Capítulo 3: Corte del Rey.

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Esa misma tarde para su desconcierto, fue invitada a comer con los Reyes y príncipes.

Esta vez fue obligada por su hermana a colocarse un vestido -para su mala suerte-, aunque no había logrado convencerla de colocarse aquéllos vestidos Lannister, como había decidido llamarlos.

-No lo haré -Había dicho con el ceño profundamente fruncido-. Prefiero ir con mi ropa normal.

Pero allí estaba, con un vestido vaporoso y esponjoso entre sus piernas, un peinado intrincado con millares de trenzas y una cara de los mil infiernos.

-No pongas esa cara -La regañó su hermana, pero solo había logrado que se molestara más consigo misma al no lograr que la dejaran con sus antiguas ropas.

-Estúpido vestido -murmuró cuando casi tropieza con los pliegues, Cersei la miró como un cachorro y la tomó del brazo para que no tropezara.

-A veces olvido lo torpe que eres con vestido -dijo la reina mientras las guiaba por el pasillo que daba entrada al comedor real-. Sois tan valerosa con espada y armadura, pero con un vestido eréis más pequeña que una septa en un bosque de dioses.

-No sigáis -refunfuñé-, a la próxima no me dejaré convencer. Éstos harapos son incómodos.

-Silencio -La regañó y no tuvo más opción que callarse ante el mandato de su hermana.

Cuando llegaron al comedor, ya estaban los dos príncipes más pequeños. Myrcella estaba tarareando mientras tomaba uno de sus mechones dorados, mientras que Tommen tenía un pequeño gato entre sus piernas.

-¡Tía Atarah! -exclamaron con sorpresa y alegría cuando la vieron entrar del brazo de su madre, se pusieron en pie y corrieron a su encuentro.

Ignorando el malestar del vestido y sintiéndose verdaderamente feliz desde hace mucho tiempo, se soltó del agarre de la reina y corrió al encuentro de ambos sobrinos.

Se arrodilló sin importarle el chillido de desacuerdo de Cersei y cargó a ambos. No era difícil, era fuerte y podía soportar ambos pesos por horas.

-¡Mis dos pequeños leones! -exclamé- ¡Habéis crecido tanto! ¡Cuando me fui eráis unos pequeños cachorros de león!

Ambos hermanos rieron y se pegaron a su tía como dos sanguijuelas.

-Atarah -La regañó la reina cuando se ayó sentada en su asiento.

Atarah rodó los ojos.

-Sentadse, pequeños príncipes -dijo cuando los soltó-. O vuestra madre pedirá mi cabeza en una pica.

Ambos niños rieron. Sabían que su tía bromeaba, Cersei jamás podría atacar a su hermana, al menos, no de otra forma que no fuera verbal.

Los ojos de Atarah se toparon con otros verdes que se hallaban a un extremo del comedor real. Sus ojos expresaban curiosidad, incluso expectación por lo que sucedería a continuación, pero no hizo esfuerzo alguno para decir o hacer algo.

-Joffrey, mi príncipe -Hizo una reverencia sabiendo que su sobrino mayor era muy especial en cuanto al respeto y los halagos-. Hoy os ves excepcionalmente apuesto.

Joffrey sonrió de lado e hizo un ademán con las manos, dando a entender que estaba satisfecho.

-Tía... -arrastró la palabra, como si le costara decirlo. Atarah se dió cuenta que Cersei no había dejado de ver a su primogénito con los ojos entrecerrados-...que alivio el que hayas llegado. El tío Jaime creía que había tenido ciertos problema para llegar, ¿a qué se debió su tardanza?

-Joffrey -Lo regañó Cersei por sus palabras despectivas.

Atarah le restó importancia.

-Estuve buscando el regalo perfecto para cada uno de mis sobrinos -Le guiñe el ojo y pareció funcionar, porque sus ojos brillaron con una emoción que intentó ocultar, pero ella ya lo había atrapado-. Sé como les gustan los regalos costosos, así que me tomé el atrevimiento de comprarles un par de cosas curiosas que encontré en mis muchos viajes -Les sonreí.

-¿Qué cosas? -preguntó una Myrcella curiosa.

