Capítulo 42

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La ansiedad hace que le des vuelta a las cosas una y otra vez. Te obliga a tener un plan en todo momento, y ser siempre precavido para adelantarte si algo llegara a salir mal. Para cualquier persona, esto puede ser algo muy bueno, pero a veces las personas necesitamos salir a la vida sin un plan, necesitamos hacer las cosas de forma impulsiva sin pensar en lo que pueda llegar a pasar, y desde luego, cometer errores, porque los errores también son importantes para enseñarnos a crecer.

Yo sabía que lo único que me seguía deteniendo, era mi ansiedad. Por primera vez en toda mi vida no tenía un plan. Jamás imaginé llegar tan lejos, y hasta el momento todo lo que había hecho era improvisar, pero sabía que en algún momento tendría que dejar de hacerme el tonto y no esperar a que los demás hicieran todo por mí.

Así que, esa tarde, estaba decidido. Sabía que esto no solo se trataba de amor. Había algo mucho, muchísimo más grande a lo que yo me estaba enfrentando. Una batalla en la que luché durante toda mi vida, y finalmente sentía que estaba ganando. Aunque también era consciente de que no me podía confiar demasiado. Cuando uno vive con ansiedad y con temor, a veces te sientes fuerte hasta que todo ese dolor de repente solo regresa, y ni siquiera lo ves venir. Y si yo pretendía ser feliz, o hacer feliz a cualquier otra persona, primero debía comenzar por aprender a dominar el temor.

Cuando salí al garaje a buscar mi bicicleta, llovía tan fuerte que se habían formado pequeños charcos de barro en el patio. Me coloqué el casco, las rodilleras y coderas, y salí rumbo a la casa de Camilo.

Me sentía como en una película romántica; la lluvia golpeando mi rostro mientras yo pedaleaba con todas mis fuerzas para llegar hasta la casa de mi gran amor.

Por supuesto, la realidad era muy diferente de la ficción, así que cuando por fin llegué a la casa de Camilo, estaba empapado hasta el cuello y con los pantalones salpicados de barro.

—¡Antoni! —Camilo se veía bastante sorprendido—. ¿Qué estás haciendo? ¿Pasó algo?

—Bueno, lo que pasa en este momento es que me estoy congelando, y si no me dejas pasar probablemente tenga hipotermia o algo por el estilo.

Él se apuró para permitirme el paso y fue corriendo hasta el baño para traerme una toalla.

—Ven, te voy a prestar ropa.

Lo seguí hasta la habitación y mientras él rebuscaba en su armario, continuó preguntando:

—¿Pasó algo con tu madrina? ¿Volvieron a discutir o...?

—Mi madrina está muy bien, de hecho no sabe que salí porque está en la heladería. No vine por ella. Vine por ti.

Él me extendió una camiseta de manga larga y unos pantalones deportivos.

—Voltéate —dije, luego de tomar la ropa—. Lo que sucede es que hay varias cosas que necesito discutir contigo.

—¿Y no podías hacerlo por teléfono? —preguntó él. Se había puesto de espaldas a mí, con los brazos cruzados sobre el pecho.

—No, es algo muy importante que no puede ser discutido por teléfono.

Cuando me puse su ropa descubrí que me quedaba bastante holgada. Yo era rellenito, pero Camilo me ganaba en tamaño y en masa muscular.

Me froté los brazos y aproveché para aspirar el aroma delicioso que desprendía su camiseta. Era el mismo olor que sentía cada vez que lo abrazaba y enterraba la cara en su pecho. Olía a jabón, a perfume de hombre y a Camilo.

—Bien, voy a preparar una taza de té para ti, una de café para mí, y soy todo oídos.

Yo lo esperé en el cuarto. No tenía un discurso preparado esta vez. Solo tenía una idea general de las cosas que quería decirle, pero iba a dejar que todo saliera como tuviera que salir.

Él regresó, me extendió la taza de té y se sentó a mi lado en la cama.

—Bien. —Me aclaré la garganta, tomé un sorbo de té y comencé—: La última vez que hablamos tú me dijiste algo. Algo muy importante. Lo dijiste en broma pero yo sé que fue una de esas bromas que al final no son tan bromas, ¿sabes?

Camilo solo asentía, tratando de seguirme el hilo.

—La cuestión es que yo fui un tonto otra vez. y quiero dejar de serlo, así que me puse a pensar en un montón de cosas. Pensé y pensé, porque es lo que hago la mayor parte del tiempo y así es como resuelvo mis problemas. Bueno, a veces.

Me di cuenta de que estaba hablando demasiado rápido, así que tomé una bocanada de aire, otro sorbo de té y continué.

—Tú fuiste diferente conmigo desde el primer día. Fuiste amable, atento y honesto. Yo no estaba acostumbrado a nada de eso porque todo lo que recibí de las personas fueron cosas negativas. La única persona que realmente me entendía era mi madrina, yo nunca esperé que alguien más pudiera meterse en mi mundo y quererme por quién soy.

