Cap 44. Estani

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Había seis vagones para cuatro personas cada uno. Paola y Amadeo, los más atrevidos, se decantaron por ir en primera línea, lo que nos llevó a Hela y a mí a sentarnos tras ellos, en el primer vagón. Nicki y Jimmy no tuvieron otra opción que sentarse en el segundo vagón, aunque parecía que habían pactado ir el trayecto entero cogidos de las manos y con los párpados apretados. Después de que los trabajadores comprobasen las barras de seguridad, las vagonetas se pusieron en marcha con un tirón que nos sobresaltó por la falta de costumbre. Hela procuraba aparentar que estaba tranquila conversando con nosotros y sonriendo sin parar, pero yo que estaba a la izquierda pude contemplar cómo sus dedos apretaban con fuerza la barra metálica.

En cuanto los vagones comenzaron a ascender por los raíles estrechos provocando un ruido insoportable para cualquiera que tuviese miedo a las alturas o a las atracciones, el silencio reinó. Paola se asomaba al borde y Amadeo jugueteaba haciéndole cosquillas, con la gorra entre las piernas para que no saliese volando. Intenté acomodarme, pero el respaldar era bastante incómodo. Hela también parecía estar incómoda.

—¿Tienes miedo? —le pregunté en susurros por si no quería compartirlo con los demás.

Ella parpadeó varias veces y terminó bajando el mentón con suavidad. Qué mona era. Le puse una mano sobre sus dedos agarrotados en torno a la barra de seguridad y le sonreí.

—Estoy aquí contigo, tranquila.

—Si nos caemos, caemos los dos, ¿no? —bromeó.

—Te abrazaré en el vuelo e intentaré ser tu colchoneta salvavidas.

Hela rio. ¿Había sonado raro decirle eso? Quité la mano, me repeiné echándome el pelo hacia atrás y me preparé para el descenso, que estaba a punto de llegar. Tras atravesar una curva y un pequeño descenso, caímos en picado. No recordaba cómo se sentía montar en una atracción de estas, pero me encantaba el cosquilleo en el estómago y la espalda. Todos gritamos, incluido Jimmy, que habría olvidado cerrar los ojos e iba de camino a dejarnos sordos. Hela y yo nos miramos un par de veces, reímos alterados y nos atrevimos a soltar la barra como si fuéramos a volar. El viento azotándonos de lleno y la sensación de peligro era genial.

Al bajar, hasta a Paola se le habían quitado las ganas de probar otros cacharros. Esperamos a que nuestro amigo el pelirrojo se calmase, que nos había amenazado con potarnos encima con el ventolín en una mano y la otra entre las de Nicki, y mientras acompañé a Amadeo a por dos algodones de azúcar. Parecía animado, más que el día anterior, que ya era difícil.

—¿Te ha tocado la lotería? —me burlé.

—Algo así —contestó distraído con el móvil.

Pagué los algodones y un señor se dispuso a hacerlos.

—¿Qué hay de ti? —Subió la mirada y la ancló en la mía con una pizca de malicia—. ¿Te gusta Hela?

Me hice el sorprendido, como si no recordase qué había sentido la noche anterior respecto a esa chica, y negué con rotundidad moviendo la cabeza a ambos lados. A fin de cuentas, era cierto. El abuso de alcohol y la mezcla de sentimientos por el día que era me habían afectado a otro nivel, me habían confundido. Eso quería creer y eso debía ser, por el bien de Hela y de nuestro nuevo hogar. De hecho, ni siquiera había sentido nada extraño o fuera de lugar esa misma mañana al verla despertar y hablar con ella. Era lo de siempre, conversar con total comodidad, reírnos, compartir gustos...

—Siempre huyes —añadió Amadeo y se guardó el teléfono en el bolsillo.

—No huyo de nada.

—Sí lo haces, no te llevas bien con tus problemas.

Recogió los algodones y nos dimos media vuelta para volver con el grupo.

