2-3

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Vi que la señora Bhangarh estaba parada en la entrada de su casa, apoyando su regordete trasero en la verja de madera blanca. Su cabello era mucho más rubio de lo que recordaba y sus cejas casi blancas. Tenía dos arrugas caídas contorneando sus labios o tal vez eran sus mejillas gordas derrapando a los costados, no podía adivinar la diferencia.

Sus brazos estaban cruzados delante de la remera color rosa pelicano que portaba una frase en imprenta: «Yo vencí el cáncer de mama» Siempre me había gustado ese tipo de ropa, era como una medalla que la gente vestía, alardeaban de un triunfo, se sentían tan orgullosos de su victoria que la celebraban con logotipos. Deseé tener una de ese estilo, una playera que dijera: «Yo superé ser una nepente»

O mejor aún «Yo me superé»

La vestimenta no es algo superfluo, a veces habla por nosotros otras veces miente por nosotros, en mi caso, la camisa que llevaba era un escudo que ocultaba a la antigua Bodie, en el caso de la señora Bhangarh su playera era el certificado de que ella no se dejaba vencer.

Era un hueso duro de roer, una bandera que se hizo en mitad de un vendaval.

Me alegré por ella y por su superación. Esa mujer se veía resistente, temeraria y fuerte, del tipo de gente que, en lugar de asustarse por la noche, asusta a la noche.

Combinaba su remara con pantalones de fieltro y sandalias.

Estaba esperándonos. Aunque estábamos en la acera de enfrente, Darg fue el primero en detenerse para hablar. La observamos, ella nos sostuvo la mirada y la calle continuo en el medio, separándonos, como un arroyo petrificado.

—¿A dónde van? —preguntó, no tuvo que alzar la voz, había tanto silencio en el pueblo que se oía el trino de los pájaros y las horas meciéndose de un lado a otro.

—A cazar mamuts, vieja bruja —respondió Darg, de mal humor, estaba claro que ya había perdido esperanzas de agradarle a la señora Bhangarh.

—A desayunar —aclaré yo—. También voy a comprarme calcetines.

Miró a Dargavs con desconfianza y luego desplazó los ojos hacia mí.

—¿Son amigos?

—Sí —respondí.

Darg asintió, serio y adusto.

—Solo tengo libre dos habitaciones y hay siete personas que se quieren alojar aquí, nueve con ustedes —explicó Bhangarh, mucho más accesible que él día anterior, supe que le había dado vueltas al asunto toda la noche.

Era una mujer de buen corazón, algo endurecido, pero bueno, a fin de cuentas. Como aquellas flores que tienen espinas o las cuevas termales que están escondidas en una montaña nevada, costaba alcanzarlas, pero una vez que lo hacías el esfuerzo valía la pena.

No pude ocultar la sonrisa que ella me provocó.

Recordé lo que Belchite me había dicho. Bhangarh hospedó a una chica joven y eso incentivó a la Patrulla Vecinal a usar la casa de la viuda como un albergue. Me pareció exagerado que quisieran que alojara a diez personas en su casa, pero la estructura se veía bastante grande.

—Belchite me dijo que una parte del piso de arriba, es decir, hay un altillo que es como un departamento, un monoambiente —recordé y señalé las ventanas oscuras del piso superior, sobre la cochera—. Ayer la vi desempolvando artículos viejos de ese lugar.

Bhangarh se giró con ligereza, para apreciar el lugar en cuestión.

—Ajá, es un deposito que creo mi marido. Tiene un baño y una recamara, nada más. Ni siquiera tiene cocina o conexión de gas, para eso se debería usar garrafas y se accede por una escalera en el patio trasero, no tiene conexión con el resto de la casa. Pero no lo cuento todavía como un alojamiento porque está lleno de basura... A mí sola me tomará tiempo quitar todo.

—Podemos alquilar el piso de arriba —ofreció Darg—. Nosotros nos encargaremos de sacar la basura, de todos modos, dormir entre muebles viejos será mejor que dormir en un parque. Además, me vendría bien una ducha.

—¿Ustedes? ¿Compartiendo habitación? —preguntó Bhangarh, la idea le desagradaba porque cruzó otra vez los brazos—. ¿Tú no deberías volver con tus padres, querida?

—Tengo veintitrés —contrataqué—. Y él veintinueve —hice una mueca, había sido demasiado generosa con Dargavs, él aparentaba veintinueve años ejerciendo abogacía—. Podemos compartir piso sin problemas.

—Además, somos buenos cristianos, como usted.

—Soy judía.

—Lo que quiero decir es que preferimos dejarle las habitaciones libres para que se la rente a los demás en el piso de abajo, con todas las comodidades de baños y cocinas —trató Darg.

La mujer lo pensó unos segundos, metió la mano en su pantalón y sacó un manojo de llaves, cruzó la desértica calle y dejó las llaves de nuestro primer departamento en las manos de Darg. No podía creer qué tan rápido se estaba arreglando mi vida.

—Los demás irán gratis, hice beneficencia, pero si quieren el piso de arribe ustedes deberán pagar.

—¿Por qué?

—Porque soy una vieja bruja —citó a Darg y sonrió divertida—. ¿Qué moneda tienen?

—Dólares —respondió Darg.

—Cobro doscientos dólares al mes de renta, un precio razonable por semejante pocilga. Paguen a fin de mes, encuentren un trabajo antes de eso.

—¿Hay puesto vacantes de sicario? —bromeó Darg, escondiendo las llaves en el forro interno de su bolcillo.

Creí que su impertinencia molestaría a la señora Bhangarh y nos quitaría el alquiler, pero en lugar de eso ella se rio. Tenía una risa grabe y atronadora como la de un villano o un general. Perdió la gracia tan rápido como la había adquirido.

—A finales de diciembre les cobraré la renta, no de noviembre. Así les daré tiempo para juntar el dinero, organizar sus problemas, volver a su antigua vida, formar otra o lo que sea.

Para finales de diciembre ya todos habríamos perdido la memoria otra vez, seríamos atacados de nuevo con el Desvanecimiento. Me parecía buena idea, era caridad pura lo que ella nos estaba dando y por ese gesto le estaría agradecida durante la eternidad. O hasta diciembre.

La mujer de la casa azul, la acumuladora de basura que había luchado contra el cáncer de mama tenía mi infinita devoción.

«Eterna. Infinita» esas palabras quedaron retumbando en mi cabeza. Ningún humano en la tierra tenía eternidad, solo un mes para vivir y morir, éramos como mariposas. En diciembre nuestras mentes acabarían de desgarrarse, alguien nos quitaría los recuerdos como se sopla el vapor de una taza.

—Yo tenía quinientos dólares en mi cartera, puedo pagar ahora —ofreció Darg.

Arqueé una ceja y lo miré de refilón, con seguridad cargaba tanto efectivo porque se había llevado de la oficina cuando encontró el dinero fraudulento. Me pregunté si tenía más cantidad y estaba siendo humilde ante la señora Bhangarh para no alarmarla.

—No es necesario, prefiero que lo guarden para ustedes.

Nos escudriñó seria, inclinó la cabeza a modo de saludo, giró sobre sus talones y se fue meciendo de un lado a otro, como un pingüino gordo.

—¡Gracias! —le dije a su nuca.

Alzó la mano sin darse vuelta como si le diera igual y lo que acabáramos de acordar no fuera gran cosa. La mayor parte del tiempo, los actos más importantes transcurren como si no fueran la gran cosa. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro