Capítulo 40

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Llevaba media hora encerrado en el baño.

Mi madrina y Camilo estaban afuera, golpeando con suavidad la puerta y diciendo palabras bonitas para que yo me animara a salir, pero simplemente no estaba listo.

—Cariño, lo siento muchísimo —dijo mi madrina—. No sabía que acababas de bañarte y creí que sería lindo dejar pasar a Camilo.

—Y yo debí tocar —añadió Camilo. Se escuchaba realmente apenado—. Ya sal, por favor.

—Y-yo... estoy bien —tartamudeé—. Por favor déjenme solo. Saldré en un momento.

Los escuché hablar detrás de la puerta, luego, la voz de mi madrina:

—Estaremos en la sala. Si necesitas algo solo llámanos, ¿sí?

Era estúpido, yo sabía que era completamente estúpido.

No tenía ningún sentido que me pusiera así solo porque Camilo me había visto en ropa interior. Pero sentí que de repente toda la seguridad que había estado construyendo se había ido al demonio. Definitivamente no estaba listo para dar ese paso; para mostrar mi cuerpo, mis kilos extra, mis estrías. La ropa sabía ocultar muy bien lo que me avergonzaba, y cuando vi a Camilo parado en la puerta de mi habitación me di cuenta de que todavía me faltaba mucho camino por recorrer. Otra vez volví a sentirme insuficiente, y eso realmente apestaba.

Estuve encerrado en el baño durante algo más de una hora. Me di cuenta de que no podía seguir ocultándome para siempre, así que me lavé la cara, me puse la ropa y salí.

Camilo estaba sentado en el sofá. Estaba serio, pero cuando me vio asomarme a la sala, su expresión cambió completamente.

—Tu madrina tuvo que ir a la heladería. Antoni yo... Lo siento mucho. Yo no quise... —hizo una pequeña pausa antes de continuar—. Si quieres que me vaya solo dímelo y me iré de inmediato.

—No, quédate. —Me temblaban las manos y sentía el corazón retumbándome en el pecho—. ¿Qué viste?

—No llegué a ver casi nada, lo juro.

—Casi nada. Eso significa que llegaste a ver algo.

—Cuando me dijiste que no mirara no miré. Y lo poco que vi no me pareció...—Se detuvo en cuanto vio mi expresión.

—Debes pensar que soy un fenómeno, ¿verdad? Esa reacción tan estúpida y exagerada. De seguro crees que estoy mal de la cabeza.

Él se puso de pie. Estiró la mano para tomar la mía y me guió hasta el sofá. Yo me senté frente a él. Evité mirarlo, puesto que las lágrimas estaban por dejar en evidencia mi angustia y mi vergüenza.

—Deja de imaginarte cosas raras, Antoni. Yo no pienso nada de eso. Pero sí sé por qué reaccionaste así.

—Porque soy un maldito gordo que se pone camisetas anchas para tratar de ocultar sus rollos y sus estrías y tú me viste sin ropa—le respondí con los dientes apretados, con la rabia cargando cada palabra.

Él chasqueó la lengua. Era la primera vez que lo veía fruncir el entrecejo.

—Si vuelves a hablar así de ti mismo me voy a molestar mucho contigo. No le presté atención ni a tus estrías, ni a tus rollos, ni a nada de eso. Yo no me fijo en esas cosas.

—Sí claro. La gente siempre dice que no se fija en esas cosas pero es mentira —respondí.

Estaba tan molesto y tan avergonzado que ni siquiera me estaba fijando en las tonterías que estaba diciendo. Solo quería soltar la rabia que tenía acumulada dentro.

No estaba enojado con Camilo, ni con mi madrina. Estaba furioso conmigo mismo.

—Cuando era niño tenía sobrepeso —comenzó él—. En la escuela me ponían apodos estúpidos, me tiraban con comida y se metían conmigo todo el tiempo. Estaba harto de esos imbéciles. Cuando cumplí trece, pegué un estirón y bajé de peso, pero no tenía mucha forma, así que empecé a hacer ejercicio. Armé unas pesas con dos botellas de agua y hacía un poco todos los días. Luego empecé a saltar la cuerda, seguí con abdominales, y así me armé una rutina de ejercicio en casa. Quemaba más calorías de las que consumía, y en un momento me di cuenta de que esos chicos estúpidos ya no estaban en mi vida, pero yo seguía tratando de impresionar a sus fantasmas. ¿Y sabes qué? Un día dije, con un carajo, yo no tengo por qué estar impresionando a los demás. Y dejé de hacerlo. Dejé de comer con culpa, dejé de hacer ejercicio de forma compulsiva. Me relajé, ¿sabes? Y se sintió bien.

