Capítulo 2: Bastarda.

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Atarah irrumpió en el despacho de su padre. Pudo notar que este era grande, mucho más grande que sus aposentos en aquel castillo.

—¿Me ha mandado llamar, Lord Lannister? —arrastró las palabras con cierto aburrimiento.


Tywin Lannister ni siquiera levantó la mirada del pergamino, remojó la pluma y siguió escribiendo. Cuando pareció que había pasado un siglo, dejó la pluma aún lado y se irguió en la silla. Se veía mucho más corpulento de lo normal y tenía más canas de las que había visto la última vez.

—Te mandé a llamar porque mis hombres me informaron que desembarcaste en Lannisport, ¿pensabas llegar y no saludar a tu padre?

Atarah no se sintió muy contenta con esa pregunta, ¿ahora si era su hija?

—Eran mis planes —le dijo con cinismo agrio—. Pero parece que fallé en mis planes.

Una vena se marcó en el cuello de Tywin, pero además de eso, no hubo ningún cambio en su semblante.

—Ya veo —dijo con expresión de hierro, sin demostrar nada de sentimientos. Atarah no se dejó doblegar por su expresión fría. Ella podía ser el doble de fría de lo que podía serlo él—. Si es así, imagino que quieres marcharte de las tierras de Occidente lo más rápido posible.

—¿Insinúas qué quieres que me marche?

—No —dijo mientras volvía a escribir en el pergamino—. Insinúo que no eres de estar en un lugar por mucho tiempo.


Atarah se tensó en la silla que llevaba recostada por largos minutos.

—Tienes razón. No suelo quedarme en un solo lugar —repitió lo que dijo—. Así que, padre, ¿a qué se debe tu llamado? Dudo mucho que solo quisieras una reunión familiar.

Apoyó los brazos en el escritorio y recargó su cabeza encima de sus brazos. Le regaló una mirada cargada de inocencia a su padre que ni ella misma se tragó.

—Lord Arryn a muerto.

Dejó de jugar con los objetos de la mesa, para después mirar a su padre, quien la miraba con ojos evaluativos. Había cierta suspicacia en sus ojos.

—¿Y eso en qué me concierne? —preguntó con aburrimiento, sin revelar nada de lo que sentía.

Tywin Lannister le echó una mirada evaluatoria.

—Tu hermana a intentando convencer a Robert de volver a Jaime su nueva mano del Rey, por supuesto que dejando sus votos como capa blanca —Atarah alzó una de sus cejas mediante el anciano seguía hablando—. Incluso me a postulado para ocupar el cargo, pero el Rey ya tomó su decisión.

Atarah apartó la mirada de una pluma que había estado sosteniendo y la enfocó en Tywin, quien seguís mirándola con atención.

Detestaba que la mirara así, como si fuera una niña que necesitaba de su guía y de sus órdenes de mierda.

—Marcharán al Norte en dos semanas y más te vale estar en la comitiva del Rey.

Atarah no le dio importancia a su amenaza, pero debía admitir que ir al Norte era una idea tentadora.

Era el único lugar que le hacía falta por recorrer.

(…)

Atarah estaba lista para partir.

Había empacado todas sus pertenencias (no más que dos baúles, si es que menos) y había ordenado a sus hombres que se estuvieran listos para empezar la marcha.

Los hombres cargaban grandes baúles, subían la comida en las carretas que llevarían en el viaje hacia Desembarco del Rey y preparaban sus caballos para el largo viaje.

—Subid otra docena de barriles de vino dornish —ordenó al capitán de su guardia, Ser Lancet.

—Como ordenéis, mi señora.

Lancet se retiró a seguir gritando órdenes mientras Atarah se limitaba a mantenerse de pie en los escalones de la fortaleza de Lannisport. Un castillo amurallado y con torres esbeltas y redondas. La construcción estaba hecha de piedra liza y cincelada con leones rojos rugientes que mostraban sus grandes colmillos, y si ponías la suficiente atención, cuando el sol se ponía, parecía que la piedra brillaba como el oro.

Atarah sospechaba que estaba hecha con polvo de oro, mostrando así lo rica que podía ser la ciudad y la familia Lannister de Lannisport.

Sin sorprenderse mucho, un joven de increíble cabello rubio, liso y largo se precipitó a su encuentro.

Lambert era un Lannister a toda regla. Era guapo, alto y levemente musculoso para su corta edad. El joven no podía tener más de quince días del nombre, pero parecía estar sumamente encantado por la presencia imponente de Atarah. Lo cual parecía ser una novedad, agregando que ella solo era una bastarda del viejo León de la Roca.

—¡Lady Atarah! —exclamó con júbilo, parecía estar feliz de llegar antes de su inevitable marcha— Os he estado buscando por todo el castillo.

Atarah evitó mencionar que había estado la última hora en el patio, ayudando con las carretas.

—Lord Lambert —asintió en su dirección en forma de respeto, sin tomarle mucha importancia a su presencia e ignorando su atrevimiento al llamarme «Lady»—¿A qué debo vuestra imprescindible presencia? —preguntó con una sonrisa de lado, obviamente burlándose de su anterior afirmación— Perdonad mis ropas, pero como verá, no he tenido tiempo de vestirme como se es debido.

Lo retó con la mirada, incitándolo a decir algún comentario mordaz de su vestuario, pero aquello solo pareció darle más fuerzas a sus siguientes palabras.

—No os preocupéis por tratar de verse bien ante mi. Aún con harapos, vuestra belleza no puede ser eclipsada —le envió una sonrisa de dientes, mostrando sus colmillos como un león, aunque no parecía más que un cachorro.

—Me alagáis —le contestó tratando de regalarle una sonrisa, pero solo logró esbozar una mueca—. Pero ambos sabemos que no está aquí para adularme. Decidme a lo que a venido y después podréis seguir con vuestras galanterías.

Lord Lambert se puso colorado, tanto que hasta sus orejas se pusieron de un pigmento rojizo. Sus mejillas se colorearon de carmesí y le lanzó una mirada asombrada.

—¿Cómo sabíais a lo que había venido? —preguntó dudoso.

—De la misma forma que sé la razón por la que te habéis acercado —lo observó de reojo—. Así que decidme, ¿qué es lo que preguntará?

Hubo una pausa. Ambos se limitabamos a observar como los soldados se movían y gritaban mil improperios para poder subir las pertenencias.

—Mi padre... —empezó a hablar con duda— Él creé que sois más valiosa de lo que se aparenta. Mencionó algo de que vuestro padre mataría con tal de tenerla en su resguardo —la miró con cierta duda— ¿Eso es cierto? ¿Tywin Lannister entraría en guerra por su bastarda?

Atarah no se erizó, ni se inmutó ante sus palabras. En un pasado tal vez hubiera reaccionado como todo bastardo haría a esas palabras, pero ella no. Ya no.

No más.

—No —le dijo, sabiendo que mentía en cada palabra que soltaba—. Tywin Lannister no quiere ni a sus hijos legítimos, ¿por qué querría a su bastarda? ¿A su mayor vergüenza?

Lobert pareció relajarse.

—Oh..., en ese caso...

—Si es todo lo que preguntará, debo retirarme. Nos espera un largo viaje a mis hombres y a mí. Hasta pronto, Lord Lambert —sentenció para después avanzar y dejarlo atrás con las palabras en la boca.

¿Cómo se atrevía a ondar en su pasado? ¿Cómo osaba pronunciar el nombre de su padre, un hombre vil y desalmado?

Aún sabiendo esto, Atarah sabía que había mentido. Había dicho que el viejo león no lucharía por ella, que no intentaría recuperarla cuando en realidad que lo haría. Pero no por las razones que todos creían.

¿Amar? No.

¿Poder? Claro que sí.

Tywin Lannister no podía amarse ni a sí mismo, y Atarah lo sabía mejor que nadie.

(…)

Cuando ya estaba todo listo, Atarah ordenó a un mozo de cuadra que trajera su caballo. Un hermoso semental negro de pelaje suave, tibio y liso.

No necesitaba ayuda de nadie, así que hundió sus botas en la grava y se precipitó a la montura, dio un golpe a las espolas y el caballo emprendió su marcha.

El viaje había iniciado.

Y vaya que sería largo.

No duró más que una semana en llegar a Desembarco del Rey. Solo se habían detenido a comer y beber agua, alimentar a los caballos y deshacerse de los carroñeros y violadores con los que se topaban (los cuales no eran muchos desde que Tywin Lannister era el señor de Occidente). Se divirtió mucho cazando a esas alimañas que hacían lo que sea para ocultarse de los hombros Lannister.

Cuando llegó a la Fortaleza Roja, era medio día y su hermano Tyrion la esperaba. Desmontó y se agachó para darle un abrazo a su hermano.

—Hermano.

—Mi pequeña hermana a llegado —dijo con una sonrisa tensa, era demasiado listo para su propio bien— ¿Y a qué se debe esta llegada?

—Os contaré todo cuando haya descansado y bebido del vino que tanto presumes en tus cartas.

La sonrisa de Tyrion se ensanchó.

Al ser una bastarda y nada más que un soldado, no había nadie más esperándola, pero Atarah no pudo evitar decepcionarse cuando no vio ni siquiera a Jaime, uno de sus hermanos mayores. Ciertamente, que Cersei no estuviera allí ya se lo esperaba. Ella solo expresaba su cariño hacia ella en privado. Ante los extraños solo eran medias hermanas. Un soldado y la Reina. Así de simple.

Atarah no dejó que nadie viera su amargura e hizo una seña a Ser Lancet para que ayudara a bajar todo lo que habían traído desde las ciudades libres. Eran más de 100 guerreros, todos con monturas y armados. Cuando se había retirado de Casterly Rock, su padre le había cedido otras 50 huestes. Una demostración de poder para los norteños, sin lugar a dudas.

—¿Vamos? —le preguntó Tyrion y ambos marcharon al castillo.

Después de llegar al Trono de Hierro, presentarse ante el Rey y mostrar sus respetos, el mismo Rey le había sedido los aposentos que solía usar cuando llegaba a la capital (lo cual no era muy seguido).

Lo primero que hizo al llegar fue ordenar a las sirvientas que le prepararan un baño, y cuando este estuvo listo, empezó a tallar su cuerpo lo mejor que pudo. Estaba llena de fango, sudor y algunas manchas de sangre. El cabello estaba grasoso, así que cuando lo lavó y secó, fue casi una liberación.

—La Reina la espera en sus aposentos, Lady Atarah —le avisó una joven sirvienta que la había estado ayudando a desempacar sus cosas.

Atarah dejó salir un bufido mientras se cepillaba el cabello, ese «Lady» cada vez le agradaba menos.

—Decidle que cuando esté lista iré a saludarla.

La joven no dijo nada, solo asintió, hizo una reverencia y se retiró.

Cuando estuvo completamente sola, Atarah pudo verse al espejo con mayor decisión. Estaba levemente bronceada por los entrenamientos, como desde hace años, las cicatrices surcaban su cuello y brazos dándole cierta rudeza, y porque no, algo de sensualidad. Sus ojos eran tan esmeraldas como los de sus hermanos, pero mucho más oscuros. Tal vez por todas las cosas que había visto a lo largo de su vida. Su cabello rubio cual sol, rizado y largo, le caía suelto y desordenado. Tan típico de los Lores de Occidente.

Parecía una Lannister.

Atarah apretó los dientes y alejó su vista del espejo. La clavó en su baúl y decidió que era momento de vestirse para ver a su hermana. Dejó caer la bata que la rodeaba y se colocó ropa ajustada. No usaba vestidos, no le gustaban y no eran aptos para una guerrera.

Cuando se ayó a sí misma lista, marchó al encuentro con su hermana. El transcurso fue lento y silencioso, los aposentos reales estaban al otro lado del castillo. Cuando llegó habían dos capas blancas apostillados a cada lado de las puertas, tan inmóviles y alertas como se esperaba que fueran.

—Vengo a ver a la reina. Ha pedido mi presencia —dijo sin dejar de mirar hacia adelante. Sin decir nada, ambos caballeros abrieron las puertas y le dejaron el paso libre.

Adentro era diferente al exterior. Se sentía un clima mucho mas fresco, levemente perfumado por flores que su hermana solía adorar, tan dulce, que la hacía querer estornudar.

