Veintiuno

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— ¿Qué te ha parecido?— Wanda preguntó, mordiendo su labio inferior y mirando a Howard como si fuera una niña después de haber cometido una travesura. El hombre negó, resignándose a la naturaleza de su amiga; algo irritado por el momento repentino, sin embargo no con ella. Aún se mantenía preocupado luego de lo sucedido esa tarde y algo escandalizado por la poco efectiva seguridad ciudadana.

Howard restregó su rostro para tratar de enfocarse en la pregunta, colocó los codos sobre la mesa y luego las manos bajo su mentón. Wanda seguía cada uno de sus movimientos con especial atención, en ocasiones él podría volverse tan serio como lo era su padre bajo la estúpida excusa de protegerla como si fuera una niña. Y si así era, eso no iba a salir muy bien.

— ¿Él o la cena? Porque déjame elogiar a Sherry por el asombroso asado.

—Howard—advirtió ella con un semblante más serio que el anterior, aburrida de esa posición sobre protectora—, sabes a lo que me refiero. Fue muy amable de su parte.

—Sí, y apenas lo conoces. ¿No crees que era demasiado pronto para...esto? Un simple gracias hubiera caído bien, ¿No?— suspiró cuando ella se cruzó de brazos y dirigió su mirada hacia otro lado, ignorándolo entonces—. Wanda, él también es un extraño.

—Es amigo de Sharon y Natasha. — replicó, como si eso lo resolviera todo.

—Pues esa chica, Carter, es algo despistada...—rodó los ojos—Quiero decir, es agradable, linda...pero irresponsable.

Wanda lo miró con asombro, tuvo que parpadear para estar segura de no estar imaginando un escenario en su cabeza; pero Howard seguía ahí, y nunca antes lo había escuchado decir algo referido al aspecto de una mujer

— ¿No crees que es algo desatinado de tu parte decirlo? Trabajan para mí. Y además ambas son buenas chicas. No entiendo cuál podría ser tu problema.

—No es un problema, se trata de mi responsabilidad. — dijo con desesperación, temiendo desatar un mal entendido; pero fue justo lo que comenzó cuando Wanda soltó un jadeo que denotaba molestia. Cerró los ojos, lamentando en exabrupto.

— ¿Así que eso soy para tí?

—Wanda, eso no es lo que quise decir...

—Claro. Porque lo dijiste con tanta seguridad que es lógico que haya sido un error de tu parte. — soltó con voz dura y amarga, mezclada con tintes de sarcasmo.

—Solo fue un comentario desatinado.

— ¿Por qué no somos sinceros, Howard?

—Siempre he sido honesto contigo, pero tú logras hacer de un incidente sin importancia toda una tormenta de nunca acabar.

— ¿Lo que yo piense no tiene importancia para tí?

—Wanda, por favor— suplicó exhausto. Ese había sido un día largo, preocupante y se sentía muy culpable como para discutir—. Somos amigos.

—Te pedí que me dijeras una cosa, una respuesta simple. Ni siquiera debías de argumentar demasiado como para fingir que me estabas prestando atención— el nudo se apretó en su garganta y se levantó de la mesa. No iba a lamentarse por sus decisiones, decisiones que Howard no debía objetar—. Con esto me queda claro que solo fuiste amigo de mi padre.

—Sabes que no es así. —replicó herido, sintiendo su corazón estrujarse al ver su mirada fría pero acuosa.

—Pues es lo que yo entiendo.

—Tu padre te adoraba...—le dijo, como último recurso, intentando que ella hallase significado en sus palabras.

—Pero tú no eres él. Esperaba que no. Solo...no te molestes. Para mañana esto será olvidado. Descansa.

Lo dejó con la palabra en la boca, lo que sería un desesperado "lo siento" se convirtió en una expresión afligida. Howard se quedó allí, contemplando el lugar por donde ella desapareció con la frente en alto.

Howard y Wanda no eran los únicos que atravesaban por una situación delicada, Sharon también había llegado a casa hecha polvo, y por si fuera poco aún le queda cumplir con un par de cosas más antes de caer rendida en el sofá. Fueron más de diez cuadras antes de cerrar la puerta tras de sí y lanzar el abrigo y el bolso a un lado. Se reclinó hacia atrás y pudo oír a su espalda partirse en dos con un "crack", estaba en verdad agotada, le dolía cada extremidad en su cuerpo. Cuando se recompuso le extrañó el silencio profundo que atestaba la salita, caminó un par de pasos a la cocina encontrándola vacía, así que se aproximó a la única habitación que había amoblado para la comodidad de sus padres y fue que escuchó un par de susurros por lo bajo. La hizo fruncir el ceño.

