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Pensé en lo que decía Belchite. No me ponía nerviosa que quisieran averiguar de mi pasado o que me hicieran pruebas médicas, una parte de mí sabía que no encontrarían nada y que podría mentir en las respuestas, en todo caso, para convertirme en un archivo sin resolver.

Que ayudara a identificar gente desaparecida no quería decir que permitiera que lo hicieran conmigo. Sería como nadar contra la corriente, una infiltrada, un pez mezquino.

Me sorprendí en la facilidad con la que planeé mentir y sabotear el proyecto de la policía y del grupo de vecinos.

«Eres una persona horrible, de seguro no estabas huyendo, los demás huían de ti» Respiré hondo para aplastar con todo ese aire a los pensamientos que bombardeaban mi cabeza.

Belchite giró el gorro en sus manos, esperando una respuesta de nuestra parte.

Lo único que me pedía Belchite era que ayudara en la búsqueda de desaparecidos porque creía que tenía integridad emocional. A cambio recibiría trabajo y podría formar una nueva vida. Eso era todo lo que quería, un nuevo comienzo, sentir libertad otra vez. Huir. Y tener el gorro de paja como el de Belchite, ese accesorio derramaba sensualidad.

Con un gorro como ese hubiera sido irresistible para la chica del parque.

—Ayúdenos y serán ayudados —concluyó Belchite.

—A Bodie podrías ayudarla alejándola de las chicas lindas, se deprimió desde que habló con una muchacha guapa en el parque —susurró Darg, delatándome, sosteniendo el móvil en su mano izquierda y cruzando los brazos tras su nuca.

—No es verdad —rumié, abrazándome a mí misma porque había destruido la cueva de frazada que me había creado.

—¿No fue en el parque?

—No era guapa —dije y me mordí el labio—. Era guapísima.

Belchite lo pensó unos segundos y sonrió radiante, de forma tan intensa que podría haber volado el techo del departamento con las comisuras de sus labios.

—Tenía un trabajo planeado para ambos —se entusiasmó Belchite—. En la entrada de la biblioteca comunitaria, prepararemos una pared con fotos de desaparecidos. Este es un pueblo pequeño, pero vendrá gente de los condados de alrededor porque somos los más organizados ¿Pueden creerlo?

—Dios mío, es un milagro, que alguien escriba esto —ironizó Darg.

—Trataremos de formar un mapa —continuó explicando Belchite—, una red de búsqueda tanto virtual como física. Hay gente que crea un blog con fotos y datos de NN y otros que imprimen y lo cuelgan en la entrada. Quiero que trabajen ahí. Podrán ayudar a mucha gente a ser feliz de nuevo.

—¡Bien! —accedí feliz, enderezando mi espalda como si la preparara para el peso de la nueva responsabilidad.

Dargavs levantó ambos pulgares, accediendo en silencio, para la sorpresa de ambos. Después de todo, él podía esperar el misterioso mensaje mientras trabajaba con los vecinos.

Belchite sacó ceremoniosamente de su bolsillo un pañuelo violeta como los que usaban los vecinos que compartían alegría. Sentí que alzaba las cejas a la estratosfera, allá donde están los cometas y las estrellas, pero ninguna de ellas podría brillar tanto como mi mirada.

¡Sería una de las personas que no era mezquina con su felicidad! ¡Sería buena persona! Entendí. Estaba claro. Esa era mi misión en el mundo: eliminar el sufrimiento. Compartir tanta felicidad como pudiera. Cogí el pañuelo y lo refugié en mis puños. Así no sería egoísta, me redimiría.

No sería una forastera malvada, sería una ciudadana heroica.

—¡Daré lo mejor de mí! —juré estrujando el pañuelo en mis manos.

—Y a ti Bodie, también te iba a pedir que vigiles a Pripyat ¿Lo puedes hacer mientras trabajas con los registros de fotos? Ella... tuvo una recaída bastante grave.

«¿Qué tan grave fue?» Me pregunté.

—Estaba en el borde de un puente. Se iba a tirar... se tiró.

No imaginé formular esa pregunta en voz alta, me humedecí los labios, incómoda.

—Ah ¿Y por qué él se quiso matar? —inquirí, asegurándome de hablar esta vez.

—Ella —corrigió Belchite—. No sé porque ella se quiso matar, pero al ser una nepente debe creer que tiene razones suficientes. Necesito que la escoltes para hacerse las pruebas, que rejuntes la mayor cantidad de información que puedes de ella y que trates de impedir que se nos vaya ¿Sí?

«Que se nos vaya» Quería que impidiera que alguien se matara, estaba dejando demasiada responsabilidad en mis manos. Chasqueé la lengua, no sabía si tenía madera de guardaespaldas.

—No sé, Belchi, si ella está tan delicada como dices, no creo que una desconocida quiera que la vigile todo el tiempo.

—Lo hará, la convencí de que si se aparta de su escolta irá a un hospital psiquiátrico donde puedan tratarla profesionales.

—¿No sería mejor eso desde un principio? —preguntó Darg—. Si yo estuviera que pasar todo el tiempo con Bodie en lugar de querer vivir, trataría de suicidarme otra vez.

Le enseñé mi dedo medio. Belchite titubeó ante nuestra hostilidad, pero meneó la cabeza y agregó.

—No, los hospitales están colapsados, la verdad es que no pueden permitirse a nadie más... —Meneó la cabeza—. Es mejor no hablar de estas cosas. En los hospitales ya no hay camas o habitaciones. Pero Pripyat no sabe eso, ella cree que podría encerrarla en un hospital y no quiere. Recibirá, al igual que todos los nepentes, atención de psiquiatras en las entrevistas, solo necesitamos que alguien la vigile y la alegre un poco. Es un caso difícil, Pripyat no es una persona amigable.

—¿Entonces la vigilo mientras ella y yo nos hacemos los estudios para ser identificadas? ¿Cuántos estudios son?

—Siete, tres sesiones con un psiquiatra, tres con un doctor y una con un dentista —Alzó las manos—. Ese es el protocolo, pero está en prueba y cada vez que un nepente desee abandonar la ciudad necesitará un permiso del Equipo de Apoyo. Incluso ustedes, que colaborarán con los vecinos.

—No tenía planes de irme a los glaciares de Cancún o las playas del Ártico —se burló Darg.

—Era al revés Darg —le recordé, el pobre lo había aprendido hace unos días en un documental, a diferencia de mí, él también perdió un poco de recuerdos intelectuales—. ¿Por qué deberíamos tener un permiso para salir? —pregunté.

—Es para tenerlos monitoreados.

—¿Por qué quieren tener monitoreados a los nepentes? ¿Acaso creen que todo esto es culpa nuestra? —interrogó Darg, bufando.

Silencio incómodo. El sombrero dejó de girar.

—No sé —respondió igual de desconcertado Belchi—, ordenes de arriba.

—¿Qué arriba? Si no hay presidente —increpé yo.

—Arriba mi polla —rumió Darg.

Belchite se encogió de hombros.

—No sé, fue idea de la policía, dijeron que eran ordenes, los vecinos queremos ayudar a los vecinos, no controlarlos.

El tema de conversación incomodó a Belchite, se caló su sombrero de paja, se puso de pie, plantó su camisa mientras ajustó su corbata y sonrió decaído. Estaba ojeroso. No había dormido bien en los últimos días, se había dedicado completamente a la humanidad y al bien común.

Y ahora quería que metiéramos de nuestra parte, me prometí colaborar, no sabía si por él, por la humanidad o por mí, pero juré intentar ser mejor persona. Ayudar. Las buenas acciones, a veces, no tenían causas. Me pregunté si alguien llegaría a ver sus consecuencias.

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