Cap 43. Hela

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Tenía la piel de gallina.

Mientras me cambiaba el pijama por unos jeans ajustados y una camiseta gris oscura de Queen sujeta bajo un cinturón con tachas, imaginaba el escenario donde cantaría junto a los granujas que había conocido poco tiempo atrás. Frente a no-tenía-ni-idea cuántas personas, aunque solo nos debiera importar el posible cazatalentos que se encontrase entre la multitud. Tenía media hora de sobra para prepararme, así que me pinté las uñas de negro a juego con las muñequeras, me cogí una coleta alta para darle visibilidad a los piercings de mis orejas y me maquillé con tranquilidad. Una línea de gato que hiciese parecer que mis ojos eran más grandes y rímel espeso que me oscureciese las pestañas. Una vez lista, me dispuse a cambiar mis objetos personales del bolso a una mochila.

Habíamos quedado a las doce en la entrada del Parque de Atracciones de Madrid para disfrutar de la temática terrorífica especial por Halloween, y menos mal que Paola se había encargado de recordárnoslo en un mensaje por el grupo porque ya me había empezado a hacer mis propios planes mentales de sofá, manta y series.

Cuando Estani y yo terminamos de corretear de un lado a otro de la casa a toda prisa, salimos flechados hacia el metro. Estábamos a unas cuantas paradas, lo que nos dio margen de tiempo para compartir auriculares y empezar a escuchar música que encajase con mi voz para preparar la grabación de la cover que requería la audición. Si conseguíamos destacar, tendríamos la plaza asegurada en aquella enigmática taberna. Íbamos descartando las que no nos gustaban o las que no podría cantar por falta de experiencia, y guardábamos en una nueva playlist llamada «Murphy» las que nos convencían lo suficiente para enseñárselas al resto del grupo. Por supuesto, la opinión de Amadeo y Jimmy era tan importante como la nuestra, y teníamos que decidir la canción en conjunto porque ellos tocarían el bajo y la batería.

Les dimos el encuentro a nuestros amigos, que nos hacían aspavientos desde la lejanía para meternos prisa, y Estani y yo no pudimos reprimirnos la sonrisa de emoción por la noticia que teníamos que darles. No era seguro que pudiésemos ir, pero al menos teníamos por dónde empezar y eso lo era todo para nosotros dos, sobre todo para mí, que jamás había hecho algo así. Después de saludarnos con abrazos y choques de puños, compramos las entradas y nos abrimos paso hacia una enorme puerta de hierro envuelta en telarañas, pequeñas lamparillas de color rojo y adornos como arañas o murciélagos colgados desde lo más alto.

—Qué guapa está mi niña —me dijo Paola, que caminaba al lado con el brazo rodeándome la cintura.

—Esta bruja te halaga en cuanto te ve y ni se digna a decir nada de mi vestido. ¡Que lo he estrenado hoy! —lloriqueó Nicki y se ancló a mi cintura por el otro lado.

—Estamos preciosas las tres —zanjé contenta.

Paola llevaba unos pitillos negros con camiseta morada escotada y melena suelta bajo la gorra que solía ponerse Amadeo. Y Nicki había dejado atrás sus dos coletas habituales para darle rienda suelta a su melena rubia y lisa, que le quedaba fenomenal junto al vestido celeste con florecillas blancas. Qué bien le sentaba estar enamorada.

—¿Qué tal Estani? —preguntaron sincronizadas.

—No tardó mucho en caer rendido.

Me encogí de hombros y me ahorré los detalles para que no sacaran la situación de contexto. Desvié la mirada para echarles un vistazo a los chicos, que reían gastándose bromas como críos. También estaban guapísimos, eran altos y acaparaban la atención de las chicas con las que se cruzaban. Vestían tejanos de distintos azules y camisetas básicas con las camisas de cuadros abiertas típicas en ellos, a excepción de Amadeo, que ese día se había puesto una cazadora de cuero negra a juego con sus ricitos.

A todos nos rugía el estómago, así que optamos por desviarnos de las atracciones para comernos unas hamburguesas y reponer energías. No teníamos resaca, pero tampoco fuerzas. La noche anterior nos había pasado factura. Luego, salimos al exterior y volvimos a la marcha con un mapa plegable del parque que habíamos cogido de la hamburguesería. El sol de octubre picaba, tanto que estuve a punto de deshacerme de las muñequeras y arremangarme la camiseta. Desistí de la idea. El capullo de Max, que ni siquiera había vuelto a dar señales de vida, tenía la culpa de que me estuviese asando los brazos.

—¿Por cuál empezamos? —inquirió Estani y sus ojos aterrizaron en los míos.

Miré al resto del grupo y volví a él.

—A mí no me mires, ya os dije que no me hacían mucha gracia los cacharros...

—¡Venga, Hela! —me interrumpió Amadeo y me echó el brazo por encima—. Has pagado por entrar, tienes que montarte en todas las atracciones.

—Estoy con él —me traicionó Paola.

—No encuentro mi ventolín —comentó Jimmy palpándose los pantalones y nos echamos a reír—. Lo digo en serio.

—¿Este ventolín? —Nicki lo sacó de su bolso y nos reímos aún más.

No tenía escapatoria.

—El respiradero de Jimmy se reúne con su dueño. —Estani se lo quitó a mi amiga y se lo devolvió al pelirrojo—. Toma, creo que te has quedado sin excusas.

Forcejearon entre bromas y aproveché para deshacerme de Amadeo hincándole el dedo en las costillas, que se retorció con un gritito ridículo.

—¿Vamos a esta? —propuse señalando una montaña rusa que me hacía temblar.

Si íbamos a probar todas las atracciones, prefería empezar por las peores ahora que era de día. Asintieron conformes —y no tan conformes— y nos acercamos para descubrir una cola de más de cincuenta de personas. Podrían parecer muchas, pero cuando nos juntábamos los seis, todo el tiempo del mundo se nos quedaba corto.

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