Capítulo 1

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Una fuerte lluvia caía sobre las inmensas y oscuras calles vacías.

El silencio era escalofriante, excepto por el chapoteo del agua de unas botas al correr.

Una fuerte sirena empezó a sonar alertando a la persona que había acelerado tras oír la sirena. Podía sentir su terror y desesperación por huir.

Las luces de varios coches de policía alumbraron las calles, en las que seguía sin haber movimiento por parte de los habitantes de aquel barrio. Cuando la persona pensó que la alcanzarían y atraparían, alguien agarró su brazo metiéndola de un empujón en una de las casas.

—Debiste ser más cuidadosa, Nora —le reprochó aquel hombre fuerte con unas pocas canas—. Alguien podría haberte visto.

—Pero no lo han hecho, estamos bien.

El hombre desvió su atención al bulto que ocultaba la mujer entre varias mantas.

—¿Una niña?

—Mellizos.

La mujer apartó las mantas dejando ver a dos bebés de probablemente días de edad.

—Uno es chico, sabes lo receloso que se pone el jefe respecto a este asunto, Nora.

—Lo que opine el idiota de tu jefe me da igual, Cristian. Son mellizos, son hermanos, y son mis hijos así que si quiere a la chica tendrá que quedarse con el chico también.

Cristian suspiró sabiendo que era imposible que la mujer cambiara de opinión sobre el asunto.

—Está bien, Nora. Tu ganas, me los llevaré.

Cristian se acercó a cogerlos y Nora dió un paso para atrás precavida.

—Antes tienes que prometerme algo —Nora lo miró seria—. Prométeme que los cuidaras como... si fueran tus hijos, por favor.

—Te lo prometo, Nora. Los protegeré.

Triste, Nora ocultó a los mellizos en una cesta, y se la entregó. Sabía lo que significaba darle a sus hijos, y sabía lo que pasaría cuando la atraparan. Sin perder un segundo, beso la frente de cada uno antes de girarse de nuevo hacia Cristian.

Sin decir una palabra más, Cristian se giró hacia una de las paredes y tras un reconocimiento de huella se abrió una puerta. Entró y se giró hacia la mujer quien seguía parada con lágrimas en los ojos.

—Sabes que hice lo que pude... por salvarla, esta vez no te decepcionaré...

—Lo sé, Cristian.

Tras eso la puerta se cerró dejando todo en completo silencio.




—¡Tres segundos!, ¡vamos!, pareceis tortugas.

Eran las nueve de la mañana, el sol ya golpeaba fuerte en el campo. Las adolescentes corrían lo más rápido que podían, no podían permitirse ser castigadas, no por ese profesor. Se encontraban en un edificio oculto en lo que quedaba de las que una vez fueron unas hermosas calles de Río, Brasil. Ahora, lo que quedaba de ellas servía como escondite y protección para el campus en el que vivían.

—¡Vaya decepción! ¡aquí, ya!

El hombre de gran altura y brazos extremadamente anchos se paseó frente a las chicas que trataban de evitar que las viera respirando con dificultad.

—Tres meses, tres meses de entrenamiento y seguís siendo patéticas, ¡damos la vida por ocultaros, pronto habrá una guerra y ahí fuera nadie se pensará el mataros al instante!

Todas las presentes agacharon la cabeza abochornadas por lo dicho.

—Miraos, escualidas y sin un solo músculo, ¡tres vueltas al campo!

Todas empezaron a correr al instante.

—Menos tú, ¿nombre?

—Issa, señor.

Hacía poco más de tres meses que había cumplido los 18 años. A partir de esa edad se empieza con los entrenamientos, y tu vida cambia drásticamente.

Me llamo Issa, tengo 18 años, soy de procedencia brasileña y española, y estoy en la fase 1, Educación. A partir de los 18 años cada 12 meses pasamos por unas pruebas, si las superamos subimos de fase. Estoy en la primera fase, por lo que si supero las pruebas a final de año subiré a la segunda fase. Hay tres fases, Educación, Belleza y Perfección. Cuando finalizas las tres fases se te concede un cargo importante dentro de la rebelión, o eso nos han dicho, pues la primera generación está ahora mismo en la tercera y última fase, por lo que aún nadie ha superado las tres pruebas, y ha podido asegurarnos que cumpliran con su parte. Nosotras somos la tercera generación, hace poco que ingresamos en la fase 1, por lo que somos las novatas para las demás fases.

—Issa, ¿crees que puedes llegar tarde a mis clases, o es que te crees mas lista que yo como para pensar que no te veré? —me habló el profesor.

Solo he necesitado tres meses para asegurar que este es el mayor cabrón de los profesores. Le gusta humillarnos y reportar en nuestros informes que somos unas "incompetentes" como le gusta llamarnos. No sé si se cree un dios, o si simplemente es un arrogante por naturaleza, pero su forma de actuar y tratarnos a todas es la mayor grosería que hayamos visto.

—Lo siento, señor.

Tuve que tragarme una réplica mordaz sobre el porqué de mi retraso de aproximadamente 1 minuto.

—¿Qué pasa? ¿Estabas pensando en excusarse? —se burló.

Apreté los labios con fuerza sintiéndome impotente a sus burlas y evitando decir algo que me provocase un castigo. Al ver que no decía nada se inclinó hasta estar a dos centímetros de mi oreja. Me tensé.

—Veinte vueltas al campo —susurró bajo mi mirada de sorpresa y rencor—. ¿Necesitas una invitación? ¡YA!

Me giré rápidamente empezando a correr sintiéndome ligeramente abrumada por las miradas de mis compañeras. Algunas me miraban con pena y otras con burla. No era muy sociable con las demás chicas, esa era la razón por la que se podía considerar que era el eslabón débil. En este lugar, si no vas en grupo, estás perdido.

Cuando terminé las veinte vueltas me desplomé en el suelo ligeramente mareada. Ya no quedaba nadie en la sala, hacía quince minutos que el entrenamiento había acabado, pero conociendo al instructor, sabía que si no completaba las vueltas acabaría con un castigo aún más grande.

El sonido de unos pasos acercándose me sacó de mis pensamientos. Me giré con dificultad para asegurarme de que mi instructor no había vuelto para machacarme más. Al ver quien era me relaje y suspiré.

—Menos mal, creía que eras ese loco gigante.

Volví a dejar caer mi cabeza, agotada.

—Me tomaré eso como un halago —rió mientras se sentaba a mi lado.

Me lanzó una botella de agua y se quedó mirándome atento. Me incorporé al instante para beber con desesperación.

—Dios santo, ¿te han dicho alguna vez que te comportas como un cerdo, hermanita? —se carcajeó mientras le fulminaba con la mirada.

—Callate, Isaac.

Issac era mi mellizo, la gente nos decía que Cristian nos trajo, pero que nadie sabía de donde. Nadie parecía saber nada sobre nuestros padres o nuestra procedencia, excepto Cristian, el cual en ningún momento se dignó a contarnos nada. Durante 18 años se limitó a cuidarnos como un padre y a decirnos que no podíamos obtener respuestas por su parte. Cada vez que le pedíamos que nos dijera algo de nosotros nos enseñaba nuestro informe, el cual era bastante simple. Salía nuestro nombre, en procedencia salía desconocida, en nacionalidad española y brasileña, en parientes vivos salía el nombre de mi mellizo, en otros parientes salía desconocido, y en padres, paradero desconocido. También ponía que nuestro tutor legal era Cristian, en mi informe salía en que fase estaba y mis capacidades, en las cuales salía "incompetencia" por cortesía del profesor cabrón.

—¿Eso es un sí?

Le lancé la botella mientras él seguía riendo.

—Eres tan irritante.

—Lo añadiremos a la lista debajo de encantador.

—Definitivamente eso no va debajo de encantador —negué.

Se tumbó a mi lado y ambos nos quedamos en silencio, pensando.

—¿Crees que es cierto? —le miré confusa—. Sobre lo de ahí fuera, ¿de verdad son así?

Me miró. Lo pensé un momento antes de contestar.

—Solo sé lo que me cuentan, Isaac. Sé lo mismo que tú.

Me incorporé y me volví a hacer la coleta mientras le observaba levantarse.

—Debería irme, tengo clases, nos vemos hermano.

Me alejé bajo su atenta mirada y salí de la sala avanzando hacía las habitaciones principales. Isaac y yo no vivíamos en el mismo lugar, eso suponía que no podíamos vernos muy a menudo, pero a pesar de esto, cuando nos veíamos era como si nunca hubiéramos estado separados. Ambos crecimos aquí y hemos vivido aquí desde nuestro nacimiento. No sabíamos mucho del exterior, ni de las personas que vivían en él. En nuestra clase de cultura humana, nos explicaban de forma resumida cómo era el exterior, solo a veces, y nos contaban la historia de lo que pasó y de la creación de El Triato, lo único que conocíamos.

