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—Ea, chicos ¿Está todo en orden? —preguntó Belchite cuando me vio envuelta en una manta.

Había encontrado la colcha en un callejón cuando iba por fideos instantáneos a una gasolinera. Una ganga total. Yo masticaba un caramelo de regaliz y lo contemplaba con los ojos entornados por el exceso de luz solar. Él escudriñó mis ojearas, las tinieblas del departamento y el televisor.

—Les quedó muy lindo el piso ¿Puedo pasar? —preguntó dando un paso adelante y empujándome a un lado con la punta de los dedos, como si le diera asco—. ¿Progresaron tanto para venirse abajo así de rápido? Se veían tan entusiasmados antes...

—No estamos en una recaída —negué cerrando la puerta para mantener la penumbra fresca.

—¿Y entonces porque no volvieron a salir del departamento? La señora Bhangarh dijo que no solo los vio en la calle dos veces y solo salieron para comprar comida al supermercado que está a unos metros.

—¿Para qué otra cosa saldríamos? —se quejó Darg—. Ya logramos nuestras metas.

—Para conocer el mundo...

—Si no hay nada esperándonos en el mundo de afuera —Miró otra vez la pantalla de su teléfono, pero no tenía ningún mensaje—. Nada que queramos.

—Yo podría hacer que haya algo —propuso Belchite—. Para eso estamos los vecinos amigables.

—Estoy esperando un mensaje —informó Darg agitando el teléfono, tendido en el suelo como una flor decaída, vestido con su traje fino y arrugado.

—¿Por qué esperas tan atento un mensaje? —preguntó Belchite, sorteando el colchón y sentándose a su lado.

Traía un sombrero de paja que se sacó y depositó en el suelo, una camisa sin mangas y su característica corbata amarilla con franjas negras. Una de sus muñecas se ocultaba detrás de su pañoleta purpura. Por todos los benditos cielos, era un hombre muy elegante.

El cabello lo llevaba peinado con la forma de la peineta, parecía un chaperón o alguien que entrega anillos en un altar. Me pregunté si estaba casado, si recordaba algún amor o si el mundo le había devuelto toda la amabilidad y bondad desinteresada que él daba.

Él sí sabía compartir su alegría, era caritativo. Si cada vida era una travesía y cada persona un viaje Belchite sería un aventón.

Darg se encogió de hombros.

—Hace unos días... diez, estaba lavando mi ropa y de repente me azotó ese pensamiento: «No ha llamado» No me preguntes más, ni yo lo sé, pero tengo la certeza que de alguien debe buscarme y llamarme. Me enviarán un mensaje, es alguien importante. No sé si es un ella o un él, pero tiene que venir, así que lo espero. Espero que venga aquí —Abrió las manos sin soltar el teléfono celular y recorrió con las palmas abiertas el espacio que nos rodeaba.

Belchite sonrió, incomodo.

—Vamos, ánimo, no se sienten a esperar que les regrese la memoria, podrían iniciar una nueva vida ¿O no, Bodie? ¿No me dijiste que estabas feliz de no ser nadie cuando nos conocimos?

Seguía plantada en la entrada, la cerré para que la luz del sol no molestara. No encontraba la forma de decirle que, en realidad, ya sabía un poco de mi vida pasada y exactamente por eso sentía que no debería inmiscuirme con la gente normal. Me senté con la espalda apoyada en el marco de la puerta del baño y suspiré.

—No estamos esperando que nuestros recuerdos regresen, yo no los quiero —me arrebujé en la manta, hacía calor en el interior, sofocaba, pero no me importaba, me gustaba esconderme.

Belchite parpadeó, asintió procesando lo que le dije, juntó las manos y recostó el mentón sobre sus nudillos, pensativo.

—Ya veo... ya veo... eso arregla las cosas. Verán, el grupo de vecinos ya se alió a la policía. Así que la Comunidad Abnegada...

—Uf —refunfuñó Darg.

