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Coloqué mis talones bajo los muslos, arrastré el bolso hasta mí, agarré la cremallera negra y comencé a deslizarlo. Dargavs se levantó de un salto como si hubiera escuchado una alarma.

—¡NO! —rugió desesperado.

No me moví ni un centímetro, pero el grito de un hombre me había puesto demasiado tensa, como si mis músculos recordaran lo que mi cerebro no.

—¿No qué?

Él parpadeó, entornó los ojos por el exceso de luz, arrugó el semblante, se quitó el pelo de la cara, se ajustó el cuello de la camisa, me estudió por unos segundos y bufó:

—¿Todavía sigues aquí?

—Tengo hambre.

—Puedes tomar lo que quieras de mi refri —ofreció lo más sarcástico posible, señalando el vacío oscuro bajo la rampa del tobogán.

—Vamos a conseguir algo de comer. Yo invito. Quiero comprarme calcetines, además.

—¿Quieres que Santa te ponga carbón? —sonrió de lado.

—¿Qué?

—En Navidad se cuelgan calcetines ¿O no?

Me encogí de hombros. Él bufó y masculló que no lo recuerda, solo lo dedujo porque vio varias tiendas así.

—Es para mis zapatillas, no para Navidad.

—¿Usas zapatillas sin calcetines?

Ambos miramos mi calzado.

—Tal parece que sí —dije.

Él bufó y ladeó la cara.

—Niña, eso deberá tener más hongos que una huerta.

—¡Eh! —me sentí avergonzada de su comentario.

Apreté los puños como si fuera a pelear ¿Sería posible que ayer estuviera tan alegre y pasiva porque estaba drogada o sedada? Me sentía vulnerable desde que había visto mi herida. Estaba a la defensiva y me asustaba cómo pudiera ser, mi temperamento era un barco es aguas desconocidas cuyo timón maniobraba con los ojos cerrados.

—No me digas niña, soy mayor de edad. Me siento como una mujer de veintiséis.

Él escondió su labio superior bajo el inferior, como hacen los bebés cuando van a llorar. Había hecho el mismo gesto la noche anterior, me percaté de que era una mueca típica en él, pero significaba que una idea lo hacía dudar no que iba a barrear.

—Puede ser posible. Te ves rara, como adulta y joven. Espero que seas adulta, sería muy incómodo dormir con una jovencita. Para mí, porque en realidad es la fantasía sexual de cualquier pervertido.

—¿Ya terminaste de fantasear?

—¡Cuando tengas pito me llamas!

—En marcha —mi voz sonaba demasiado seria, quería esforzarme por sonar adulta o algo me había molestado.

—Antes pasemos por el hotel para ver si tienen habitaciones, reina mía. Luego vamos por tus cosas.

—Bueno.

—¿Acaso soy el único que piensa aquí?

Me arrastré lejos del tobogán ignorando las punzadas de dolor que me proporcionaba la herida.

—Es un trato —agarré mi bolso de la correa y me lo colgué— espero que lo cumplas y no vendas mi lealtad, maldito corrupto.

—Un maletín con dinero tienta a cualquiera —argumentó abriendo las manos a la altura de su cara y dejándolas caer en horizontal sobre sus muñecas.

Se remangó su maltrecha camisa blanca y me siguió fuera del parque.

—¿Sabes cuál es mi único consuelo de todo esto? —preguntó.

—A ver —rumié extrañando el silencio de la mañana.

—Ya nadie o casi nadie recordará a los Youtubers, dejarán de ser famosos.

—¿Odias a los Youtubers? —me desconcerté.

—Sí.

—¿Por qué?

—No me acuerdo. De todos modos, tampoco necesito una buena razón.

Me encogí de hombros, teniendo en cuenta que había estado cargando una vieja chapa de Astroboy intuía que no estaba tan actualizada como para conocer sobre redes sociales. No sabía mucho de gente famosa en Internet, ni de películas, como no tenía recuerdos lo más probable es que haya estado alejada del mundo real.

Apreté la correa de mi bolso.

Suspiré y sentí la mirada de Darg calvada como una lanza, él me examinaba en silencio, se cuestionaba por qué estaba tan sombría esa mañana. Apreté mis labios, me los rasqué y meneé la cabeza.

«Este es el día» pensé «Este es el día en donde cambará todo» Me pegunté cuántas veces lo había pensado, se oía como un pensamiento recurrente. Daba la impresión de que esa voz obstinada se había reproducido más de una vez en mi cabeza.

Escuchaba el sonido de nuestros pasos, ese repiquetear se convertiría en un destino al que llegaríamos. En este caso una tienda de ropa de segunda mano o una panadería y los destinos se transforman en un nuevo comienzo y los nuevos comienzos son un alivio.

Volví a sentir alivio y me prometí no perderlo.  

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