—¿A dónde quieres llegar, Toni?

—Lo sabrás si me dejas terminar.

—Está bien, lo siento. Continúa.

—Quiero que dejes de ser condescendiente conmigo. Que si te molesta algo de mí que me lo digas, si te enojas por algo que te expreses, y que me cuentes las cosas que te inquietan. Quiero saberlo todo de ti y ser tu sostén cuando tú lo necesites. No quiero que te frenes porque yo soy un manojo de ansiedad y nervios, porque yo voy a hacer lo posible por hacerme cargo de ese problema para que tú no tengas que lidiar con nada de eso.

—¿Eso significa que aceptas mi propuesta?

—¡Todavía no llegué a esa parte!

Él se rio.

—Lo siento.

—También quiero decirte que yo pienso en ti todo el tiempo. Fantaseo contigo prácticamente todo el día, lo cual es raro para mí, porque nunca me había pasado algo parecido con nadie, pero contigo está sucediendo. Sin embargo, me di cuenta de que mi conexión contigo es mucho más que sexual, pero no sé cómo te sientes tú al respecto, y no quiero que eso resulte un problema.

—¿Debo contestar o...?

—Sí, contestame, por favor.

Él se aclaró la garganta. Supongo que estaba un poco aturdido por mi monólogo improvisado.

—Yo soy sexual, lo fui toda mi vida. Nunca tuve una relación asexual con nadie, pero tampoco es algo que me afecte. Quiero decir, si tú no te sientes cómodo con la idea de tener sexo conmigo, está bien. Y antes de que lo digas, no estoy siendo condescendiente, simplemente estoy bien con eso. También siento que lo que tú y yo tenemos va mucho más allá de lo sexual, y creo que es genial, porque tenemos una química especial que hace que funcione.

—Quiero aclarar que esto no significa que tú no me parezcas un chico sexy y atractivo. De hecho creo que eres muy sexy —aclaré. A esas alturas me importaba muy poco estar colorado hasta las orejas—. No descarto la idea de que alguna vez tú y yo podamos... Bueno, ya sabes, pero no es un deseo ferviente que me quite el sueño. Sin embargo... Sí deseo mucho que me abraces, me acaricies el pelo y me des esos besos juguetones en las mejillas. De hecho es lo que más deseo.

—Puedo hacerlo ahora mismo si quieres —dijo en tono juguetón.

—¡No! Ahora estamos hablando de algo serio. Creo que tú y yo podemos funcionar, pero gracias a mi inseguridad no hemos formalizado lo nuestro, así que si estás de acuerdo, hagámoslo ahora.

Noté que de pronto se le había iluminado el rostro. Su sonrisa coqueta se transformó en una de felicidad. Él estaba sonriendo de oreja a oreja como si le hubiesen dado la mejor noticia de su vida.

—Está bien. Antoni, tú quieres...

—No —lo detuve—. Voy a ser yo quien lo haga. Tú ya lo hiciste antes y yo no dije nada, así que ahora es mi turno.

Me puse de pie, dejé la taza de té sobre la mesa de noche, y lo tomé de las manos. Estaba ridículamente nervioso, pero sentía muy dentro de mí que ya estaba listo para esto.

—Camilo —comencé—. Hemos hecho todo lo que se supone que una pareja suele hacer, menos tener sexo, pero eso ya lo hablamos. Aún así, quiero formalizar lo nuestro de una vez, así que: ¿quieres ser mi novio?

Las palabras me hicieron cosquillas en la lengua. Me sentía presuntuoso al pensar que ya me sabía la respuesta, pero aunque la supiera, la emoción del momento hizo que sintiera como si no tuviera idea de lo que estaba pensando Camilo.

—Toni —respondió él, en tono juguetón—. Admito que me tomó por sorpresa tu visita y todo esto, pero te conocí siendo excéntrico y me enamoré de esa excentricidad, así que, si de algo estoy seguro, es que no voy a aburrirme nunca contigo. Mi respuesta es sí. Desde luego que sí. Di por hecho que tú y yo éramos novios desde que te confesé mis sentimientos y me correspondiste, pero ya sé que tú necesitabas que sea oficial, solo estaba esperando el momento.

—Bien —continué, tratando de que mi voz sonara lo más firme posible—. Entonces ya es oficial, Camilo y Antoni son novios.

Él se acercó a mí para estrecharme entre sus brazos. Me apretó contra su pecho, besó mi cabeza y me sobó la espalda con gentileza. Me abrazó con el cuerpo y con el alma. Y por un instante pude escuchar el repiqueteo de sus latidos contra mi oído. En ese preciso instante, pensé en lo maravilloso que se sentía que alguien tuviera el corazón acelerado por mí. 

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