenas acciones hacen un mundo mejor y en un mundo mejor las cosas ordinarias existen para crear momentos extraordinarios. En un mundo mejor un papel de repente es una carta, una nevada es un muñeco de nieve, un viaje en tren se convierte en una aventura y un parque es el mejor lugar para despertar.

Esa mañana era tan poderosa que me juré no desperdiciarla.

Pestañé, me froté los párpados aturdida y vi un amanecer de color rojo rubí. Sentí que mis pupilas se contraían de placer, era hermoso, me saludaba con sus intensos colores. Un destello de sol correteó en mis dedos. Era mi primer amanecer.

Deberían ser las cinco. Me rugió el estómago. Tenía tanta hambre que me comería a Drag.

Estaba encogida bajo las rampas de un tobogán triple. Había usado el bolso como almohada. A mi lado estaba Drag en posición fetal, se había quitado el saco, lo había enrollado y lo había colocado tras su nuca.

Me senté de culo y me incorporé cundo sentí un piquete en el abdomen. El dolor fue fugaz, acudió como una ráfaga. Traté de aplastar la zona afectada con la mano como si de esa manera impidiera que regresara.

—Auch.

Giré mi cabeza en todas direcciones para asegurarme de que no hubiera nadie en la calle, de todos modos, estaba protegida tras la rampa y las escalerillas del tobogán, era como una cueva. Me abrí la camisa de leñador y noté que en el lado izquierdo de mis abdominales tenía un parche de vengas, amarrado con cinta adhesiva. La comprensa estaba manchada de sangre seca y fresca y olía como mil demonios.

Comprendí por qué ayer, al olfatear mi ropa solo había sentido fragancia a rosas, antibióticos y alcohol aséptico. De verdad, hace menos de tres días, había estado en un hospital.

Me habían curado.

Arqueé una ceja preguntándome cómo antes no lo había notado. Lo más probable fue que estaba eufórica pero esa explicación no lograba convénceme... Tal vez estaba drogada ¡Tal vez era una adicta!

Se me nubló la vista. Creí que lloraría, pero no era de lágrimas fáciles.

Sentí un peso en la garganta, como si tratara de tragar una moneda. Estaba angustiándome porque cavilaba en lo que había sido antes del Desvanecimiento y si de algo estaba segura era que no quería volver a ser esa persona. Ahora yo era una persona feliz.

Dubitativa comencé a quitarme los vendajes. Me mordí la lengua. Era buena sobrellevando el dolor, tanto, que por poco creí que tal vez me había curado yo sola.

Bajo el parche de vendas tenía una herida vertical con puntos de sutura. Eran quince en total, como lunares deformes. Podría tratarse de una herida de bala o una puñalada. No sabía diferenciarlo.

Aunque me dolía, los toqué porque la curiosidad pujaba más que la agonía. Averigüé cómo eran al tacto. Pinchaban. Eso me consoló un poco.

Me sorbí la nariz y volví a atarme la camisa. Miré a Darg. Seguía dormido, el cabello pelirrojo se le caía sobre su nariz de gancho y sus labios estaban inflados.

Por curiosidad miré lo que cargaba mis los bolsillos.

En el izquierdo tenía cincuenta dólares arrugados y en el derecho una tarjeta plana de chapa. Era Astroboy. Tenía los bordes limados para no cortar, se veía como si la hubiera recortado de una lata de sardinas. La caricatura volaba, descollando sobre los edificios, alzaba un puño con determinación y sonreía desafiante. Bajos sus botas rojas había una estela, como si fuera un cohete.

Sabía que Astroboy era robot biónico, creado para que defendiera al mundo de los villanos, pero dotado con la capacidad de tener emociones humanas. Sin embargo, no conservaba recuerdos de que me gustara. Si la había guardado en mi bolsillo entonces aquella tarjeta era importante para mí o para alguien a quién había conocido... o amado.

Algo que tanto valor había tenido para mí ahora era basura. La aventé lejos como si me quemara en los dedos, utilizando mi brazo como una catapulta. No lo escuché aterrizar.

Tomé aire y lo expulsé por la nariz.

Miré el amanecer rojizo, había emigrado, se marchó como si ya no quisiera verme o ver lo que vendría a continuación.

Había llegado la hora, tenía que revisar el maldito bolso. 

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