Había tres fases o pruebas; las mujeres supervivientes, traían a sus hijas a El Triato para que valoraran si las hijas eran aptas para la elaboración de la mujer perfecta. Se examinaban sus rasgos, ADN, y se les hacían análisis de salud y muchas más cosas. Lo normal era empezar en la primera fase, se la denominaba "educación" el primer paso y más importante para elaborar nuestra perfección absoluta. Tras educación, estaban belleza y perfección, en el caso de chicas que ya tenían una edad avanzada, dependiendo de sus variables podrían empezar en una fase u otra.

Nuestro objetivo era conseguir alcanzar la tercera fase, perfección, antes de los 19 años. Así que lo más normal y lo mejor, era conseguir estar en una fase en cada edad. A los 17 estar en educación, a los 18 en belleza y a los 19 en perfección, era lo común. Igualmente, llegar a la última fase no te garantiza el haber completado tu entrenamiento. Por lo que sabíamos, nadie nunca había pasado de la tercera fase, y por el momento, solo habían existido tres generaciones, nosotras éramos la tercera generación. La segunda generación fue la que acabó peor, decidieron que ellas serían las primeras en interaccionar con los humanos del exterior y en intentar encontrar la paz entre nuestras formas de vida. En mi generación, había oído rumores de que la segunda generación se usó como un intento de paz que no tenía asegurada la supervivencia de todos, además fue la primera y única generación en la que metieron también a chicos en el equipo. Muy pocos de ellos sobrevivieron, y ahora, es la generación menos sólida y se cree que ninguno de los supervivientes podrá pasar el próximo año a la tercera fase.

Me entristecía pensar en esos adolescentes a los que condenaron. En estos tiempos, cualquier vida era importante, y mucho más ahora, que la situación había empezado a volverse más crítica para nosotras, no podíamos prescindir de nadie.

Entré corriendo a la clase aliviada de que no hubiera empezado. Noté la mirada de algunas de las demás chicas, quienes debían de estar fijándose en lo sudada que estaba. No era muy apropiado el estar sucias, por eso, tras los entrenamientos, debíamos tomar una buena ducha y cambiarnos la ropa deportiva a una más formal. En mi caso, gracias a las veinte vueltas graciosas que tuve que darme, no me había dado tiempo a ducharme ni a cambiarme.

El sonido de la puerta al cerrarse me indico que el profesor ya había llegado. Necesitaban a los más experimentados para expediciones o reuniones de importancia, así que habían decidido que los adolescentes, chicos, por supuesto, que tenían la suficiente experiencia como para enseñarnos, los sustituyeran indefinidamente. La mayoría eran de puestos altos e importantes, los que se habían ganado su puesto con trabajo duro y ahora servían a la causa. Todas nos levantamos a la vez al verlo llegar.

—Madre mía... —suspiró—. Vale a ver, voy a ignorar el hecho de que acabáis de levantaros en sincronización, y diré que en mi clase, lo evitaremos.

Todas nos miramos entre sorprendidas y confusas sin saber qué hacer. Él nos observó detenidamente a cada una mientras se frotaba la sien.

—Bienvenidas a Cultura humana, mis clases van a ser diferentes, no las haremos aquí, vamos a...

Se interrumpió cuando vió como la mayoría levantaban la mano, aún todas de pie. Se notaba que no era muy profesional, no podíamos sentarnos hasta que no nos lo ordenara, ¿no era obvio?

—A ver, tú, la del fondo.

Señaló a una chica del fondo, de pelo rubio y ojos verdes.

—¿Disculpe Señor, entonces dónde haremos las clases?

El "profesor", pues si te fijabas no tenía para nada pinta de uno, pareció levemente irritado, se tapó la cara con ambas manos mientras soltaba un sonoro suspiro.

—Señor... —negó—. Me llamo Luca, y es así como prefiero que me llaméis.

A pesar de las caras confusas de las otras, le miré con curiosidad.

—Bien, seguidme.

Todas le seguimos en las posturas educadas que nos habían enseñado y dicho que debíamos hacer. Bajamos por unas escaleras hasta un sótano que no habíamos visto antes, abrió una puerta y todas nos quedamos impresionadas por lo que veíamos. La habitación era enorme, llena de plantas y seguramente objetos que usaban en el exterior. Aquí, habíamos avanzado mucho más en la tecnología debido a que, la rebelión, estuvo durante más de 20 años ocultándose del exterior, por lo que todos esos objetos comunes y viejos no eran lo normal para nosotras.

—Este es el invernadero de la sección, las plantas consiguen llevar todo el flujo de oxígeno por esos conductos de ahí —señaló.