— ¿Mamá? Ya llegué...—no hubo respuesta, pero si un sollozo más nítido que logró oír con claridad— ¡Mamá!— gritó, entrando desesperada a la habitación— ¡Mamá, qué sucedió!— se arrodilló a su altura, alarmada y completamente desorientada al ver a su débil madre sostener el cuerpo de su padre. Él quiso calmarla, negando como si no fuese algo importante. Demasiado tarde, ella ya estaba ayudándolo a levantarse para colocarlo con cuidado sobre la silla de ruedas mientras que su madre no dejaba de sollozar— ¿Papá? ¿Qué pasó?

—Solo me duele, intenté estirarme para tomar un poco de agua de la botella; pero caí de la cama.

—Tu temperatura está muy baja— dijo ella, colocando sus manos alrededor de las de él para propiciarle calor—, y se ha pasado el horario de tus medicamentos. — se lamentó con rabia interior al ver la hora en el reloj de pared.

—Ya no le quedan más analgésicos—su madre se encargó de informarle, pareciendo avergonzada al ver a Sharon a los ojos—. No podía dejar solo a tu padre, tampoco podría ir a comprarlos, ¿Cómo? Lo siento.

Sharon rodeó a su madre por los hombros y la atrajo hacia ella, acariciando su espalda minutos después hasta que su cuerpo dejó de temblar.

—Tranquila. Espérame aquí con papá, iré a la farmacia y traeré los analgésicos. No tardo.

—Aún no has cenado—su madre la detuvo con gesto preocupado—, te prepararé algo; querida. Luego puedo ir yo.

—No—acarició su mano con infinita ternura y reprimió un quejido de dolor al observarlos tan desvalidos—, no hace falta. No importa, no tengo hambre de todos modos. Quédate con papá, iré yo. —besó la mano que sostenía y se puso de pie para acomodar la frazada de felpa sobre las piernas de su padre, quien le sonrió nostálgico e impotente.

—Sharon...—llamó él—, cuídate, cariño. — ella sonrió, incluso recordó las palabras que Bucky le dijo antes de salir del bar esa noche; eran similares.

—Siempre.

A duras penas se despidió y volvió a por un abrigo del perchero para dirigirse a la farmacia. Apenas y juntaba diez dólares y algo más. Esperaba que le fuera suficiente para, por lo menos, sobrevivir hasta la mañana siguiente

Sharon se abrazó a sí misma soportando el frío, caminando con la cabeza gacha y a toda prisa. Sus pies estarían destrozados al volver, pero no podía dejar a su padre muriendo del dolor. Sin embargo, esas calles eran peligrosas y más aún de noche.

La farolas titilaban causando un aspecto macabro y descuidado por el callejón lleno de bolsas de basura, más allá notó a un vagabundo tratando de dormir frente al fuego, también un grupo de hombres fumando cigarrillos mientras charlaban entre risotadas y palabras mal sonantes. Sharon prefirió tomar la ruta de en frente y así logró llegar hasta la pequeña farmacia entre tropiezos y faltas de aire. Se detuvo un momento, apoyándose del mostrador de la ventana de despacho mientras recuperaba el ritmo natural de su pulso y el vendedor la observaba con cierta molestia; esperando a que se decidiera a decirle algo.

Sharon sacó un papel maltrecho, de los que siempre llevaba consigo donde apuntaba el nombre de los medicamentos; anticoagulantes y analgésicos.

El tipo leyó en silencio, bajando sus anteojos de lectura y haciendo una mueca pensativa; a lo mejor estaba pensando en revisar su inventario.

—Me parece que tenemos algo de esto. Pero...dada la cantidad, serían unos treinta dólares.

— ¿Treinta?—Sharon soltó asombrada, parpadeando con preocupación mientras su ceño se fruncía. Él asintió desdeñoso—, pero...pero, ¿Podría pagarle luego? Es que no traje conmigo más que diez. — buscó en sus bolsillos, mostrando lo vacíos que estaban además del billete y un par de centavos.

—Son importados—respondió con relación a los medicamentos anteriores—. Con eso tal vez te pueda alcanzar para un par de relajantes musculares.

—No, él necesita sus medicamentos. Por favor, le prometo que puedo pagarle después, solo deme un día. —suplicó, juntando ambas palmas de sus manos con el dinero entre estas, desesperada y con los ojos al borde de las lágrimas cuando el señor negó rotundamente.

—Lo lamento niña. Supongo que deberás conseguir esa oferta en otro lado.

Sharon no se rindió y apeló por insistir. Durante ese momento, James venía saliendo de la casa de Wanda; su silbido se mezcló con el aire e hizo eco entre los edificios, las llaves giraban alrededor de su índice y parecía bastante cómodo con la soledad de la calle. Transitaba la misma avenida de siempre; pasando por un pequeño casino y un puesto de medicamentos; el más próximo al hospital.

Fue allí que se detuvo, en cuanto su mirada distraída notó una cabellera rubia que le pertenecía a una mujer que lucía alterada. Pensó que discutía con el farmacéutico y este le estaba negando algo. James detestaba las injusticias, más aún con damas que no contaban con el debido apoyo; su madre fue una de ellas y le había inculcado el profundo respeto y admiración por las mujeres. Claro que eso dependía de quien se lo ganaba. Pero allí no pudo solo no acercarse, necesitaba comprender la situación, y a medida que llegaba a la otra esquina la voz y el rostro de aquella rubia se le hicieron conocidos.

— ¡Sharon!— llamó, consiguiendo su atención y la del vendedor, acercándose y mirando a este último con molestia— ¿Qué pasa? ¿Hay algún motivo por el cuál discuta con la señorita?

—Pues es una señorita muy insistente—remarcó con voz amarga. Luego soltó un suspiro exhausto sin ánimo de lidiar con problemas salidos de la nada— Mire, ya le he dicho que no le alcanzará para comprar el resto de medicamentos y solo me ha ofrecido menos de la mitad de lo que cuestan.

—Dele todo lo que ella necesita.

Sharon lo observó y al primer instante en que lo vio sacar el dinero del bolsillo de sus pantalones ella se negó, casi rotundamente. Moría de la vergüenza. James era su amigo, a veces sus jugarretas eran pesadas y aunque parecían no agradarse de vez en cuando, ella sentía por él un profundo respeto. No podía permitirlo.

— ¿Qué haces?—lo detuvo alarmada—. No es necesario, puedo llegar a un acuerdo, Bucky.

—Yo pago—la ignoró, entregándole el dinero al farmacéutico; quien se retiró para buscar los medicamentos. Sharon tiró de su abrigo para llamar la atención del soldado—. Ya basta, Sharon. No aceptaré un no por respuesta.

—No es tu responsabilidad, Barnes.

—Pero quiero hacerlo—la miró, tomando los medicamentos cuando el hombre regresó con ellos y se los extendió sin decir más. Él tampoco contestó un gracias, tomó a Sharon por los hombros y la condujo derecho por el mismo camino que ella había transitado sin tener la certeza de si era el adecuado—. Ten. —le extendió la bolsa y ella, muy a su pesar, lo aceptó porque lo necesitaba. Sharon tenía las mejillas rojas y James creyó que era el frío, sin embargo ella estaba en realidad muy abochornada.

—James, es demasiado...prometo que te pagaré hasta el último centavo. En verdad.

—Nada de eso, Carter. No tienes por qué. No ha sido nada.

Ella lo detuvo otro momento en medio de la acera bajo la farola dañada al final de la avenida. James la observó con gracia mientras ella relamía sus labios, nerviosa.

—Gracias.

Él sonrió:

—De nada. Pero me vendría bien saber qué es lo que sucede y el apuro de última hora—ella guardó silencio—. ¿Por qué no me dices donde queda tu casa primero? Si me permites acompañarte, claro.

—Está bien.

Además de Bucky, Steve también tenía planes para esa noche. Todavía estaba en la sala de estar, llevaba una camisa formal y un traje algo elegante; lo único que lo hizo ver tan solo un poco más despreocupado quizá fue que el hecho de que no llevaba una corbata.

Aguardaba a que Natasha bajase por las escaleras. Ella aún permanecía en la habitación contemplando los pocos vestidos que había esparcido sobre la cama; los que se veían más decentes. No tenía nada tan llamativo como lo que lucían las damas de sociedad; pero podía arreglárselas. Entre los elegidos estaba el vestido que Steve le regaló para su cumpleaños número veinte, el color permaneció intacto a pesar del tiempo que pasó dentro del baúl y el modelo sin duda estaba algo pasado de moda...aunque ella todavía podía hacer uno cambios de último momento.

Internamente rogaba porque Steve no se impacientara ya que llevaba algo más de veinte minutos tardándose. Se dispuso a buscar entre los cajones hallando unas tijeras y tomó hilo y aguja de su pequeña caja en el fondo de su bolso. La usaba en caso de emergencias.

Comenzó cortando los gruesos tirantes y luego hizo un sencillo doblez como un pequeño pliegue en el frente y en la espalda para dejar las áreas afectadas algo más prolijas. Natasha se miró al espejo contemplándose a sí misma durante un minuto que pareció demasiado largo; pensó en su cabello siempre lleno de rizos sueltos y muy largos. Intentó recoger la mitad con una mano y sonrió al reflejo. Ella tenía la intención de probar algo diferente, de sentirse bonita y desplegar ese atractivo que las demás mujeres muestran al caminar elegantes y coquetas por la quinta avenida. Por primera vez ella quiso sorprenderlo, y sobre todo, quería sorprenderse.

Se arregló el cabello con mucho cuidado; colocando los rizos ordenadamente tras sus hombros y tomando una cinta de seda negra para recoger solo un poco haciendo un lazo al final, decidió que luego se colocaría las medias y los mismos zapatos blancos de tacón para después pasar con mucho cuidado el vestido sobre su cabeza. Una vez lista solo tomó sus guantes y el discreto brazalete.

—Tal vez algo de maquillaje—murmuró para sí misma con el ceño fruncido. Por curiosidad echó una mirada rápida al reloj; sorprendiéndose—. ¡Oh, por Dios! ¡Voy tarde!

Ni siquiera sabía por dónde empezar, miró los productos de belleza sobre el tocador y no eran demasiados, así que pensó en algo rápido; resaltó sus ojos con máscara de pestañas la cual ya estaba algo gastada. ¡Ni hablar de su barra de labios en color rojo! Aplicó esa con cuidado sobre sus mejillas y buscó que se viera lo más discreto posible, fueron sus labios voluminosos la estrella de la noche. Los repasó con suma paciencia hasta que quedaron perfectos y solo así se sintió segura de colocarse un poco más del perfume que Steve apenas le había obsequiado.

Sonrió satisfecha y se animó a caminar en dirección a las escaleras. Parecía ir en cámara lenta, creía que ella misma se estaba dando un efecto dramático apoyándose en el barandal creyéndose la chica del balcón en los cuentos de hadas. Natasha estaba atesorando ese día como el mejor de todos desde la llegada de Steve a pesar de los problemas que atravesó los últimos días; guardándolo en su memoria bajo llave. Pero eso no era nada comparado con lo que Steve sintió al verla bajar.

Era algo indescriptible, era intenso; pero no como la vez que la sintió tan cerca cuando se encontraron en el baño hace un par de noches u horas atrás cuando olfateó en ella el dulce aroma de su nuevo perfume. Esa vez era admiración. De nuevo, Steve estaba fascinado con la belleza de Natasha, merecía ser retratada y admirada por el mundo entero como en esas enormes exposiciones de arte en Paris. Sin embargo, él tenía la suerte de hacerlo todos los días y de que ella estuviera justo ahí; a su lado.

Aun deslumbrado avanzó hasta el final de las escaleras y extendió su mano para que aquella encantadora mujer le concediera el honor, uno del que ni siquiera era digno, de tomarla. El hizo una corta reverencia y un brillo pícaro apareció en sus ojos zafiro.

—Haces que la espera valga toda la pena del mundo.

—Eres un adulador. —respondió ella, lidiando con la vergüenza de sentirse demasiado expuesta y a la vez diciéndose que debía guardar la calma o la risa iba a ganarle en cualquier instante. No quería hacerse notar como alguien que estaba anonadada por lo guapo que podía parecerle un hombre; sobre todo con un elegante traje de tres piezas, aunque era evidente que no estaba funcionándole el hacerse la fuerte. Sabía que eso bien podía ser una estrategia y ambos podrían estar forzándose a que su unión luciera natural, o simplemente su subconsciente quería hacerle creer eso, ya que el latido desbocado de su corazón y la electricidad en todo el cuerpo se sentía demasiado real.