—Por lo menos lograste bajar de peso —añadí—. Y no te quedaron marcas.

—Ven.

Me tomó de la mano y fuimos hasta mi habitación. Cerró la puerta y comenzó a desvestirse frente a mí. Se quitó sus zapatillas deportivas, sus jeans, luego su chamarra de cuerina y la camiseta.

—Mírame. ¿Qué es lo que ves?

Lo miré con vergüenza.

—Veo a un chico en muy buena forma.

—Sí. Pero mira esto.

Me mostró la cara interna de sus muslos y sus rodillas.

—Tengo estrías. Por todas partes. Pesaba ochenta y cinco kilos midiendo uno sesenta y siete. ¿Sabes lo que es eso? Cuando adelgacé me salieron estrías en los muslos, en las rodillas y en los costados de las caderas. Eran violetas, y se veían horribles. Me ponía crema para hidratarlas pero no se iban, y no se irán, porque son parte de mí. Así como las tuyas son parte de ti. Escucha, Antoni. No pretendo sonar como esos idiotas que solo dicen palabras bonitas y vacías, pero tú eres perfecto así como estás. Deja de estar machacándote todo el tiempo. Deja de compararte con los demás. Tú eres tú, y eres perfecto así como estás, y serás perfecto si decides bajar de peso, con todo y las estrías.

Yo me había quedado sin palabras.

Camilo nunca me había hablado sobre su problema con el sobrepeso. Y yo tampoco había notado sus estrías hasta que él las mencionó. Y fue allí que me di cuenta de algo sumamente importante: Los defectos se ven si tú quieres que se vean.

Mi terapeuta me había hablado de eso alguna vez, pero yo estaba muy metido en la idea de que todos mis defectos eran demasiado visibles como para pasar desapercibidos. Y ahora acababa de quedar como un idiota.

—Es gracioso —dije finalmente, cuando me atreví a hablar—, mi temor más grande es no estar a la altura de alguien como tú. Y aún sabiendo que pasaste por lo mismo que yo, sigo pensando que eres genial y sexy.

—Eso es porque no te importan mis imperfecciones. Así como a mí no me importan las tuyas. Quiero que me dejes abrazarte, que no te avergüences de ti mismo, que sientas confianza. Pero también sé que no se trata de lo que yo quiera, sino de lo que tú sientas.

—Intento controlarlo —admití—. Intento no sentirme terriblemente avergonzado cuando me rodeas con tus brazos, trato de no pensar en que posiblemente vas a sentir mis rollitos. Intento sacarme de la cabeza que la gente se va a reír si me ve caminando de la mano contigo. Nadie va a creer que tú estás conmigo porque de verdad te gusto.

—¿Y tú vives para convencer a los demás? —me preguntó.

Yo volví a quedarme en silencio.

—¿Quieres que te diga algo? Lo que la gente piense me importa un carajo. Si alguien se atreve a hacer algún comentario estúpido va a tener un problema conmigo. Pero adivina, la gente suele tenerme miedo, porque no soy el chico amable y simpático que tú conociste con todo el mundo. Con la gente de mierda soy un monstruo antipático.

Solté una carcajada y en ese momento, mis lágrimas también decidieron salir.

Camilo, que ya había vuelto a ponerse el pantalón, se acercó a mí para acunar mi rostro con ambas manos. Limpió las lágrimas de mis mejillas con los pulgares, luego me dedicó una sonrisa tierna.

—Eres perfecto, Toni. Eres el chico más dulce y lindo que conocí en mi vida. Y lo poco que vi hoy me gustó. Si me dejas alguna vez, me gustaría verlo de nuevo. Al diablo con las estrías, los rollitos y esas cosas, tú me gustas. ¿Cuántas veces más debo decírtelo para que te entre en esa cabecita?

—Lo siento —murmuré. El llanto apenas me dejaba abrir la boca sin que me de un espasmo—. Yo s-solo... Yo trataré. Trataré de quererme un poquito más.

—Ya estás tratando. Y sé que es difícil, y que el proceso apesta. Pero estás tratando, y no solo eso: lo estás logrando. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro