Capítulo 7

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—Dios mío, qué moto...

—Olvídalo. Es demasiado joven para ti.

—¡Ay, por favor! ¿No dices siempre que me veo más joven y que no aparento mi edad?

—Pero ambos sabemos que tienes treinta y cinco.

Ella hizo un mohín.

Hablar de la edad de mi madrina era algo muy delicado. Si nos pusiéramos a hablar de traumas, el suyo era envejecer y volverse aburrida y obsoleta. Supongo que era por eso que ponía tanto énfasis en su cuidado personal.

—Bueno, ¿quién es? ¿Por qué te trajo a casa?

Me senté en la mesa, con la taza de chocolatada que acababa de hacerme.

—Ese es el tipo del que te había hablado. El matón.

—Oh... —Se apoyó en el borde de la mesada—. ¿Entonces pudiste hablar con él? ¡Es genial!

—No tan rápido. No fue exactamente la mejor charla del mundo. En realidad la situación fue muy tragicómica.

No tuve más remedio que contarle todo lo que había sucedido. Omití la parte en la que me oculté bajo mis cobijas a llorar como un niño porque odiaba que mi madrina se pusiera triste por mí. A ella no le gustaba que me dieran esos bajones, siempre intentaba hacerme sentir bien y en ocasiones yo no quería recibir ningún tipo de atención extra. Solo quería que el mundo entero me dejara en paz.

—¿Por qué carajo no me dijiste que te habías lastimado la rodilla? ¡Tenemos que ir al médico, Antoni!

—Sí, sabía que ibas a reaccionar de esa manera. Ahora no me duele. Creo que el parche que me dio Camilo sí funciona.

—¿Se llama Camilo? Qué nombre tan interesante. No pega con su aspecto.

—¿No fuiste tú la que me dijiste que no juzgara a otros por su aspecto?

Ella me lanzó una de sus miradas, yo solo me hice el tonto.

—Voy a llevarte al médico.

—Sí, supongo que no puedo poner resistencia. Vas a tener que ayudarme a llegar hasta el auto porque no puedo apoyar el pie.

—Santo Cristo, Antoni.

Nos subimos al auto y en el camino terminé de contarle todo lo que había pasado con Camilo. Incluso el detalle de que llevaba parches en su mochila porque sufría dolores de espalda. Ambos llegamos a la conclusión de que no parecía ser un mal chico, pero yo seguía sintiendo ese dejo de desconfianza. Me parecía raro que alguien fuera tan amable solo porque sí. Supongo que estoy acostumbrado a estar rodeado de gente de porquería, por eso me cuesta tanto creer que hay personas que son genuinamente buenas.

El resultado de mis radiografías nos dijo que tenía un esguince en el tobillo. Mi rodilla no estaba fracturada ni tenía ninguna lesión demasiado grave, pero debido al golpe se había inflamado y necesitaba mucho hielo y descanso. Así que cuando salimos del hospital, yo me sentía derrotado.

"Descansar" significaba tener que faltar a clases.

—Ahora me voy a perder como dos semanas de clase, genial.

Mi madrina me ayudó a subirme al auto.

—No seas pesimista. Son cosas que pasan. Vas a poder ponerte al día. Estás en la universidad, no en la secundaria. Allí las cosas son un poco diferentes. Puedes tomarte tu tiempo, saltarte algunas clases presenciales y dar examen después. No tienes un profesor con una lista en la mano marcando si asistes o no a las clases.

Me crucé de brazos. A pesar de que mi madrina intentó hacerme sentir mejor, yo seguía realmente molesto. Miré mi tobillo vendado con fastidio. Realmente me gustaba ir a la universidad, estaba bien allí, y ahora tendría que quedarme encerrado en casa.

—Incluso había comenzado a hacer sociales —me lamenté.

—Antoni... —Mi madrina me dedicó otra de sus miradas—. No empieces a ser tan pesimista. Dos semanas no son nada. También podríamos conseguir unas muletas, ¿qué te parece eso?

—Tengo tanta suerte que de seguro termino cayéndome otra vez.

Ella se rio, y su risa contagiosa me hizo reír a mí también.

—De tan trágico eres chistoso. Mira, hagamos esto: quédate una semana y vamos a ver cómo avanza tu esguince. Si en una semana te sientes listo, yo te llevo y te traigo, ¿de acuerdo?

—¿Y dónde entra la parte de ser un adulto independiente?

—Tómalo como un favor. Haz de cuenta que soy tu Uber. Luego, cuando te recuperes, vas una semana a la heladería y trabajas gratis.

—¿Puedo comer helado?

—Claro que no.

—Tacaña... —Hice una breve pausa—. Está bien, acepto.

Cenamos juntos, empezamos a ver una serie pero terminamos dejándola para otro día, puesto que cada capítulo duraba una hora y ninguno de los dos aguantaría estar despierto hasta las tres de la mañana.

Cuando estuve en la soledad de mi habitación, me quité los pantalones y miré mi rodilla, que aún tenía el parche que me había dado Camilo. No pude evitar sonreír. Al final las cosas no habían salido tan terribles, quizá lo único que tenía que hacer era bajar un poco la guardia y dejar que otros atravesaran mi fuerte. Pero la sola idea de ser defraudado me aterraba. 


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