—Estás muy pesado últimamente.

—¿Ves? Estás huyendo —se carcajeó con un trozo de dulce rosa en la boca.

—No tengo problemas, tío —dije quitándole importancia a sus palabras. Tenía razón, aunque admitirlo era otra historia—. En serio.

—Podrías empezar con ser sincero contigo mismo. Luego, con los demás.

—¿Me estás llamando mentiroso?

—¡Amigo, me estás mintiendo en la cara! —volvió a reír para evitar tensiones como siempre hacía y una punzada de culpabilidad me atravesó—. Entiendo que ocultaras que te molaba Linda porque a Jimmy no le hacía gracia y tal, pero...

—Está bien, anoche me confundí. Lo admito. —Levanté las manos en señal de rendición y él relajó la expresión—. Lo admito, ¿vale? Solo fue una confusión, así que olvídalo.

—Sabes que te quiero con locura, amigo —me dijo y pellizcó otro trozo de algodón, esta vez para hacérmelo probar—. Y sabes que puedes hablar de todo conmigo, soy una tumba.

—Una tumba muy pesada —bromeé y enredé los dedos en sus ricitos para despeinarlo—. Estás hecho un buen niño, ¿qué haces juntándote con nosotros?

—Aparta esa mano o te destrozo la cara —vociferó llamando la atención de los que estaban a nuestro alrededor.

Nos miramos unos segundos como si la cosa fuera en serio y empezamos a reírnos a carcajadas. Cuánto lo quería, era un hermano para mí y para todo aquel que lo conociese. Y olvidando lo de la noche anterior, estaba deseando poder contarle lo de Murphy, aunque le había dicho a Hela que les daríamos la noticia en la cena, cuando acabásemos el día en el parque y hubiésemos disfrutado del momento sin tener la mente dispersa en otros asuntos.

En cuanto nos reunimos, Paola se quejó porque habíamos empezado a comer sin ella y le restregó un trozo por la cara a Amadeo, a mí ni me tocó, aunque también he de decir que me escondí como pude detrás de Hela para escaquearme. Nos repartimos los algodones y abrimos el mapa en busca de nuestra nueva aventura. Señalamos unas cuantas de atracciones y, por mayoría, tocó la lanzadera.

—¡Me queréis matar! —oí gritar de la boca de un tal pelirrojo.

Lo obviamos y seguimos andando.

—¿Listo para volar de nuevo? —me preguntó Hela con picardía, que caminaba pegada a mí porque los otros cuatro habían formado pareja.

—Sabrás lo que es volar cuando nos subamos al escenario —dije y agaché el rostro en su dirección—. Estoy deseando que llegue el momento, oírte cantar y tocar para ti.

Sus mofletes se ruborizaron e intentó cubrírselos con disimulo con los mechones ondulados que le caían de la coleta, pero no pudo, así que enredó los dedos con nerviosismo y me miró de reojo.

—Lo haré lo mejor que pueda —expuso tímida.

—Lo sé, confío en ti.

Pensé que ojalá fuésemos tan conocidos como para dejar a un lado las covers y tocar nuestras propias canciones con la certeza de que nos prestarían la misma atención. Lo pensé y, de verdad, lo deseé. Subí la vista al cielo, más allá de la altura de la lanzadera que se erguía ante nosotros, y un escalofrío me recorrió la nuca. Era un sueño casi inalcanzable, el mismo que nos habíamos propuesto nuestro antiguo grupo de música cuando yo componía canciones para que las cantara otra chica. Ahora ellos componían sin mí y daban conciertos en escenarios intimidantes. Podría estar allí en Barcelona, acompañándolos y viviendo de nuestra música.

Sin embargo, estaba al lado de Hela Luna, un diamante en bruto a punto de ser descubierto. De repente, no necesitaba la aprobación de mi padre para brillar junto a ella, porque tenía la certeza de que lo haríamos tanto como lo habíamos soñado en secreto.

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