—Para nada. Soy honesto. Más ahora que te veo con ese vestido—descaradamente él la miró de pies a cabeza, sonriendo ante el recuerdo de ella bajo el árbol decorado y abriendo su obsequio. No había malicia o segundas intenciones, solo le agradaba saber que Natasha conservaba cada detalle suyo. Era tierno y lo llenaba de una calidez familiar—. Se ve mucho mejor ahora.

—Quizá hice unos cambios. —se encogió de hombros como si no fuera gran cosa.

—Me gusta más así—ladeó su cabeza hacia la izquierda para checarla mejor de ese ángulo—...Aunque quizá es por como se ve en tí, el color sin duda es el adecuado.

Natasha se estaba preguntando si todo era en verdad real. No desconfiaba de Steve, no dudaba de él; pero ser el hombre perfecto debería ser un trabajo arduo. Algo en ella le dijo que ni siquiera era una preocupación que Steve debía de sentir por sí mismo o algo que quisiera conseguir. Steve solo buscaba que estuviera cómoda, que no se alejara, que se quedara y supiera que podían hacer funcionar un acuerdo repentino que en menos de un mes se convertiría en una unión de por vida. Y tenía sentido si lo veía de ese modo, si le veía el lado lógico y menos sentimental. Excepto que no podía. Él la había hecho flotar en una nube, salir de su esquema, aceptar la ayuda que necesitaba. Natasha había aprendido a priorizarse.

— ¿Nos vamos?—ella se enganchó a su brazo y lo miró con atención. Steve asintió, dándole el pase como todo caballero y tomando el taxi brindándole una dirección, desconocida por Natasha, al conductor.

Mantuvo el misterio durante todo el camino y posó una mano sobre la rodilla de Natasha, la cual estaba cubierta por la tela del vestido, un gesto que a ella le produjo la calma que necesitaba mientras observaba a través de la ventana.

Cuando llegaron al lugar, Steve bajó para abrir la puerta y poder guiarla al interior. Natasha no había pisado nunca un sitio como ese en toda su vida, no estaba acostumbrada a ser una persona pública; su rutina era del trabajo a casa y se desviaba de vez en cuando para abastecerse de algunos medicamentos necesarios para su padre enfermo...

Pensar en Iván la hizo decaer un poco y al levantar la mirada hacia Steve, esta se vio melancólica. A ella se le formó un nudo en el estómago, de esos que hacían sentir culpa. No era justo que estando en un lugar tan bonito y elegante tuviera que recordar momentos tristes.

— ¿Sucede algo?—Steve elevó una ceja y su semblante se tensó, preguntándose si hizo algo mal que la hiciera arrepentirse o cambiar de parecer a juzgar por su expresión. Ella la cambió al instante, sacudiendo su cabeza y sus rizos a la vez, otorgándole un aire inocente. Y, de cualquier modo, Steve seguía intrigado por ese instante en el que ella lucía ausente.

—No pasa nada. Estoy muy bien, esto es—se detuvo un momento cuando el aliento se le cortó al observar a su alrededor al enorme edificio lleno de luces. Era una emoción creciente la que reemplazaba la congoja anterior, podría deberse quizá a las luces de los elegantes candelabros que se observaban dentro y en la entrada, a la bonita enredadera que adornaba un lado de la puerta o a la música clásica que provenía de ahí. Invitaba a la intimidad de una conversación cara a cara bajo la luz de las velas—...es magnífico. Estoy algo emocionada, es todo. Me da algo de nervios.

Steve no le creyó al instante; más sí le mostró su apoyo, le dijo que estaba con ella y que estaba segura sin tener que expresarlo con palabras. Tan solo la abrazó por los hombros dejando un ligero apretón sobre uno de ellos. Le sonrió, y Natasha le aseguró que no había nada de qué preocuparse acariciando su muñeca.

El mesero los guio a su mesa; apartada y cerca de la orquesta, no tardaron en colocar un vino justo en el medio y él le dirigió una expresión divertida. Hacía alusión al día en que ella bebió hasta volverse roja como las cerezas. Su primera salida como una...pareja. Sonaba extraño, la veía y, hace un tiempo hubiera sido una respuesta rotunda el decir " somos como hermanos", actualmente, no podía asegurar eso; ¿Pero podía asegurar que había algo más? Era cierto que las cosas se estaban dando de un modo muy extraño, y tal vez era aún más extraño el no ser ajeno a ello.

— ¿Te agrada?

Natasha estaba demasiado concentrada en la música de fondo y no fue hasta que Steve inquirió con voz suave que ella le devolvió la atención algo azorada por haber estado distraída.

— ¿El qué?—soltó en un murmullo, inclinándose sobre la mesa para que él pudiera escucharla mejor.

—El lugar—rió—, descuida, disfruta un poco; la orquesta es bastante buena. Me gusta que te diviertas. A menos que en realidad no lo estés y no me lo hayas dicho. —entró en pánico; abriendo los ojos desmesuradamente.

—Me encanta—lo tranquilizó un poco más animada, aunque ahora que lo notaba, era como si toda la gente en la que no se había fijado antes ahora la observara con curiosidad—. Es perfecto. Es solo que toda esta gente está mirándonos.

—Están maravillados contigo. Es eso. Yo lo estoy—dijo con toda sinceridad—. Eres la mujer más hermosa aquí.

—Ya basta...Siempre sueles decir esas cosas, y es...

— ¿Es?—tomó su mano sobre la mesa y le imploró que continuara con una mirada suplicante.

—Es en realidad encantador. Pero también me inquieta un poco.

Steve suspiró con alivio una vez que descartó cualquier problema que ella tuviese, entonces pensó; encantador era que ella fuera tan sencilla y no se diera cuenta del atractivo devastador que poseía. Y era tan natural que era imposible no querer complacerla en todo lo que pidiera.

—Creí que dirías algo terrible. Natasha, mi intención no es incomodarte. Mi intención, en verdad, es resaltar siempre lo mucho que vales; por tu inteligencia, tu entusiasmo, tu personalidad, tu belleza...Es lo que te hace ser tú.

La pregunta que Natasha tenía atorada en la garganta quizá era algo involuntario, algo que no había tomado antes en cuenta; ni siquiera cuando le propuso matrimonio con tal desesperación. No porque fue algo impulsivo de su parte. Antes que ni siquiera pensó que se le pasaría por la cabeza; pero ¿Sería que así le gustaba a él? con toda honestidad...

Ella miró a las mujeres de porte recto con bellas joyas y bonitas sonrisas sutiles que parecían tan perfectas, luego miró a sus acompañantes. Eran tan serios como ella; si reían, reían con disimulo, como si les diera vergüenza el ser naturales. Tal vez hubiesen quienes las miraban con anhelo; más intentaban ocultarlo con algún gesto de la mano interrumpiendo el contacto visual. Era algo que no obtenía de Steve y estaba agradecida de eso. Él siempre quería tomarle atención, dejaba de hacer lo que estuviese ocupando su tiempo para concentrarse en lo que le dijera o hiciera.

—Steve ¿Puedo hacerte una pregunta?

—La que tú quieras.

— ¿Por qué yo?— fue simple y muy exacta. El mismo modo en el que Steve respondió.

— ¿Por qué no tú? Nat, sé que no soy el tipo perfecto, ni el que esperabas—contuvo sus nervios con algo de dificultad, ya que sus manos se habían vuelto sudorosas—...Una mujer como tú merece ese mundo de ensueño, mereces enamorarte sin prisas, mereces más que un simple soldado como yo. Todavía imagino que algún día voy a despertar sin tu presencia en la casa. De verdad intento que te quedes, que me aceptes. Quiero hacerte feliz...

— ¿Tú eres feliz?—preguntó con la emoción brillando en sus ojos.

—Lo soy. — respondió sin rechistar.

— ¿Y nunca pensaste que sería diferente? ¿Alguna vez te imaginaste casado? ¿Con otra mujer? Tal vez Margaret, quizá otra...con hijos que sean una mezcla tuya y de ella corriendo por el patio. ¿Creíste que yo me podría enamorar de alguien más? ¿Ir y dejarte a tí o a papá?

La sola idea de imaginar un mundo diferente lo dejó en un trance del que le costó despertar; Steve había quedado en silencio imaginando que estaba solo en ese lugar una vez vacío, las luces cada vez más escasas, el frío penetrante, una depresión abrumadora que terminaría con él...