Nos giramos a ver lo que señalaba, viendo unas enredaderas que se colaban por los tubos que había.

—Por ser la primera clase, os dejaré simplemente curiosear.

Empecé a andar cuando noté que mis compañeras hacían lo mismo, y me colé entre unos troncos para tener una mejor vista. Era una especie de bosque, como si hubieran construido el edificio justo encima y hubieran conservado el núcleo. Oí el crujido de una rama y me giré al instante para alcanzar a ver un pequeño conejo blanco que disfrutaba comiendo entre los arbustos. Me agaché instintivamente y me acerqué despacio para no asustarlo. Tras un rato viéndolo alguien imitó mi acción y se situó a mi lado. Estaba a punto de girarme y decirle a esa chica que me dejará en paz cuando al girarme ví a Luca. Sorprendida, di un pequeño paso hacia la izquierda al notar su cercanía.

—Tienes buena vista si has conseguido verlo, pero no te servirá de nada si haces tanto ruido.

Me susurró ignorando mi acción anterior y sin mirarme. Por alguna razón, el que me llamará torpe me irritó.

—Si tanto ruido he hecho, ¿por qué sigue aquí el conejo?

Giró su cabeza para mirarme al notar la irritación en mi voz y me sonrió con burla.

—Esta coneja —recalcó coneja—. Se llama Lila, es la más vieja de aquí, además de estar completamente sorda.

Chasqueé la lengua, ahora aún más irritada y traté de ignorarlo.

—No lo tomes a mal, tampoco esperaba que supieras acechar a un conejo el primer día.

Me giré a verlo, ahora más confusa que irritada.

—¿Porque iba a querer acechar...?

El sonido de una fuerte sirena me interrumpió. Luca se incorporó rápidamente y yo le imité un tanto asustada. Él me miró bastante sorprendido.

—Quédate aquí.

—Pero...

—Lo digo enserio, novata, quédate aquí.

Salió corriendo por la puerta, cerrándola desde fuera, sin darme tiempo a volver a protestar. Frustrada, busqué algo alrededor que pudiera usar. Al otro lado de la sala encontré un extintor, sonreí y corrí para cogerlo. Cuando estaba a punto de alcanzarlo una figura vestida de negro bajó del techo.

Asustada, retrocedí y me tropecé.

—Señor, tenía razón, tengo un grupo numeroso

El hombre de negro habló desde un interlocutor que tenía en la oreja. Me giré para ver que las demás chicas estaban igual o más asustadas que yo. Empecé a retroceder como pude, arrastrándome de espaldas.

—¿A dónde te crees que vas, niña? —se burló mientras se acercaba.

Desesperada, busqué algo con lo que escapar de él. Justo cuando fue a agarrarme rodé sobre mi cuerpo provocando que él cayera, me incorporé rápidamente y cogí el extintor. Nada más tenerlo en las manos comencé a correr de la forma más rápida que había corrido en mi vida, agradeciendo mentalmente a mi instructor por esas veinte vueltas.

Al llegar a la puerta, rompí el pomo tras tres fuertes golpes y salí corriendo sin pensarlo. Mi mente seguía en blanco, no sabía a dónde ir o a quién acudir. Frené en seco al oír los gritos de mis compañeras. Incapaz de dejarlas ahí solas, corrí de vuelta. Al entrar ví ahora a diez hombres por lo menos, todos de negro. Se estaban llevando a todas mientras ellas intentaban huir. 

Distinguí a la chica que había hablado cuando estábamos en clase con Luca, luchando por huir del agarre de uno de los hombres. Agarré una barra de metal que encontré en el suelo y golpeé la cabeza del hombre que estaba sujetando a la chica de antes, dejándolo inconsciente, o al menos, eso esperaba.

—¿Estás bien? —pregunté agitada.

—¡Si!

Recogí la barra de metal y me dispuse a ayudar a otra chica que pateaba desesperada al hombre.

Tras otro golpe con la barra, la chica consiguió liberarse, quedaban muy pocas y ya estaban perdidas. Nos colocamos en la entrada en una posición defensiva por si nos atacaban. El último hombre, nos miró fijamente para después marcharse dejando todo en silencio de nuevo.

En ese momento fui consciente de que había dejado inconsciente a un hombre y a otro... que no estaba segura de si respiraba. Toqué mi cuello y descubrí un corte en la zona derecha, que sangraba. Miré a las otras dos chicas, quienes me observaban aún perplejas.

—Tenemos que buscar a alguien.