—... tiene el ojo bien puesto en todos sus pececitos olvidadizos. Haciendo un monitoreo nos dimos cuenta que cada nepente reacciona de forma diferente, pero la mayoría se deprime, al fin y al cabo. Hay algunos que se niegan a hacer algo hasta que recuperen todos sus recuerdos, se encierran o se echan en la cama como enfermos. Otros... están recibiendo atención psicológica adecuada.

Se aclaró la garganta, fue una manera cortés de decir que estaban locos o querían matarse.

Sentí lastima por ellos. Jamás, ni en mil años, me mataría. Vivir traía tantas experiencias agradables como ver televisión, comer y cagar. Ah, eso último era lo mejor.

Agarré una servilleta que encontré hecha un bollo en el suelo. La escondí en la cueva que había creado con la manta y alisé el papel desechable aplastándolo contra mi muslo. Me concentré en acariciarla, estaba manchada con aceite. Quería tener la mente enfocada en algo que no fuera muerte... otra vez.

—Pero en cuanto a reacciones de nepentes hay de todo, incluso agresivas. Como los gobiernos están un poco frágiles porque perdieron dirigentes y mandatarios ahora se le dio más libertad de acción a los pequeños territorios como municipios o departamentos. El nuestro y los pueblos de alrededor pensaron que las patrullas de vecinos podrían actuar codo a codo con la policía. De esa forma se tendría monitoreado a los más vulnerables. Los nepentes... Quien sabe, tal vez son la clave para resolver todo esto.

—¿Tienes una placa? —preguntó Darg.

Belchite meneó la cabeza.

—Mi placa es mi sonrisa y mi esperanza —sonrió para comprobarlo.

Tenía dientes parejos y blancos escondidos tras sus labios negros y carnosos. Darg puso los ojos en blanco, gruñó y cruzó sus brazos detrás de la nuca. Se veía más enfermo, como si cada sonrisa de ese chico lo debilitara.

—Pensamos hacer monitoreo de todos los nepentes, empezando con entrevistar a los desaparecidos, tomar sus huellas, averiguar sus verdaderas edades... ya saben. Hay muchos NN dando vueltas por ahí.

—¿NN? —preguntó Darg.

—Nomen Nescio —expliqué tragando saliva, la respuesta arribó en mi mente como un avión que aterriza—, en latín significa: desconozco el nombre.

—¿Y porque dices que es latín si no sabes lo que significa?

—Es que eso significa: desconozco el nombre —insistí.

Él puso los ojos en blanco, para decirme que en realidad le daba igual.

—Es un término que se emplea para las personas que no tienen identidad. Por ejemplo, si encuentras un cadáver descompuesto en el río y nadie lo reclama, es una persona sin identificar, por lo que será enterrada en una fosa comunitaria —continué explicando—. Es NN. Es la gente sin documentos. Son personas que sabes que existieron, pero no puedes probarlo.

Personas de las que nadie tenía recuerdos. O sea, yo, en todo caso, porque Darg era de ese pueblo.

Comencé a plegar la servilleta, mi mente estaba en blanco, pero mis dedos tenían memoria, conocían cada doblez que debía ejecutar para darle una composición. Sabía hacer origami.

«Mite, mite, watashi wa himitsu de ippaidesu» pensé.

Belchite asintió, conforme con mi explicación, pero sombrío por las palabras que elegí para darla.

—Claro, la prioridad es regresarles su antigua vida a los nepentes. O construirles una nueva. Es por eso que la policía se propuso identificarlos. Lo harán con exámenes médicos, entrevistas y demás.

Abrí la boca para negarme y estrujé el corazón de origami que había fabricado con la servilleta, como si quisiera aplastar un corazón real.

—No es opcional, Bodie —anticipó en tono casino—, la policía le obligará a todos los nepentes a hacerlo. Es por eso vine a verlos, para empezar porque creí que no estarían tan mal. Y también porque necesito que el positivismo de Bodie y la determinación de Darg se unan al Equipo de Apoyo.

—¿No entraste acá diciendo el grupo de vecinos se llamaba Comunidad Abnegada? —refunfuñó Darg.