Atarah le hizo una seña que inspiraba misterio.

-Después del desayuno, deberán ir a los jardines de su madre -les dijo-. Allí les daré sus regalos.

-¡Sí! -exclamó Tommen, su sonrisa tierna le derritió el corazón- ¡Tal vez sea una estrella de mar!

-¡O un colmillo de tiburón!

-¡Tal vez una legendaria daga mágica!

-O la cabeza de un marinero errante.

-Joffrey, sabes que detesto que uses esas palabras -Cersei lo regañó cuando vió como sus hijos menores se quedaban callados, impactados sobre lo que decía su hermano.

-Me gustaría replicar el respecto -Atarah tomó asiento en la silla que supuso que era para ella, al otro extremo de su hermana-. La cabeza del marinero errante, me temo que se quedó en el mar.

-Atarah... -empezó su hermana.

-No te preocupes, hermana mayor, me deshice de él antes de que pudiera hacerme daño -dijo mientras miraba fijamente los ojos de su sobrino, sabía que no podía mostrar debilidad ante él. Joffrey Baratheon no aceptaría la debilidad que esperaba ver en ella-. Le abrí la garganta y lo dejé caer al mar.

Y mientras decía todo esto, Atarah vió como los ojos de su sobrino se abrían sorprendidos, pero incluso así pudo ver su emoción.

-Mientes.

-¿Parezco una mentirosa?

Hubieran seguido hablando, pero las puertas fueron abiertas con estrépito y un gruñido peculiar llegó hasta sus oídos, desviando su atención a donde todos miraban.

-¡Atarah Colina!

Los ojos de la bastarda calleron en unos azules bebé, que la miraban con euforia.

Se puso en pie con respeto.

-Su Majestad -hizo una reverencia, lo más elegante que pudo. Se imaginó en su ropa de siempre, sin tener que usar ese vestido costoso y poco práctico, hubiera preferido mil veces sus botas malolientes y sus pantalones de cuero-. Es un honor verlo de nuevo.

-¡Deja las formalidades atrás, cuñadita! -Y la abrazó con tanta fuerza que creyó que un hueso se le clavaba en las costillas. La punzada de dolor se fue en cuanto la bajó. A veces no entendía como es que logran agradarle a la gente menos inesperada, incluyendo a su hermana- ¡Tantos años que han pasado! Creí que habías sido devorada por el mar humeante, niña.

-Lamento haberlo preocupado -sonrió con sorna, casi arrogante. En esos momentos parecía más Lannister que nunca-, pero sabe que me gusta explorar lo inexplorado.

-Ya veo -El Rey tomó asiento y todos tomaron sus lugares de nueva cuenta.

Atarah notó la mirada fría que Cersei le echó a su esposo. Entendía el porqué, así que no podía evitar sentirse mal por su adorada hermana. Su esposo nunca le ponía la atención requerida; aquello debía ser un matrimonio tormentoso. Sin embargo, se sentía aliviada de no tener que pasar por algo similar.

-¿Y qué has visto? -preguntó el Rey.

Sabía que el Rey no era feliz liderando todo un reino, detestaba su propio puesto y prefería hacer otro... tipo de actividades que sentarse en el trono de hierro a liderar a los suyos.

-Todo tipo de cosas -aseguró Atarah-. Krakens del tamaño del más grande de los barcos, tritones con colas enormes y escamas coloridas y oscuras, viudas con las vaginas podridas de enfermedad... incluso unos cuantos mercenarios que dicen ver el dios de la guerra en medio de la batalla, exigiendo las vidas de sus enemigos.

La risa del Rey no se hizo esperar y Atarah solo se limitó a sonreír con sorna.

-¡Siempre fuiste la Lannister más graciosa! -exclamó mientras reía a carcajada suelta. Cersei hizo una mueca de asco al ver las migajas en la larga barba que trataba de cubrir la papada de su esposo- Tus historias siempre son las mejores.

Evitó decir que no eran historias que inventaba, sino que cosas que en verdad le habían sucedido. Pero si decía algo, lo más probable es que la empezaran a conocer por ser la bastarda Lannister que se volvió loca.

Prefería conservar su título de mercenaria.

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Atte.

Nix Snow.

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