Era extraño, le causaba un mal sabor de boca y un vacío en el estómago. No concebía una vida sin Natasha, de ningún modo. Y el hecho de estar acostumbrándose a ella otra vez, a ser consciente de su presencia deambulando por casa y el sonido de su voz despertándolo en las mañanas o deseándole las buenas noches, lo hacía aferrarse a ella como un ángel sanador. Siempre había sido de ese modo. Así que, respondiendo a su pregunta, la respuesta era no. No podía imaginarlo de otro modo. Ahora era como si las cosas cayeran en su lugar de a poco, aunque a ambos les había costado asimilar los motivos por los cuales terminaron en tales circunstancias.

En eso, mientras aguardaban a la hora de servir los platillos, a él no se le ocurrió mejor idea que ponerse de pie e inclinarse hacia Natasha con gracia; aguardando a que lo aceptara para llevarla hacia la pista de baile. Necesitaba hacerla confiar. Nada mejor que asegurarle que él podía convertirse en un espacio donde ella se sintiera segura.

Natasha se puso de pie, mirándolo con intriga. La música que empezó a sonar lograba relajarla un poco ya que era una melodía lenta al compás de una guitarra y el piano. Era como crear un espacio para ellos, la envolvía a pesar de que el resto de personas permanecían atentas e incluso se animaban también a colocarse en pie y seguirles el paso.

Steve la tomó de la cintura; acercándola con firmeza y de manera protectora, Natasha envolvió sus brazos alrededor de su cuello y se deslizó con mucha gracia; más nunca se fijó en algo más que los ojos azules. En ese entonces se dijo, ¿Podría ser así siempre? ¿Estar tan pero tan cerca? Tan solo ser...

La palabra murió en su mente cuando él la giró entre sus brazos. La tomó por sorpresa y la hizo reír de manera melodiosa. Fue algo encantador, era tan reconfortante para Steve que podría oírla todo el día; de hecho era su momento favorito. Natasha ya había pasado demasiadas tristezas como para tener que vivir en la melancolía. Para ella, en cambio, él era cálido y acogedor. Se dejó ir contra su pecho, él ocultando la nariz entre sus rizos.

Era una imagen romántica. Era tan pura. Parecía que en verdad pudiesen estar enamorados. ¿La llevaría a casa luego de eso? Tal vez ella querría pasar así algo más de tiempo, incluso olvidaron la comida. Y cuando Natasha estaba demasiado concentrada en la cercanía y Steve estaba a punto de perderse en ella; en ese vestido rojo, en la delicadeza de como encajaba sus manos enguantadas con las de él, en como su cabello atado con un bonito listón negro revoloteaba y acariciaba sus mejilla. Solo entonces, Steve decidió responder a su pregunta antes de que la olvidase por completo.

—Te quiero a tí. Es lo único que no ha cambiado y que jamás cambiaría. Por siempre, Nat.

Él volvió a girarla, fue tan exacto que sus rostros no midieron la distancia; la nariz de ella le rozaba el mentón, pero sus ojos estaban conectados, sus respiraciones chocando contra la piel del otro. El momento había quedado congelado. Frágil y precioso. El corazón que había estado desolado durante años y el de ella; triste, aceptando para sí mismos, en el fondo latente, el magnetismo obvio. Steve estaba seguro de que recordaría cada minúsculo detalle, incluso como los labios llenos de Natasha se torcieron en una sonrisa que se iba separando de a poco hasta que ella susurró, aun entre la música, colocándose en puntillas y acercándose a su oreja tal y como él hizo hace unas horas en casa.

—Y yo quiero estar donde tú estás.

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Holaaaa. Perdonenme por tan poco :c la verdad soy consciente de que tal vez en este capítulo no hay tanto como yo hubiera querido mostrar, a excepción creo, de Sharon. Y la verdad, Steve y Nat están muy lindos y tiernos...pero no es como si esto debería ser en todo momento porque la historia tiene drama, es solo que es de avance lento y es necesario ponerlo por partes...Ya que ni siquiera he llegado a la boda aún y hacen falta algunas sesiones más de las cuales tengo que investigar que tengan que ver con lo del proceso de Natasha.

Y pues, como ando en clases y mi tiempo es (lastimosamente) recortado, trataré de actualizar pronto; pero no aseguro que sea esta misma semana, tal vez para el final de la próxima. Es decir el otro sábado o tal vez el otro martes que lo tengo libre y el que utilizaré para adelantar otras cositas.

Gracias por seguir leyendo esto.

<3

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