—Acabo de pensar que sonaría mejor Equipo de Apoyo. Ni bien salgan de aquí hago una llamada para proponer el nuevo nombre.

No sabía si hablaba en serio o era una broma. Los dos guardamos silencio.

—En fin, quise reclutarlos los vi bien centrados el primer día, durmieron en un parque y no perdieron la compostura, quisieron progresar en su nueva vida, hasta que bueno... —miró la oscuridad del lugar y separó los brazos del cuerpo como si fuera a volar lejos de allí.

Me avergoncé de mi recaída.

—Quería ofrecerles una segunda oportunidad.

—¿Una segunda oportunidad para qué? —susurré.

—Para ser felices.

Pude sentir mis propios ojos irradiando anhelo, brillando de emoción.

—No sé si me merezco la felicidad, Belchi.

Darg despegó los ojos del teléfono y me observó con pena ajena como si viera a alguien haciendo el ridículo. Belchite se lamió los labios y pensó una respuesta.

—Bodie, primero trata de conseguir la felicidad y luego decide si la mereces o no.

—Yo soy feliz —o al menos lo era antes de cruzarme con la chica del parque.

Él miró en derredor e inspeccionó cada rincón oscuro y desordenado del departamento.

—Veo... veo que se sintieron muy cómodos aquí —Se rascó una ceja con el pulgar—. ¿Saben? Creo que la alegría es como una ventana sucia, puedes ver el mundo a través de ella, pero de forma borrosa. Una ventana jamás será una puerta, por más que muestre no te llevará a ningún lado —suspiró—. La alegría jamás será felicidad.

Me otra vez avergoncé de mi recaída, derrumbé a patadas el refugio que había formado con mi manta, como si de repente quisiera destruir algo.

—No volverá a pasar —le prometí—. Solo necesitaba tiempo para... ordenar ideas —aclaré.

Él sonrió ampliamente. Se puso de pie, caminó a la ventana cubierta por telones y cortinas y las corrió. La luz del mediodía nos acuchilló los ojos. Belchi habló con tranquilidad.

—Vine a ofrecerles un empleo. Comenzamos a recibir donaciones así que podríamos remunerar su colaboración. Si no quieren la oferta de todos modos serán analizados por un grupo de profesionales.

—¿Quieres decir que ayudemos a los policías, médicos y psicólogos a identificar nepentes, aun siendo nepentes en sí? —inquirí.

Belchite asintió.

—Exactamente. Ustedes no son los primeros nepentes que visito ni a los primeros que les hice la oferta. Varios están muy decaídos, peor que ustedes, algunos ni siquiera me miraban o hablaban. Muchos nepentes, a diferencia de ustedes, no confían en mí. Después de todo yo solo olvidé a mi familia y cosas generales de las que todo el mundo no se acuerda como política o economía. Estoy bien, mucho mejor que los nepentes y no puedo convencerlos de que, con actitud, lograrán salir de ese pozo depresivo.

—Así que quieres que convocamos a los nepentes deprimidos de que se hagan las pruebas obligatorias —dije y sonreí—. ¿De en serio, Belchi, crees que es buena idea? ¿Después de encontrarnos así? ¿Incluso sabiendo que mi primer impulso fue negarme a los exámenes?

Belchite sonrió y apoyó las manos en sus rodillas.

—Creo que si ven otro nepente lidiando calmados con la amnesia se sentirán más motivados a mejorar. Prediquen con el ejemplo y pruebas y ayuden a la policía y los vecinos a identificar a todos estos NN.

—Mmm —Darg se lo estaba pensando.

O solo estaba ideando una forma de sacarlo a patadas.

—El pago será semanal —agregó Belchite, entusiasmado— y podrán vivir con ese sueldo hasta que el mundo se tranquilice un poco o hasta que puedan formar una nueva vida.

—O hasta el veintinueve de diciembre —aportó Darg.

Belchite hizo una mueca. Todos hacían una mueca cuando se hablaba de diciembre. 

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