Era diez veces más grande que sus aposentos en la corte, y tal vez mil veces más lujoso y cómodo. Tenía tapices de mujeres hermosas, con cabello rubio y exuberantes ojos verdes. Atarah tardó en darse cuenta que aquellas pinturas eran de Cersei, pero mucho más glamurosa de lo que solía estar. Mucho más esbelta y delgada, con piel cual porcelana y enormes ojos leoninos.

—Atarah.

Se dio la vuelta y allí estaba su hermana, tan hermosa como siempre. Sus ojos la recorrieron de arriba a abajo, tratando de recordar a esa chiquilla de quince años que se había marchado con la idea de buscar aventuras.

Estaba mucho más hermosa, con unos enormes ojos color esmeralda, pestañas rizadas y cuerpo esbelto. Cintura pequeña, caderas anchas y pechos grandes. Ya no era una niña, ahora era una mujer.

—Cersei.

Hubo una pausa en la que ambas mujeres guardaron silencio. Cersei casi dejó salir las lágrimas que había estado conteniendo desde que se enteró que su hermana estaba en la corte, pero se obligó a retenerlas.

—Estás tan grande —susurró mientras se acercaba con pasos rápidos.

La estrechó en sus brazos y fue allí cuando Atarah pudo respirar con normalidad. Aquel abrazo era dulce, delicado y lleno de amor. A veces, se preguntaba si así se sentiría el cariño de una madre, el dulce néctar del amor maternal.

—No habéis cambiado en nada —le dijo Atarah cuando se terminó el abrazo y la condujo a un sillón en el que ambas tomamos asiento.

—Pues tu habéis cambiado mucho. Ya eres toda una mujer —le dijo Cersei con aquel timbre dulce que solo reservaba para sus hijos, aunque no parecía darse cuenta de este hecho.

—¿Habéis notado la armadura? —le preguntó con emoción— Me la ha enviado Jaime por mi décimo séptimo día del nombre. Y ya la usé en batalla —dijo con orgullo.

No había notado que estaba tratando de hacerla sentir orgullosa, pero la idea de que su hermana notara lo fuerte que se había vuelto, la hacía estar en las nubes.

La sonrisa de Cersei se contrajo, pero no la perdió en ningún momento.

—¿Qué hay de los vestidos que ordené que te llevaran? —le preguntó.

Atarah hizo una mueca al recordar aquellos vestidos. No es que no agradeciera el esfuerzo de su hermana, solo que no soportaba la idea de colocarse uno. La hacían sentir vulnerable.

—Son hermosos —afirmó, recordando los colores rojo, verde y dorado que decoraban las prendas—. Pero sabéis que el rojo y el dorado no son mi color. No puedo usarlos.

Cersei bufó.

—Es lo que menos importa. Son solo vestidos.

—Pero los demás no lo ven así —explicó removiéndose en su sitio—. Sabes que nadie pondrá buenos ojos, será una ofensa para la casa Lannister.

—A padre no le importará —Insistió la mujer.

—Pero a mi sí.

Hubo una pausa en la que ninguna quiso decir nada. Atarah notó como su hermana crispaba los dedos y ella se encargó de tomarlos entre sus manos. Se levantó del sillón y se arrodilló ante su hermana obligándola a mirarla a los ojos. La decisión brillaba en ellos.

—Debéis tener bien presente que el color rojo y dorado no son mi color, mi estandarte no es el león dorado, mi lugar no es entre los Lannister. Soy una bastarda, una hija natural del Guardián del Occidente. Mi nombre no resonará en los Siete Reinos, no me casaré con un gran Lord, ni el más bajo de ellos. No tengo tierras, ni hogar. No seré recordada por tener hijos que se volverán caballeros, ni grandes Lores —le dijo con dureza y convicción—. Y el día en que yo muera, no importará porque solo soy la bastarda del León de la Roca.

Los ojos de Cersei brillaron con lágrimas, no de dolor, si no de furia. Estaba furiosa porque su hermana no aceptaba lo que era, una Lannister.

—Eres más Lannister que cualquier otro —aseguró la reina—. Mucho más.

Atarah sonrió con tranquilidad, apretó las manos de su hermana entre las suyas y se dejó caer en el sillón sin la misma tensión que en el inicio.

—No para los demás.

Si tan solo supiera lo que el destino tenía para ella.

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Pregunta del día:
¿De qué país son? Yo soy de México :)

Atte.

Nix Snow.

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