Ambas asintieron mientras me observaban recoger la barra de metal.

Caminamos por los pasillos vacíos durante más de 15 minutos. Cuando pensamos rendirnos y pensar en la posibilidad de que se los hubieran llevado a todos, oímos unos disparos. Todas alerta, aceleramos el paso hasta correr hacia los ruidos.

Al llegar, la escena era violenta, personas de negro y de nuestro bando luchaban entre ellas, algunos disparaban mientras otros se golpeaban o trataban de clavarle un cuchillo a su oponente. Distinguí la cabellera azabache de Luca y corrí sin pensarlo. Tenía a un hombre encima que trataba de clavarle una navaja bastante grande en el cuello, y por lo que se veía, Luca no iba ganando.

Siendo la tercera vez en el día, golpeé su cabeza con la barra, esta vez siendo más cuidadosa de mantenerlo vivo pero inconsciente.

Luca se incorporó sorprendido y me miró para luego mirar al hombre que unos segundos atrás, estaba tratando de matarle.

—¿Esto es lo que haces cuando digo que no hagas nada...? —miró el cuerpo para volver a mirarme confuso—. ¿Ir por ahí golpeando cabezas con una barra de metal?

Sonreí al notar la gracia en su voz y supuse que era su forma de darme las gracias. Pero prefería sacar las palabras de verdad.

—Es mi hobby preferido, da gracias a eso, te he salvado la vida.

Rió negando con la cabeza.

—Bien, tú ganas. Gracias, Issa.

—Espera... ¿cómo.... sabes mi nombre?

Luca se cruzó de brazos y me sonrió orgulloso de saber algo que yo no conocía.

—Todo el mundo te conoce, Issa. Podría decirse que eres un tema de conversación... común.

—¿Qué... pero...?

—Además conozco a tu hermano, soy más mayor que él, por eso he podido ver su entrenamiento y progreso.

Agaché la cabeza avergonzada, incapaz de decir algo.

—Fue un honor cuando me dijeron que daría clase a la gran Issa, la chica más irritante que puedas conocer —soltó con ironía.

Fruncí el ceño y él se rió.

—¿Irritante? Eso diselo a mi instructor, menudo gilipo...

—Bien, suficiente, luego dirán que soy una mala influencia.

Levantó los brazos en señal de rendición mientras se reía.

—¡Issa!

Me giré para encontrar a mi instructor viniendo hacia nosotros. Parecía bastante cabreado, y eso no era bueno.

—Hablando del rey de Roma —murmuró Luca.

—¿Se puede saber qué narices ha pasado y porque de diez chicas ahora solo tengo tres?

Todas las personas que estaban alrededor dejaron de hablar al oír las palabras de mi instructor, podía notar sus miradas horrorizadas junto con la sorprendida de Luca. Agaché la cabeza abochornada al oír tal cantidad de chicas perdidas.

—Yo... unos hombre de negro aparecieron en la sala, se las llevarón... —agaché la cabeza sintiéndome culpable por lo que había pasado.

—¿Y cómo es que vosotras tres estáis aquí? 

Gruñó mi instructor con desconfianza.

—Yo fuí la primera en ver a uno, conseguí escaparme y abrir la puerta. Cuando escuché los gritos de las demás volví, encontré una barra de metal y golpeé a dos de ellos, no pude hacer nada por las demás. —Respondí con sinceridad. 

Las personas de alrededor seguían mirándome horrorizadas. Opté por hacer contacto visual con Luca, quien me miraba serio y sin expresión.

—Deberiais haber muerto con ellas —gruñó mi instructor.

Retrocedí en cuanto se acercó colocando una mano en su pistola. Sin tener tiempo de ver lo que ocurría, mi instructor ya me estaba apuntando con la pistola y para mi sorpresa Luca le apuntaba a él.

—Baja esa arma, Roi, o te juro que te vuelo la cabeza.

Mi instructor, es decir Roi, apretó la mandíbula ante la amenaza de Luca.

—No es justo, no es justo que ella viva y las otras no —gruñó, apretando el arma con fuerza.

Luca se acercó más a él hasta poner la punta de la pistola en su cabeza.

—He dicho que bajes el arma, no me obligues a repetirlo.

—Una de las chicas a las que dejaste morir era mi hija —dijo Roi mirándome, antes de bajar la pistola y darse la vuelta para irse.

—Lo intenté, de verdad que lo intente.

Roi se paró en medio de la salida y sin mirarme dijo

—Pues no fue suficiente.

Y sin más se fue.















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